Fuimos a ver una corrida de Toros a Las Ventas

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Fuimos a ver una corrida de Toros a Las Ventas

Pajes con plumas de colores en la cabeza, trompetas y pañuelos, ambiente de chillout cortijero, matadores a hombros y señoritos bebiendo de la bota en la feria de San Isidro. No entendemos nada.

"En la calle Londres hay un bar con los cubatas a 3,50 euros". "Tenemos que ir". Conversación robada a dos aficionados taurinos a punto de bajarse en Ventas, esa estación de la Línea 2 de metro con ladrillo visto en el andén, que cuando emerges de su boca en jornada taurina pareces estar saliendo de una esclusa de aire, con traje espacial, a otro planeta.

Hoy hay corrida de beneficencia, una de las dos extraordinarias fuera de abono que hay en el año, en la que todos los que acuden a la plaza tienen que pagar su entrada. La fotógrafa y yo nos buscamos la vida en reventa, no sin antes calzarnos gorras para evitar insolaciones. Nos soplan que el viejo monarca Juan Carlos preside el Palco Real, acompañado por Cristina Cifuentes y la Infanta Elena, y que eso podría inflar el precio. Después de varios tira y afloja, negociando con el pulso fino, conseguimos buenas localidades por diez euros. "¿Se entra por aquí?". "Si vais a los toros sí". Nos dan el programa oficial, que incluye estadísticas. ¿Que Dios reparta suerte?

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El autor del texto, esperando para entrar

Por haber llegado tarde, no podemos acceder. Nos dejan junto a otros rezagados en el pasillo, esperando a que maten al toro y viendo la lidia, o como se llame esto, en la tele del bar. Pedimos cañas y hablamos con un almohadillero veterano: "Habéis elegido buen día, con todo vendido, buenos maestros y plaza engalanada. Eso sí, os dará el sol un rato". Se abre por fin la puerta y es como descender en bobsleigh a mil por hora o subirse al Dragon Khan en marcha. Hacemos equilibrios por un desfiladero de gradas, a punto de ser atropellados por señoritos con gintonics. Una cosa es ir a los toros y otra ir a Las Ventas. Impresiona el triple.

Las botas son las nuevas petacas

Con las reglas sin aprender, tratamos de encajar piezas sobre la marcha. Lo primero en salir es un señor sobre un caballo pinchando al animal para que pierda fuerza, el picador; y lo segundo unos señores con lanzas de colores haciendo lo mismo pero a saltitos, los banderilleros. Y ya después, el torero con sus ayudantes dando capotazos mientras el público dice "ole" cuando se arrima. No se permite decir en voz alta mucho más que eso porque si alguien grita demasiado, otros le mandan callar. Fascinante uno que exclama en bucle: "¡Bien, torero bueno, eres el número uno, torero bueno!" En general se bebe bastante y se pasan botas de mano en mano. Las botas son las nuevas petacas.

No hay nada como preguntar a los habituales. Nos aclaran que cuando suenan trompetas (clarines) y timbales se indica entre otras cosas el cambio de tercio o que se agota el tiempo, las dos líneas del ruedo delimitan el espacio de los picadores, el paseíllo es cuando salen los toreros, no suenan pasodobles como en otras plazas, los que visten de sanfermines son los monosabios, el burladero es dónde se esconden los que huyen del astado, recibir a porta gayola no significa masturbarse sino hincar las rodillas en el suelo, los aguaciles son unos pajes con plumas de colores en la cabeza y el público es soberano con sus aplausos y sus pañuelos rojos y blancos. Esto es, más o menos, lo que recordamos de memoria.

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Porta gayola no significa masturbarse, los aguaciles son pajes con plumas de colores en la cabeza y cuando un torero recibe una cornada se levanta y camina como un zombie

Aunque la denominen así en la jerga de la tauromaquia, dudamos que el morlaco considere esto una fiesta. Yo, si me invitan a un alter para matarme y arrastrarme a los corrales por las mulillas, me enfado con los anfitriones. Además, está la opción de premiar la bravura del toro concediéndole el indulto. Hagámoslo. Liberad a Willy. El debate antitaurino no cabe, obviamente, en este instante en el que los que nos rodean prefieren hablar de lo atractivos que son los tres protagonistas: Alberto López Simón, José María Manzanares y el francés Sebastián Castella, que es más chulo que un ocho y arriesga mucho y tiene andares de sobrado, pero finalmente será el único que no triunfe.

Y los últimos apuntes, también de memoria, desde nuestra ignorancia: cuando los ayudantes saltan la valla parecen artistas circenses tipo Foottit y Chocolat, los carteles con datos de ganadería giran como en los combates de boxeo, hay más jóvenes de los esperados, consultan cosas de rejoneo en los móviles, el pene del toro es casi más grande que el rabo, los vendedores de combinados sudan como sherpas, en la planta de abajo (tendido bajo) hay ambiente de chillout cortijero, si un matador recibe una cornada se levanta y camina cojo como un zombie para cosechar ovación, los folletos sirven para taparse del sol, Manzanares y López Simón lo petaron fuertemente abriendo la Puerta Grande con los fans en pie y orejas en mano. Pero no me hagan mucho caso.

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