Rodrigo Abd retrata a los niños de la guerra en Siria

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El número del botadero

Rodrigo Abd retrata a los niños de la guerra en Siria

Chicos que juegan y que hacen la guerra, parques infantiles convertidos en camposantos, ruinas que albergan huérfanos silenciosos, pequeños que empuñan las banderas y reciclan los odios de sus padres y vecinos.

Un hombre le enseña a Bilal, de 11 años, cómo usar un rocket de juguete en las calles de Idilib.

Este artículo forma parte de la edición de junio de VICE.

En 1919, Yamil, un humilde mercader de Homs, cuyo nombre en árabe significa "el hermoso", dejó su ciudad natal y arrancó un viaje por mar.

Primero al Mediterráneo; luego, al vasto Atlántico.

13.299 kilómetros de distancia recorridos. Tres meses de viaje en barco.

Atrás quedó su tierra.

Próxima estación: libertad. Oportunidad. O una vida sin miedo, que puede ser lo mismo. Yamil Abd llegó en un barco a tierra argentina, con su familia, proveniente de Siria.

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El viaje cambió desde entonces la vida de los suyos. Sin esa travesía Rodrigo, su nieto, quizás sería sirio y no argentino; sería el dueño de una tienda en Homs y no un fotógrafo reconocido. Quizás, sólo quizás, Rodrigo no habría sostenido su cámara en medio de un combate, y en cambio habría apuntado un fusil hacia un blanco enemigo. Quizás no sería el fotógrafo para Associated Press que es hoy, ni el padre vivo y carismático de Victoria, su hija de dos años y medio, sino uno de los miles de cuerpos que, desde 2011, caen sin vida en la guerra civil y terminan enterrados sin lápida y sin duelo en las tumbas improvisadas que él mismo ha fotografiado.

Siria corre por las venas, la nariz y el pelo ensortijado de Rodrigo Abd.

Su arribo a la tierra de sus ancestros no ocurriría en medio de un peregrinaje en búsqueda de respuestas ontológicas ni a manera de viaje familiar en un verano caluroso. Por el contrario, Abd llegó en 2012 a Siria para documentar la guerra, para sacarle un retrato sin filtros a la muerte, a ese conflicto de tintes étnicos y religiosos que llevó a su abuelo al exilio.

Para Rodrigo, Siria no fue una misión más, fue un retorno.

Rodrigo y yo, sin conocernos, ya habíamos conversado a través de sus fotografías. En el verano de 2012, mientras yo trabajaba en la revista Colors en un manual para sobrevivir el apocalipsis, él lidiaba con el suyo en el frente de batalla. Yo tenía a cargo un texto acompañado de sus fotografías que hablaba de la Mina en Guatemala, un riachuelo que se convirtió en un gran basurero adonde llegan los recicladores o guajeros a pescar pedazos de metal. En esas fotos, como en estas que hacen parte del cuerpo de trabajo de su estancia en Siria, dos elementos me cautivaron: su tratamiento de la luz y la manera en que, entre los pequeños infiernos en los que dispara su cámara, aparecen personajes que aún conservan vestigios de lo que fue de ellos antes de que llegara el horror.

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Un chico sirio observa solitario desde el lugar donde se ubicaba un almacén en Idilib. Momentos antes, el ejército de Al Asad bombardeó el centro de la ciudad.

De todas sus fotografías, las que más llamaron mi atención fueron las de los niños. Chicos que juegan y que hacen la guerra, parques infantiles convertidos en camposantos, ruinas que albergan huérfanos silenciosos, pequeños que no han terminado de aprender a caminar y ya empuñan las banderas y reciclan los odios de sus padres y vecinos.

Los niños que retrata Abd nos envían un mensaje escalofriante. Nos recuerdan que hubo un momento en que creyeron que el mundo era sólido y no los traicionaría. Años en que vivir era un juego, hasta que gradualmente se tiñó de guerra. Silenciosos. Inocentes. Nos miran sin pedirnos rescate, aunque generan en nosotros el instinto de hacerlo. Sus expresiones y juegos infantiles nos recuerdan lo lejos que estamos de ellos, lo imposible que nos queda ofrecerles un futuro diferente.

"Me interesaba mostrar cómo la atmósfera del país pasó de ser una protesta civil a un conflicto bélico, y cómo esto trastocó todas las escalas de la sociedad", me confesó Abd desde Lima, en una conversación por Skype. "Quería poner en evidencia los contrastes y mostrar cómo alguien que tal vez era panadero se dedicaba ahora a cavar huecos en la calle para colocar una improvisada bomba antitanques. Me parece que esas escenas cuentan más que aquellas que se narran desde la trinchera donde la pelea es frente a frente. Creo que como fotógrafos deberíamos contar esas historias cotidianas, porque al final, son esas historias las que definen la humanidad en medio de la guerra".

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Un niño que se columpia en el parque sobre fosas recién cavadas. Una mujer que llora un ser querido en un entierro. Una cofradía de hombres que comparten el pan en medio de balazos. "Como reportero intento mostrarle al mundo algo para que el observador se conmueva, se interese, entienda y reflexione", continúa Rodrigo.

Hacer memoria, contribuir a contar la historia, dejar un registro de lo que ocurrió, llamar a otros al acto de hacer. Pensar. Regresar.

La fotografía como consigna, como postura, como herramienta, como arma. Un ejercicio que, como dice Abd, "nunca terminará una guerra o un conflicto", pero que siempre valdrá la pena por el simple hecho de que alguien debe estar ahí. Ser testigo.

Cuatro años después de su regreso a Siria, el lugar de Abd ha cambiado. "Me interesaría volver a Siria y documentar lo que pasa en el otro lado (el del ejército de Bashar al Assad), lo que está pasando en estas ciudades devastadas, donde la gente tiene que empezar de cero. Pero creo que no volvería al frente de batalla, mi situación ha cambiado desde que me convertí en papá".

Y cuando habla del ser papá, de su hija, creo que ni él ni yo podemos evitar ver en los niños que retrata, en su inocencia y sus gestos, a su Victoria y a mi Lorenzo, a quienes, si el destino hubiera barajado distintas cartas, podrían ser ese bebé que sonríe con un fusil trincado entre banderas, esa nena que se columpia sobre el cementerio o ese niño que desde su casa cuenta balazos en una pared. Y es ahí, en ese momento, donde se hace tan plausible para mí el valor de la fotografía, su capacidad de tocar, de comunicar, de contar, de emparentar vidas y dolores.

Un niño juega en un parque convertido en cementerio en Idilib, norte de Siria.

En Siria los niños juegan con lanzacohetes y las niñas limpian muertos en vez de estar en el colegio. Mientras tanto, al otro lado del mundo, como dice Rodrigo, "las potencias siguen metiendo la mano, jugándose sus intereses mientras los sirios terminan poniendo los muertos".

En el medio, entre los que sufren la guerra y la negocian, Rodrigo dibuja relatos con sus fotos, para que nosotros nos informemos, reflexionemos y quizás, sólo y muy remotamente, reaccionemos.

Puedes leer las otras entregas de nuestro especial de la guerra en Siria aquí.