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Μodă

Una oda al chándal

Para muchos es una prenda de uso exclusivo de politoxicómanos, folclóricas encarceladas, seleccionadores nacionales y jubilados, pero no.

Me declaro fan incondicional del chándal. Para muchos es una prenda de uso exclusivo de politoxicómanos, folclóricas encarceladas, seleccionadores nacionales y jubilados. Pero para muchos otros es casi una religión. Puedes lucirlo y molar sin necesidad de tener que ir a robar cobre. Sin que sea un domingo y solo salgas de casa para comprar pan o sacar al perro. Sin necesidad de tener que sudar. Sin protagonizar un episodio de Callejeros. Puedes usarlo y ser un tío molón.

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No sé si es por mis orígenes del sur de Madrid donde esta prenda es el traje típico, por ser lo único que me quedaba bien cuando en 2010 llegué a pesar 120 kilos (unos 30 más que ahora, 40 más que hace un año) o por ser la mejor prenda que ha inventado el ser humano, pero durante años, tanto servidor como mis amigos íbamos así vestidos a beber cerveza, intentar conocer chavalas y jugar a las cartas a la Universidad. Siempre. En este caso al campus de Ciencias de la Comunicación de la URJC en Fuenlabrada. ¡Me encantan! En mi mente existe un mundo imaginario en el que se puede ir así vestido a bodas, reuniones de trabajo e incluso a recoger un Goya. No descarto que si finalmente se produce una auténtica regeneración democrática en España, veamos políticos en el Congreso así vestidos.

Mi relación con el chándal empezó de muy pequeño. Fui niño de colegio privado. Colegio privado en Móstoles, que es como hacer una beca Erasmus en Portugal. Da algo de caché pero tanto tú como los demás sabéis que es muy cutre. Colegio Balmes se llamaba. Desde los seis a los 17 años usé el mismo uniforme deportivo. El mismo modelo, se entiende. Pantalón azul marino con una línea roja y otra blanca. Sudadera con la misma combinación pero siendo el blanco el color predominante. Ir con ese uniforme por Móstoles era una provocación. Nos llamaban pijos cuando, en mi caso y en el de casi la mayoría, nuestros padres las pasaban canutas para pagar el colegio. Yo estaba encantado. De hecho, aún lo uso de vez en cuando si voy a visitar a mis padres y tengo que sacar al perro.

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Era maravilloso. No tenía que elegir ropa por las mañanas e iba cómodo. Solo tenía que preocuparme de meter en el walkman la música que me gustaba y de mis cartas de Magic. Las nuevas generaciones con quince años son muy diferentes. Los nacidos a mediados de los 80 crecimos con el britpop como tendencia y sin tocar teta hasta bachillerato. Y por fuera. Ahora solo escuchan electromierdas y saben más de sexo que muchos de mis amigos con 30. Bueno, en eso me dan envidia. En lo de la música no.

He tenido que defender esta postura estilística durante años. Mis tres últimas novias suman un total de cuatro años en pareja. Cuatro de los últimos siete. Para un golfo como yo, es bastante. Se parecían muy poco entre ellas. Solo se parecían en tres cosas; estaban buenas, odiaban el chándal y me dejaron. No, no está relacionado, pero seguro que contribuyó. No es que no les hiciese gracia. Lo odiaban con todas sus fuerzas. La primera me los escondía cuando vivimos juntos. La segunda, ahora reconvertida en mejor amiga, no quería quedar conmigo si me lo ponía. Y mira que era de Fuenlabrada… Hubo un día que me presenté con uno que tengo precioso, negro, de pata fina. Habíamos quedado para comer sushi. Ni me habló.

Con la última pareja fue todavía más curioso. En la Universidad iba a la clase de al lado. Yo la conocía de vista. En esa época, pensaba que ella a mí también. Cuando la vida nos cruzó doce años después dijo que no le sonaba mi cara de la facultad. Cuando le confesé que iba todos los días en chándal me explicó que muchas mujeres tienen un radar para no ver a este tipo de hombres. Descubrí que el chándal es como el anillo único de poder, te hace invisible para las buenorras. Alguien me debería explicar el éxito de Julián Muñoz entonces… ¡Pero es que para nosotros llevarlo es lo normal! Samuel, amigo desde adolescentes, compañero en la facultad y periodista reconvertido a financiero llegó a comerle tanto la olla a mi ex con lo que mola un buen pantalón de chándal que no quiso que volviésemos a quedar con él. Y uno, calzonazos de manual, tuvo que callarse.

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-Hola Álvaro, ¿vas al gimnasio?

-No. ¿Por?

-Vas en chándal.

-Sí. ¿Y…?

Conversación real mantenida hace una semana en un encuentro de trabajo en un bar de modernos. No estoy tan loco como para ir a una reunión de trabajo así vestido. Me juntaba con dos compañeros cómicos con los que tengo un espectáculo fijo en un teatro de Madrid -tranquis, que no voy a spamear-. Me hizo gracia.

¿Por qué esta fascinación? No es por su comodidad. Si así fuera, vestiríamos siempre en pijama. Principalmente es por estilo. Me gustan. Es así de subjetivo. Los hay que cuestan más de 300 euros sin ser equipación oficial de ningún club de fútbol. Las nuevas líneas de Adidas y Nike, especialmente en sudaderas, son modernas y combinan con ropa molona. Buceando un poco por Internet o en las tiendas de moda no es difícil encontrar uno que te guste a casi cualquier persona. Si lo llevan los raperos yanquis y los jugadores de la NBA que tienen cochazos, más oro que un Caballero del Zodiaco y conquistan mujeres como Jesulín de Ubrique en sus tiempos mozos, no puede ser malo.

Soy un gran aficionado al séptimo arte. No un cinéfilo pedante. Disfruto mucho con los '7 samuráis' de Kurosawa, me encanta el cine palomitero de Spielberg y creo que las dos películas de Maki Navaja de Andrés Pajares son obras maestras. En algunas de mis películas favoritas el chándal tiene un papel fundamental. Sin contar el cine basado en deporte. Ben Stiller hace doblete en mis altares. En la infravalorada 'Zoolander' (dirigida por el propio Stiller en 2001) el actor y cómico Jerry Stiller luce un chándal Louis Vutton. Sí, son padre e hijo. Y en 'The Royal Tenenmbauns' (Wes Anderson, 2001) viste mi chándal preferido: el Adidas clásico de dos piezas. Esta película no solo es que sea la mejor del cuqui-director americano, toda su filmografía es para el que escribe esto una colección de joyas. Y qué decir de Michael Cera en Juno. Todos los que somos perdedores de naturaleza amamos al señor Cera.

Son algunos ejemplos para reafirmarme en mi teoría. No pienso bajarme del carro. Pienso conducirlo hasta que nos estrellemos juntos. Si alguno me veis durante el día por Malasaña o Chueca, zonas por la que me suelo mover, me veréis así vestido. Esté yendo o no al gimnasio. De hecho, lo más probable es que no esté yendo. Pronto es mi cumpleaños y supongo que sabréis lo que me regala mi hermano cada mes de enero. Sí. Un pantalón de chándal. Y no de marca Decathlon, que los Velasco hemos ido a privado. ¡Dios bendiga al chándal!