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Cultură

'Un príncipe para tres princesas' es una lección permanente de cómo hacer buena televisión

Una musulmana cool, un bombero pirómano y un árbitro pizzero: bienvenidos a la nueva revolución tróspida

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Hay ideas que nunca me cansaría de repetir. Por ejemplo, que la edición, el montaje y la post producción que sale de las oficinas de Eyeworks, la productora de "Un príncipe para tres princesas", se tendría que estudiar de forma obligatoria en cualquier facultad de Comunicación Audiovisual. Es una lección permanente de cómo hacer televisión creativa e ingeniosa, con toda la intención del mundo, a partir de la nada, así como un ejemplo inmejorable para ilustrar y explicar a quienes desean dedicarse a esto cómo es posible conseguir una relación de máxima fidelidad y entendimiento entre forma y fondo. Es una manera de hacer televisión fresca, rompedora y desvergonzada, y solo por eso ya merece todo el respeto y la admiración. Pero es que además de todo eso, ya de por sí digno de estudio y análisis, el de ayer fue un programa escandalosamente divertido, desternillante, una invitación permanente al lloro y la carcajada inesperada. Me pareció un glorioso reencuentro con la vertiente más inspirada de "¿Quién quiere casarse con mi hijo?" y, de largo, la versión más conseguida que hemos visto hasta la fecha de la franquicia "Un príncipe para…".

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Más allá de sus hallazgos técnicos, estéticos y creativos, y más allá de su poder humorístico, que en cinco minutos te da más argumentos para reír que diez capítulos de "Allí abajo", lo que más me gustó del estreno de "Un príncipe para…" es que el programa no ha tenido el menor reparo en reformular, deshacer y replantearse el propio formato en busca de mejoras. Y que además lo ha hecho sin romperse demasiado la cabeza ni proponer experimentos con gaseosa, solo con dos ideas nuevas pero muy inteligentes: la primera, que quizás es mejor jugar con tres princesas, tres protagonistas, que con una sola. Con una corres el peligro de haberte equivocado en las pruebas de casting. Aquello que en su momento creías que podría funcionar es posible que dentro de la mecánica del programa no acabe de salir como esperabas. Si, por el contrario, utilizas a tres chicas, aumentan de forma considerable tus opciones de éxito.

Y se nota, además, que el equipo de casting se ha volcado más que nunca en conseguir lo que buscaba. Las tres princesas protagonistas no solo compiten entre ellas para llevarse al chico soñado, sino sobre todo para saber cuál de ellas es más lerda, surrealista e inclasificable. Y la selección es antológica: Rym, que se autodefine como una "muslumana cool" y que asegura que "hago el Ramadán pero me gusta el champán, salir de fiesta, el jamón, el fuet…"; Yiya, que se dedica "a joder la vida a la gente sin ánimo de lucro", tiene tendencia a "reventar vidas" y es tan egocéntrica que "no entiendo el yo sin el tú"; y Marta, que lee tantos libros que "me está afectando leer tanto sobre el amor".

Una de las cosas que me sorprendió negativamente de la anterior edición del programa, "Un príncipe para Laura", es que la chica era demasiado normal: apenas tenía salidas de tono, era bastante sosa e incluso podías llegar a pensar que era más inteligente de lo que el propio programa podía permitirse. No es el caso de las tres protagonistas de esta edición: las escenas de casting a los candidatos que vimos ayer son oro puro, un contenido imposible de acotar o resumir en esta página dada la incontrolable y desbordante sucesión de momentos memorables, frases imposibles y reacciones inesperadas que se producen por minuto en el programa. Acierto doble, pues: en el cambio a tres 'tronistas' y, también, en los perfiles escogidos.

La segunda idea que rompe con el pasado y plantea una vuelta de tuerca al formato es que han desaparecido las categorías de candidatos. Ya no hay nerds, ni simpáticos, ni únicos. Solo hay guapos. Una legión de tíos buenorros. La pirueta es antológica: la mayoría de nerds de ediciones anteriores podrían pasar como directores de sucursal bancaria si los comparamos con buena parte del ganado que ha encontrado el programa para cotejar a las tres princesas. Una cosa es ver a un freak poco agraciado comportándose como tal y otra muy distinta, y mucho más perturbadora, ver a un tipo de anuncio actuando como si tuviera diez años. El efecto, cuando menos en su estreno, era maravilloso: lobos con piel de cordero, o lo que es lo mismo, memos de primera división con piel de guaperas desfilando sin complejos por la selección de casting de las chicas y protagonizando incontables escenas de delirio humorístico.

En ese sentido, el casting masculino de "Un príncipe para tres princesas" es un milagro. Un árbitro de fútbol que reparte pizzas, un torero, un argentino vasco, un marroquí negro, un asiático indefinible, un tipo que tiene un equipo de rugby llamado "Los Cristianitos", una buena colección de gays jugando a ser heteros, un tipo que se sabe el nombre de todos los personajes de Pokemon, un blanco teñido de rubio que se cree Pharrell Williams, uno que parece salido de Zoolander o, mucha atención, un pirómano reconvertido en bombero son algunos de los tipos que aspiran a conquistar el corazón de Rym, Marta y Yiya. Cada vídeo de presentación de los candidatos era una pequeña obra maestra de la televisión post-moderna, una ridiculización ingeniosa y desternillante de los participantes pero, sobre todo, una parodia consciente y brillante de un perfil muy claro y pautado de personaje televisivo muy reconocible en la actualidad.

En una parrilla repleta de tiempos muertos y programas que no saben cómo llenar de contenido su escaleta, "Un príncipe para tres princesas" apuesta por la abundancia y el derroche: va tan sobrado de ideas y situaciones brillantes que con el material de ayer muchos otros programas vivirían dos semanas. Por momentos uno incluso puede llegar a pensar que estamos ante un producto con Síndrome de Diógenes de freakismo: acumula tanta mierda en su recorrido, superpone tantas capas y matices, que corres el peligro de asfixiarte y sentirte sobrepasado. Es uno de los eternos focos de debate sobre la factoría Eyeworks, especialmente en los capítulos de estreno de sus programas: quieren volcar tanta información a la vez, tantas ideas y tantos momentos estelares que el espectador sufre episodios claros de saturación. Sencillamente no das abasto, no llegas a todo: sabes que si te despistas un momento, si vas al lavabo o a la cocina, si pierdes mucho tiempo escribiendo un tuit, es muy probable que te pasen por alto varias frases lapidarias o algún truco de edición. Pero es uno de los grandes atributos del formato, para bien y para mal. Ojalá el resto de programas tomaran buena nota: mejor morir por indigestión que morirse de hambre.