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Los purépechas están presentes en la reunión de comunidades indígenas de Latinoamérica contra el narco

Los pueblos indígenas de México hasta Panamá se reúnen para crear estrategias con las que hacerle frente a los narcos que utilizan sus territorios como corredores para el tráfico de droga. Las medidas incluyen traer a la vida, después de siglos, la...

En los últimos años, extraños se han acercado a jóvenes en Emberá Wounaan —una comunidad indígena en Panamá— con una petición extraña: “Cruza un saco de arroz por la selva, y podrás ganar dólares. Es muy fácil”. Una travesía de noche de cuatro horas a través de la jungla o la montaña los hace ganar 200 dólares por día.

Pocos aceptan la oferta, cargan los sacos y obtienen el dinero. Pero otros alertaron a líderes locales de la comunidad. Y claro, la noticia llegó a Cándido Menzua, hombre de 43 años de edad y líder de la Comarca Emberá Wounaan.

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“Allá no hay plantaciones de arroz”, explicó Menzua, quien ordenó medidas más exigentes para cuidar las 430 mil hectáreas de selva que le pertenecen a su comunidad. Esta no será la primera ni la última vez que los emberá se topan con los narcos y, ahora, él ya conoce sus intenciones.

El caso de Emberá-Wounaan no es único. En los últimos cinco años, comunidades de la región han estado en un lucha constante para proteger sus tierras contra el crimen organizado. Pueblos entre México hasta Centroamérica han sido destruidos por conflictos que van desde un desfile de tráfico de drogas en sacos de arroz hasta la violencia en estados como Michoacán, donde los habitantes tuvieron que formar grupos de autodefensas para combatir al cártel de Los Caballeros Templarios.

Mientras Menzua cuenta su historia en la recepción lujosa del hotel Wyndham Herradura, sede de los centros de convenciones más grandes de Costa Rica, tiene una presencia intimidante. Viste con una falda multicolor con chaquira, unas sandalias polvorientas y, de la misma manera en que Rambo cargaba su municiones, él lleva dos collares, uno blanco y otro azul, cruzados sobre su pecho descubierto, mientras el resto del público vestía de corbata. Turistas y empresarios lo podrían considerar fuera de lugar.

No es así. Está, en efecto, en el lugar donde debe de estar.

De hecho, es por él —más bien, por líderes indígenas como él— que los legisladores y líderes de la comunidad han volado a Costa Rica de todas partes de la región para estar presentes en una conferencia de dos días que da a conocer cómo estas comunidades organizadas están protegiendo su tierra y combatiendo a los cárteles. Parece que han encontrado la solución a esta guerra contra el cártel, dinero fácil y deforestación: vigilancia constante. Mientras Menzua se encuentra en San José, su gente en Panamá está vigilando la selva. Eso dice mucho del compromiso.

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Darien, el territorio de la comunidad emberá, se encuentra en una región estratégica pero olvidada, un pantano junto a la frontera de Panamá con Colombia, un área de oportunidad para los cárteles. Esta es una característica común entre las regiones más golpeadas por narcotraficantes: tienen la facilidad geográfica para el tráfico de drogas, ya que están alejadas de las ciudades y del poder político, son vulnerables y fáciles de infiltrar.

El diario Science ha dicho que los traficantes han infiltrado bosques a través de Centroamérica y México en los últimos cinco años, abriendo nuevos caminos para traficar drogas y lavar dinero. Kendra McSweeney, una ecologista de la Universidad Estatal de Ohio quien escribió el reporte, dice que esta presencia aceleró el proceso de deforestación.

“Este es un tema gubernamental, el gobierno tiene presencia limitada en este área, por eso los narcos piensan que pueden entrar y actuar con impunidad”, dice McSweeny.

En los últimos años, esto dejó de ser un secreto. La prensa local de Costa Rica —La Nación yEl País, entre otros han reportado la presencia de cultivos de mariguana y helicópteros en los territorios indígenas. ¿Por qué la prensa se enteró de esto antes que el gobierno?

Cuando los helicópteros con hombres armados llegaron a Alto Telire, una comunidad de Costa Rica ubicada al sureste de las montañas, los locales tenían su respuesta lista. Los recién llegados dijeron que ellos eran misioneros cristianos y ofrecieron biblias como pruebas, pero la comunidad sabía de lo que se trataba y los expulsaron, según Levi Sucre Romero, un líder local. Él dice que varios pasaportes de las personas de fuera fueron confiscados.

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Mientras la deforestación se extiende por ciertas áreas de la sierra en México y Centroamérica, algunas áreas son conquistadas mientras otras permanecen intactas. ¿Cuál es la diferencia? La presencia de indígenas que cuidan y protegen su tierra.  Es un nuevo descubrimiento que aparece en el reporte de Andrew Davis, un investigador para PRISMA, una organización de El Salvador que se enfoca en las comunidades rurales de la región.

“Encontramos tres categorías: confrontación entre gente y el cártel, prevención basada en recursos locales y comunidades que buscan ayuda fuera de su territorio, como sucedió en la región de Bosawas, en Nicaragua”, dijo Davis, quien cree que esas áreas sin control local son más vulnerables.

En 2005, Sucre Romero implementó en Costa Rica una red local de comunidades indígenas, de dos comunidades diferentes, y luego estableció la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques, una asociación que administra e influye sobre las selvas en la región.

“Hay un camino histórico en Centroamérica, que pasa por tierras indígenas y de campesinos. Aquí es donde está la mayor parte de la selva. El cártel también toma el mismo camino”, dice Levi Sucre de 46 años de edad.

Así que hay helicópteros y sacos de drogas. ¿Pero qué tan mal se pueden poner las cosas? Pregúntale a Alicia. Ella es miembro de AMPB, y pidió que no reveláramos su apellido, ya que le preocupa que su identidad pueda ser descubierta por gente que le puede hacer daño en México, donde vive actualmente.

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Con 33 años de edad, ella es una antropóloga purépecha de Michoacán. Ella entiende su cultura como pocos, conoce de la situación de vivir en el campo y también ha enfrentado la muerte. En 2011, comunidades purépechas decidieron que estaban cansados de tener a traficantes adueñándose de sus tierras, así que marcaron una línea y le exigieron al cártel no cruzarla.

En abril de 2011, cuando la comunidad estaba determinada de ponerle un alto a la explotación, hubo encuentros con el crimen organizado. “Me refiero a balaceras, con heridos y todo. Desde ese entonces, dos de los nuestros murieron”, dice Alicia, con lentes de sol que le cubrían la cara y una blusa blanca con un diseño a bordado a mano. Dice que hasta la fecha, por lo menos cuatro más han muerto.

Los purépechas —como los emberá, en Panamá; los bribi, de Costa Rica, donde pertenece Levi Sucre, y muchas otras comunidades de la región— desarrollaron estrategias para enfrentar la amenaza. Alicia, por ejemplo, dice que su comunidad renovó una vieja guardia que no fue utilizada por siglos: el rondín.

Antes, los tarascos organizaban un rondín, con el que vigilaban los bosques para resguardar sus fronteras y encontrar intrusos. “De esta manera, no es el gobierno sino las personas las que están combatiendo al narco”, dice Alicia.

¿Y sabes quiénes son? “Sí, todos saben. Son grupos pequeños entre Los Caballeros Templarios”, responde. Los esfuerzos organizados de las comunidades indígenas quizá son la razón por la que los narcos han dejado de entrar, pero el problema aún persiste en otras regiones.

Al final de la conferencia, líderes tomaron aviones y autobuses de regreso a casa. Se le esperaba a Cándido Menzua en Darien, ese terreno olvidado donde Panamá termina, donde la gente tiene la opción de ganar diez dólares por un arduo día de trabajo, o ganar 20 veces más con los narcos.