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Cultură

'En Colombia lo que interesa es el cine de Hollywood': Víctor Gaviria

Segunda parte de una entrevista íntima con el cineasta paisa.

Foto de portada, Paula Thomas.

Hace unos meses me reuní con el director paisa Víctor Gaviria para hablar de su nueva película, La mujer del animal, que se estrenará en la selección oficial del Festival de Cine de Toronto (TIFF) y también a finales de año en Colombia. La charla que tuve con él en las Torres del Parque, de Bogotá, se nos extendió más de lo pensado: Víctor es sencillo y conversador, no tiene las pretensiones de una estrella que no se deja preguntar.

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La primera parte de la entrevista (que puedes leer acá) se centró en la película. Hoy hablamos de otros temas.

Acá va.

Medellín sigue alardeando de su progreso, pero ¿cuál es la radiografía que hacés de la ciudad de hoy?

Es una Medellín que sigue partida en dos. Una que ha solucionado problemas de necesidad, que tiene la posibilidad de estudiar, de poder acceder al arte, esa Medellín como más globalizada. Y en el otro lado la Medellín inmensa, la de los barrios populares que está siempre latiendo.

Es una ciudad contradictoria, tiene muchísima vitalidad. De mucha solidaridad, de mucho contacto. En los barrios populares el tesoro de la vida cotidiana, que tiende a ser extirpado en el día a día contemporáneo, es hermoso. Todos saben de todos, todos saben de dónde vienen. No es como en otras ciudades que no hay solidaridad, en donde el otro siempre es desconocido.

¿Quién es el alcalde de la Medellín subterránea, la Medellín oscura?

(Medita unos segundos)

Las Bacrim. En este momento tienen poder, grupos militares, economía, tienen su bolsa de empleo y hasta tributación. O sea, es como una forma institucional deformada. Como el Estado ha dejado abandonada tanta parte de la población, ahí la delincuencia se dio cuenta de que podría contar con esa población si le servía en algunas cosas: trabajo, protección, actividades para los niños y adultos mayores, regalos en Navidad…

O sea, son pequeños para-estados, aparentemente rudimentarios, pero más o menos logran satisfacer los expectativas de los ciudadanos. Obviamente los habitantes que están bajo esas alcaldías oscuras no se sienten bien. Saben que están bajo un poder arbitrario ante el que no pueden quejarse, que les interviene su libertad y dignidad.

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Víctor, cuando estoy en algún parche con mis amigos –la mayoría muy pudientes–, hablamos como un muchacho más de Rodrigo D, o, si querés, como un sicario. ¿Cómo explicás vos ese fenómeno, en donde la lingüística "de barrio" y cierta narcocultura se permeó hasta las clases sociales altas en Medellín?

Pasa que ese lenguaje es un lenguaje de guerra, de calle, en donde te tenés que estar defendiendo. Estás expuesto al abuso de cualquier persona. Por eso hay que estar como decimos en Medellín "parándose". Así seas un muchacho de clase alta, pacífico, que sabe que la guerra no es una opción, pero sabe que está en un país que vive en una guerra callejera diaria, si no te "parás" te culean. Entonces necesitás ese lenguaje de guerra para protegerte. Claro que, en ocasiones, detrás de ese lenguaje también hay vidas enteras.

La gente paga en las películas de Dago para no recibir sorpresa.

¿Cómo desarrollaste el olfato periodístico que vos tenés para las historias?

Ve, a uno todo el tiempo le surgen historias. Es como cuando uno sale a la calle y ve mujeres muy bellas: te enamoras de muchas, pero sabes que no puedes vivir con todas. Es lo mismo con las historias: hay que tener mucho cuidado con cuál historia irse a vivir, porque cuando uno escoge una, hay que quedarse con ella cinco o seis años, por eso te tiene que dar muchísimo. En este país se te presentan historias increíbles todos los días, pero hay que buscar una que te muestre el alma de las cosas, que como en El Aleph de Borges, se refleje la totalidad de la sociedad.

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La realidad es el alcaloide principal de tu arte, pero ¿concebís ese arte incluyendo el propósito de generar un cambio en la gente?

Tengo una actitud personal de no criticar a nadie, ni estar parándome en un prejuicio. Las películas u obras de arte tienen esa virtud extraordinaria que te entran a un recinto y salís diferente, cambiado. Tus cambios a veces pueden ser registrados por tu conciencia como algo placentero, como algo que estabas buscando. La idea es adentrarse en la realidad y belleza de los personajes, de tal modo que no puedo salir de esa realidad, me transforma esa vaina. Por eso pretendo que las películas reciban el cobijo de una mirada sin prejuicios, más bien de admiración y expectativa por el otro. Si se logra eso, el espectador cambia.

¿Por qué al cine colombiano le falta público, es decir, por qué el colombiano quiere ver televisión en el cine?

Acá a las personas lo que les interesa es el cine de poder, tipo Hollywood, que les da gran excitación. Ahí te sientes muy bien porque compartes ilusoriamente ese poder, sientes seguridad: es el actor, el plano y la historia que ya conoces. Vas es a experimentar una experiencia de no sorpresa. Por eso la gente paga en las películas de Dago: para no recibir sorpresa.

Es que en este país, hermano, en donde la sorpresa te ataca por todos lados, salís de la casa, pasás la calle, y ya ni sabés quién sos güevón, ya no sabés si existe Dios o no. Tenés que anotar todo lo que se te ocurra porque las palabras y los pensamientos no duran nada. A veces descubrís cosas extraordinarias, volvés a mirar por la ventana y ya no sabés lo que significan esas cosas extraordinarias. Estás vacío, ya no tenés nada, se desplomó todo al lado tuyo. Por eso la gente paga: por el no desplome. Por eso no ven tanto cine colombiano con sorpresa, porque puede agredir.

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¿Por qué en el Festival de Cine de Jardín eligieron el postconflicto como tema central?

Era el momento. Con todo lo que se está trabajando en La Habana… Yo creo que todos queremos cumplir ese punto para ver qué sigue después. Necesitamos que haya política sin armas, y si alguien se vuelve a alzar en ellas, que la mayoría de gente esté de acuerdo en que esa no es la vía.

Pero todavía cierta corriente política y mucha gente en Colombia cree que el país se va a salvar es matando guerrilleros, bandidos o hasta policías…

Esa es una posición absolutamente equivocada e infantil. Es una posición de infantilismo político, social y ciudadano. No podemos pensar eso. El monstruo, el bandido es una figura que aparece porque es un país injusto, inequitativo y discriminativo. Todos tenemos que buscar un país distinto, hermano, un país de inclusión.

De la exclusión es que salen las economías de la maldad.

Parece inútil continuar la guerra contra las drogas. ¿Cuál es tu postura frente a ellas?

Las drogas son soluciones a unos problemas existenciales de la humanidad. Yo creo que hay que abandonar las políticas represivas frente a las drogas. Realmente hay que entender qué es lo que satisfacen las drogas y qué necesidades profundas tienen. Hay muchas preguntas: ¿por qué la gente se refugia en ellas? ¿Cuál es la relación entre las drogas y las costumbres? ¿Qué está pasando con las costumbres y las tradiciones? ¿Por qué las costumbres nuestras han sido avasalladas por el consumismo que se quiere imponer en el mundo? ¿Por qué el capitalismo quiere hacer unos seres unidimensionales del consumo? ¿Por qué la droga nos seduce a través de sus cantos de sirena, su placer que produce, el poder que contiene? ¿Por qué en el fondo el consumismo lo que está haciendo en el mundo es borrar las costumbres de cada lugar?

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Entonces, el problema es brutal, la cuestión es qué costumbres queremos conservar de cada país, de cada lugar, de cada familia. Hablo de los ritos, ¿sí me entendés? Los ritos y las costumbres en las culturas locales. Por ejemplo, en el islamismo están luchando es contra ese hábito en donde todo se compra. Nosotros queremos cosas con significado: ver un atardecer, comulgar y creer que es Cristo, rezar y creer que sirve, celebrar un cumpleaños… La droga está en esa lucha tan hijueputa, está en la mitad. Por un lado el consumismo que se quiere imponer, y por otro, los ritos que se quieren preservar y la droga que está en medio. Esas son las preguntas que debe hacerse la sociedad mundial. ¿Queremos que haya costumbres o no?

¿Vos cómo querés que te recuerden, Víctor?

(Risas).

Mirá, te voy contar esta historia: imaginate que yo tenía un amigo que era fotógrafo. Entre varias cosas, tomaba fotos en el Atanasio, incluso me tomaba fotos a mí con mi ídolo, que es Néider Morantes (vuelve a reír). Una vez me contó que vendía las fotografías que tomaba en los barrios populares:

–Ah, y vendés también las fotos de los jugadores ––le pregunté a mi amigo.

–No, no Víctor, cómo se te ocurre. Cuando voy a los barrios nunca muestro las fotos de los jugadores dentro del estadio.

–¿Pero por qué 'ome?

–Porque eso es humillar, porque es mostrar que yo estuve adentro del estadio con los jugadores y eso hace sentir mal a la gente.

Me pareció tan humilde ese muchacho, de una sutileza, de entender el valor de la modestia, de que vos no podés hacer sentir mal a nadie por nada, que, hermano, así quisiera que me recordaran.


A Juan Pablo lo encuentras acá.