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Día Internacional de la Mujer

La activista que defiende los derechos de los hombres y repudia el feminismo

Karen Straughan se ha hecho popular con sus videos y teorías sobre "el hombre desechable".

Desde el feminismo acusan a Karen Straughan (Edmonton, Canadá) de odio a su propio género y de ser una apologista de la misoginia, pero dentro de la manosfera la consideran casi una heroína que, a través de sus videos y comentarios en la web, ha dado visibilidad a los problemas que muchos varones sufren en silencio.

"Cuando vi tus videos, fue la primera vez que lloré en 20 años…" (…) "Tú me decidiste a no suicidarme…" (…) "Muchas gracias, luego de 10 años más o menos, realmente estaba empezando a odiar a las mujeres…".

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En los últimos seis años, éste ha sido el tono de los mensajes que regularmente circulan por las redes de Karen Straughan, una bloguera y escritora canadiense bisexual que, desde 2010, publica videos difundiendo diversos tópicos vinculados a la defensa de los derechos de los hombres.

Sin embargo, a lo largo de su carrera como activista y figura de la web, no todos los mensajes que le han llegado han sido declaraciones de agradecimiento ni mensajes de apoyo.

Straughan, de 45 años, también ha tenido que lidiar con las recurrentes y ácidas críticas de un movimiento al que se opone abiertamente: el feminismo.

Sí, Karen Straughan –quien alguna vez dedicó sus tiempos libres a escribir literatura erótica para mujeres- es una ferviente y declarada antifeminista.

Y, como era de esperar, su temeraria declaración de principios ha levantado bastante polvareda: el 2015, la bloguera Amanda Marcotte, de la revista Slate, la mencionó como la "cabecilla" de las Honey Badgers Brigade (La Brigada del Tejón de Miel) un grupo de "mujeres misóginas" vinculadas al Men´s Right´s Movement (MRM) que "derraman veneno hacia las mujeres que odian".

"También me han dicho que he internalizado la misoginia, que me odio a mí misma y que soy abusiva y hostigadora", reconoce por mail desde Edmonton, donde reside.

Otros, lisa y llanamente, le dicen que es una ignorante y que no sabe de qué se trata realmente el feminismo: "o que lo entendí todo mal, que sólo necesito ´educarme´ para aprender que el feminismo es simplemente maravilloso".

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Algunas críticas también se han centrado en su aspecto físico: "me han dicho perra, fea, que parezco hombre, que no podría conseguir la atención masculina de otra manera, o que, simplemente, quiero ser la reina de la fiesta".

Finalmente, Karen, quien es madre separada de tres hijos, recuerda los mensajes que han mostrado algún tipo de lástima por ella: "me dicen que sufro del Síndrome de Estocolmo, que estoy loca, o que he tenido `problemas con mi padre´ o ´con mi madre`", explica.

Un subgrupo reciente -pero no por eso menos llamativo-, son los comentarios que la acusan de ser una "teórica de la conspiración".

Pese a estos insultos, críticas y "trolleos" a los que habitualmente se expone, Karen no está dispuesta a retroceder en sus opiniones.

Sabe que el feminismo no la quiere, pero no le importa.

Ella tampoco lo quiere.

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Todo comenzó en 2010 cuando, debido la incredulidad que suscitaban sus posteos en comunidades online de hombres, su actual pareja la instó a "dar la cara" y hacer videos difundiendo sus heterodoxos puntos de vista.

Así, y aprovechando los intersticios que tenía en su trabajo como camarera, Karen comenzó a arreglárselas para despachar videos en los que abordaba temas con títulos tan sugerentes como "¿Hombres que no se casan? ¿A dónde llegará el ´problema´? "¿Está el feminismo realmente muriendo?; "Soy una mujer sexy, ¡así que deja de objetivarme!" "¿Yo feminista? De ninguna manera".

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Pese a la difusión que tuvieron sus primeros videos, no fue hasta noviembre del 2011 que esta activista, de familia obrera y sin formación universitaria, logró consolidarse finalmente como una referente indiscutida dentro del MRM.

Su boleto a la fama: un video en el que, con el refrigerador y los platos a medio lavar como escenario de fondo, abordaba los vínculos entre el "feminismo y el hombre desechable".

En él, Straughan reflexionaba: "he estado oyendo desde el campo feminista que las mujeres han sido históricamente devaluadas por la sociedad, y que siempre se ha preferido a los hombres, pero yo he defendido que se trata exactamente lo contrario (…) la idea del hombre desechable viene rondando desde el amanecer de los tiempos y está basado en una dinámica muy sencilla: cuando se trata de cuidar de otros, las mujeres vienen primero, y los hombres, después (…) lo femenino es intrínsecamente e individualmente más valorado por la simple razón de que las mujeres son el factor limitante de la reproducción de todas las especies".

El video, que fue un hit instantáneo que con casi 1 millón 500 mil reproducciones, convirtió a Straughan en una figura menor de la web, pero en la misma liga de celebridades "virales" – y que se caracterizan por abordar temáticas de género desde puntos de vistas heterodoxos o "libertarios"- como el polémico periodista griego británico Milo Yiannopoulos, o la profesora de la Universidad de Ottawa, Janice Fiamengo.

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No obstante, el clímax de su fama llegó hace aproximadamente un año, cuando su canal de YouTube Girl Writes What -que a la fecha cuenta con 151.359 suscriptores y 13.707.164 visualizaciones- empezó a generar tal nivel de ingresos por publicidad que Straughan pudo darse el lujo de abandonar su trabajo como camarera para dedicarse a tiempo completo a su labor como conferencista, bloguera y activista por los derechos de los hombres.

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"Sí, soy una antifeminista. Creo que la etiqueta es arriesgada, pero necesaria", reconoce tajante.

Aunque sabe que es una declaración de principios arriesgada, Straughan también introduce matices: "mi desacuerdo con el feminismo –explica- no es necesariamente sobre las metas, sino principalmente sobre su análisis de la realidad, y las herramientas que utiliza para hacer ese análisis".

Dice, por ejemplo, estar completamente a favor de la emancipación de las mujeres y afirma hacer oídos sordos a quienes la acusan de "haber internalizado la misoginia" o de "odiar a su propio género".

Pero, ¿cuál es, según ella, el perfil de las feministas que la critican?: "¿perfil? La mayoría de las feministas que se meten conmigo no son universitarias. Son feministas pop o locas, personas que han realizado estudios de la mujer, pero que no han seguido ninguna carrera. Tienen blogs -si es que- no cargos académicos".

Straughan dice haber invitado a estas feministas "pop" y "académicas" a debatir con ella en varias ocasiones. Sin embargo, y según parece, "ni siquiera responden con un ´no´. Simplemente no responden", explica.

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Hubo solamente una "feminista influyente" que alguna vez "intentó" debatir con Straughan. "Naomi Wolf lo hizo una vez, y dudo que vuelva a hacerlo. La rebatí tanto que temblaba después de que terminó la discusión".

Ese tipo de declaraciones en torno a feminismo y feministas —que no conocen medias tintas— son las que le han aparejado a Straughan tanto críticas como también un nutrido séquito de seguidores: "el feminismo es sólo patriarcado con labial y tacones altos", asegura.

Pero ¿hay algún ala del feminismo con el que Karen se haya sentido alguna vez, aunque sea remotamente identificada? "No hay ningún sector con el que me haya sentido identificada, porque no estoy de acuerdo con la premisa fundamental —sostiene—. Incluso el feminismo de Christina Hoff Sommers se basa en la presunción de que las mujeres han sido históricamente reprimidas, o excluidas de algunas esferas de la vida social por ninguna buena razón".

Y arremete con firmeza: "he pasado bastante tiempo investigando el feminismo para saber que han estado en la cama con el patriarcado de la ´vieja escuela´ desde el principio y todo el tiempo".

Según Straughan, la teoría feminista "no dice absolutamente nada nuevo sobre hombres y mujeres (…) sólo que los hombres son fuertes, las mujeres son débiles, los hombres son perpetradores, las mujeres son las víctimas, los hombres son actores, las mujeres no hacen nada, los hombres son poderosos, las mujeres no tienen poder, los hombres deben ser héroes, las mujeres necesitan protección. Esas son todas cosas que la gente creía hace 500 años, hace 1000 años, hace 2000 años".

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Una de sus principales cruzadas apunta a criticar el concepto de "patriarcado" que el feminismo suele enarbolar: "Si miramos el ´patriarcado´, ¿cuándo comenzó a preocuparse por las muertes en los lugares de trabajo? El incendio en la fábrica de camisas Triangle de 1911 en Nueva York fue el catalizador de nuevos estándares de seguridad. 23 hombres murieron y 123 mujeres. Sin embargo, he leído transcripciones de investigaciones sobre accidentes de minas de carbón de dos o tres años antes que resultaron en docenas o decenas de muertes de hombres, y donde el jurado sentenció que `la compañía no incurrió en falta` antes incluso de que el testimonio de los testigos hubiera terminado. Y donde la gente presentada al jurado como compasiva y merecedora de justicia no eran los muertos, sino sus viudas".

"Si a las únicas personas a las que nos interesa proteger es a las mujeres, ¿cómo pueden ser descritas como subyugadas u oprimidas? ¿cómo pueden describirse ellas mismas como devaluadas por la sociedad?", dispara.

Un símil del que se vale Straughan para ilustrar lo que opina del feminismo es la "teoría médica de los cuatro humores", que era cuando los médicos prescribían, a fines de la Edad Media, sanguijuelas, ventosas y sangría con la cándida intención de curar al paciente.

"Pensaban que no era maliciosos en sus objetivos –precisa- creían que la enfermedad era causada por un desequilibrio en los cuatro humores".

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Bajo ésta línea de análisis, para Karen, "el feminismo es la teoría de los ´cuatro humores´ del género (…) Y si su meta es curar la desigualdad, su diagnóstico no sólo es incorrecto, sino que está construido sobre un modelo de enfermedad completamente inválido que ha desangrado a la sociedad al servicio de mantener su premisa fundamental: que los hombres son opresores y las mujeres oprimidas".

"Al menos en Occidente -continúa- y desde Mary Wollstonecraft en adelante, ésta ha sido la idea dominante y la que ha primado: que los hombres tienen el poder y el privilegio, y que han construido la sociedad de tal manera que históricamente todos se benefician de él a expensas de la opresión y subyugación de las mujeres".

"Y como esa es la idea fundacional del feminismo, e independientemente de sus desacuerdos menos fundamentales, me opondré a ello (…) Puesto que me opongo a la presuposición fundamental, me opongo a todo".

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La separación de los grupos con posturas críticas, anti o contrarias al feminismo, y los de defensa de los derechos de los hombres, han tenido históricamente fronteras mutuas difíciles de definir, ya que, desde sus orígenes, ambos movimientos han compartido visiones en común.

El primer antecedente del término "derechos del hombre" se remonta a febrero de 1856, cuando la revista mensual neoyorkina Puntman publicó un editorial titulado "Una palabra para los derechos de los hombres".

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La nota expresaba que las "innovaciones" en la legislación estaban poniendo a los maridos "en una condición absurda y anómala". Asimismo, la publicación manifestaba que los jueces, "no contentos con exigirle (a los maridos) todavía ciertos deberes y obligaciones, les privan de los poderes y de los derechos esenciales para su cumplimiento".

¿Cuáles eran esos poderes? Según el editorial, el esposo debía ser el "guardián y el amo" de la mujer y estaba obligado a asumir las responsabilidades de su "comportamiento y de sus acciones".

Más de 40 años después, en mayo de 1898, William Austin, el fundador de la primera "Liga para los Derechos de los Hombres" declaraba en Blackburn, Inglaterra, que "la asociación surgía para asegurar la protección legal y moral de los hombres contra la invasión de las mujeres".

Austin agregaba: "El prejuicio pro-femenino de los jueces está haciendo que, tanto en los tribunales de divorcio como en las leyes de matrimonio, los hombres estén perdiendo y las mujeres siempre ganando".

Sin embargo, el primer movimiento por los derechos de los hombres formalmente reconocido, y con un programa definido, surgió recién en 1926, cuando en la Viena de posguerra, Sigurd Höberth von Schwarzthal y Leopold Kornblüh fundaron Der Bund für Männerrechte (Federación para los Derechos del Hombres).

En el marco de la primera convención que ese año el grupo llevó a cabo en Berlín —bajo el lema "igualdad de derechos para los hombres"—, Hoebert, su presidente, declaró ante la prensa: "todo lo que la Liga quiere es que las preferencias y privilegios que ahora reciben las mujeres de la sociedad, del Estado, y especialmente de los tribunales, se detengan".

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Y agregaba: "amamos y honramos a las damas, pero queremos dejar a nuestros descendientes, una vez más, verdaderas madres y esposas, y evitar que sean asesinados por la supuesta emancipación de la mujer". La organización, así como sus múltiples facciones derivadas -una de ellas solo para mujeres-, dejaron de existir antes de 1939.

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La versión moderna del MRM surgió a comienzos de los años 70, luego de que en el Movimiento para La liberación de Los Hombres estadounidense –un grupo progresista, conformado mayoritariamente por veteranos de la nueva izquierda, académicos, estudiantes y manifestantes contra la guerra- comenzaran a surgir fricciones debido a la creciente cercanía ideológica del grupo con sectores feministas.

Eso dividió aguas: aquellos miembros que estaban en contra de la idea de que el "patriarcado" beneficiaba a los hombres a expensas de las mujeres, se desvincularon del grupo para crear un nuevo movimiento, centrado en los "costos" que los roles de género tradicionales tenían para los varones.

Con el tiempo, dentro del nuevo movimiento de varones críticos al feminismo, comenzaron a ganar terreno las reivindicaciones de padres divorciados que se quejaban de la creciente tendencia de los jueces a favorecer, decían, a las mujeres en casos de divorcio, custodia compartida o juicios por violencia doméstica.

No obstante, durante los años 80, el MRM empezó a adquirir una visión marcadamente tradicional de los roles de género, así como un lenguaje cada vez más cáustico e inflamatorio hacia el feminismo. La retórica que por esos años el grupo empezó a utilizar fue la del hombre como "sujeto desechable" u "objeto del éxito".

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Sumado a ello, y de forma cada vez más recurrente, la opinión pública —así como diversas agrupaciones feministas— empezaron a acusar al MRM de ser una causa de odio hacia las mujeres y que promovía una versión "tóxica de la masculinidad".

Varios medios de comunicación encontraron vínculos entre los manifiestos de los perpetradores de la Masacre de la Escuela Politécnica de Montreal, en 1989, los Atentados de Noruega en 2011, y la Matanza de Isla Vista, en 2014, con el lenguaje utilizado en los foros y espacios más radicales del MRM. Esto contribuyó, directa e indirectamente, a reforzar la visión del MRM como un grupo de odio, y a diluir el mensaje que sus miembros más equilibrados buscaban transmitir.

Sin embargo, y pese a esta progresiva mala fama que dentro del imaginario colectivo se iba ganando el MRM, un importante hito se produjo en 1993, luego de que el politólogo estadounidense Warren Farrell —un feminista desencantado que alguna vez el único hombre en ser elegido como miembro de la mesa directiva de la Organización Nacional para las Mujeres— publicó "El Mito del Poder Masculino", un libro que aún hoy se considera "la biblia" del MRM.

En su texto, Farrell intentaba demostrar —con base en datos actualizados y estadísticas oficiales— que la idea del "privilegio masculino" era una verdad a medias, y en muchas ocasiones, lisa y llanamente una falsedad. Para ello, Farrell se basaba en ciertos datos, como el alto porcentaje de accidentes masculinos en trabajos de alto riesgo (más del noventa por ciento de las muertes), o las cifras de hombres víctimas de delitos violentos (el doble que las mujeres) así como también las altas tasas de suicidios masculinos (a nivel mundial, tres veces más que las mujeres).

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A principios del 2000, los postulados del MRM alcanzaron, gracias al auge de Internet y las redes sociales, una inusitada resonancia con el surgimiento de una vasta red de blogs, foros y comunidades online conocidas informalmente como la manosfera.

En la actualidad, el rango de hombres —pero también mujeres— que componen estos grupos van desde jóvenes extremadamente críticos al feminismo que se han abstenido de tener relaciones con mujeres (a menudo tras haber experimentado alguna forma de rechazo o experiencia traumática), defensores de los derechos de los padres y víctimas masculinas de abuso doméstico, sexual o psicológico

Las principales páginas que integran esta red son los Hombres que Siguen su Propio Camino ( MGTOW, por sus siglas en inglés), y los subreddits /r/MensRights y / r/TheRedPill (La Pildora roja) un término que, tal como en la Matrix, hace referencia a la pastilla roja que revela la "realidad", pero en este caso, de las "desventajas" que viven los hombres en la sociedad.

Sin embargo, dentro de la manosfera, la organización más convocante en los países del Hemisferio Norte es A Voice for Men (AVfM), una entidad y página web creada en 2009 por el controvertido escritor y psicólogo norteamericano Paul Elam, quien ha sido acusado en reiteradas ocasiones de utilizar un lenguaje "deliberadamente inflamatorio" al abordar temas como la violación, el feminismo o la violencia doméstica hacia las mujeres.

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Sumado a ello, en 2012 el Southern Poverty Law Center —una organización no gubernamental norteamericana que monitorea grupos de odio domésticos— incluyó a AVfM en una lista de sitios acusados de promover la misoginia y el odio de género.

El último episodio que tuvo al MRM en el "ojo de la noticia" se produjo en octubre del año pasado luego de que en varios países del mundo se estrena —con la oposición de varias agrupaciones feministas— el controvertido documental The Red Pill (La píldora roja), en el que la directora y feminista, Cassie Jaye, se sumerge en el mundo del MRM con la idea de estar investigando a un "grupo de odio".

Pero el film tiene un inesperado vuelco, y ahí radica la polémica: durante el rodaje —y luego de reunirse con algunos de los referentes de la organización y de enterarse de los principales problemas que aquejan a los hombres— la directora, notoriamente conmovida, decide solidarizar con el MRM y deja de llamarse a sí misma feminista.

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Karen cree que es "un milagro" haber cambiado el punto de vista de mucha gente en cuanto a temas de género. "Incluso de algunos que se consideraban a sí mismos feministas firmes", confiesa.

Una de sus principales cruzadas ha sido lo que para ella es la tendencia del feminismo a considerar todo lo masculino como "inherentemente psicopático", opresor o eventualmente peligroso. "La fuerza o iniciativa masculina es usualmente positiva —sostiene— y con bastante frecuencia, los hombres han trabajado, inventado, sudado, sangrado y muerto para cambiar y mejorar el mundo en el que, precisamente, viven las mujeres".

De la misma manera, y pese a su labor como defensora de los derechos de los hombres, Straughan afirma que ha intentado alejarse, a través de sus videos, del tipo de retórica que ella califica como "las olimpiadas de la opresión". En ese sentido, dice que rara vez utiliza la palabra "oprimido" para referirse a los hombres, y que solo utiliza el término "cuando se trata de criticar al feminismo por su frívolo uso de él".

Además, asegura que en materia de género se inclina más bien por una perspectiva del tipo igualitarista: "siempre he mantenido que el sexismo corre en ambas direcciones. Que la distancia entre A y B es la misma que entre B y A".

Confiesa también de que su interés por los derechos de los hombres surgió durante el juicio de divorcio con su ex pareja, cuando se dio cuenta de que "con poco o ningún esfuerzo podría haberle destruido la vida por completo (…) cada aspecto del sistema hacía que la elección de arruinarlo fuese más fácil que la de elegir no hacerlo", recuerda.

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En los últimos años, Straughan ha atraído un nuevo y valioso aliado a su causa: mujeres que, desilusionadas con el rumbo del feminismo "trendy" o "mainstream" (o que se han sentido excluidas de espacios feministas por motivos de raza, clase u orientación sexual) han visto en el discurso de Straughan valiosos y lúcidos aportes a la discusión sobre posibles escenarios posfeministas e interseccionales.

Y es que –y quizás paradójicamente- el activismo a favor de los derechos de los hombres de Straughan expresa para muchas mujeres un ejemplo potente y valorable de cómo construir identidades por fuera de los discursos únicos, tradicionales o dominantes.

Como sea, y sea cual sea el devenir de la causa feminista a futuro, en la centralidad de lo que a su militancia se refiere, Straughan sabe que para ella no será fácil: "no espero que el mundo me dé una audiencia imparcial, no espero ser tratada con justicia, solo necesito saber que puedo generar un impacto. Poder hacerlo, a pesar de que la vida es injusta, es una fuente constante de consuelo y aliento. Ejercer el poder en un mundo que te lo entrega es fácil y aburrido. ¿Ejercer el poder en un mundo que es injusto? Eso es interesante y satisfactorio".