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Cultură

Fui a la misa en latín a la que va el Procurador

Fui a la misa en la que el cura se para de espaldas al público y susurra en latín toda la ceremonia. También aprendí mucho de historia de la iglesia católica.

El cura mira pocas veces al público, a nosotros los humanos. La misa es para alabar a Dios. Por eso hay que hablarle de frente y en latín. La iglesia, muy sobria, tiene un altar adornado con candelabros, flores y otros ornamentos dorados. La gente viste ropa formal y las mujeres llevan velo puesto. Afuera, la sirena de una ambulancia me recuerda que en el exterior impera el siglo XXI, que ahí está el barrio La Soledad de Bogotá un sábado cualquiera por la tarde.

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La Iglesia de los Sagrados Corazones de Jesús y María pertenece a la fraternidad de San Pío X, y es una de las pocas en Colombia –contadas con los dedos de la mano- que todavía ofician el rito tridentino: la misa en latín. Digo 'todavía' cuando en realidad debería decir 'a pesar de todo'. Porque luego del Concilio Vaticano II, hace medio siglo, los obispos y el Papa acordaron que, en adelante, las misas debían darse en el idioma de los feligreses: en inglés, español, francés o turcomano, según fuera el caso. La lengua vernácula. Se le dijo adiós a la misa tridentina y se abrazó la nueva misa, la moderna. Por eso, el que algunas comunidades católicas sigan oficiando la misa en latín resulta, para muchos, una afrenta contra la autoridad papal.

Desde hace ya un tiempo Ana Cristina[1] asiste a la misa tridentina que los curas lefebvristas ofician en La Soledad. Cuando le pregunto por Skype, unos días después de mi excursión en esa iglesia, por la principal diferencia que ve con respecto a la misa en español, ella me responde que en la misa moderna: "sientes que la gente no va con la fe necesaria, que no pone la atención necesaria, hay personas usando el celular. No hay ningún tipo de respeto por lo que está pasando".

En la entrada hay un letrero en rojo que advierte a los desprevenidos (en español) lo siguiente: "No entre a la iglesia con ropa inadecuada, ni mascando chicle". Por fortuna, yo dejé los jeans y los tenis deportivos en casa, el chicle también. Salvo que ellos se enteren de que me traje puestos unos boxers rosado chillón, no tengo que preocuparme por el código de vestimenta. En total somos ocho: cinco mujeres y tres hombres, contándome a mí. Falta un cuarto para las seis de la tarde.

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A la Fraternidad Sacerdotal San Pío X la fundó el arzobispo Marcel Lefebvre en 1970 como respuesta a los cambios que el Concilio Vaticano II introdujo en la Iglesia Católica. En otras palabras, la Fraternidad se opuso a las reformas progresistas y liberales que pretendieron poner a la Iglesia en sintonía con los tiempos modernos. Pero los sectores más conservadores no querían sintonizar con nadie. Sólo con Dios y con la tradición. Y esa tradición comprendía el rito clásico de la misa en latín bautizada tridentina por otro concilio, el de Trento

Poco antes de empezar la misa, un guardia de chompa azul que minutos antes estaba afuera recibiéndome, se acerca y le dice a la señora que está a mi lado: "Madre, ¿quiere?": le extiende un velo verde transparentoso de flores rojas. La señora le responde: "Gracias, yo tengo el mío", y saca un elegante pañuelo de seda de su cartera. Se lo amarra alrededor de la cabeza cubriéndose la mayor parte del pelo. El señor de la chompa se retira.

–Yo voy con misal y llevo un velo. Porque no es que te exijan, pero el velo es una forma de respeto de la mujer hacia el sacrificio –la voz de Ana Cristina sale distorsionada por los parlantes del computador.

El Concilio de Trento (1545-1563) fue el intento católico por frenar los avances del protestantismo en toda Europa. Martín Lutero aseguraba que sólo se podía comprender la palabra de Dios en la lengua vulgar, la de la gente de a pie. El Concilio –en respuesta- hizo énfasis en que la misa debía ser oficiada según el rito romano: de espaldas a los fieles, de cara a Cristo, en latín. Así fue la historia hasta 1962. A la generación de mis abuelos (y de algunos tíos) le alcanzó a tocar la misa en un idioma que no era el de ellos. Cuando le pregunto, días después, a un tío lejano –de esos que todavía dicen resueltamente palabras como "regadera" y "comiso"- por el cambio que se vivió durante esa época, me responde: "El cambio fue tenaz, para bien. Antes era inmamable. Inmamable porque no se entendía un carajo. Después sí chévere".

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Examino nuevamente la iglesia. Salvo el altar, coronado con un Cristo de madera sobre una cruz dorada, no hay nada que me indique que estoy en un lugar distinto a lo ordinario. De hecho, la única inscripción que veo adentro está escrita en español. Dice "San José" y acompaña al santo que cuida a un bebé en sus manos. Al otro lado, una mujer que, supongo, es la virgen María. A los ocho que estamos allí expectantes nos acompaña un silencio sepulcral: nadie habla, nadie murmulla, nadie se mueve de su sitio. Sólo hasta que el monaguillo hace sonar unas campanas, y el sacerdote entra detrás, la gente se pone de pie.

–Yo no entendía mucho pero sentía que iba realmente a misa –dice Ana Cristina, al tiempo que yo reviso los últimos memes que postea en Facebook un compañero de la oficina.

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. El sacerdote da la bendición y empieza la misa. Se acerca luego de un rato al micrófono y dice en español "Hoy es la fiesta de San Francisco de Borja". Sólo volverá a hacerlo –a dirigirse en español al público- cuando recuerde la vida del santo jesuita.

–¿Sí te diste cuenta? –me dice Ana Cristina- el cura, aunque es sacerdote, también puede cometer pecados. Él no entra de una vez al altar. Pide primero perdón por sus pecados. Empieza a hacer una oración en latín: el mea culpa. Y quienes le dan el perdón son, más o menos, las personas que están ahí. Es lo primero: pedirle perdón a Dios de sus pecados, para poder ofrecer el sacrificio de la misa.

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En su Carta abierta a un católico perplejo, Monseñor Lefebvre aseguraba que con el cambio litúrgico se estaba cambiando el propósito esencial de la misa: ese del sacrificio y el milagro de la transubstanciación (una palabra extraña para decir que pan y vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús). "La reforma litúrgica tiende a reemplazar la noción y la realidad del Sacrificio por la realidad de una comida". Lefebvre creía que con la nueva misa se estaba dejando de lado la importancia del sacrificio y se le empezaba a dar énfasis a la misa como narración, como la celebración de una comida compartida.

Monseñor Marcel Lefebvre. Foto vía.

La gente se queja de esta misa tradicional porque no concibe que siga celebrándose en una lengua que ya nadie habla. Pero se deberían quejar por el simple hecho de que al cura no se le entienda nada. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para alcanzar a oír los susurros que recita de cara al altar. Da igual que sea en latín o en español si al fin y al cabo no se van a oír las palabras que el sacerdote repite. Da igual que sea en latín o en español si a la larga me tengo que parar y arrodillar porque los demás lo hacen y no porque sé que tengo que hacerlo. Da igual que sea en latín o en español si la misa se vuelve costumbre y pierde su sentido inicial. Cualquiera que fuera.

¿Por qué algunos se empeñan en seguir dando una misa que tiene más de 500 años de historia? Respuesta: porque es tradición. ¿Y qué entienden los lefebvristas por tradición? Lefebvre dice: "la tradición a que me refiero no son las usanzas legadas por el pasado y conservadas por fidelidad a él, aun cuando falten razones claras para hacerlo. La tradición se define como el depósito de la fe transmitido por el magisterio siglo tras siglo". Dicho en cristiano, no es la repetición, por capricho, de costumbres del pasado, sino el paso, de mano en mano, de generación en generación, de un saber común que en este caso tiene que ver con la fe. Para Lefebvre y los suyos la misa tridentina debería ser conservada porque ella expresa de manera más integra la fe católica: el sacrificio de Cristo.

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(Este mismo argumento es el que usarían los procuradores –en tiempos modernos- para conceptuar sobre los temas que ellos consideran importantes para la sociedad. Es decir: con el argumento de la tradición podrían decir que ciertas costumbres que hoy en día se practican deberían ser condenadas porque ellas no pertenecen a ese 'deposito' de sabiduría trasmitida por los siglos de los siglos).

Ana Cristina no defiende la misa tridentina con conceptos o elucubraciones teóricas. Para ella es una cuestión de fervor. "Lo que siento es que mi acto de fe de asistir a misa es más grande que cuando voy a una misa normal. No es que no tenga fe en una misa normal, sino como lo que veo en general, y lo que siento, es que la gente tiene un respeto por lo que esta ocurriendo".

–Dominus voviscum.

–Et cum sipiritu tuo.

El cura permanece la mayor parte del tiempo de pie. El monaguillo, de rodillas. El cura lleva una suerte de peto puesto, se llama 'casulla' y tiene cosidas dos palabras: Agnus Dei (Cordero de Dios). El monaguillo , sotana y roquete, es el que ayuda a preparar el altar y a levantarle el dobladillo al cura para que no toque los escalones. Hasta acá no llegaron las ideas liberales ni modernas. Hasta este altar no llegó la democracia. Cuando el cura se acerca al micrófono se dirige a nosotros por segunda y última vez en español. Nos habla de la vida y obra de San Francisco de Borja. La moraleja es la siguiente: hay que ser pequeños en el mundo para ser grandes ante Dios. Es el discurso de la humildad, del fracaso y del pecado original en su mas vívida expresión.

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–La primera persona que celebró una misa fue Nuestro Señor Jesucristo –dice Ana Cristina, mientras yo lucho con el Internet de la oficina para que la llamada no se caiga-, entonces ellos siguen celebrando la misa como la hubiera hecho Nuestro Señor Jesucristo. Es como mantener todo lo que él nos enseño.

Hasta cierto punto: Jesús hablaba en arameo. El Nuevo Testamento fue escrito en griego. Entonces, ¿por qué Dios habla latín?

–Domine, non sum dignus.

Llega el momento de la comunión. Lo sé porque el ambiente se pone solemne, más de lo normal. El cura pronuncia suavemente sus palabras (sigo sin escucharlas nítidamente) y eleva la hostia en alto. La ceremonia llega a su éxtasis: la transubstanciación. El monaguillo cierra la reja que separa el altar del resto de la iglesia. Le pasa tranca a la puerta. No basta con la distancia simbólica que hay entre el cura de espaldas al público, hay que marcar distancia física también. El resto de gente comienza su peregrinaje hacia la comunión. Se arrodillan frente a la reja y esperan que el padre pase a darles a cada uno el cuerpo de Cristo. De eso se trata. En ese momento aparece el guardia de chompa azul. Llega hasta el frente y se arrodilla al lado de una señora que lo mira con detenimiento. El guardia tiene una coherente rebeldía: él no pretende hacer parte de un culto milenario, le importa únicamente la comunión. ¡A lo que vino!

En el 2007, el Papa Benedicto XVI permitió que se celebrara la misa tridentina cuando los fieles así lo pidieran. (El Procurador entregó a una de sus hijas en el altar del templo de San Agustín con la Misa de Coronación de Mozart y el latín resonando en los oídos de senadores y magistrados). En 2009 el Vaticano le levantó la excomunión de los cuatro obispos lefebvristas. En 2012, por hacer publicas sus opiniones negacioncitas del Holocausto judío, el arzobispo Richard Williamson fue excluido de la Fraternidad. Pero a pesar de los acercamientos, los lefebvristas siguen sin ser reconocidos de manera legítima por el papado. Y seguirán sin estarlo hasta que suscriban las determinaciones del Concilio Vaticano II. Hasta que obedezcan.

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Me he parado y sentado y arrodillado tantas veces que ya no sé en qué parte vamos. (Como si en algún momento lo hubiera sabido). No hay olor a incienso ni coros majestuosos, la misa tiene menos de apoteósica que de aburrida. Y es cierto: no se trata de una ceremonia para los fieles, sino para Dios. Pero, ¿quién dijo que los fieles iban a misa para entretenerse?

En entrevista con el periodista Antonio Morales, el cura jesuita Carlos Novoa, doctor en teología y profesor de la Universidad Javeriana, aseguraba que los lefebvristas: "tienen una mentalidad absolutamente retardataria, y reaccionaria. Creen que el Evangelio es una cosa que esta por allá en las nubes, que nada tiene que ver con los problemas de la historia".

–Es una institución, –dice Ana Cristina al mismo tiempo que busco en Wikipedia fotos del Concilio Vaticano II- y si no lo protegemos se va a desmoronar. Mucha gente que va a la tradición busca eso: recuperar todos esos valores –porque la verdad es que hoy en día se han perdido muchos valores cristianos y el mundo está cambiando.

Una de las señoras que acaba de comulgar se devuelve a su puesto y me mira con antipatía. No sé si es por haber sido el único de los nueve que se quedó en su sitio sin comulgar, o por el hecho de que sigo parado (cuando debería estar sentado o arrodillado), o porque tengo mi cabeza al descubierto sin un pañuelo que me cubra la calva por completo. Yo la miro con sonrisa tímida, como excusándome sin saber de qué. Pero ella, indiferente, se arrodilla en su puesto.

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El cura Novoa añadió en su entrevista: "No son cristianos, porque es que los cristianos no estamos en Plutón, estamos en la Tierra, encarnados en la Tierra, con los problemas y los retos de hoy. Y estos señores no se quieren meter en lo problemas de hoy". Pero se equivoca el jesuita. Los lefebvristas sí están en la Tierra, lo que pasa es que enfrentan los problemas de hoy con respuestas de ayer. Esa es su apuesta.

Cuando está por terminar mi entrevista, Ana Cristina aprovecha para hablar de las bondades de la misa en latín: "En verdad es una misa muy chévere. O sea, como que el acto de fe es más grande, es más fuerte. Sientes la presencia de Dios ahí. Y mira que no es que sea tan diferente. Se va celebrando casi igual".

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amen. La misa todavía no termina. El sacerdote baja los escalones y se arrodilla con el monaguillo. Empiezan a rezar una serie de letanías, las oraciones leoninas: tres ave marías, la salve Regina, un versículo, la oración para la libertad y exaltación de la santa madre iglesia, la oración a San Miguel Arcángel y tres invocaciones al Sagrado Corazón. Los demás fieles rezan al unísono y yo me pregunto si entienden lo que repiten. Pero a estas alturas está más que claro que no se trata de comprender. Una vez terminan, el sacerdote y el monaguillo se ponen de pie y salen por la puerta lateral, sin despedirse. Es un alivio que no haya avisos parroquiales.

El catolicismo cubre un amplio espectro: desde misas en latín, hasta confesiones tumultuosas en centros comerciales. Tradiciones milenarias y consumo de masas habitan bajo el mismo toldo.

Yo salgo de la iglesia mientras los demás permanecen callados en oración: así como estaban cuando entré. Me despido del guardia y sé que me va a hacer falta una chompa como la suya: ya es de noche y el frío empieza a quemar.


[1] Cambiamos el nombre a petición de la entrevistada.