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DespuÉs Del Apartheid

Ya están aquí, por fin, las primeras elecciones presidenciales tras la abolición del apartheid, y para subrayar lo importante que es el rollo éste, la ciudadanía ha iniciado una guerra civil para poder matarse entre...

por henk lustig

fotos de greg marinovich

Un seguidor del IFP yace muerto junto a la sede del ANC durante el mítin de Shell House del pasado mes. Siguiendo la tradición, se le han quitado los zapatos para facilitar su transición al otro mundo.

Ya están aquí, por fin, las primeras elecciones presidenciales tras la abolición del apartheid, y para subrayar lo importante que es el rollo éste, la ciudadanía ha iniciado una guerra civil para poder matarse entre ellos en su honor. Los analistas políticos opinan que el Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela se llevará un 70% de los votos, dejando a los alrededor de 20 partidos restantes el otro 30%. Los blancos violentos tienen el Movimiento de Resistencia Afrikaner (ARM); los frustrados nacionalistas zulúes cuentan con el Partido de Liberación Inkatha (IFP), y aquellos que no tengan ninguna esperanza siempre pueden recurrir al saliente National Party. Pero ya está bien de cifras y hechos. ¡Pasemos a la carnicería!

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El pasado 28 de marzo de 1994, miembros del ANC abrieron fuego sobre los asistentes a un mítin del IFP en Johannesburgo. Ocho personas murieron y otras 20 dejaron el lugar perdido de sangre en la que se conoce como la Masacre de Shell House. El ejército declaró el estado de emergencia en la región de Natal, dominada por el IFP, y envió soldados para aplacar a sus partidarios zulúes. Como no son personas que accedan de buen grado a deponer las armas, los zulúes han respondido a la fuerza con más fuerza. Los distintos grupos siguen con sus protestas y la zona al completo está hasta las rodillas de la sangre de unos y otros.

En los barrios segregados, las Unidades de Autodefensa—formadas por las comunidades negras durante el Apartheid para patrullar las zonas a las que la policía rehusaba ir—, se han transformado en escuadrones de la muerte, una chusma salvaje practicante del incendio, el saqueo, el asalto y, en ocasiones, el asesinato: el de que cualquiera que apoye a un bando que no sea el suyo. Su método favorito de ejecución se conoce como “el collar”. Cuando atrapan a una víctima, le dan de pedradas hasta que ya no puede ni articular palabra; a continuación la inmovilizan con neumáticos alrededor de brazos y cabeza y, tras derramarle gasolina encima con generosidad, le prenden fuego como si de un

ninot

fallero se tratase.

Y luego tenemos a Nelson Mandela, quien tras recibir el pasado año el premio Nobel de la Paz trabaja actualmente con el también laureado presidente actual, F.W. De Klerk, para hacerle creer a la comunidad internacional que la transición de Sudáfrica a la democracia es un camino de rosas. Mandela lleva guiando el Umkhonto we Sizwe (“la lanza de la nación”) desde principios de los 60, la misma época en que empezó a adoptar su pose pacifista. Está clarísimo que a los hombres y mujeres blancos de la clase dirigente sudafricana se la pelan las lanzas, en especial desde que en los 80 la palabra “lanza” se convirtiera en un eufemismo de la granada de mano y el AK-47. No ayuda mucho que, en la actualidad, los únicos momentos en los que la población sudafricana no se encuentra bajo fuego de granada y AK-47 son aquellos en los que están siendo obsequiados con unas dosis de gas lacrimógeno.

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Así las cosas, es comprensible que gran parte de la población blanca escoja el exilio en la antigua colonia británica de Zimbabwe, donde todo ha sido optimismo y felicidad desde que el actual presidente Robert Mugabe se hizo con el poder. Ese país ha realizado la transición del control blanco al negro sin grandes trastornos, pero no hay indicios de que ni el poderoso Mandela sea capaz de arreglar el puto desastre que está siendo el giro a la democracia en Sudáfrica. Con los comicios a la vuelta de la esquina (empiezan dentro de un mes), la impresión general es que a Mandela le van a arrojar de cabeza a la fosa común que abrirán para ocultar el, presumiblemente alto, número de cuerpos.

La ANC ha estado intercambiando disparos con los simpatizantes zulúes, quienes abogan por abolir la actual constitución en su totalidad. Abajo, un jefe zulú dispara su pistola contra seguidores del ANC durante una marcha en las afueras de Durban.

Seguidores del ANC y el Partido Comunista escapando en Soweto de los disparos y las cargas de gas lacrimógeno de la policía. Los soldados gubernamentales son minoría en los cada vez más numerosos estallidos violentos, y con las elecciones dentro de apenas un mes, nadie confía en que el partido vencedor, sea el que sea, esté preparado para manejar lo que acontezca después.