Una novela que habla del amor a través de Internet
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Una novela que habla del amor a través de Internet

Ingeniero de día y escritor de madrugada, Andrés Mauricio Muñoz nos habla de su nueva novela, "El último donjuan".

Imagen por Fabián Matiz. Cortesía de Andrés Mauricio Muñoz.

Si la palabra millenial sirviera de algo (cosa que dudo) sería para describir a esas personas que se enamoraron por vez primera vía Messenger. Ese chat primitivo de iconos azul y verde, muy amorfos, que daban vueltas siempre que uno iniciaba sesión. La educación sentimental del nuevo siglo empezó por ahí: en ventanas que titilan y en sonidos que avisan esperanza. Internet (ya suena tonto decirlo) cambió nuestra forma de amar. Y Messenger fue el primer culpable.

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El último donjuán, que sale a la venta a finales de este mes bajo el sello Seix Baral, narra el amor en los tiempos de internet. O mejor: la virtualización de las relaciones humanas y lo que vino consigo: la confianza, la entrega y el asombro con los que nos lanzamos a ese mundo/pantalla a conversar con la imagen que otro proyecta. "Ha cambiado el mecanismo de las relaciones sociales" dice Andrés Mauricio Muñoz (Popayán, 1974), autor del libro.

Esta es la primera novela que publica. (En realidad es la segunda, pero la otra prefiere dejarla en el cajón de los olvidos: "La desaparecí de toda biografía"). Sus otros libros son dos colecciones de cuentos elogiados por el público. En especial el último: Un lugar para que rece Adela, un libro de cuentos que tiene por tema principal el despojo cotidiano.

Ingeniero de profesión, Muñoz trabaja en horario laboral como consultor de tecnología. Madruga y escribe de 4:00 a 7:00 de la mañana. Pero su sueño es poder escribir tiempo completo. Mientras lo hace, algunos lo perfilan como una voz que promete. Juan Esteban Constaín, por ejemplo: "Andrés Mauricio Muñoz es quizás el mejor narrador de mi generación. Esta novela, por lo menos, lo demuestra con belleza y maestría".

La novela construye personajes que son tocados en sus vidas diarias por la irrupción (amenazante) de chats y foros y mails. Una tía solterona que decide probar suerte con un amor lejano. Una niña introvertida y casi enferma que se apoya en sus amistades virtuales. Una mujer cansada de su matrimonio que se aventura a explorar otros caminos de la infidelidad. Al final todas estas historias convergen en un mismo lugar (al que el autor me instó a que no hablara mucho para no tirarme el final).

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La entrevista le hace honor a la trama. Me encuentro con él en la pantalla de mi computador y él (supongo) ve el reflejo de mi imagen proyectada en el suyo.


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VICE:¿Cómo nació la idea de la novela? En la nota preliminar tú pones que es por una foto que encuentras, ¿cuánto de ficción hay ahí?

Andrés Mauricio Muñoz:No, la nota preliminar es parte de la novela, parte de la ficción. Yo llegué a la idea porque…a ver: yo soy ingeniero electrónico y de telecomunicaciones y me pareció paradójico que yo llegara muy tarde a Messenger. Y cuando creé la cuenta de Messenger me di cuenta de todas las posibilidades que había, de que las personas establecían relaciones de amistad por ahí, se enamoraban por ahí, conocían otras culturas y otras personas por ahí. Me pareció que había un universo que me interesaba explorar desde una perspectiva narrativa. Yo sentí que quería registrar desde el punto de vista literario esos primeros pasos de la irrupción de lo virtual en la vida de la gente y cómo los transformaba.

¿Cómo fue la elaboración? ¿Hay experiencia tuya ahí metida?
Mira, a mí me gusta primero hacer una exploración muy profunda antes de sentarme a escribir. Me gusta conocer a mis personajes antes de escribir sobre ellos: qué los frustra, qué los abate, qué los hace felices, cuáles son sus temores, sus miedos. Entonces en esos primeros años yo no hacía otra cosa que explorar: los foros, los chats, conocer gente. Mirar cómo era esa dinámica. Y empecé a descubrir cosas macabras, cosas fuertes. Empecé a descubrir que en Internet había psicópatas y abusadores. Pero también gente muy sola. Gente que se enfrentaba a sus temores a través de Internet.

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Descubrí que de alguna manera el amor por internet es más democrático. Quizás cuando tú conoces a alguien en una fiesta hay una serie de atributos físicos tuyos que te abren la puerta o no. En esta época de Messenger las relaciones se establecían así: muy conversadas y solo con el tiempo pedías una foto. Pero ya estabas enganchado con esa persona (o con la imagen que proyectaba, porque siempre ha estado el riesgo de empezar a conversar con alguien con quien no creías que era).

Cuando leí la novela me pareció ver en él algo del donjuanismo de Albert Camus. ¿Hay relaciones?
Claro, de hecho…claro es evidente ese donjuanismo. La novela está pensada precisamente para eso. Para mostrar cómo es esa cara del Don Juan del siglo XXI. Pero con rasgos comunes. Porque el Don Juan siempre ha sido un sicólogo encomiable, una persona que ha sabido desentrañar los vacíos de las personas y convertirlos en posibilidades. Un Don Juan es alguien que, cuando habla con una persona, sabe bien qué es eso que puede decir para activar en ella una sensibilidad. Quería abordar ese Don Juan, sus atributos, pero en el día de hoy.

Has dicho en distintos lugares que te sientes muy afín al género del cuento, ya has publicado dos libros de cuentos, ¿por qué ese cambio de género? ¿Por qué pasar a la novela?
En general siento una devoción muy grande por el cuento. Es el género que me ha dado a conocer. Los premios que he recibido han sido alrededor del cuento. Pero en general mi fascinación por la literatura es narrar. Si eso que se narra es cuento o una novela para mi es indiferente. Cuando supe que quería contar este mundo de internet, me di cuenta que tenía tantos matices que no era posible hacerlo en un cuento, ¿ya? Que tenía que ser en un proyecto más ambicioso. No porque un cuento no sea ambicioso sino porque tenía que llegar a una estructura como la de la novela.

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En la novela algunos personajes hablan con una jerga juvenil o casi coloquial. ¿Eso es a propósito? ¿El uso de ese lenguaje? Y si sí, ¿por qué?
Si, básicamente a mí me gusta mucho ser cuidados con la verosimilitud que tiene que ver mucho con la forma en como se expresan los personajes. Estamos hablando, por ejemplo, de un adolecente que cuenta de su pasado sexual y cuando se expresa él usa esas palabras, dice: tirar, o tetas o mucha güeva. Entonces a mí me gusta ponerlo a él como su se estuviera expresando él. Siento que si lo hago con otro tipo de lenguaje, más políticamente correcto, o más acartonado, el lector no va a establecer la relación con ese personaje. Va a sentir que quien le habla no es él. Entonces yo quería establecer esa relación de cercanía.

En la parte de los foros de internet hay un personaje que dice: "Llevo un par de años dándole vueltas a la idea del suicidio pero ahora quiero llevarlo a cabo cualesquiera que fuesen las consecuencias". ¿De dónde salieron todos estos mensajes de foro sobre el suicido que a veces rozan el patetismo?
Claro, cuando yo estaba en esa fase de exploración encontré a alguien que decía que no quería vivir más y que pedía que le dijeran cómo morir. Me pareció a mí la cosa más aberrante, ¿Cómo así que en internet alguien dice que se quiere matar y otro va y le responde "no, vea que estas pastillas son buenísimas"? Y me llamaba mucho la atención que las mismas personas que una noche opinaron sobre cómo suicidarse al otro día estaban hablando sobre las Chivas de Guadalajara. Como quien dice "óigame, alcánceme el salero" y se lo alcanzan. O "oiga, cómo me mato" y le dicen. Yo sí encontré un foro en donde estaba eso. ¿Qué hice? crear un foro similar para articularlo con la historia de los personajes que me interesan contar en la novela.

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¿Quién fue el editor de la novela?
El editor es Marcel Ventura, trabajé también con un corrector/editor que se llama Leo Felipe Campos y con Carolina López que es la editora de ficción en Planeta Colombia. Pero el editor de la novela fue Marcel Ventura.

Después de tres libros que has publicado me imagino que empiezas a ver tu obra en retrospectiva y a pensar los temas, ¿cuáles han sido tus principales inquietudes como cuentista y como novelista?
Una cosa que ha sido transversal en todo lo que hago es que me gusta mucho explorar la hondura psicológica de los personajes. No me interesan los grandes héroes, me interesan los personajes del común. Los grandes agobios de la cotidianidad. Hay dos grandes escritores que a mí me han marcado mucho: Julio Ramón Ribeyro, el peruano; y el otro es Raymond Carver, el cuentista norteamericano. Y esa preocupación que tienen ellos por esos personajes anodinos, que sufren tragedias cotidianas, de algún modo marco el tipo de literatura que me gusta hacer.

¿Cómo se liga tu carrera profesional de ingeniero con la de escritor? ¿Quisieras que en algún momento dejar la tarea de consultor y dedicarte cien por ciento a escribir'?
Dedicarme cien por ciento a escribir es un proyecto de vida y sí lo tengo pensado. Afortunadamente mi esposa comparte y muchas de las cosas que estamos haciendo hoy están apuntando a eso: al momento que me dedicaré a escribir. Escribir es lo que yo quiero hace en la vida y creo que en algún momento mi espacio profesional va a ir cediendo poco a poco hasta que solo sea el literario. Cuando estoy embarcado en un proyecto literario yo madrugo mucho a escribir. A las 4:00 o 4:30 a.m.. Antes de irme para la oficina. Y siento que esas tres horas, en las que estoy calvado de cabeza con mis personajes, son suficientes.

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Aplicarme con rigor y vehemencia esa disciplina fue la forma en que no dejé absorberme por ese mundo profesional. Porque sentía que si no escribía un día y me la pasaba en reuniones con directores de tecnología o clientes, de alguna manera sentía que ese día no fui completamente lo que yo quiero ser. Encontré en ese rigor una forma de blindarme un poco, de meterme en una coraza donde solo es posible ser escritor.

Hace poco Pablo Montoya me decía que para él la tarea de escribir es muy dura y casi que dolorosa, que él no es feliz cuando escribe. Y le preguntaba que entonces por qué escribía y él me decía que no podía no escribir. ¿Para ti cómo es la relación con la escritura?
Para mí opera de una manera diferente. A mí me hace muy feliz escribir. Sí siente uno un poco de agobio cuando quiere redondear un personaje y siente que allí hay algo que no conecta, eso supone un poco de tensión. Pero es una tensión alegre que yo recibo de forma jubilosa. Escribir me produce mucho placer. Pero yo entiendo cuando Pablo dice eso: sí agobia un poco no encontrar el tono, la voz, la textura que necesita. Pero en mi caso es diferente, no me produce dolor sino fascinación.

Entonces, ¿por qué escribir?
Yo escribo por una sencilla razón y es el miedo a la muerte. Y esto no es por quedar como el irreverente. A mí el tema de la trascendencia siempre me ha llamado muchísimo la atención desde pequeño. Creo que fue en una novela de Javier Cercas que dice que una persona muere el día que muere la última persona que se acordaba de ella. ¿Ya? Ahí tú mueres. Entonces yo siempre he encontrado en la escritura la posibilidad de trascender. No me refiero a que uno vaya a ser un Cortázar, un Borges que vaya a pasar de generación en generación. No. Con que tu libro quede en una biblioteca de un pueblo, que haya pasado de una mano a otra, yo siento que uno sigue vivo ahí. Y dado que me gusta escribir y configurar universos y crear atmosferas encontré una conjunción ahí interesante: la posibilidad de trascender con algo que me gusta.

Una lucha contra el olvido, más que contra la muerte.

Una lucha contra el olvido, tal cual.

¿Tú te sientes satisfecho con tu obra, con lo que llevas escrito?
Sí. Me siento satisfecho pero soy consciente de que el trabajo no ha terminado. Quiero, si Dios me da muchos más años, dejar una obra extensa. Y en algún momento aparecerá esa obra con la que lo van a recordar a uno.

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Hace rato que Santiago no usa Messenger. Pero Twitter sí que tiene: este es.