Vivir de la muerte

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El número rarito

Vivir de la muerte

Yovani Solís ha embalsamado ex presidentes, luchadores enanos y decenas de cuerpos encontrados en las narcofosas del norte de México.

Todos los días, desde hace muchos años, utilizo el trolebús para ir de mi casa al trabajo. La ruta atraviesa una de las colonias pequeñoburguesas de la ciudad, la Roma, así como una de las más descuidadas, la Doctores, donde cada calle tiene el nombre de algún médico que fue famoso por algo. Una mañana, en abril del año pasado, vi algo desde la ventana del trole que me llamó la atención: dos tráilers estaban estacionados frente a la entrada de lo que parecía una casa normal, afuera había un buen número de fotógrafos tratando de retratar algo y elementos de la Seguridad Pública del DF resguardando el área. Aunque la escena obviamente no podía pasar desapercibida, en ese momento no despertó en mí ningún tipo de sospecha roswelliana. Por la noche, cuando vi el noticiero, me enteré de lo que pasaba en esa casa frente a la que había pasado todos los días, y que llevaba viendo desde la ventana del trole desde hacía más de diez años. Resulta que esa casa es algo así como una parada o una antesala de la muerte, una pequeña embalsamadora en la que entran cuerpos sin vida y salen como recién bañados y arreglados directo a sus funerales.

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Durante días seguí pensando en la escena de los camiones afuera de esa casa, hasta que finalmente decidí regresar para investigar lo que sucedía dentro. Llamé a la puerta, esperando que apareciera algún tipo viejo y arrugado con pinta de Nosferatu. Para mi sorpresa, me dio la bienvenida un joven tranquilo y con actitud liviana llamado Yovani González Solís, el encargado de la Embalsamadora La Piedad.

Lo primero que pregunté a Yovani fue por los tráilers que había visto. Quería saber de dónde venían y cuál era el cargamento que protegían tantos policías. Me contó que los camiones venían llenos de muertos y que se los traían a él. El Semefo (Servicio Mexicano Forense) se encarga de realizar las autopsias, para tratar de resolver homicidios y atender acci-dentes fatales. Sin embargo, muchas veces, negocios como el de Yovani son usados por esta instancia gubernamental para limpiar los cuerpos y embalsamarlos. Es algo así como una subcontrata mortuoria.

Él es Yovani y despacha las 24 horas de los 365 días del año porque ningún asistente soporta este oloroso trabajo. Cuando le pregunté a Yovani de dónde venían los cuerpos de los camiones, me dijo que los habían enviado desde Tamaulipas, que eran los cuerpos que habían encontrado en las narcofosas de San Fernando. Todos habían sido brutalmente ejecutados. Le pregunté a Yovani si podía regresar otro día para interrogarlo más al respecto. Me dijo que estaba bien.

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Los siguientes días fueron largos, charlando sobre la descomposición de los cuerpos, los misterios de la muerte y sobre la vida de Yovani. Hay quienes celebran sus quince años con fiesta y chambelanes, o con un viaje a Orlando; Yovani, al cumplir quince años, tuvo que empezar a trabajar, y el trabajo que encontró fue de embalsamador. A pesar de tener sólo 27 años, con sus 12 de experiencia se ha labrado una gran reputación que le garantiza trabajo constante de clientes frecuentes, como el Semefo y el Heroico Colegio Militar.

Yovani trabaja en su búnker de la muerte en la Colonia Doctores, una zona en la Ciudad de México que además de caracterizarse por tener dos hospitales públicos en una misma manzana, un sin fin de funerarias y cientos de negocios de ataúdes, es sede del Semefo. Digamos que esta parte de la ciudad podría ser el sueño húmedo de cualquier adolescente gótico.

Después de pasar varios días junto a Yovani, hablando y viendo cómo hacía su trabajo, me di cuenta de lo difícil que resulta tener una vida social cuando trabajas en este tipo de negocio. Yovani pasa casi las 24 horas del día, 365 días del año, en la em-balsamadora, solo. Según me contó, no puede tomarse días libres, simplemente porque no ha logrado encontrar a un sólo asistente que le dure más de unas semanas: la mayoría sale corriendo por lo duro que es el trabajo o por puro amor a su olfato, obligando a este muchachito a cuidar el negocio a tiempo completo.

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Actualmente parece que en México es más fácil con-vencer a un joven para convertirse en sicario, donde puede ganar 500 pesos por matar a una persona, que dedicarse a un trabajo como éste, limpiando el cochinero que otros dejan.

Según me explicó Yovani, no todos los cuerpos llegan en las mismas condiciones y hay algunos que requieren mucho más trabajo que otros. Las víctimas de homicidios o accidentes, como algunas de las que le toca embalsamar, tienen que hacer primero una escala en Semefo antes de que puedan ser prepa-radas para colocarse en un ataúd y —si tienen la suerte de ser identificadas— luego son enviadas a su funeral. Una vez se les ha practicado la necropsia para saber la causa de su muerte, los cuerpos deben ser embalsamados bajo el nombre y concepto de Legal, que es lo que requiere la ley.

El cuerpo es inyectado con al menos dos litros de formol, primero por la yugular, luego por las arterias carótidas a un lado del cuello, dentro de las venas subclavias a la altura del pecho, y finalmente las arterias femorales en las piernas. Además, cuando los cuerpos llegan a la embalsamadora, los órganos internos (corazón, hígado, intestinos, riñones, etcétera) son colocados en una bolsa de plástico para retrasar su descomposición.

Cuando una persona muere de alguna forma particularmente aparatosa, como prensado o descuartizado, Yovani tiene que cubrir las heridas con formol en polvo, lo cual hace que la sangre se gelatinice, para evitar que el líquido previamente inyectado salga como regadera durante el velatorio. Además de los órganos, el resto de los fluidos corporales también tienen que ser extraídos. Para eso, Yovani mide tres dedos arriba del ombligo y ahí intro-duce la sonda, un tubo conectado a una especie de aspiradora, que es una de las herramientas clásicas de un embalsamador. Cuando le pregunté cuál era la parte más difícil de perforar, me contestó: "el corazón". "Cuando los cuerpos salen de aquí, se ven como recién saliditos de bañar, porque todos se lavan, se secan y en algunas ocasiones hasta se maquillan".

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Además de las herramientas que uno esperaría encontrar en un lugar como éste (pinzas, bisturís, tijeras, hilo y la plancha donde se colocan los cuerpos), Yovani tiene algunas herramientas con las que aplica su sello personal. "Yo no puedo trabajar sin Kola Loka, porque cuando tengo que cerrar los hoyos del cuello por donde succiono los líquidos, no me gusta coser, la sutura no es agradable para los vivos que están en el velatorio. En cambio, si pegas la piel, el trabajo se ve más limpio". Además siempre tiene maquillaje y bilé [lápiz labial] a mano, porque como él dice, "Hay que darle su manita de gato a los cuerpos". Sin embargo, hay veces en que los familiares esperan resultados que van más allá de lo que Yovani puede humanamente hacer: "Los familiares que traen los cuerpos de las viejitas son muy especiales. Siempre te dan fotografías de cuando la muerta estaba viva, con mucho cabello y joven. Entonces quieren que quede tal como salen en la foto, y uno no es mago, ¿verdad?"

Mientras veía cómo Yovani extraía litros y litros de sangre, orina, agua y otros líquidos más difíciles de identificar de los cuerpos, me pregunté qué hace con todo eso. También me intriga-ba qué pasaba con las sábanas manchadas de sangre, algodones y con todos los demás desechos. Me explicó que todos los desechos líquidos terminan en el drenaje, pero primero pasan por una cisterna en donde tira una pastilla gigante que convierte toda esa mezcla en "agua". "¿En serio? Eso suena como alquimia", le dije. "Bueno, no es exactamente agua para beber, pero esta pastilla le quita el olor y el color a los fluidos, así que después de un tiempo en tratamiento, jalo la palanquita para liberar el líquido al drenaje. Los desechos sólidos los recoge el mismo camión que recoge basura de los hoteles. A cambio, claro, de una donación 'voluntaria'".

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A pesar de que su embalsamadora parece un negocio pequeño, Yovani ha preparado cientos, si no miles, de cuerpos durante su carrera. La persona más famosa a la que ha embalsamado fue el ex presidente José López Portillo. También le tocó trabajar con Espectrito Jr ., el luchador enanito a quien encontraron muerto en un motel junto con su hermano, Parkita. Ambos fueron asesinados por unas prostitutas que los narcotizaron con gotas oftálmicas para robarlos y, supuestamente, se les pasó la mano.

Pero quizá el trabajo más conocido y también el más terrible en el que ha estado involucrado Yovani fue precisamente el de los cuerpos que venían en los tráilers que vi aquel día desde la ventana del trolebús. Los cadáveres fueron encontrados en el municipio de San Fernando, en el estado de Tamaulipas, una zona conocida por ser un paso de migrantes centroamericanos en su camino hacia Estados Unidos. Según las investigaciones, los Zetas habían secuestrado autobuses llenos de pasajeros, demandando rescates o tratando de obligarlos a trabajar para ellos. Nadie sabía dónde estaban todas estas personas, hasta que se descubrieron las narcofosas.

A pesar de la distancia, los cuerpos fueron enviados a Ciudad de México en dos camiones refrigerantes. Muchos de los muerteros de la zona tuvieron que mandar los cuerpos en los que estaban trabajando a otras colonias y formaron una especie de "liga del justo embalsamamiento", concentrados en La Piedad. No les quedó otra que hacer equipo ante el número de cuerpos que les tocaría embalsamar ese día.

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"Primero llegó una tanda de casi 80 cuerpos y al día siguiente nos llegaron quizá otros 75", me dijo Yovani. "La mayoría llegaron en un estado muy avanzado de descomposición, casi irreconocible. Hubo casos en los que los que nada más nos tocó meter huesos o pedazos de piel en formol. Éramos un equipo de diez embal-samadores. Lo que hicimos fue dividirnos en parejas". "Me imagino que el olor era terrible", le dije. "No sé, casi dos años después de comenzar a dedicarme a esto perdí el olfato".

Al cabo de unas semanas de confusa información sobre el número total de cuerpos encontrados en San Fernando, el gobierno informó en un comunicado oficial que fueron un total de 193 cuerpos en 47 fosas clandestinas. Una vez embalsamados, los cuerpos fueron enviados de regreso al Semefo. Hasta la fecha solamente 34 han sido identificados.

Tristemente, esta no fue la primera vez que a Yovani le tocó trabajar a destajo. Meses antes, en septiembre de 2010, en su negocio recibieron a 56 de las 72 víctimas ejecutadas por los Zetas también en San Fernando. Las víctimas eran, en su mayoría, migrantes inocentes procedentes de El Salvador, Guatemala, Honduras, Brasil y hasta uno de la India, que iban de camino al norte en busca de una vida mejor.

De acuerdo con declaraciones del Semefo, para cuando sucedió la segunda masacre en 2011, 14 de los 72 migrantes aún no habían sido identificados. Con la necesidad de trasladar a un número tan grande de cadáveres al DF, los cuerpos no identificados de la primera masacre tuvieron que ser llevados a Toluca. Un cuerpo más fue reclamado, y para junio del año pasado, los 13 restantes tuvieron que ser enterrados, irónicamente, en otra fosa común, aunque esta vez en el panteón Civil de Dolores, el cementerio más grande de Ciudad de México. De los cuerpos que venían en los tráilers que vi hace casi un año, 80 tampoco han sido identificados, y hace poco fueron enterrados en otra fosa común.

Las fosas clandestinas no son un fenómeno nuevo en México. A finales de los 60, el gobierno del PRI hizo desaparecer a estudian-tes y líderes que después fueron encontrados en fosas. Durante los años 80 se encontraron otras más, pero definitivamente fue desde 2006, año en que Felipe Calderón tomó posesión como presidente y declaró la guerra contra los cárteles de la droga, cuando las narcofosas se convirtieron en una especie de epidemia. Entre 2006 y 2011 se encontraron 174 fosas con un total de 1.029 cuerpos, regadas en 19 estados del país, con Guerrero, Tamaulipas, Durango y Chihuahua encabezando las listas. Sin embargo, todo depende de quién lleve la cuenta; quién sabe cuántos cuerpos más siguen enterrados. En enero pasado, la PGR aceptó que, en los últimos cinco años, la guerra contra el narcotráfico ha dejado 47.515 muertos, organizaciones como el Semanario Zeta de Tijuana dice que van 60 mil, y México Unido Contra la Delincuencia, asegura que en realidad son más de 80 mil.

Cada cual puede tener su opinión sobre si la estrategia de Calderón vale la pena o no, pero lo que está claro es que con las cantidades de muertos que se siguen apilando como resultado de esta guerra entre el gobierno y los cárteles, negocios como el de Yovani seguirán muy ocupados. Y así, mientras nos seguimos enterando de casos atroces como los de San Fernando, yo me siento afortunada por haber encontrado a mi embalsamador de confianza, con quien puedo hablar durante horas y horas sobre la vida, la muerte y la nueva temporada de una de nuestras series favoritas, The Walking Dead.