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Los Tarántulas de Haití

Primero les dio muletas, luego prótesis y ahora les da ánimo para salir a la cancha y ser campeones de fútbol.

El 12 de enero de 2010 a las 4:50 pm un pequeño temblor se sintió en Puerto Príncipe. En el palacio de gobierno, una edificación inspirada en la arquitectura renacentista francesa, los políticos que en ese momento se encontraban ahí no hicieron mucho caso al temblor.

Tres minutos después la ciudad fue desgarrada por un terremoto de 7 grados en la escala de Richter que movió violentamente los cimientos del país y sobre todo de la capital. El palacio se vino abajo como un pastel mal cortado. El presidente de entonces, René Preval, se salvó de milagro. No tuvieron esa suerte otros que por ahí se encontraban.

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Haití vive asolada por una de las hambrunas más fuertes del mundo. En América encabeza la lista de los países más pobres del continente. El terremoto dejó más de 150 mil muertos y cientos de miles de heridos. Todo o casi todo en la capital Puerto Príncipe se vino abajo. Incluso hoy se desconoce cuántos cuerpos permanecen bajo los escombros de algunos edificios destruidos. Los más afectados fueron los pobres, a quienes sus casas de cemento y bloques mezclados con agua de mar se les cayeron encima.

Antes de que la tierra sucumbiera, Haití estaba teniendo un resurgimiento de su economía y sus habitantes tenían algo de esperanza, aunque vivían con algo menos de dos dólares al día —actualmente siguen igual o peor— de la mano de Bill Clinton que invitó a inversores a apostar por la tierra fértil del país. El terremoto hizo que se paralizara todo y la reconstrucción del país se quedó estancada en un sentimiento de frustración y pesimismo. Las estadísticas rebasan cualquier optimismo. Hoy, el país lucha para mantenerse a flote con un gobierno que trata de dar confianza después de cien años de políticos corruptos.

Si hay algo que une a los haitianos es el dolor. Y la paciencia. Eso se nota nada más con ver la desolación con la que miles de personas deambulan por la ciudad a todas horas buscando algo que comer o algo que hacer. Paradójico: en un lugar que está a sólo cuatro horas en coche de la frontera con República Dominicana y sus lujosos resorts y hoteles de todo incluído se vive lo más parecido a lo que los novelistas nos tienen acostumbrados a creer que es el infierno. Aún así la gente sonríe, los niños juegan en las calles y los autos y los autobuses se mueven, las personas caminan y hablan por teléfono, ríen y lloran, comen y duermen; la vida sigue su curso, pero inmersa en una fatalidad abrumadora.

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Perla del Caribe para muchos, lugar de inspiración para escritotes como Graham Greene, músicos como Mick Jagger y políticos como Bill y Hillary Clinton, que pasaron su luna de miel en la isla. Parece mentira que sea el país más pobre del hemisferio occidental.

En los momentos en que el suelo rugía, Wilfrid Mancena se duchaba después de terminar un trabajo como soldador en la casa de su primo. "Sucedió muy rápido. Sentí un bramido espantoso, las paredes del baño se me echaron encima, traté con las manos de evitar que cayeran sobre mí, recibí un golpe y quedé inconsciente durante varias horas. Cuando recuperé el conocimiento tenía un enorme pedazo de concreto sobre mi pierna derecha".

Su primo lo ayudó a llegar al hospital, pero ahí el ambiente era de caos y tragedia: "En los pasillos había miles de personas con heridas parecidas o peores que la mía", recuerda Wilfrid. Los doctores no se daban abasto y su caso no era de los más importantes. Tres días después, cuando ya no se podía hacer nada por su pierna, la decisión de los doctores fue amputar. No fue el único. En el momento de la tragedia, "cortar" era la opción más sencilla para salvar vidas.

No hay un recuento oficial de personas amputadas en el país, pero el doctor Davor Krcelic, un serbodominicano-estadunidense especializado en instalación de prótesis que llegó a Puerto Príncipe en marzo de 2010, tiene casi 350 pacientes, y asegura que en el país existen de tres mil a cuatro mil personas que, de una u otra forma, principalmente a causa del terremoto, perdieron una pierna, un pie, una mano, un brazo o quedaron impedidos para moverse.

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El doctor Davor trabaja para Knigths of Columbus, una de las miles de ONGs instaladas en la isla que proveen a los haitianos de lo que su gobierno es incapaz de donar. Davor dejó su consultorio en Santo Domingo e instaló su casa-taller en el hospital Bernard Meves Project Medishare, al norte de Puerto Principe. Entonces empezó a buscar pacientes por la ciudad.

No fue fácil. Los encontró arastrándose por los suelos en los campamentos, donde aún vive más de un millón de personas. También tuvo que luchar contra el estigma social del que son víctimas las personas que pierden un brazo o una pierna. "Los haitianos dicen que aquel que pierde un miembro del cuerpo es porque hizo algo malo y que Dios lo castigó para que todo el mundo lo vea. Es terrible, pero no creo en eso".

Primero les dio muletas, luego prótesis, y entonces llegó un empresario texano con dinero y la idea de formar un equipo de futbol. Le dio los teléfonos de cuarenta de sus pacientes. Al final el millonario eligió a 15 de ellos. Entre los rechazados estaba Wilfrid, que le dijo: "Hagamos otro equipo con los que no fueron seleccionados". Davor, empeñado en causas justas, le contestó: "Haremos un equipo mejor, que le pateará el culo al otro". Era el inicio de los súper conocidos Tarántula (Zaryen en creole), un equipo que se identifica con el logo de la venenosa araña… pero sin una de sus patas.

Los 23 hombres del equipo entrenan todos los sábados, muy temprano, en unas canchas cercanas al aeropuerto de Puerto Príncipe, en el periférico barrio de Cité Soleil. Diecisiete de ellos perdieron una pierna en el terremoto. Los otros, en accidentes de tránsito, y no fue hasta el sismo que pudieon sentirse "normales" teniendo prótesis. No sólo perdieron una pierna, también a seres queridos, padres, madres, hijos, hermanos, tíos, primos, amigos… Están unidos por una fatalidad y por el amor a un deporte que es la droga del pueblo. Ver la pasión con la que juegan futbol en sus circunstancias remueve la conciencia, pero ellos no quieren compasión, ni que les tengan lástima. Sin dudas, la adversidad es superable.

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En el campo, el calor y el sol después de las 9 am son ajusticiantes. Wilfrid es defensa. Lucha cada balón como si la vida se le fuera en ello. Se gritan, se animan y hasta se insultan en su lengua criolla. No están bromeando, sus esfuerzos por mantener el equilibrio, correr a una velocidad vertiginosa en muletas y dar un potente chutazo hacia la portería es difícil pero no imposible. El mediocampista del equipo, Jenne Fritznel, de 23 años, perdió su pierna en un aula de la universidad. "A veces recuerdo el día del terremoto y mi corazón se llena de tristeza y miedo, pero el futbol me quita todo lo malo". El goleador, Pierre Mackenson, de 28 años, comparte esa opinión: "El futbol me devolvió la alegría por vivir, y mi vida cambió desde que llevo la prótesis. Lo malo es que nuestro país aún no se recupera. Ojalá todos tuvieran las mismas oportunidades de superación".

El niño Mickerlange Di Pierre, de 13 años, se afana por atajar algún balón en el área de los Tarántulas mientras hacen calentamientos de centros. Trato de sacarle algunas palabras pero prefiere no hablar, más pendiente de no perderse los balones que centran los entrenadores. Su madre me cuenta cómo perdió su pierna izquierda: "Acababa de llegar a su casa después de la jornada escolar y se encontraba haciendo su tarea para poder tener más tiempo para jugar futbol, su deporte favorito. Cuando la tierra se movió y sin tiempo para correr a salvarse, una pared le cayó encima y le cortó el camino, literalmente". Su padre murió al lado de él, que corrió a auxiliarlo en medio del terremoto, sin suerte. Varias horas tuvieron que pasar para rescatarlo y trasladarlo al hospital. No recuerda nada de ese día, y es que la inocencia infantil que aún posee lo blinda de malos recuerdos. Mickerlange está feliz; pronto recibirá su prótesis y con ella la posibilidad de tener una vida más digna, sin tantas miradas curiosas y equivocadas. Mientras tanto, se cuela en los entrenamientos del equipo esperando algún día jugar con ellos, cuando tenga edad para hacerlo.

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Estas personas encontraron en el futbol una forma de mostrar al mundo que la discapacidad no aplasta el espíritu humano. Los estigmas religiosos están derribándose. Luchan contra la idea negativa que tiene el haitiano hacia la discapacidad y desean mostrar al país y al mundo que pueden emerger triunfantes de los escombros de una tragedia desoladora.

Termina el partido de entrenamiento y no parecen cansados. De hecho pareciera que no quieren dejar de jugar. Para despedirse de los curiosos, familiares y turistas que se han acercado a verlos, hacen una vuelta de reconocimiento a toda velocidad cantando "Somos los mejores, nadie puede con nosotros".

Wilfrid ahora es el primer asistente del doctor Krcelic y algún día —eso espera el doctor— lo sustituirá. Con el tiempo ha entendido que su vida cambió y empezó cuando ocurrió el terremoto: "Me siento genial porque la movilidad me da la posibilidad de trabajar y ayudar a mi esposa y a mi hija pequeña. Cuando me pusieron la prótesis, sólo me tomó un par de horas adaptarme y supe que mi vida cambiaba para bien. Imagínate si puedo jugar al futbol con una sola pierna, ¡lo que puedo hacer con una prótesis!" El doctor Davor añade: "Es una persona que transmite energía positiva a todas horas. Nunca se queja. Tiene vida como para trescientos años, incluso ayuda sicológicamente a pacientes que llegan al hospital con heridas irrecuperables en algunos de sus miembros. Los anima, les promete que es posible tener una vida normal, que lo vean a él, que el futuro existe". Wilfrid no para de sonreír, y al preguntarle si cree que fue castigado por la ira de Dios, inmediatamente responde que "era lo que tenía que suceder. Dios sólo me da las herramientas para superarme en la vida".

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Davor no sabe cuánto tiempo le queda en Puerto Príncipe. "Aquí queda mucho trabajo por hacer, lo que decida el destino", dice con una mueca irónica. En su taller hay un letrero que dice "Se permite el sarcasmo". Todos los días pone prótesis modernas —que en el mercado internacional pueden costar miles de dólares-— a niños, adolescentes y adultos. "Aquí no cobramos", asegura con una sonrisa. "Con sólo ver la esperanza en los ojos de las personas al poder caminar nos damos por pagados". Sin duda, su trabajo hace posible que muchas personas recuperen la dignidad. Los Tarántula Zaryen saben bien lo que es volver a sentir alegría en sus corazones. El doctor se despide con una broma: "Algunos de los chicos del equipo corren más rápido que cuando tenían dos piernas, porque ahora ¡tienen tres!"

A continuación enumero algunas de las reglas del Mundial de Futbol de Amputados, al que Los Tarántulas aspiran llegar:

-Un "amputado" se define como una persona a la que se ha cortado una extremidad a la altura del tobillo o de la muñeca.

-Los jugadores de campo pueden tener dos manos pero una sola pierna. Los porteros pueden tener dos piernas pero una sola mano.

-Se juega con muletas de metal y sin prótesis.

-Los jugadores no pueden utilizar las muletas para empujar, controlar o parar el balón voluntariamente. Tal acción se equipara a tocar o jugar el balón intencionadamente con la mano. Pero si la pelota toca una muleta de forma involuntaria, la acción es tolerada.

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-El uso de la muleta contra algún jugador se penaliza con la expulsión y una pena máxima.

-El terreno de juego debe medir 70 X 60 metros como máximo.

-La duración de los partidos es de dos periodos de 25 minutos cada uno con un descanso de diez minutos.

-El fuera de juego no se aplica en el futbol para amputados.

-Las reglas internacionales estipulan que se juega con seis jugadores de campo y un portero.

-El portero no puede salir del área. Si lo hace voluntariamente, es expulsado del terreno de juego y el equipo contrario obtiene una pena máxima a su favor.

-Las sustituciones son ilimitadas y se pueden efectuar en cualquier momento.