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Cultură

San Benito: un barrio en crisis que puede servir de inspiración

La idea es coger a San Benito como el símbolo de la transformación ambiental que necesita Bogotá: una Bogotá sin minería en su perímetro urbano.
Fotos por Santiago Mesa.

Si hay un barrio bogotano que lo pueda volver a uno vegetariano es San Benito. Si hay un barrio donde uno se pueda volver defensor del agua es San Benito. Si hay un barrio que lo pueda hacer emputar a uno con la minería urbana es San Benito. En resumen, si hay un barrio que nos pueda volver verdes, ese barrio se llama San Benito.

¿Pero… qué demonios sabemos los bogotanos de San Benito? Poco. Y lo poco que sabemos está ligado a la tragedia.

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El Río Tunjuelito o Tunjuelo que atraviesa de extremo a extremo el barrio nace lejos de ahí, en el Páramo de Sumapaz, cerca del Cerro de los Tunjos, del cual obtuvo su nombre. Según la cosmología Chibcha, los Tunjos eran los cerros que protegían el acceso al mundo de los dioses, pero ni ellos han logrado proteger el río que, envuelto entre la pobreza, el desgobierno y la informalidad empieza a sufrir toda clase de vejámenes apenas entra al perímetro urbano.

Muy temprano, cerca de la desembocadura de la quebrada Yomasa en Ciudad Bolívar, empresas mineras, frecuentemente sin concesión, explotan areneras de peña y canteras, de las que se extraen piedra, recebo, gravilla y otros materiales para la construcción. En 2010, la Secretaría de Ambiente anunció millonarias sanciones contra multinacionales mineras por desviar el cause del río y verter sus aguas contaminadas al cauce pero, al sol de hoy, ahí siguen.

No mucho más adelante el pobre Tunjuelo tiene la desgracia de bordear el relleno sanitario de Doña Juana donde todos los días el Distrito entierra toneladas y toneladas de desechos que producen los bogotanos. Esa enorme montaña de inmundicia produce una especie de sudor tóxico llamado lixiviados y que debido a un manejo deficiente poco a poco terminan en el río que lentamente sigue su camino hacia San Benito.

Pero antes de llegar allá, al pasar por Usme, Ciudad Bolívar, y entrar a la localidad de Tunjuelito, el río recoge otra clase de desechos que aunque menos concentrados no dejan de aportar a su putrefacción. El acelerado desarrollo urbano de Bogotá hacia el sur a lo largo del siglo XX fue en su mayoría informal y esa informalidad implicó una gran precariedad de los servicios públicos, entre otros, el alcantarillado. Como único recurso, cientos de barrios optaron por enviar sus aguas negras directo al río, y aunque la situación ha mejorado, la práctica está lejos de extinguirse y cuando por fin llega a San Benito, el Tunjuelo trae un venenoso coctel de lixiviados, químicos y mierda.

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Pero se equivocan si piensan que San Benito es sólo víctima de los pecados ambientales de los demás. No. El barrio que se comenzó a poblar a finales de los cuarenta con migrantes de Villa Pinzón y Chocontá tiene como su principal actividad productiva el procesamiento y transformación del cuero. Y la industria del cuero, sobre todo cuando se hace de manera artesanal, está lejos de ser una actividad limpia. Para el ablandamiento, curtido y purga del cuero se usan entre otros químicos el cromo, el sulfuro de sodio, el ácido fórmico y el ácido sulfúrico; todas sustancias cancerígenas y mutagénicas. Y a eso hay que sumarle la sangre, carnaza y el cebo que sobran de los cueros y que mezcladas con los químicos le dan al barrio un olor nauseabundo.

Para colmo de males, de las aproximadamente 365 curtiembres de San Benito 127 tienen viviendas adentro, lo cual lleva a que un lenguaje burocráticamente lapidario de la Secretaría de Salud reconozca que en San Benito "ninguna familia percibe ausencia de vectores en su vivienda, dado que es un sector donde abundan insectos y roedores endémicos de la ciudad". De hecho, según una caracterización del Ministerio de Protección Social hecha en 2009 en el barrio, el 31 % de las viviendas reportaba presencia de arañas y el 27 % de "roedores plaga".

Y así, como un niño callado al que se agrede e insulta, el río, de tanto aguantar abuso a veces revienta y revienta con odio, devolviéndole toda la porquería acumulada a los humildes moradores de su ribera. Para evitarlo, la solución del Distrito ha sido construir una pared enorme que esconde el río de los habitantes del barrio, haciéndolo parecer cada vez menos río y más una cuneta de desechos. Como Bogotá, San Benito funciona de espaldas al río y sólo lo ve a la hora de la tragedia.

Pero la idea acá no es despertar lástima por San Benito. De eso ya ha habido bastante y poco ha logrado. La idea es coger a San Benito como el símbolo de la transformación ambiental que necesita Bogotá. Una Bogotá sin minería en su perímetro urbano, donde haya menos desechos, mejor manejados y donde la pobreza no sea equivalente a la contaminación. Una Bogotá que pueda crecer mirando hacia sus ríos y no de espaldas a ellos, donde estos valoricen las propiedades y sean espacios de recreación y no de acumulación de basura y veneno.

De hecho las semillas para esa transformación ya se pueden ver en la localidad. Alrededor de la quebrada la Chiguaza, muy cerca de San Benito, se creó una especie de parque lineal en cuyo borde la comunidad ha empezado a sembrar pequeños jardines y huertas adornados de fondo con toda clase de grafitis. Colectivos de jóvenes como Amoq Pacha, Agora, Skape Juvenil, entre otros, promueven la conciencia ambiental y el Distrito se está poniendo las pilas con el desarrollo del Parque Industrial Ecoeficiente, que promete reducir la polución generada por las curtiembres sin acabarlas. Pero así San Benito y el Río Tunjuelo cambien, no es suficiente. Bogotá completa debe aprender la lección y volcarse hacia construir una ciudad con conciencia ambiental que cuide y aproveche sus ríos. En ese camino, la historia de San Benito puede ser nuestra guía.