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especial ficción 2012

Un genio en el exilio

El trabajo del escritor James Purdy es como un río clandestino que fluye por el paisaje americano sin que nadie lo sepa.

Foto de archivo cortesía de John Uecker

Un boxeador, musculoso, firme, de espalda ancha, se inclina hacia atrás mientras mantiene sus puños desnudos delante de su cara, preparado para enfrentarse a cualquier oponente. Los tonos suaves de su piel y los paisajes bucólicos del fondo ocultan la brutalidad de la que es capaz. A su alrededor hay otros púgiles, unos veinte, todos igual de feroces y cautelosos. Durante más de 50 años, una serie de fotografías reunidas por el autor James Purdy ocuparon las paredes de su apartamento de una sola habitación en Brooklyn. Esta metáfora era bastante apropiada, ya que la mayoría de sus obras eran como un puñetazo en la cara, dividiendo a la crítica e impactando al público.

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Entre 1956 y 2009 Purdy publicó cerca de 20 novelas, un volumen de poesía, decenas de relatos cortos y algunas obras de teatro. Escritores como Langston Hughes, Truman Capote y Tennessee Williams elogiaban su trabajo. Gore Vidal lo proclamó un “auténtico genio americano” y, en 1998, el New York Times se refirió a él como un “singular visionario americano”. Sin embargo, Norteamérica nunca lo ha tratado como a uno de los suyos. Mientras muchos europeos consideran que se ha labrado un puesto firme en el canon de la literatura americana, en su patria su legado sigue confuso a causa de la controversia de unas novelas con cuyos temas la gente aún se siente incómoda en 2012. Pero, sea lo que sea lo que digan las críticas y lo que los lectores piensen de sus obras, la posición de Purdy en los márgenes del mainstream literario es el cuento de un artista que lucha por expresar su visión de la oscura psique americana. “Crecí en una atmósfera turbadora”, admitió una vez. Esto lo explica todo.

Purdy nació en 1914 en Hicksville, Ohio, y sus padres se separaron pronto; el matrimonio terminó en divorcio después de que su padre invirtiese sus ahorros y los perdiese. Purdy se iba turnando entre su madre, padre y abuela, y escribir relatos y obras de teatro se convirtió en su único refugio. A veces enviaba cartas de odio al casero de su madre. “Mi madre”, recordaba en 2005, “estaba a la vez horrorizada y entusiasmada con que yo escribiese esas cosas terribles sobre gente real”.

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Se marchó de Ohio tan pronto como pudo y se mudó a Chicago en 1935. Mientras hacía un master en Inglés en la Universidad de Chicago, encontró nueva familia en Gertrude Abercrombie, “la reina de los artistas bohemios”, y su círculo de pintores, poetas y músicos de jazz, entre ellos Dizzie Gillespie y Charlie Parker. Se metió en el estilo de vida de los artistas gracias a los salones clandestinos de Abercrombie, que tenían el estilo que Gertrude Stein importaba de París. Tras graduarse en 1937, sirvió en el ejército, estudió en México, viajó a España, dio clases de inglés en Cuba y también de español, durante casi una década, en Wisconsin. Durante todo este tiempo no dejó de escribir, desarrollando un estilo que mezclaba los patrones del discurso del medio oeste con alusiones a la Biblia y a la antigua literatura griega. Nunca antes se había hecho algo así. Presentaba sus historias a revistas neoyorquinas, y se las devolvían “con respuestas negativas, enfadados, indignados o malhumorados”. A veces hasta se cuestionaban si estaba bien de la cabeza. “Todos los editores insistían en que nunca se publicarían mis historias”.

Decidido a mostrar al mundo sus obras, abandonó el confort académico en los años 50 y se volvió a mudar a Chicago, donde rompió moldes. Una copia de uno de sus relatos cortos cayó en manos de Dame Edith Sitwell, quien lo identificó como “uno de los artistas más grandes de la ficción en inglés”. Ella logró que

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se publicase a Purdy en Londres, abriéndole esto las puertas del mercado estadounidense.

En 1957 se publicó Color Of Darkness, una antología de relatos cortos y una novela. Los lectores se introdujeron en su mundo de líos y matrimonios rotos, obsesiones y violencia, profetas y almas corrompidas. Sus personajes buscan el amor pero están demasiado centrados en ellos mismos para alcanzarlo. Son simbólicos, surreales, llenos de humor negro. Y, de algún modo, no te puedes olvidar de ellos. Semanas después de leer “Why Can’t They Tell You Why?” aún no dejaba de oír en mi cabeza el siseo animal de Paul, un niño que llora a su padre fallecido y protege sus fotos de su madre maltratadora. Aquí se ve cómo la trayectoria de Purdy se aleja de la redención, hurgando cada vez más en la condición humana, preguntándose por qué nacemos ya con los grilletes puestos. Es perturbador, maravilloso y poderoso.

Su primera novela, Malcolm, apareció en 1959. Es la historia de un adolescente ingenuo que se echa a perder por culpa de un grupo de excéntricos. Cada uno quiere su compañía para su propio beneficio. Recibió elogios tanto en Europa como en Estados Unidos, convirtiéndose de inmediato en un clásico, y estuvo durante años en las listas de lecturas obligatorias de las universidades. Los lectores tenían ganas de descubrir el próximo trabajo de Purdy. Al final, los críticos empezaron a reconocer a Purdy como una voz literaria original.

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Sin embargo, pocos años después, ese estatus honorable que tanto le había costado alcanzar comenzó a desmoronarse. En 1964 publicó Cabot Wright Begins, novela que cuenta las andanzas de un violador recién salido de la cárcel que vuelve a acosar por Brooklyn. Las críticas se preguntaban si era una ironía o realmente era verdad, si era cómico o trágico, brillante o adolescente. ¿Cómo se puede escribir algo cómico sobre violaciones? “Un deporte practicado en todas partes”, lo etiquetó Purdy. En el New York Times, Orville Prescott, que había elogiado su dominio de la palabra en Malcolm, dijo que Cabot Wright era “un desafortunado error de ficción”. Seis días después, también en el Times, Susan Sontag lo calificó de “cuento fantástico e irónico”.

Si Purdy hubiese aplacado a sus críticos más feroces, si se hubiese contenido un poquito, aún disfrutaría de aquella temprana gloria. Sin embargo, ya no estaba interesado en ganarse elogios. Como cualquier autor magistral, tenía historias que contar, y debían contarse a su manera: su cuarta novela, Eustace Chisholm and the Works, fue, de lejos, su novela más vendida, pero también la que lo marginó durante el resto de su carrera. La historia sigue a los acólitos de un poeta que escribe versos con carboncillo sobre las páginas del Chicago Tribune. Describe la aventura destructiva entre dos hombres, un truculento aborto, y un final con escenas bastante chocantes de sadomasoquismo, todo para establecer el escenario de la Gran Depresión. Indignó a la crítica. En el Chicago Tribune, Nelson Algren lo despachó como “una novela de quinto curso”. Años más tarde, Purdy explicó que “la crítica decía que como era sobre maricas no podía tener sentido para la gente normal, porque los maricas no son humanos”. Wildred Sheed, en el New York Times, afirmó que el libro era claramente “ficción homosexual”, lo cual, aparentemente, es muy diferente de la “ficción heterosexual”. Purdy entendió que lo estaban “quemando en una pira”.

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Después de Eustace Chisholm, Purdy nunca pudo ya librarse de la etiqueta de “escritor gay”. De hecho, cuando su novela más revolucionaria se reeditó en 2005, y gracias a la cual ganó la medalla Clifton Fadiman y los elogios de Jonathan Franzen, se le describió como “el héroe de culto literario de mayores proporciones” y a su libro, “un clásico gay”. He ahí el quid de la cuestión. Como Gore Vidal dijo en un ensayo sobre Purdy, “la literatura gay… es un cementerio enorme en el que escritores que no tienen nada que ver unos con otros, exceptuando sus supuestos deseos sexuales, son arrojados, todos juntos, lejos del transitado camino de los valores familiares”.

La homosexualidad prevalece en las obras de Purdy, pero él no describe ni desprecia los estereotipos gays. En sus obras no encontrarás los típicos bares gays para ligar, o bromas al estilo Will & Grace, ni detectarás que tenga demasiado interés en “normalizar” cualquier expresión de sexualidad. Lo “normal” no tiene lugar en la obra de Purdy, a no ser en forma de un fino barniz que hay que lijar.

Mucha gente quería sacar ese tipo de material de los libros (o confinarlo a un subgénero), pero nadie iba a ser capaz de que Purdy dejase de escribir. Para él no existían los tabúes: el sexo, la violencia, la raza, la enfermedad, la religión. Y nunca perdía la chispa de la juventud. Sus últimas obras aluden a las controversias de finales del siglo XX. En 1989 lidió con la epidemia de SIDA en Garments the Living Wear. Y su último relato corto, Adeline, escrito a sus 92 años, indaga en la aceptación de los transexuales. Pero, puesto que estas obras fueron ignoradas por la crítica, su legado quedó totalmente marginado.

En cierto modo, esto no es sorprendente. América le hizo lo mismo a Edgar Allan Poe. Los europeos lo adoraban, pero en el país de los estados, sus compatriotas se burlaban de él y la crítica lo tachaba de autor minoritario. Sin embargo, aún hoy los estudiantes memorizan poemas como El cuervo y Annabel Lee. Evidentemente, las primeras críticas de una obra no determinan su influencia final. “Mi trabajo”, dijo Purdy, “ha sido comparado con un río clandestino que fluye por el paisaje americano sin que nadie lo sepa”. Aunque este río sea a veces oscuro y terrorífico, merece la pena meterse en él, sobre todo en tiempos tan difíciles como los nuestros.

Leer a un iconoclasta como Purdy compensa. Despreciando lo que él consideraba “el anestesiante, hipócrita, elitista y estancado establishment literario neoyorquino”, Purdy fue libre para evolucionar y experimentar, esforzándose siempre en transmitir su visión, sin repetirse, sin claudicar ante las críticas. “Escribir es como una batalla”, dijo una vez. “A veces estás tan metido en ello que no tienes ideales. Simplemente lo haces. Tengo todas estas fotografías de boxeadores en las paredes. Así me siento, eso es lo que soy, un boxeador. Me noquean cada dos por tres”.

En 2013 se publicará una antología de los relatos cortos de James Purdy. La fecha exacta y la editorial están por decidir. Butterfly in the Typewritter, de Cory MacLaughlin, apareció recientemente en Da Capo Press.