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Vice Blog

Un poblado rumano en el corazón de Madrid

Visitamos el solar de la Universidad Complutense donde varias decenas de rumanos viven entre carritos, plásticos y contrachapados desde hace seis meses en esta mini-Bucarest.

"¡Turco, turco, de familia turca!". ¿Pero no eras rumano? "Ah, sí, sí, soy rumano, aquí todos somos rumanos, pero de familia turca". Bueno, pues eso, que Mehmet es rumano, tiene 48 años y trabaja en los semáforos de la zona vendiendo pañuelos, "normalmente de dos a ocho". Llega tarde. ¿Y vives allí? "Sí, vivimos allí, en mi familia somos cinco, pero nos juntamos hasta 50 o 60 todos los días". Los dos miramos a su casa. Mehmet acaba de salir por el hueco de la verja de uno de los poblados más controvertidos de los que hay en Madrid entre solares, plazas recónditas y descampados. Aquí, en el centro de la ciudad, entre hospitales, autobuses, coches y colegios, vive "desde hace seis meses".

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Estamos en Moncloa, en pleno -y castizo- barrio de Chamberí, pasto de la clase media más normal de la ciudad desde que en los 80 se consolidara como apuesta habitacional a medio camino entre el barrio de Salamanca y el centro. A nuestra derecha, la glorieta de Cristo Rey y dos hospitales mastodónticos, el Clínico y la Fundación Jiménez Díaz; a nuestra izquierda, la calle de Isaac Peral, una de las arterias del barrio; de frente, al final del dedo con el que Mehmet señala su hogar, detrás de una alambrada en mal estado y un muro de hormigón carcomido, el poblado en cuestión: una agrupación de dos callejuelas y unas diez chabolas de plástico, cartón y corchopán en un solar arbolado propiedad de la Universidad Complutense, que disfruta de una cesión temporal del terreno.

Es jueves y está terminando la semana más fría de lo que va de año en Madrid. Cuando termine su jornada, Mehmet volverá junto a su mujer y sus hijos, y sus primos, y sus tíos -"todos somos familia allí"-, para contar lo que haya ganado con los pañuelos, repartir la chatarra, el metal, la ropa o la comida, cocinar algo, contarse las aventuras del día y taparse "con mantas o lo que tengamos cerca, porque hace mucho frío". Mehmet sonríe enseñando un diente con funda plateada bajo el frondoso bigote de bandolero andaluz que le tapa media cara. Se frota las manos y vuelve a sonreír: diez grados en los termómetros mientras se marcha haciendo zig zag entre los coches.

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Al otro lado de la calle, Jardel está terminando su turno de mañana con los pañuelos. "Sí, también vivo allí, ¿eres policía?". Como si lo fuera, porque este joven de 28 años, también rumano y también "de familia turca", tiene prisa y no quiere hablar: "Mira, el semáforo, hay que trabajar". Vale, pero antes una cosa: algunos vecinos dicen que lleváis ahí más de cuatro años. "No, que va -Jardel levanta las manos con los paquetes de pañuelos en las manos-, llevamos unos meses, un año a lo mejor, no más".

Uno de los vecinos que asegura que la cosa viene de lejos es Emilio García, camarero del bar Moncloa, situado justo enfrente de esta especie de mini Bucarest de plástico agujereado. "Llevan cuatro años por aquí, eso te lo digo yo, y la verdad es que salvo cuando vienen a pedir agua o cambio, no nos molestan. Los vecinos, excepto cuando dormían en los soportales porque hacía frío [Emilio se refiere a que este clan de rumanos lleva en la zona cuatro años y ha sido objeto de varias denuncias por dormir en los portales de algunas viviendas], no hemos tenido problemas, pero también te digo que solo les falta ponerse tendido eléctrico".

La presión vecinal y las visitas de la Policía Municipal, que "de vez en cuando se acerca a decirles que se vayan", según señala Emilio, no han conseguido que este campamento cada vez menos improvisado se levante: "Yo llego a las seis de la mañana y están saliendo a currar, con sus carros y sus riñoneras, y yo a veces cuento más de 50, no sé, te diría que 200 por lo menos".

Madrid es una gran ciudad de barbillas y miras altas, pero también una urbe donde abundan los bajos fondos. Y éste, a la vista de todo el barrio, abriéndose camino entre la maleza urbana, solo es un ejemplo en miniatura: Sinesio Delgado, Antonio Machado… y por supuesto la Cañada Real. Mehmet y Jardel no venden droga: lo suyo son los pañuelos, el cobre y las lavadoras medio deshechas que dejamos en las aceras.

Fuentes de las comisarías de Chamberí y Moncloa aseguran que "estos grupos de rumanos de etnia gitana, casi siempre familiares y, en Moncloa, de origen turco la gran mayoría", no suelen "crear problemas a los vecinos". No obstante, aunque el desalojo de este limbo cimentado sobre desperdicios, barro y tablas de contrachapado podría ser cuestión de días -o meses-, cabe recordar que según fuentes policiales "hace poco se desalojaron los asentamientos ilegales de los bajos de Plaza España y un solar ocupado en la calle de Luisa Fernanda" y lo "más grave" ha sido alguna fogata furtiva en el Rectorado de la Complutense, apenas a 50 metros del poblado, encendida para cocinar.

"Al anochecer huele a chivo desde aquí". Manolo es el portero de una de las fincas de la manzana más cercana al asentamiento: "Llevo aquí 30 años y te puedo asegurar que tampoco es que esté pasando nada grave, pero hombre, para los niños y para gente de la zona no es bueno que estén ahí. Ahora, tengo que decirte que son buena gente: no tienen más que esos trozos de plástico".