"Hay mucha intimidad en el ojo del conflicto": Narciso Contreras

FYI.

This story is over 5 years old.

El número del botadero

"Hay mucha intimidad en el ojo del conflicto": Narciso Contreras

Conversamos con el fotógrafo mexicano sobre su trabajo documentando la guerra en Siria, la búsqueda de la libertad por medio de la fotografía y la incesante necesidad de cuestionar el lugar desde el que se busca.

Un miembro del grupo Qatebee Sokor Al-Islam celebra con disparos al cielo una reciente victoria en Jdeide, Alepo.

Este artículo forma parte de la edición de junio/julio de la revista VICE.

Se puede pensar la fotografía desde muchos lugares. Uno de ellos, quizá más concurrido en la segunda mitad del siglo 20, establece sus propias limitaciones como punto de partida: ¿se puede realmente mostrar al otro? Aun antes de empuñar una cámara y antes también de lanzarse a recorrer el mundo para documentarlo desde su fibra más íntima, Narciso Contreras (Ciudad de México, 1975) se planteaba estas preguntas. Son necesarias, las preguntas. Sin ellas el registro se vuelve sólo eso: una superficie.

Publicidad

Estudiante de filosofía por aquel entonces, Narciso supuso el quehacer fotográfico como un correlato natural del acto de pensar, un ejercicio de observación, de discurso y de lenguaje que indaga en las posibilidades de la obra como voluntad y como representación. Esta postura, en un momento histórico marcado por masacres ambientales, abismos de pobreza y marginación política y social, puede ser, para un creador, el único salvoconducto a la cordura. O todo lo contrario.

Narciso asistía por esos tiempos a las aulas de Ciudad Universitaria, donde tomaba clases con Enrique Dussel. A pesar de que el padre, también filósofo, había tutelado sus primeras lecturas, el encuentro con Dussel y la ética de la liberación fue un parte aguas en su vida. Que la idea de la periferia pudiera ser pensada desde la misma periferia, sin intervenciones exteriores y de manera paralela a la filosofía occidental, le pareció una aproximación radical frente a la óptica dominante que en aquellos tiempos buscaba insertar a México en la "modernidad" a través del Tratado de Libre Comercio.

Corrían tiempos turbulentos en este país donde pensar y tomar fotografías suele ser un combo peligroso. Tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el 94, el Estado se dispuso a construir un exacerbado carnaval mediático alrededor del movimiento y sus protagonistas con el fin de distraer la atención de la opinión pública. Las imágenes del conflicto que "ofrecían" las televisoras y un sector mayoritario de la prensa nacional eran parciales y germinaban desde la propia opresión.

Publicidad

Mostrar, entonces, era a fin de cuentas otra manera de obstruir. Tiempo después, cuando entró a estudiar fotografía, Narciso se encontró ante la misma encrucijada: ¿es posible tomar el retrato de alguien, quien sea, sin objetivizarlo a través de las convenciones de quien mira y dispara al otro lado de la lente? Detrás de esta lógica en la que existe un dispositivo cultural e ideológico, ¿hay espacio para la alteridad? Convino entonces que la única manera de conocer al otro, de intentar romper esa enajenación en cadena, era a través del autoconocimiento. No había vuelta atrás. En cuanto pudo, Narciso hizo las maletas sin saber que aquel gesto se convertiría en síntoma de su futura vida nómada. Tomó un vuelo con dirección a Oriente y se instaló en un monasterio de Vrindavan, la ciudad de los 5,000 templos, al sur de Nueva Delhi. Allí dedicó su tiempo a estudiar pero también a observar. A indagar con los ojos del otro. Tras año y medio en India, su búsqueda personal lo llevó al conflicto de Myanmar. Luego siguió Cachemira, más tarde, Siria. Mañana quién sabe. Dice que parte a Libia en una semana, pero nada es seguro. La vida de un fotógrafo errante tiene de todo menos seguridad.

Durante uno de los pocos remansos que le permite el contador de millas, Narciso y yo nos encontramos en la Cineteca Nacional, al sur de la Ciudad de México, para charlar sobre su trabajo en Siria, la búsqueda de la libertad por medio de la fotografía y esa incesante necesidad de cuestionar el lugar desde el que se busca.

Publicidad

Un combatiente descansa dentro en una cueva localizada en un campamento rebelde en la zona rural de Idilib.

VICE: Se dice que el fotógrafo de guerra es un soldado sin fusil. Hay otros más que aseguran lo contrario: la cámara es un arma, lo que cambia es la lucha, que en el caso del fotógrafo es otra muy distinta. Aun así, en el frente las balas no distinguen los chalecos de prensa. ¿Cómo afrontas desde la ética el día a día en medio del conflicto?
Narciso Contreras: Es complicado. Hay diferentes posturas ante la labor testimonial en un conflicto. Eddie Adams capturó una de las imágenes más icónicas de la guerra de Vietnam: el momento preciso en que un militar ejecutaba, con un tiro en la cabeza, a un civil. ¿Es ético tomar el instante en que un ser humano es asesinado? La forma en que Adams lo explicaba era: "el general mató al sujeto, pero yo maté al general". La fotografía es vulnerable a la interpretación y por eso conlleva una responsabilidad. Cuando se habla de la ética en este campo el punto es que la acción fotográfica es una acción ética en sí misma porque proviene de la observación. Los filósofos siempre han sido los sujetos que se sientan a observar la realidad para explicarla. Heráclito frente al fuego, por ejemplo. El fotógrafo no se sienta y explica pero es un observador que contribuye a crear un sentido de realidad.

Pero en este caso es una realidad expandida, ¿no? Casi virtual. A veces parece que el cometido de esta guerra es la mediatización. Existe la tragedia, claro, pero el terreno desde donde nosotros lo percibimos es ambiguo…
El punto de inflexión fue la cobertura de los conflictos recientes en Medio Oriente. Esta apertura tan amplia no se había vivido antes. Imagínalo: un acceso ilimitado a las imágenes. De primera mano. Podíamos entrar al rincón más lejano de los frentes de combate a hacer fotos, sin restricciones de ningún tipo. Esas imágenes, al día siguiente, colmaban los diarios de todo el mundo. La pregunta es: ¿quién se benefició de esta inmersión? Es muy delicado. La referencia ética del trabajo del documentalista está muy vinculada a cómo se entiende el ejercicio de observación. La necesidad no era informar sino alimentar la prensa. ¿Para qué sirvió? Simple: para alimentar la necesidad de guerra. Nosotros no contribuimos en nada para ayudar a los sirios o a los civiles. Ayudamos a que aumentara el interés de intervenir en ese país. Ahí es cuando hablo de afrontar la fotografía con cierta responsabilidad. El flujo ilimitado de nuestras imágenes sirvió para crear esa noción abrumadora del conflicto.

Publicidad

Entre las imágenes de tu trabajo en Siria me sorprendió esa en la que acompañas a los soldados tras su trinchera. Es curioso: por donde pasaron las balas, ahora cruza un halo de luz tan diáfana que los agujeros parecen haber sido creados exactamente con ese objetivo…
Es que las escenas del horror son muy fotogénicas. La pobreza, la miseria: son fotogénicas. Lo puedes ver en los premios que se otorgan cada año. La fotogenia de las imágenes está íntimamente ligada con su capacidad de celebrar las partes más descarnadas del ser humano. Pero existe un reverso, que en este caso es la luz. Al caminar por una ciudad en ruinas como Alepo lo que buscas es construir. Si tienes la libertad de caminar por una zona de alto riesgo, donde todo es muerte y destrucción, y de pronto te encuentras con un momento así, puedes considerarte afortunado. ¿Explica algo? ¿Es una metáfora de qué? Eso no puedo decírtelo. Se trata de un instante y ya.

Soldados rebeldes pertenecientes a Javata Harria Sham Qatebee observan la posición enemiga desde la línea de fuego, durante enfrentamientos en el barrio de Karmal Jabi, distrito de Arkup, al nororiente de Alepo.

En situación de guerra, ¿cuánto puedes compenetrar con los sujetos que retratas? ¿Has establecido vínculos posteriores con ellos?
Sí, definitivamente. Se desarrolla un lenguaje íntimo a partir de la situación. A pesar de no hablar el mismo idioma, las situaciones límite crean una zona humana muy compleja. Hay experiencias que unifican. Por ejemplo, con los chicos de la trinchera pasamos un largo rato. Compartíamos todo. A veces había momentos de tranquilidad. Disfrutábamos las mismas cosas simples. Un atardecer, por ejemplo. Luego los seguía en los operativos, en sus rondines. Contrario a lo que se podría especular, hay mucha intimidad en el ojo del conflicto. Para ellos es importante que tú estés ahí como testigo de su lucha. Quieren aparecer, hablar, ser vistos y escuchados. En un nivel muy particular, ni siquiera les interesa a dónde van a llegar esas imágenes o quién las va a ver. El simple hecho de estar ahí, corriendo el riesgo de morir en una guerra que no es tuya, rompe muchísimas barreras. Me preguntaban: "¿Qué haces aquí? ¿No te das cuenta de que vas a morir?" Y no podía explicarles nada. Pero estaba ahí.

¿Existe una visión particular de los fotógrafos latinoamericanos que han documentado el conflicto sirio?
Sí y no. Cuando estás con una cámara en las manos tratando de documentar una realidad que testificas, surgen las preguntas: ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? ¿Por qué te afecta? ¿De qué manera estás involucrado? ¿Quién es el sujeto que está frente a ti y cómo se relaciona contigo? Todas estas preguntas están girando en tu cabeza al momento de accionar el disparador y, trates o no de responderlas, tienen un impacto en la imagen. Tu pasado es parte de la imagen. Por otro lado, está la habilidad analítica de quien observa la foto. Su percepción particular y su propio relato. El resultado final es una combinación de ambas versiones.

Puedes leer las otras entregas de nuestro especial de la guerra en Siria aquí.