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Salud

Me acosté con mi profesora de colegio y la experiencia casi me mata

Cuando todo empezó yo era virgen y ella me hizo prometerle que la amaba. La cosa es que yo de verdad la amaba.

Cuando se piensa en depredadores sexuales pocas veces llega a la mente la idea de una mujer. La noción de abusadoras sexuales nunca ha permeado la conciencia colectiva como lo ha hecho la figura del hombre pedófilo.

Pero eso no quiere decir que no existan. El mes pasado, Caroline Berriman, una profesora de 30 años del Reino Unido, se salvó de ir a la cárcel tras haber sido encontrada culpable de tener relaciones sexuales sin protección con un alumno de 15 años. El joven afirmó que esta aventura, que duró dos meses, le dejó "cicatrices de por vida".

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Términos como "agresión sexual" y "violación" tienden a atribuirse únicamente a los hombres que se aprovechan de mujeres y niñas. Se dice que las mujeres no violan, sino que seducen a sus víctimas. Esta semana, una mujer de 20 años que tuvo relaciones sexuales con un niño de 11 recibió una sentencia de prisión después de que el padre del niño dijera que su hijo estaba "loco por el sexo" y "preparado para la experiencia". Luego, la pena fue suspendida.

Al igual que el adolescente en el caso Berriman, mi historia comenzó cuando tenía 15. Mi profesora era una mujer de unos 20 años, que tenía un hermano un año menor que yo.

Ella era bajita —más bajita que la mayoría de los niños más grandes del colegio—, linda, rubia y tenía buen cuerpo. Era uno de esos profesores a los que no les importa hablar con los chicos populares como si fueran sus mejores amigos. Las chicas querían ser ella y los chicos querían tirar con ella. Pero nunca llegué a pensar que yo en realidad lo haría.

Un día, fingí que tenía que llamar a mi mamá para que me recogiera después de salir del colegio y le pedí prestado el celular a mi profesora. Pero en lugar de llamar a mi mamá, me mandé un mensaje de texto a mi celular, le entregué su celular de nuevo y me fui triunfante a la casa. Fue una buena picardía, una pequeña victoria de adolescente. Me acababa de conseguir el número de la profesora más sexy, y no sabía a quién contarle primero.

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Cuando llegué, miré mi celular y no pude creer lo que estaba viendo. Debajo del mensaje que me había enviado a mí mismo había un segundo mensaje:

"Oye travieso. ¿Cuándo te pasas por un café? Besos"

Inmediatamente sentí que esto podría estar yendo hacia alguna parte a la que probablemente no debería ir. De todas maneras decidí guardar su número con un nombre falso: "Mia".

Comencé a visitar a Mia por lo menos dos o tres veces a la semana después de salir de clases, casi siempre con mi uniforme puesto. Nos sentábamos en el sofá, veíamos Friends y nos besábamos por horas. Ella me preguntaba por mi día y nos reíamos de los estudiantes y de los profesores que no nos caían bien. Dos semanas después, perdí mi virginidad.

Era peor que una pesadilla. El sexo en sí realmente era una mierda. Cualquier niño de 15 años con la tarea de satisfacer a una mujer mayor siente presión, y más aún cuando se trata de su primera vez.

Mia era agresiva, mandona y ruidosa. Yo hacía todo lo posible para imitar lo que había visto en videos porno y ella hacía todos los ruidos correctos. A veces era demasiado incómodo y me mataba la incertidumbre. No mucho tiempo después me hizo prometerle que la amaba. Y la cosa es que yo de verdad lo hacía.

A medida que fueron pasando los meses la relación empezó a consumirme. Mia me prohibía hablar con algunas de las chicas más lindas del colegio. Si estaba brava, me ignoraba cuando nos cruzábamos en el pasillo, sabiendo que en ese momento yo no podía preguntarle qué le pasaba. Me decía que estaba celosa de sus amigas, que mientras ellas se estaban casando y mudando con sus esposos, ella estaba jodiendo conmigo, "un niño".

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A veces iba a mi clase de teatro —decía como pretexto que tenía que hablar algo con nuestro profesor—, pero siempre se quedaba para verme actuar. Me miraba todo el tiempo. Cuando las cosas empezaron a ponerse peor y luego me dijo que había perdido nuestro bebé.

Una noche estábamos arrunchados después de haber tenido sexo y ella empezó a sangrar. En ese momento, los dos asumimos que le había llegado el periodo inesperadamente. A mí me pareció divertido, ella estaba avergonzada. Luego me fui a mi casa porque después de todo era un día entre semana.

Mia me llamó la noche siguiente para decirme que había pasado el día en el hospital porque había tenido un aborto espontáneo. Había estado embarazada sólo por unas pocas semanas. En esa época yo no podía entender bien. En mi cabeza no podía concebir que yo pudiera crear un niño —yo todavía era un niño— y no sabía qué decir. A Mia no le gustaba hablar del tema. Nunca lo hicimos.

La marihuana es una gran droga recreativa, pero puede ser una cagada para la gente con secretos. A los 16 años yo fumaba por lo menos tres veces a la semana. Mis amigos pasaban horas hablando de sus novias —de cómo era el sexo, las peleas que tenían, los lugares a los que iban de vacaciones— y yo no podía contar ni mierda.

A veces llegaba a mi casa muy trabado y me ponía a hablar solo en mi cuarto de todas las cosas que no podía hablar con nadie más. No le podía contar a nadie que estaba enamorado. Y aún peor, no le podía contar a nadie que no había manera de que eso pudiera durar. Así que, después de un incidente estúpido, decidí terminar con todo.

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Una vez estaba con mis amigos y dije que me iba a la casa porque estaba muy cansado, pero me fui donde Mia. Pasamos casi dos días en su casa, tirando en cada una de las habitaciones. El mundo exterior dejó de existir y yo no me detuve a pensar qué podrían estar pensando mis papás: mi celular estuvo apagado por casi 48 horas.

Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba llorando, habían llamado a la policía y estaban a punto de declararme desaparecido. Eso fue suficiente. Le envié un mensaje a Mia que decía:

"Ya no podemos seguir haciendo esto".

Su respuesta:

"OK".

El profesor Kevin Browne, un experto en salud mental en la Universidad de Nottingham, dice que: "Los delitos cometidos por mujeres contra adolescentes son en gran parte un misterio porque las víctimas no declaran nada. Se espera casi que los niños disfruten de este tipo de abuso, y en cierta medida, es debido a la naturaleza patriarcal de nuestra sociedad, así que no admiten lo asustados que pueden sentirse frente a esa situación".

Estuve a punto de suicidarme en tres ocasiones distintas. Dos veces fue tratando de tener una sobredosis con analgésicos y otra vez me salí de la carretera cuando iba a 150 kilómetros por hora. Salí de los tres incidentes relativamente ileso (aunque ahora tengo que irme el trabajo en bicicleta). Me prescribieron antidepresivos para equilibrar mis estados de ánimo.

Después de escuchar que Mia supuestamente se había acostado con más chicos del colegio, hice una denuncia anónima en la policía. Les dije que no quería hacer una declaración, pero que si miraban sus mensajes de Facebook iban a encontrar todo lo que necesitaban. Lo último que supe fue que ella ya no estaba trabajando en el colegio, que su casa había sido vendida y que había borrado su perfil en las redes sociales.

Las abusadoras son relativamente pocas. Se estima que constituyen tan sólo el 5% de los abusadores sexuales. Pero sí existen, y todavía hoy, sigue quedando mucho por hacer para alentar a las víctimas a que hablen públicamente. Yo todavía lo estoy intentando.

Imagen vía Static Pexels