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Cultură

Dramas económicos de los millenials colombianos

El Mal Economista (EME) quiere aprovechar esta entrada para advertirle a toda la sociedad colombiana que estamos 'ad portas' de experimentar una nueva epidemia de emos.
Collage: Mateo Rueda

No ha pasado suficiente tiempo como para olvidar a esa muy peculiar tribu urbana cuyos miembros se autodenominaban "emos": esos que vivían declarándose tristes. Creo que esa tendencia va a volver, pero ya no como un movimiento sino como una realidad generalizada. Quiero decir, los millenials colombianos estarán tristes.

El Mal Economista (EME) quiere aprovechar esta entrada para advertirle a toda la sociedad colombiana que estamos ad portas de experimentar una nueva epidemia de emos, pues ahora esos muchachos sí tienen razones para deprimirse. Muchos de ellos están a punto de incursionar en la vida profesional: o están buscando trabajo o, incluso, se están regalando a una empresa para no hacer parte de los 2,2 millones de desempleados de los que actualmente goza el país.

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De manera que lo que detonará la siguiente epidemia de Tristezas y Tristezos es el choque que están teniendo los millenials de entre 21 y 27 años con el mercado laboral. No pretendo romperle el corazón a nadie pero es muy poco probable que un recién graduado pase de la universidad a un puesto de gerencia en una multinacional. Eso no sucede nunca. Es más, si al salir le ofrecen un cargo de planta en alguna compañía, acéptelo, no importa si le pagan el mínimo: la seguridad social pagada por la empresa es algo con lo que hoy en día se le presume a los compañeros de carrera.

Una de las primeras razones para deprimirse es el tipo de contrato. En la actualidad ser aceptado en una empresa es tan solo la mitad de la felicidad. La otra parte depende de si el contrato es prestación de servicios: si le dan este acuerdo legal significa que usted hará parte del combo de los contratistas, lo que significa que los aportes de seguridad social los debe asumir el mismo trabajador.

Debido a esto, la primera camada de emos serán aquellos contratistas que ganen cerca de un millón de pesos al mes, pues una vez que paguen su EPS y pensión se darán cuenta de que solo le quedarán libres $690.000. Es decir: se vuelven parte de esas personas que se ganan laboralmente el salario mínimo.

Aunque la situación de los contratistas en el sector público es menos precaria, pues el Estado paga el 60% de la seguridad social, las probabilidades no ayudan a los candidatos a emos. Los sondeos del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario sugieren que si hay tres personas recién graduadas que entran al sector público, solo uno sería contratado como funcionario y los otros dos quedarían como contratistas.

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Lo deprimente es que no hay razones para pensar que la situación cambiará pronto, pues debido a las políticas de austeridad, el Gobierno ordenó congelar la nómina estatal, por lo que, aun si no hay despidos, no hay espacio para crear cupos de funcionarios públicos ni de más contratistas.

Si creyeron que no hacer parte del prestigioso grupo de los aportantes a seguridad social es suficiente para salvarse de la emo-epidemia, están equivocados. Según el Ministerio de Trabajo, de los 22 millones de trabajadores solo la mitad realiza aportes a seguridad social, y de este subgrupo solo 2 millones lograrán pensionarse. Esto indica que si cinco recién graduados comienzan a cotizar pensión, sean o no contratistas, cuatro de ellos no lograrán ahorrar lo suficiente como para poder jubilarse.

Además, siempre existe el riesgo de deprimirse por algo similar a lo que les pasó a los trabajadores que nacieron en 1954. Cuando se suponía que se iban a jubilar una vez cumplieran 60 años, en 2014 el Gobierno aumentó dos años más la edad de jubilación. Y aunque está enredada, no se puede olvidar que el Gobierno tiene en su bolsillo otra reforma pensional en la cual la OCDE recomienda otro incremento de la edad de jubilación, la de los hombres hasta los 67 y la de las mujeres hasta los 64, como mínimo.

El otro foco de depresión hoy en día es la educación en posgrado, en especial la que se da en el exterior. El futuro de los que terminaron de pagar sus estudios en el exterior hace dos años será muy diferente a los jóvenes que hasta ahora pensando en irse. La diferencia es que ahora tomar un curso en Estados Unidos es 50% más caro que hace dos años, debido al encarecimiento del dólar en Colombia.

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Si hace dos años un MBA en Harvard costaba $360 millones al año, cuando la tasa de cambio bordeaba los $2.000 colombianos, en la actualidad cuesta $540 millones pues la divisa está a $3.000 colombianos. Esto significa que los milenials que recién comienzan su vida profesional tienen una desventaja de $180 millones con respecto a los miembros de su generación dos años mayores, lo que disminuye sus oportunidades para que asciendan en una empresa y que algún día ocupen un cargo gerencial.

Hay más tragos amargos: El fortalecimiento del dólar también le ha quitado su encanto a Colfuturo, para muchos la única herramienta de crédito para poder acceder a una educación en el exterior. Hace dos años, cuando la tasa de cambio rondaba los $2.000, pudo parecer buena idea tomar prestado los US$50.000 que ofrece esta entidad a los jóvenes interesados en estudiar en el exterior, sobretodo porque a muchos les interesaba la condonación de la mitad de la deuda para los que volvían al país.

El problema es que esos US$25.000 ya no valen $50 millones sino 75, que deben ser pagados con los bajos salarios que ofrece Colombia. Mientras que un analista financiero local con cargo gerencial me dice que gana cerca de $10 millones mensuales (US$3.300), en Nueva York un profesional con el mismo puesto me dijo que gana $24 millones (US$8.000). Esto sugiere que sale mejor negocio no volver a Colombia y pagar todos los US$50.000 de Colfuturo. El problema es lograr conseguir uno de esos puestos en Wall Street.

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Y a pesar de que los jóvenes le apunten a eso, ahora se está premiando más las habilidades técnicas que la educación misma.

Por ejemplo Hays, la firma líder en consultoría de recursos humanos, dice que hoy en día saber inglés es más importante que un título local de posgrado. De hecho, indica que un profesional 100% bilingüe tiene más posibilidades de ser contratado que otro candidato con maestría, pero que no sepa inglés. Lo mismo pasa con habilidades computacionales como conocimientos en programación y en manejo de bases de datos. También a las compañías les gustan las personas con experiencia en gerencia de proyectos, y, aunque suene trillado, buscan liderazgo.

Como estocada depresiva también se debe advertir que la vida profesional no lo es todo, sino que también debería preocupare por su vida sentimental. Por triunfar en ella. De acuerdo con la base de datos de la Policía los solteros tienen 10 veces más probabilidades de ser víctimas de un homicidio que los que están casados, incluso ser divorciado es 20 veces más seguro.

Así es la vida, hermano.

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