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Los traficantes de internet en Cuba

Como casi todo lo demás en Cuba, el acceso a internet en la isla está completamente controlado por el gobierno. Por eso, traficar con internet allí no es muy diferente a traficar con drogas.

Mis ojos examinan la muchedumbre en un parque del centro de La Habana. Sé lo que necesito, y creo que sé cómo conseguirlo. Un cubano con rastas se sienta en una repisa para poder ver a todos los que tienen ansias, como yo. Asiento mirándolo y él me llama con un gesto.

"¿Tarjeta?", pregunta.

"¿A cuánto?", respondo. Le paso un billete de tres pesos, él abre su billetera y deja ver una docena de tarjetas de papel verde empaquetadas, el objeto que me ha eludido por días. Me pasa una, la abro, raspo el código de contraseña con una moneda y saco mi smartphone. Ignoro varios mensajes de seguridad, descarto cualquier señal de privacidad y le digo a Google: CONTINUAR DE TODOS MODOS. Es un ritual que ya conozco bien.

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Momentos después, mi teléfono vuelve a la vida, vibrando por primera vez en una semana, conectándome al mundo. He obtenido mi arreglo. Así es como entras a Internet en Cuba.

Eduardo, un traficante de internet en La Habana. Imagen: David Osit.

En los últimos meses, el gobierno autoritario de Cuba ha estado instalando puntos de WiFi en plazas cuidadosamente monitoreadas en el país, haciendo posible el acceso a internet de alta velocidad por primera vez en la historia de la isla, fuera de hoteles caros donde está diseñado para dignatarios extranjeros y turistas europeos. Estos puntos se han convertido en un símbolo de la nueva apertura de Cuba mientras empieza a relacionarse de nuevo con Estados Unidos: el supuesto resultado de la moderación de los hermanos Castro a su avanzada edad.

Los puntos le han permitido skypear a las familias por primera vez en años, y a los jóvenes cubanos abrir sus primeras cuentas de Facebook, ver los primeros memes y, finalmente, aprender sobre cómo los ve el mundo afuera de la isla. El régimen comunista ha dicho que esto es progreso para un país en el que aproximadamente el 5 por ciento de las personas tiene internet, según Freedom House, una organización sin ánimo de lucro de derechos humanos.

El gobierno de Cuba dice que la cifra es del 25%, pero ese número se refiere al número de personas que pueden acceder a la intranet de Cuba, no a la red abierta. Hablando con cientos de cubanos, se hace obvio que 25% es un número que no está ni remotamente cerca de ser preciso. No conocí ni a un sólo cubano que tuviera acceso a internet en su casa durante las tres semanas que estuve allí.

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Es cierto que estos puntos de WiFi son mejor que nada, pero tampoco deberían ser considerados un símbolo de apertura del notablemente cerrado gobierno cubano.

"35 puntos de WiFi, eso no es nada en un país de 11 millones de personas. ¿Te imaginas que en Manhattan sólo pudieras acceder a Internet en 35 puntos? Es una locura", me dijo Jose Luis Martínez, el director de comunicaciones de la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba, con sede en Miami. "Todos están censurados, monitoreados y controlados por el gobierno, por lo que no es nada representativo de una apertura".

Imagen: David Osit.

Como casi todo lo demás en Cuba, el acceso a internet en la isla está completamente controlado por el gobierno. Así estés accediendo al WiFi "público" a través de un punto de conexión, en un hotel o usando uno de los tantos laboratorios de computadores propiedad del gobierno, tienes que usar una tarjeta fabricada por la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (Etecsa), que es también la única compañía de teléfonos en la isla.

Etecsa fue anteriormente una compañía entre el gobierno de Cuba y Telecom Italia, pero se volvió propiedad completamente del gobierno cubano en 2011, cuando Telecom Italia le vendió su parte a Cuba. Etecsa tiene ahora la tarea de instalar y operar los puntos de WiFi, vender celulares y planes de teléfono fijo (no hay internet móvil en Cuba), vender tarjetas de internet directamente a los usuarios, operar un pequeño número de laboratorios de computadores (algunos de los cuales tienen acceso a internet), y administrar un conjunto de correos electrónicos exclusivos de Cuba.

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Debido a que Etecsa ofrece tantos servicios importantes, las filas en las tiendas de la empresa son revoltosas, desordenadas, largas y se mueven lento. Como casi cualquier otra tarea logística en el país, usar un punto de WiFi es un dolor en el culo.

¿Quieres tomar un bus interurbano? Mejor dirígete a la estación de bus uno o dos días antes, haz fila por dos horas para comprar un tiquete y luego prepárate para hacer una fila aún más larga cuando hagas check in horas antes de que el bus salga.

¿Quieres navegar en internet? Haz una fila en una de las tiendas azules gigantes de Etecsa y prepárate para gastar el 10% de tu salario mensual en una tarjeta de dos dólares la hora. Y prepárate además para esperar. Eso, claro está, depende de que Etecsa tenga algunas tarjetas en stock, o que tenga los medios para activarlas, que no es probable. En la turística ciudad playera de Varadero, no pude comprar una tarjeta en dos días. Las tarjetas no podían ser activadas en Etecsa y en cada hotel en el que me registraba tenían sus suministros agotados.

Las tiendas de Etecsa, a propósito, están extrañamente localizadas cerca de los puntos de WiFi. Hay kioscos de la empresa localizados por todo el país, incluyendo algunos cerca de las áreas públicas de conexión. Sin embargo, no vi ni un solo kiosco que en realidad estuviera abierto. También es posible comprar las tarjetas por un precio más alto en ciertos hoteles, sin embargo había pocos suministros en la mayoría de los hoteles a los que fui.

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Estos inconvenientes son "otra manera de limitar la cantidad de tiempo que la gente pasa en Internet", dijo Martínez.

"Encontrar estas tarjetas es difícil y caro, y es la razón por la que el mercado negro cubano se aprovecha de estas cosas. Esto pone a los cubanos en modo de sobrevivencia constante", opina Martínez. "Si te diriges al otro extremo de la ciudad para tener acceso, tienes menos tiempo de leer noticias y perspectivas de afuera. Es algo muy intencional y les da a los cubanos muy poco tiempo para pensar y formular lo que de hecho van a hacer cuando de verdad se conecten".

Eduardo, el joven de 26 años a quien le compré una tarjeta, vive de estas márgenes de la economía cubana. Eduardo accedió a hablar de su negocio conmigo con la condición de que no usara su apellido, ya que revender tarjetas Etecsa es ilegal.

En muchos sentidos, traficar con internet en Cuba es muy parecido a traficar con drogas. Eduardo está abajo en la pirámide de la operación. Cada día, obtiene un nuevo abastecimiento de tarjetas de su jefe, quien compra 500 tarjetas por vez. (El gobierno cubano rastrea quien compra las tarjetas y en qué cantidad, así que esas grandes cantidades presuntamente tengan un contacto en Etecsa o usan a una serie de personas para comprar las tarjetas).

La zona wi-fi zone donde Eduardo vende sus tarjetas. Imagen: David Osit.

Otros 'dealers' de Internet entran al negocio por su cuenta, comprando una tarjeta extra aquí o allá cuando pueden o usando las ventas para subsidiar su uso de internet. Por lo que a mí me consta, no hay luchas territoriales: hay un abastecimiento tan bajo de tarjetas que todo el mundo quiere que más gente las venda. Cuando Eduardo no estaba por ahí disponible, yo preguntaba por otro lado: había siempre un adolescente que tenía una tarjeta extra o dos. Alternativamente, cubanos ingeniosos han empezado a vender porciones de su ancho de banda usando una app llamada Connectify, que divide la conexión de un smartphone en una red WiFi separada que puede ser compartida. Compras una tarjeta por dos dólares, vendes tres conexiones por Connectify cada una por un dólar y ganaste un dólar.

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Por cada venta, Eduardo gana cerca de un cuarto, aunque ocasionalmente es capaz de subir el precio cuando le vende tarjetas a los turistas que no saben mucho. De por sí, Eduardo raramente usa sus propias provisiones para acceder a Internet, es demasiado caro. Ya tiene Facebook y un smartphone enviado por su hermana que vive en Italia, pero éste casi nunca se conecta a Internet. En lugar de eso, como la mayoría de los cubanos, Eduardo descarga apps nuevas y música (le gusta particularmente Lil Wayne y Drake) de pequeños negocios que consiguen información masiva de Estados Unidos contrabandeados en USBs y discos duros externos, un fenómeno conocido como el paquete.

Eduardo no tiene un trabajo formal. Ha podido sobrevivir al pasar la mayor parte de su vida en trabajos raros en las periferias de la economía del mercado negro de Cuba. Ni siquiera ha tenido dinero para viajar por Cuba. Aún así, en un punto durante nuestra conversación, saca su smartphone, pasa algunas fotos y me muestra una imagen de él con un sombrero de lana en la que claramente está en el centro de Moscú.

"El año pasado conocí a una mujer rusa que me pagó 50 dólares por ser una mula de ropa por ella", me contó. "Llevé dos maletas de ropa a Moscú, me quedé allá una semana y me devolví. Era mucho dinero, por lo que definitivamente valía la pena. Las chicas allá, ¡wow!", añadió, pasando distraídamente varias selfies de él bailando con mujeres en un bar ruso.

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La fila afuera de una tienda Etecsa en la Habana. Imagen: Jason Koebler.

Durante el último mes, Eduardo ha estado vendiendo internet sin parar. El día que lo conocí, Eduardo había vendido suficientes tarjetas como para pagar el cover de dos dólares en la Fábrica de Arte, una nueva discoteca cosmopolita y galería de arte ubicada en el creciente barrio de Vedado en La Habana. Le dije que su nuevo trabajo me acordaba mucho al que hacen los vendedores de drogas en Estados Unidos. La comparación hace que se baje la camisa, revelando un tatuaje en su pecho que dice "Smoke Weed Every Day" (Fumar yerba todos los días).

Antes de ir al club paramos en su casa, un apartamento de una habitación, piso de concreto, en un edificio ruidoso de la Habana antigua. Aparte de un ventilador, una lámpara y una estufa de gas, no tiene nada de tecnología. Él saca un porro de un viejo cajón.

"¿Tener internet en tu casa? Eso es un sueño. Eso no pasa. No es posible", dice. Prende el porro y sigue hablando. "Esto, esto es lo que tengo ahora mismo y me siento bien. Fumar. Yerba. Todos. Los. Días".


Nota del editor: Fotos adicionales de este reportaje fueron tomadas como parte del programa

Photos from Beyond , en colaboración con LG.