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Las mujeres mula de Melilla

El negocio del estraperlo entre España y Marruecos va viento en popa.

Hace unas semanas pasé tres días con las porteadoras de contrabando en la franja del Barrio Chino de la ciudad autónoma de Melilla. Aquí, por un pasillo de 50 metros que separa España de Marruecos, miles de mujeres cruzan a diario de un lado al otro cargando fardos de hasta 80 kilos. Este tipo de contrabando, al que las autoridades melillenses bautizaron eufemísticamente como "comercio atípico" es, después del hachís, el principal motor económico de la región norte del Rif desde hace más de cinco décadas. Y ninguna autoridad parece dispuesta a ponerle freno a un negocio que sólo salta a los grandes medios de comunicación cuando una de las porteadoras muere aplastada.

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Cinco euros, siete como máximo, es lo que ganan estas mujeres deslomadas por transportar los fardos de un lado al otro. Su mayor problema no es tanto el agotamiento físico tras intentar dos o tres "pases" como evitar las avalanchas. "No tengo otra elección. Con un marido enfermo del corazón y cinco hijos. ¿Qué puedo hacer?", me pregunta Malika, una mujer de Nador de 44 años, condenada al contrabando desde hace una década. Me sorprende que se separe de la fila para hablar conmigo. "Sólo espero que mis hijas no tengan que trabajar también de esto y encuentren algo como limpiadoras".

Cada día, a las 6 de la mañana, Malika y miles de porteadoras más se agolpan a los pies de esta estructura metálica a esperar que se abran las puertas. La policía marroquí se encarga, sin ninguna sutileza, de colocarlas en filas medianamente organizadas antes de que corran a la desesperada hasta la parte española del Barrio Chino, donde en unas enormes explanadas esperan decenas de furgonetas blancas cargadas de ropa usada, zapatos, mantas, neumáticos, cajas de patatas fritas, papel higiénico, pañales, de todo.

A punto de coger carrerilla, Malika señala al cielo con el dedo índice e invoca a Alá: " Ach adu an la ilaha ila lah wa ach adu anna mohammadan rasulo allah" [Certifico que no hay más dios que Alá y que Mohamed es su profeta]. Así se santiguan los musulmanes antes de alcanzar la muerte. Malika teme que sus huesos puedan acabar como los de Safia Azizi, quien en noviembre de 2008 murió de una hemorragia pulmonar por aplastamiento del tórax al ser arrollada por otras porteadoras.

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Tampoco ha olvidado el episodio de otras dos de sus camaradas que ingresaron en el hospital de Melilla tras recibir varios porrazos. "No sólo nos pega la policía marroquí, también la Guardia Civil española. Hace unas semanas a una amiga mía le clavaron una porra en el estómago porque no obedeció al agente que le cerraba el paso. Se la llevaron al hospital y estuvo varios días hospitalizada". Según otras porteadoras con las que hablé, cada semana al menos una mujer es ingresada tras sufrir problemas respiratorios.

A las 6:30 de la mañana se abren al fin las puertas de "la jaula". Así llaman aquí a esta especie de laberinto metálico por el que a diario pasan unos 8.000 marroquíes. "¿Tú crees que esto es propio de este siglo? Miles de mujeres cargando fardos que ni yo puedo levantar. Prueba a coger uno, prueba", me reta un guardia civil mientras señala a una señora arrugada que se enjuga el sudor con un pañuelo y se desloma entera para que otra le coloque en la chepa un fardo de 50 kilos. Oigo cómo le crujen los lumbares y el chirrido de su dentadura. Sólo a mí me sorprende; aquí todos andan muy ocupados y lo único que importa es la mercancía.

Cruzamos al lado español. Las porteadoras se organizan a toda prisa para cargar los fardos. Una se agacha hasta casi tocar con la cabeza al suelo, y otra le coloca unos 80 kilos de lo que sea sobre el lumbar. Yamila Agao tiene 32 años y aguarda impaciente a que el intermediario llegue de los almacenes con la furgoneta de zapatos. "¡Se está retrasando y hoy sólo me va a dar tiempo de llevar un bulto!", se lamenta. Me cuenta que la obligaron a casarse con un primo del que nunca se enamoró y que la pegaba y que finalmente se divorció a sabiendas del ostracismo que eso supone en Marruecos.

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Yamila me invita a ir a la casa que comparte con otras mujeres en el barrio Darb Annamus, cerca de la frontera. La zona está rodeada de un vertedero y el hedor es terrible. La casucha no tiene ventanas y por ella pagan 50 euros al mes cada una. Todas sus compañeras de piso tienen un drama que contar. Hombres malos, hombres muertos, etc. También me detallan la logística de este negocio: se preparan los bultos en almacenes del lado español, los intermediarios recogen la mercancía en el local de Melilla y lo llevan hasta el Barrio Chino, el distribuidor parte cada bulto en dos piezas y reparte entre los transportistas, y el marcador numera los fardos para que el comprador identifique su mercancía una vez las mujeres mula la entreguen en lado marroquí.

Lejos de menguar, este negocio va a más, imponiéndose como única salida laboral en el norte de Marruecos. Fuentes de la Guardia Civil estiman que el contrabando generó en 2010 unos 500 millones de euros. Además, la ingente exportación de productos chinos ha relanzado el negocio y ha relegado a los comerciantes españoles.

Al día siguiente, de regreso a "la jaula", les pregunto a un par de policías qué opinan de la situación. "El gobierno español no elimina esta mafia porque no quiere herir sensibilidades en Marruecos y porque todos ganan mucho dinero. ¡Pero esto es inadmisible! Me gustaría que vinieran aquí los políticos a ver esta escena propia de la Edad Media. Lo siento, te tengo que dejar…", me comenta uno de ellos antes de salir corriendo para poner orden en la fila. Un empujón y un codazo han desatado la ira de las porteadoras. "Si no estuviéramos aquí se matarían entre ellas", me dice otro agente.

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Desde la muerte de Safia Azizi, los agentes de la Guardia Civil exigen el fulminante cierre del puesto fronterizo de Melilla. Un tercer agente, que también prefiere no dar su nombre por miedo a represalias, denuncia que el gobierno de Melilla haya "legalizado" el contrabando hasta el extremo de colocar un cartel con el dibujo de una mujer —con una silueta más propia de una estrella de Hollywood que de una porteadora marroquí, y cargando un bulto que parece más una bolsa de viaje que un fardo de contrabando. El mensaje está claro: "por aquí se pasa el material, señoras".

Lo que el cartel no especifica es que para llevar la mercancía hasta Marruecos hay que sortear a decenas de agentes aduaneros marroquíes que sólo autorizan el paso a las porteadoras si éstas sueltan unas monedas. "Cada porteadora paga cinco dirhams (45 céntimos de euro) a cada agente que le pide la documentación", me explica Abdelmounaim Chaouki, presidente de la Coordinadora Estatal de la Sociedad Civil del Norte de Marruecos. "Si no lo hacen, no las dejan cruzar o las mandan al final de la cola".

Yousre Salló, de 19 años, es hijo de un aduanero y admite sin tapujos la corruptela de los funcionarios marroquíes, que se pelean por acceder a un puesto de trabajo en este puesto fronterizo ya que aquí su sueldo se dobla. Salló trabaja de intermediario pero recibe un trato especial. "Por debajo de los diez euros jamás cruzo una bolsa", me explica. Sus compañeros, que no tienen padrino, le miran lógicamente con recelo. "Nos pagan la mitad que a él aunque el volumen transportado sea el mismo", apunta Zacarías Biniyia, de 20 años.

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Zacarías es de la ciudad de Meknés, al este de Marruecos, y tiene las ideas claras. "Si el gobierno marroquí eliminara el contrabando, las autoridades tendrían que buscar otras oportunidades de trabajo para nosotros". El contrabando es, decididamente, la única salida. Bueno, es eso o intentar entrar ilegalmente en España.

"Tengo un vecino que cruzó en patera a España y nunca más supimos de él", me cuenta agachando la cabeza. Tras un momento de silencio, levanta sus callosas manos para narrar su experiencia como porteador durante tres años. "He sufrido humillaciones y vejaciones de la policía marroquí y española. Nos tratan muy mal, sobre todo los agentes españoles de origen marroquí. Cuando les hablo en bereber me responden insultándome en español. No quieren que se les relacione con nosotros".

Es mediodía y la frontera cierra el grifo del contrabando. Como suele pasar, algunas porteadoras, casi sin aliento, se han quedado bloqueadas en el lado español, porque sus fardos no llegaron a tiempo.