Así se está creando la nueva escena del stand-up comedy en Colombia

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Cultură

Así se está creando la nueva escena del stand-up comedy en Colombia

Hay vida más allá de Los Comediantes de la Noche.

Ilustraciones por Daniel Senior.

La primera impresión que deja El Rembrandt, un bar cercano al San Andresito de la 38, en Bogotá, es que se trata de uno más de esos sitios bogotanos que se rehúsan a poner reggeaton o a abrir espacio para una pista de baile. El bar, además, tiene todos los clichés de la bohemia rola: en el techo cuelga una bola de disco del tamaño de un balón de fútbol número cinco, la barra es atendida por la hija del propietario y en las paredes hay citas de Charles Baudelaire, Oscar Wilde, Arthur Miller y otros de esos que la historia llama "poetas malditos".

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De repente, en el filo de la noche — ese momento en el que la tercera cerveza se está acabando y va siendo hora de decidir si es momento de apagar e irse o de prenderse y seguir de largo— la música se apaga, se encienden las luces y un tipo gordo que rodea los 40, llamado Franco Bonilla, se para en una tarima de medio metro a hablar acerca de lo mucho que sabe sobre el Sildenafil, el viagra genérico, a pesar de nunca haberlo comprado.

El público, el que está frente a él, y también el que lo ve desde la sala trasera a través de un televisor, responde con carcajadas. Solo entonces se puede apreciar aquello que es excepcional acerca del Rembrandt: la gente viene a este bar a callarse un rato. De hecho, su clientela lo hace cada sábado desde hace 14 años.

Esta condición, excepcional en el país de "me emborracho, picho y peleo", es solo la primera de una lista de condiciones para que realmente exista una escena del stand-up Comedy en Bogotá.

También hace falta, por ejemplo, un grupo de personas dispuestas a pararse en un escenario y exponerse, que es de lo que se trata el stand-up Comedy.

De eso y de hacer reír. Casi nada.

Otra noche, en otro lugar, Santiago Gordo ––joven, flaco, gafufo–– se para en la tarima de un bar tratando de sacarle una carcajada abierta a una docena de personas un jueves por la noche:

–– Hay cosas que solo pueden suceder en una oficina ¿no?, como cortarse con papel. A mí esa vaina me da pavor por una razón ––dice––: ¿no han visto cómo uno se pone una curita en el dedo y a las dos horas el dedo ya cayó en la indigencia? Uno lo ve ahí todo sucio y untado de pegante.

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El público parece responder más al frío de la noche lluviosa que al humor de observación del comediante en el escenario.

"Hoy fue una de esas noches en las que uno sabe que va salir a morir, pero igual tiene que pararse a hacerlo", me diría unas horas después Luis Gardeazabal, el presentador de la función de esa noche en el bar La Casa del Árbol, a espaldas de Unicentro, por la calle 118, en Bogotá. Además de un par de cervezas y una picada cortesía de la casa, la función de esa noche le dejó a Luis y a Santiago suficiente para el taxi para irse de vuelta a casa.

Santiago y Luis hacen parte de un grupo de comediantes que llevan un par de años construyendo una escena para el stand-up comedy en Colombia. Un par de docenas de tipos jóvenes presentan en bares, universidades, teatros, bazares, y básicamente cualquier lugar en Colombia donde haya gente dispuesta a quedarse sentada y callada mientras ellos se paran a hablar.

Las palabras de Luis son casi el mantra de los comediantes de aquí y de todas partes. A pesar de que la mayoría de los que vemos comedia en televisión o Youtube estamos acostumbrados a ver al público recibir a los comediantes con una ovación y a responder a todos los chistes con carcajadas, quienes hacen comedia saben que las funciones se parecen más a un jueves en La Casa del Árbol que a un DVD de Jerry Seinfeld.

"Uno es como un bajista: uno va llevando el ritmo de la presentación. Luego hay un momento en el que uno debe abrirle paso a las risas, que son como el solo de guitarra. Imagínese qué pasa cuando es la hora del solo y el guitarrista no aparace", me decía Pedro Silva, un comediante de Bucaramanga que lleva cuatro años haciendo stand-up en bares de Bogotá y de su ciudad, luego de 15 minutos flojos que tuvo en el escenario del Backstage, un bar de Chapinero.

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Él me dijo que me imaginara. Y me lo imagino: si sentado entre el público la pena ajena cuando un comediante fracasa en su chiste es suficiente para hacerme bajar la cabeza, en el escenario la presión debe ser insoportable. ¿Por qué alguién se levantaría del cómodo anonimato del público para exponerse de esta manera?

"Hermano, este es un vicio raro", me dijo Fabián Puerta, otro, que se se presentó esa noche en el Backstage. Y parece ser verdad: la mayoría de estos tipos lucen como si hicieran comedia por una necesidad vital. Salen del trabajo y corren para llegar a tiempo a la función. Luego corren de la función para llegar a tiempo al Transmilenio. "Yo me he parado luego de ir a velar a una amiga, me he parado luego de que me botó mi novia, me he parado frente a una sola persona. No importa.", me decía Pedro, quien afirma haberse subido al escenario unas 200 veces desde que empezó.

Esa actitud vital que tienen los comediantes frente a su oficio se refleja en la manera en la que califican sus propias presentaciones: "matan" cuando el público ríe a carcajadas y "mueren" cuando la gente prefiere mirar sus celulares durante la función.

Más que hacer reír, la obsesión de estos comediantes parece ser hacerse escuchar. "Usted en comedia solo empieza a volverse bueno cuando logra hablar con sinceridad de usted mismo", me decía Luis Gardeazabal, luego de la función en la Casa del Árbol. Según Luis, esto puede tomar años de pararse y fallar y comerse su picada cortesía de la casa y devolverse a la casa sin plata: "vea a Louis CK, el tipo fue un comediante regular durante 20 años. Un día se paró a decir que estaba mamado de su matrimonio y de sus hijas. Y desde ahí ha sido uno de los mejores de Estados Unidos" .

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Además de tiempo, hablar de uno mismo con sinceridad frente a una sala llena de desconocidos, requiere una dosis considerable de valentía. "Hace poco me diagnosticaron depresión y he estado probando con chistes de eso", me contaba Santiago Gordo, luego de una de sus funciones: "los chistes aún no están listos, pero ahí los voy probando. Veo que algunas personas se preocupan, como si no les pareciera que yo debiera estar haciendo chistes con eso, pero a mí no me parece. Es como si un gordo no pudiera burlarse de su gordura o un diabético de la diabetes".

***

Que haya gente dispuesta a sentarse en un bar a callarse, otra gente dispuesta a salir a jugarse la vida por hablarles y hacerlos reír, y lugares para que unos y otros se encuentren, no es fruto de la generación espontánea. La mayoría de comediantes que se presentan en los bares de Bogotá tienen algo en común: todos los que conocí pasaron por el taller de comedia de Gonzalo Valderrama, que dicta de manera personalizada en su casa.

Gonzalo estuvo ahí para ver cómo la cuentería se convirtió en stand-up con el cambio de siglo. ¿Cuál es la diferencia entre la una y la otra? Según Gonzalo, la cuentería es narrar "una historia que puede, o no, ser chistosa". Mientras que la stand-up comedy (Gonzalo insiste en usar el artículo femenino ya que, dice, es el que le corresponde a comedia en español) es presentarle al público una reflexión personal acerca del mundo. "El cuentero es como el reportero; el comediante, un columnista", me dijo en la sala de su apartamento en el barrio La Soledad.

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Valderrama, quien afirma haber hecho esa transición entre 2000 y 2001, ha estado ahí para ver al stand-up salir del parque El Salitre en Bogotá y dirigirse hacia los estudios de Comedy Central en Ciudad de México. "En un principio había una tensión entre la gente que hacía cuentería y los que nos pasamos al stand up, porque ellos veían lo nuestro como algo frívolo", recuerda Valderrama, "pero con el tiempo, y al ver que había posibilidades de ganar más dinero, se fueron pasando al stand up".

Y a algunos no les ha ido mal.

Muchos de los comediantes colombianos más conocidos hoy en día comenzaron haciendo cuentería, comedia o algún híbrido entre las dos: Diego Camargo, Ricardo Quevedo, Andrés Lopez, Tato Devia y el propio Valderrama, quien sigue presentándose ocasionalmente y se mantiene activo a través de su cuenta de Twitter, @monobio.

También el público ha ido cambiando. "Yo fundé este bar porque quería tener ese mismo plan de ir a ver cuenteros al parque, pero sentado en una mesa y sin mojarme el culo", me dijo Harold Cerón, el dueño del Rembrandt, cuando le pregunté por qué abrió un espacio para la comedia hace 14 años.

Para Valderrama, sin embargo, la escena del stand-up comedy no ha nacido aún en Colombia, "faltan como veinte años", dice, pero dice también que ya tiene sus hitos: el primero de todos, la piedra fundacional, fue La Pelota de Letrasde Andrés López, un show de una hora que acuñó ideas y expresiones que se mantienen vigentes 12 años después de su lanzamiento. El segundo es ¿Quién pidió pollo?, de Antonio Sanint, porque mostró que había más comediantes a parte de López. El tercero, Los Comediantes de la Noche, un programa de televisión del que Gonzalo hizo parte en su primera temporada y que logró pelearle en rating a los humoristas de Sábados Felices.

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Estos hitos han sentado las bases para el pequeño y dispar gremio que es la comedia en Colombia hoy día. Un circuito en el que paralelamente existen las funciones de comediantes reconocidos como Ricardo Quevedo y Alejandro Riaño, quienes cobran alrededor de 20 millones por presentación. Otras docena de comediantes menos reconocidos que abren las funciones de los primeros por una fracción de esa suma y tipos como Santiago y Luis que lo hacen por amor al arte y una picada.

A pesar de haber lanzado a la fama a un puñado de comediantes jóvenes y hasta ese entonces relativamente desconocidos, a Gonzalo le quedan varios sinsabores acerca del legado de Los Comediantes de la Noche para el stand-up colombiano. "En primer lugar, marcó un tono del que no ha logrado zafarse aún el stand-up acá, que es el de la comedia de recreacionista", anota Valderrama acerca de la tendencia que tienen muchos de sus contemporáneos de hacer comedia en un tono escandaloso y caricaturesco.

Para Gonzalo, dado que el formato del programa exigía que los comediantes trajeran material nuevo a cada grabación, Los Comediantes de la Noche no daban lugar para experimentar ni arriesgar, "todos teníamos que llevar a allá lo mejor que teníamos, o al menos lo que sacara risas seguras". Valderrama sostiene que esta obligación de salir a matar hizo que muchos de sus contemporaneos se encasillaran en eso que los comediantes llaman "humor de identificación": cosas que hacen reir porque nos pasan o se nos ocurren a todos, pero que tienen poco mérito cómico precisamente por eso.

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Es por eso que hoy en día Gonzalo le pide a sus pupilos que se abstengan de hacer chistes acerca del transporte público, las relaciones de pareja y la colombianidad. Eso ya se ha hecho antes.

***

Ibrahim Salem siempre lleva una libreta en el bolsillo trasero del pantalón, ya que, dice, es la marca del buen comediante. "Yo no creo en esa maricada de anotar los chistes en el celular", comenta Ibrahim un bogotano hijo de palestinos que a sus 22 años ya ha perdido la cuenta de cuántas veces se ha parado a hacer stand-up comedy. Su comedia oscila entre el humor negro de su rutina del violador colombiano Luis Alfredo Garavito ––"¿no han visto cómo a Garavito siempre lo presentan como el violador de niños? Hay que decirle a los medios que sean más cuidadosos, ¿acaso las niñas no merecen ser violadas?–– y el de observación de su rutina de frutas ––"Hay frutas como el anon, que parece que no tuvieran representante. Y otras como la manzana, que tiene un manager tan hijueputa que la metió hasta en la biblia"––.

(A pesar de que Gonzalo Valderrama me pidió que me refieriera a la stand-up comedy y no al (el) stand-up comedy, me quedé con el stand-up, porque siento que refleja cómo el género se ha ido afianzando con un pie puesto en otro idioma).

La mayoría de los comediantes con los que conversé, citaban a comediantes gringos como Bill Hicks, Louis CK, George Carlin y Mitch Hedberg entre sus influencias. Ibrahim no es la excepción.

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"Como mis papás no me dejaban salir, yo crecí viendo stand-up en youtube, mejor dicho: leyendo stand-up, porque yo no sé inglés y me tocaba con subtítulos", me contaba Ibrahim acerca de cómo se inició en la comedia. "Un día vi a Jerry Seinfeld hacer toda una rutina sobre la leche y dije: ´eso es lo que yo quiero hacer´. No hablar acerca de cómo es sacar a bailar una vieja, ni cómo es cagar dónde los suegros, yo quería hacer buscar algo chistoso en esas vainas pequeñas".

Casualmente, Gonzalo Valderrama también decidió que quería ser comediante luego de ver ese mismo especial, titulado I´m telling you for the last time, de Jerry Seinfeld.

Si Valderrama responde a la interrogante "¿de dónde vienen los comediantes que se presentan en los bares Bogotá?", Ibrahim Salem es la respuesta a la pregunta "¿a dónde les gustaría ir?".

Ibrahim ha pasado de debutar como comediante en el parque de El Tunal a comienzos de 2013, a grabar un show en los estudios de Comedy Central en México en octubre del año pasado. En el camino, también ganó el concurso de cuentachistes de Sábados Felices, el programa de humor más viejo del mundo, a donde llegó por invitación de la Gorda Fabiola, quien lo vio presentarse en el Café Terra (otro de los espacios que le abre las puertas a los comediantes cada semana).

Hoy en día, y a pesar de cobrar cinco millones de pesos por una función de una hora, Ibrahim sigue presentándose en bares, parques y cada lugar en el que le presten el micrófono. "Yo aquí no vengo a ganar plata, vengo a hacerme mejor comediante", me decía luego de hacer una función de 40 minutos en Rembrandt.

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Haber ido a México le ha dado a Ibrahim una visión acerca de hacia dónde debe ir la escena del stand-up en Bogotá. "Allá los comediantes son mucho mejores que acá. No porque sean más talentosos, sino porque en Ciudad de México hay 10 shows distintos de comedia cada noche". Según Ibrahim, la variedad en la oferta hace que en México D.F. La comedia sea más competitiva y que incluso las figuras consolidadas tengan que arriesgarse y estar renovando su material constantemente, cosa que no pasa con la escena en Colombia.

"Usted puede ver a cualquiera de los comediantes que se hicieron famosos en Los Comediantes de la Noche hoy y van a estar contando los mismos chistes de esa época, que son los mismos de cinco años antes", me decía Ibrahim acerca de la falta de renovación en el stand-up local.

***

Durante lo corrido de 2016, y luego de un poco más de un año de vivir en carne propia lo difícil que es conseguir un lugar y un público para soltar un par de chistes, Santiago Gordo se ha dado a la tarea de abrir los primeros open mics de Bogotá.

¿Open qué? La premisa de un open mic (pronúncielo como quiera) es sencilla: un bar o teatro abre escenario para cualquier persona que esté dispuesta a pararse a hacer comedia. No hay cover, no hay paga, no hay presión. Según Santiago, es el escenario perfecto para que un aficionado se anime a probar suerte o para que los comediantes experimentados prueben material nuevo, material que no está listo para las cámaras o para un público que pagó un cover por ver comedia.

"Aquí nadie está obligado a hacer reír y eso ayuda", comentaba Santiago, quien hasta ahora ha logrado abrir dos open mics, uno los martes en un bar del centro llamado A Seis Manos y otro los miércoles (así haya fútbol) en el Backstage de Chapinero.

Los open mics, que son al stand-up comedy lo que las divisiones inferiores son al fútbol profesional, podrían ser el eslabón para que la comedia en Bogotá pase de ser un espectáculo que vive en los márgenes de la vida nocturna y del cual saltan dos o tres nombres nuevos cada década, a una escena nutrida con variedad de escenarios y propuestas.

Al menos así sucedió en méxico D.F. "(Los open mics) han sido fundamentales porque los bares se llenan de comediantes que se ayudan entre ellos con el material, se juntan, se conocen y empiezan a armar y crear cosas. En ellos descubrimos comediantes que no sabíamos existían y armamos shows nuevos", me dijo en un correo electrónico Alejandro Zannassi, uno de las decenas de personas que se ganan la vida haciendo comedia en Ciudad de México, donde en los últimos 10 años la escena del stand-up ha pasado de un show ocasional en noche del martes o el miércoles, a una oferta de cinco o seis shows en cualquier noche de viernes o sábado.

La última vez que vi a Ibrahim y a Santiago estaban en el open mic de los miércoles en Backstage. Santiago seguía trabajando en su rutina del dedo indigente, Ibrahim en la de Garavito.

Entre comediantes y aficionados, ocho personas se anotaron en la lista para pararse en el escenario esa noche. La mayoría hacían cinco o seis minutos de comedia e Ibrahim mantenía al público caliente entre tanda y tanda. Cuando llegó su turno, Santiago subió al escenario con el aire de geek que lo caracteriza y, para romper el hielo, saludó a la mesa de al frente, la más concurrida, la de los universitarios, y les preguntó si habían venido a este bar por la comedia. Seis cabezas asintieron.

De nuevo, momento excepcional: el público alegrando la noche del comediante. Con una sonrisa clavada en los labios, Santiago sacó el micrófono de su pedestal y se acomodó en el centro del escenario para volver a su vicio raro:

–– Hay cosas que solo pueden suceder en una oficina, ¿no?…