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Un día en el residencial de El Pocero: una utopía en obras

El Quiñón (Seseña, Toledo) es uno de los grandes templos de la burbuja inmobiliaria. Visitamos esta ciudad fantasma que se encuentra cerca de Madrid.
Fotos de los autores

Llevábamos tiempo planeando pasar un día en El Quiñón. Pasear y descubrir, de una vez, cómo es la vida en el residencial Francisco Hernando, construido por Paco El Pocero en su honor y el de su familia justo antes de la crisis. Nos costó más de la cuenta ponernos de acuerdo para ir. Teníamos ganas de conocerlo pero al mismo tiempo no las teníamos. Cuando pasaron la nieves de febrero y se acercó el Carnaval, recopilamos la información necesaria y la energía gastada en otros menesteres y nos fuimos para allá. Era viernes, hacía sol y la parada de autobús de Legazpi estaba a rebosar. Dirección: uno de los templos de la burbuja inmobiliaria.

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Sobre la vida en El Quiñón se han dicho muchas cosas pero, como fuimos comprobando a través de los ojos de sus habitantes, casi todas no son del todo ciertas o son directamente falsas. Es cierto que Paco el Pocero proyectó una obra megalómana, que construyó un parque con un lago artificial al que puso el nombre de su esposa y que en una rotonda plantó una estatua de sus padres. Es cierto que se quedó a medio construir, que la obras del ambulatorio llevan cinco años paradas, que todavía hay un complejo de pisos, a la entrada del residencial, completamente vacío. Es cierto que el transporte desde Madrid es incómodo y tarda más de lo necesario porque hay una carretera comarcal que ahorraría tiempo, pero debido a sus condiciones el autobús no puede pasar por ella.

Pero no es cierto que la vida allí sea más cara, difícil o anómala que en cualquier complejo residencial de los muchos que brotaron como setas en los momentos previos al boom que estalló en 2008. La imagen real no coincide con el rumor popular ni tampoco con el oráculo digital, ese ojo que todo lo ve llamado Google Street View.

El Quiñón pertenece a la localidad toledana de Seseña, uno de los pueblos colindantes con la Comunidad de Madrid. Desde Legazpi sale un autobús cada hora y veinte minutos que termina su recorrido en el residencial. Mari Carmen coge el mismo autobús que nosotros y durante el trayecto nos pone en situación. Tiene 42 años y hace poco más de uno que compróun piso en la primera urbanización que se construyó allí. Le costó 60.000 euros cuando los primeros pobladores llegaron a pagar por el mismo piso casi 250.000. Ha conseguido trabajo en un supermercado en el polígono industrial que hay a diez minutos (en coche) del complejo y está feliz: "¿Dónde encuentras un piso con las máximas calidades a ese precio en Madrid? Yo no podría vivir en Las Rozas, pero aquí me lo puedo permitir. Creo que la mayoría de los que nos hemos mudado aquí ha sido por cuestiones de economía". La buena relación calidad-precio es un hándicap al que aluden todos los quiñoneros o quiñonienses… o quiñotistas.

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"Soy feliz, que quede claro"

La sensación al vislumbrar el complejo desde la carretera de Andalucía es extraña. En medio de la meseta castellana se alzan varios bloques de edificios de aspecto quijotesco. Molinos de ladrillo visto y hormigón en medio de la meseta castellana. Nada más salir del bus nos encontramos a Esperanza, que ha bajado en bata para tirar la basura desafiando al viento que corre por las calles. "Estamos en invierno y en Castilla, así que esto es normal", recalca. Esperanza tiene 39 años y es profesora de Historia del Arte en un instituto de Madrid. Las incomodidades del transporte no le afectan porque tiene coche. Para ella, El Pocero "ha construido la obra de su vida y ha sido respetuoso con el entorno, tanto arquitectónica como estéticamente". Esperanza, que hace honor a su nombre, quiere dejar claro que "se han dicho muchas cosas que no son verdad", y nos pasa el link a un vídeo hecho por un vecino donde demuestra que tienen luz, agua, internet y demás comodidades. Ella vive de alquiler y concibe su estancia allí como un tránsito: "Los alquileres están muy baratos, por 250 o 300 euros tienes un piso con las máximas calidades"****.

Nos acercamos a la salida del colegio. Decenas de niños salen disfrazados. Es la víspera de carnaval. Ofelia se va con su niño a casa. Para ella también "es cómodo vivir" en El Quiñón -"soy feliz, que quede claro"- aunque reconoce que no hace mucha vida social con los vecinos. La impresión de que todos los vecinos están felices de vivir en este lugar y de conocerse entre ellos va en aumento. Aunque Ofelia, a sus 35 años, asegura que también "hay problemas de convivencia, pero ni más ni menos que en cualquier otro sitio". Le gustaría que el colegio ampliara la docencia para incluir también la ESO, pero de momento los niños tienen que continuar los estudios en el instituto de Seseña. "El ayuntamiento nos hace poco caso", manifiesta a pesar de que en El Quiñón hay un local de atención a los vecinos. "Si te digo la verdad, ni siquiera sé si está abierto o cerrado".

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A la hora de comer entramos a un bar de tapas. ¡Tapas gratis con cada bebida! Verídico. Como en los bares de Chamberí o Lavapiés pero con la cantidad de Granada. En la mesa de al lado está Ángela, de 24 años, que visita con frecuencia a su hermana, una de los vecinas del bloque que tenemos encima. A Ángela cada vez le apetece más instalarse en el residencial: "Hubo una época que este sitio era bastante peligroso (…) Yo viví un atraco con pistola, pero todo eso ha quedado atrás". La Policía Municipal de Seseña hace varias rondas al día por la zona, y aunque no hay mucha seguridad privada cada urbanización tiene un portero físico. La hermana de Ángela, nos cuenta, se siente defraudada porque fue de las que compró un piso sobre plano por más de 200.000 euros: "Gracias a la presión de los vecinos ahora todo funciona mejor, pero sigue sin haber cosas básicas como un estanco, un kiosco de prensa o una sucursal bancaria". Ángela asegura que "con ganas y con transporte se puede vivir feliz aquí, pero lo que falta es el empleo".

Los Serrano en El Quiñón

Nos vamos a tomar un café al bar Los Serrano, regentado por Gerardo Matarranz, de51 años. Lo primero que nos llama la atención es ver sobre la mesa varios periódicos - en El Quiñón no hay kiosco, es cierto, pero sí hay una papelería-librería que vende prensa y revistas-. Gerardo y su familia llevan viviendo aquí seis años. El negocio lo abrieron en octubre de 2014: "Me echaron de mi empresa, en el sector de la hostelería, por la reforma laboral". En el bar no hay ni un alma. Son las 16.30 y Gerardo limpia la barra mientras su mujer coloca cacharros en la cocina junto con sus dos hijas adolescentes. "Tener un bar aquí es como tenerlo en cualquier otro lado. Abro muchas horas y en invierno, como veis, hace mucho frío y la gente no se mueve. En verano sacaré la terraza. Creo que sí, que me va a dar para vivir". Gerardo empezó viviendo en un edificio "con cuatro vecinos" que intercambiaban "sal o huevos por el ascensor, como en los viejos tiempos". Recuerda las advertencias cuando tomaron la decisión de mudarse: "Cuando vine mi familia me decía "estás loco, si no hay agua". Y yo les respondía que "cómo no iba a haber, si teníamos piscina".

La piscina y las canchas de baloncesto que tienen todas las urbanizaciones están en boca de todos los vecinos. Al ser un barrio donde la mayoría de los habitantes procede de las clases trabajadoras se trata de un cambio de estatus social reconfortante. "En verano no nos hace falta ropa, estamos todo el día en chanclas y bañador y los niños no salen de las urbanizaciones: el baloncesto, la piscina… Vivimos como en la España de antes, hace 40 años". Gerardo y su familia están empadronados en El Quiñón: "Ahora estamos pidiendo firmas para el colegio porque se están comiendo el patio y metiendo barracones. Queremos que abran otro colegio pero que no sea privado, como el que tienen proyectado".

De camino a la parada del autobús para regresar a Madrid nos encontramos a Alejandro, de 19 años, sacando a su perro, un rottweiler gigante al que llama "Chico". Lleva desde los 12 años viviendo en El Quiñón y ya considera a sus colegas del barrio "como de toda la vida". Nos dice que acaban de construir el campo de fútbol que llevaba varios años parado, y que muchos habitantes de Seseña se acercan al barrio "para pasar el finde en El Colombo, el único bar que abre hasta tarde". ¿Qué hace un joven post adolescente en El Quiñón? "Lo mismo que en todos sitios, supongo: organizamos partidos de fútbol, nos divertimos y hacemos botellón. Aquí [en Castilla-La Mancha] no está prohibido como en Madrid, así que no nos van a poner una multa por beber una lata de cerveza en la calle", dice mientras nos sonríe. Touché.

Nos despedimos de Alejandro y nos montamos en el autobús. Al lado de nuestros asientos un hombre de unos 40 años nos pide un cigarrillo. Lo desmonta sigilosamente y empieza a liarse un canuto de marihuana. "¿Eres de aquí?", le preguntamos. "No, amigo, solo estoy de paso". "Como nosotros", le respondemos, y empezamos a hablar de otros asuntos que darían para escribir una novela: un mundo feliz fraguado sobre las cenizas de lo imposible… pero esa es otra historia.