Probé la droga inteligente que me hizo amar el trabajo y odiar todo lo demás
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Probé la droga inteligente que me hizo amar el trabajo y odiar todo lo demás

Puede que el Modafinil sea la droga menos divertida que existe pero en la era del oficinista también parece ser la única que tiene sentido.

Este martes en la tarde, mientras iba en bicicleta camino a la biblioteca de la Universidad Javeriana, un tipo de ansiedad desconocida se apoderó de mi mente. Era un deseo ardiente por estar sentado, solo, en silencio, frente a un computador. No escribiendo o scrolliando en Facebook buscando el meme del día (como suelo hacerlo) sino adelantando unas tablas de Excel que tenía pendientes. Y eso que estamos hablando de un programa que no sólo es el más útil y aburrido de la familia Office, sino que además es uno que yo llevaba al menos 5 años sin utilizar.

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La razón: Modafinil, un compuesto químico que fue sintetizado en Francia durante los años setenta, aprobado por la Food and Drug Administration de Estados Unidos (FDA) para el tratamiento de la narcolepsia y otros desórdenes del sueño en 1998 y que en los últimos años ha empezado a ser utilizado por personas saludables para mantenerse despiertos durante largos periodos de tiempo y aumentar su desempeño cognitivo.

No es solo eso. Medicamentos como el Aderall y la Ritalina, formulados para el síndrome de déficit de atención, o la Ampakina, para el Alzheimer, también están siendo usadas para mejorar el rendimiento del cerebro la hora de estudiar o trabajar. Se les llama nootrópicos y, hasta donde pude averiguar, el Modafinil es el único que se puede comprar en una farmacia cualquiera y sin necesidad de formula médica.

Eso fue exactamente lo que hice el martes de camino al trabajo. Leí las contraindicaciones y, al no encontrar nada excepcional en ellas, bajé la cápsula de color naranja intenso con un trago largo de Gatorade rojo. Llegué al trabajo un poco después de las 9 a.m. y me senté en mi puesto como si nada.

Nadie notó que acaba de unirme a un club formado por pilotos de guerra, doctores que trabajan en salas de urgencias, magnates de Silicon Valley y tipos comunes y corrientes que estudian, trabajan y mantienen un hijo en Bogotá. Todos la toman por la misma razón: darle un empujoncito a su cerebro a la hora de pilotear aviones de combate, salvar la vida de otras personas durante 24 horas consecutivas, asistir a reuniones en las que están en juego millones de dólares o algunas más sencillas como leer un libro o moler cifras en Microsoft Excel.

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Tras un par de horas en mi puesto, seguía esperando el empujoncito. Envié dos correos y traduje unos cuatro párrafos. Nada extraordinario. Noté que algo estaba sucediendo conmigo cuando dieron las 11:30 am y yo seguía en mi puesto, leyendo, traduciendo y sin hacer ninguna pausa para fumar. Los cigarros estaban sobre la mesa, la puerta estaba abierta y afuera alguien esperaba con encendedor y conversa. Ese día no me provocaba.

El empujón llegó con toda certeza al mediodía. Me ofrecí (cosa de por sí sospechosa) a escribir una cuantas palabras en inglés para los colegas de VICE Canadá, acerca de lo que pensábamos en Colombia sobre las fotos de sus tres candidatos presidenciales. "Escríbase unas 200 palabras por candidato", me dijo despreocupadamente Andrés Páramo, mi editor. Durante la siguiente hora me vi absorbido por la tarea. Mientras en el puesto de al lado, Camila, mi colega de Pacifista, hacía mala cara y se escurría en su silla contando los minutos que faltaban para la llegada de nuestra pizza, yo miraba las caras de los insípidos candidatos y golpeaba el teclado a buen paso. En mi cerebro no había cabida para el hambre. Ni siquiera para mi comida favorita.

En realidad, nadie sabe con certeza cómo funciona el Modanfinil. Suena descabellado, sobre todo para un medicamento que, en Colombia, se vende sin prescripción en una droguería, pero eso mismo pasa, por ejemplo, con cuestiones médicas avanzadas como la anestesia. Se sabe que la general es eficaz y segura (al menos más segura que su predecesor el cloroformo), pero esta es la hora en la que nadie puede afirmar cómo funciona la anestesia en el cerebro sin arriesgarse a ser refutado. Algo muy similar sucede con ese compuesto que persuadió a mi cerebro a no pensar en pizza faltando 10 minutos para la hora de almuerzo.

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Hay una certeza generalizada de que el Modafinil es eficaz y seguro a la hora mantener despiertas a personas que padecen de narcolepsia. Por seguro me refiero a que, a pesar de que entre sus efectos secundarios se cuentan dolor en el pecho, náuseas, mareos, ansiedad y taquicardia, todos ellos suceden en menos del 10% de los pacientes. Eso es preferible a quedarse dormido bajando una escalera. Lo que sí se debate es cómo consigue el Modafinil su cometido.

Algunos afirman que el Modafinil incentiva en el cerebro la liberación de una hormona llamada histamina. Usted probablemente reconoce este nombre gracias a los antihistaminicos, compuestos que inhiben la producción de histamina y que se encuentran en muchos de esos medicamentos antialérgicos que tanto sueño dan. Así que tiene sentido: al aumentar la producción de histamina, el Modafinil hace exactamente lo contrario que la pastilla de Loratadina (podría ser, incluso, igual de inofensivo).

Sin embargo, otros estudios sostienen que el Modafinil opera en el cerebro con un mecanismo muy similar al que tienen los estimulantes convencionales, como las anfetaminas y la cocaína. Más fácil: aumentando los niveles cerebrales de dopamina, la misma hormona que secretamos cuando, comemos, tenemos sexo o nos encontramos con un amigo y que provoca en el cerebro una sensación de alerta, placer y recompensa. De ser cierta, esta teoría implica que el Modafinil es una droga que podría generar casos de abuso y dependencia. Cosa que, a falta de estudios a largo plazo, nadie ha demostrado.

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La pizza tardó más de 45 minutos en recorrer 10 cuadras y no me pudo haber importado menos. Mientras que el cerebro de Camila liberaba dopamina al recibir la caja de cartón con aroma a pepperoni, el mío había recibido su chute horas antes en forma de una cápsula blanda color peligro. Nos comimos la pizza en un parque. La cosa tardó unos 25 minutos. Un par de días después le pregunté a Camila por mi comportamiento durante el almuerzo: "Usted estaba normal y hablamos parchado", me dijo. Pero, a diferencia de lo normal, esta vez no hubo nada de "vuelta a la manzana para bajar el almuerzo", ni mierda de "postre para matar el sabor a pepperoni", ni siquiera considere el sagrado "cigarrillito post almuerzo". Volví directo a mi puesto y rematé la tarea para la cual me había ofrecido mientras, a pocos metros de distancia, mis compañeros fumaban y hablaban paja en patio.

Cuando mi editor volvió a su puesto, la tarea que, según los canadienses, debía estar lista para el viernes, ya estaba en el buzón de su correo electrónico. "¿Ya?", preguntó Páramo con los ojos bien abiertos tras el cristal de sus gafas. Asentí y solté un "sí" muy casual, como si terminar las cosas de tiempo fuera para mí cosa de todos los días.

"Calmado Bradley Cooper", me dije. "Mejor no andar dando tanto visaje".

Independientemente de cómo funcionan y qué tan seguro sea tomarlos, el uso de medicamentos que, como el Modafinil, pueden aumentar el rendimiento cognitivo, plantea un debate ético interesante.

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¿Le estaba haciendo trampa a mis colegas, empezando por Páramo y Camila?

Según un artículo publicado por Rob Goodman en la revista de ética del Instituto Kennedy, tomar medicamentos para mejorar el rendimiento cognitivo es aceptable, siempre y cuando no se esté afectando el trabajo de alguien más. Este sería el caso de los funcionarios del Ministerio de Hacienda de Australia, quienes el año pasado admitieron (bajo el anonimato, claro está) haber utilizado el medicamento para completar el presupuesto de la Nación a tiempo. Creo que una cosa distinta sería tomar Modafinil para presentar el examen de ingreso a la Universidad Nacional.

El debate está repleto de áreas grises. Si yo tomara esas pastillas a diario, es probable que lograra producir más artículos por semana, lo cual no estaría afectando el trabajo de los demás redactores, pero sí pondría sobre ellos una presión injusta de ser más productivos, sobre todo si lo tomo en secreto. Podría argumentar, sin embargo, que la decisión de tomar el medicamento y no contarle a nadie hace parte de mi derecho a la intimidad y que, a diferencia de mí, muchos de ellos toman Vive 100 todo el día (aunque no lo ocultan). Según los profesores Mirko Garasic y Andrea Lavazza, a la hora de consumir estos medicamentos, ser sincero con sus colegas y superiores parece ser lo más humilde, solidario y éticamente correcto.

Ahora, podría decirse que lo éticamente correcto sería no tomarlas y punto. Pero sería poco realista e hipócrita, sobre todo en la era de las bebidas energizantes. Aprendamos del fracaso en el manejo del doping en el deporte competitivo. Al menos eso dice Vince Cakic, profesor de la Universidad de Sidney, quien invita a la comunidad académica (en la que estos medicamentos han tenido gran acogida) a ser realistas y a concentrarse más en investigar e informar acerca de los efectos secundarios que pueden tener medicamentos como Modafinil y la Ritalina en personas saludables, que a declararles la guerra en el campus.

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De vuelta a mi día laboral sospechosamente productivo, la cosa empezó a fallar cuando acepté un tinto. Minutos después, mi corazón se aceleró y sentí una presión leve en el pecho. Los efectos mentales fueron aún más preocupantes. Encontraba IRRITANTE cualquier interrupción de uno de mis compañeros para preguntar un sinónimo, compartir un video o mostrar un meme. La conversación casual de escritorio de la que usualmente soy partícipe y promotor me parecía una ofensa, no contra mí, sino, peor aun, contra mi trabajo. Me encontré preguntándome ¿por qué no pueden estar todos dopados como yo?

Decidí que la mesa que compartimos 7 personas en la oficina no era un ambiente laboral saludable y partí rumbo a la biblioteca de la Javeriana.

Pinché mi bicicleta en el camino. Puta vida. Me vi obligado a hacer un desvío para detenerme en el taller más cercano: jamás me había parecido tan molesta la parsimonia de un artesano del despinche. Le pregunté al mecánico cuánto le debía antes de que hubiera terminado, alisté el dinero, pagué y me fui a la universidad como si allá regalaran pola.

Antes de entrar a la biblioteca, y 7 horas después de lo normal, me fumé el primer cigarrillo del día. Mi corazón, el único objeto en el universo que parecía aguantarme el paso, volvió a acelerarse. Me senté frente a un computador en una sala oscura y silenciosa. Conocía bien la contraseña pero me equivoque varias veces al digitarla. Estaba sudoroso y mis manos temblaban aun más de lo normal, pero ver la pantalla de escritorio cargando me llenó de una satisfacción y un optimismo que asocio más al momento de terminar una tarea que al Documento1 en blanco.

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Según el doctor Scott Vrecko es posible que los nootrópicos no aumenten tanto la capacidad de una persona para recibir, recordar y procesar información, sino que tengan un efecto positivo sobre el estado emocional de una persona a la hora de efectuar estas tareas. Vrecko estuvo conversando durante algunas semanas con estudiantes de una universidad estadounidense que toman Aderall, y recogió testimonios de experiencias muy similares a la mía. Muchos de los estudiantes afirmaron que la pastilla los hacía sentirse más capaces de realizar las tareas, incluso antes de empezarlas. Una sensación de "quiero, puedo y no me da miedo" que contrasta con la sensación de ansiedad, pesimismo e impotencia que les producía tener por delante una larga jornada de estudio sin su 'ayudis' predilecto. Otro estudio señala que el Modafinil podría inducir un estado de excesiva confianza, lo cual explicaría por qué al revisar ese texto tan del putas que había escrito en inglés para mis colegas de Canadá me encontré con la palabra 'still' repetida al final de una frase y al comienzo de la siguiente.

Mi segunda tarea del día, por otra parte, consistía en transcribir una serie de datos acerca de la incidencia del hurto en Bogotá (por hora y localidad) de un documento en pdf a una hoja de cálculo de Excel. Ese es exactamente el tipo de labor mecánica que envía a una persona dispersa como yo derechito a Facebook, Youtube, la página de Wikipedia del ornitorrinco o al recuerdo de un polvo lejano. Pero esta vez fue diferente: transcribir las frías y planas cifras fue el punto alto de mi día. Una sensación cálida y reconfortante crecía en mí a medida que llenaba la hoja de cálculo. Pronto paré de sudar y mis temblores volvieron a la normalidad. Los patrones emergían con facilidad: ¿cómo son de peligrosas las localidades que uno menos creería? ¿Quién iba a saber lo entretenida que puede resultar la estadística? Que se pudra la selección Colombia, veré sus amistosos cuando jueguen contra Alemania o Argentina.

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No voy a mentir. Entré a Facebook un par de veces en el proceso pero cuando lo hacía, algo en mí se activaba y me obligaba a volver a la misión inicial. Me sentía casi como si me hubieran dado el tratamiento Ludovico para dejar de agarrar tetas.

La puta pastilla funciona, nada que hacer. ¿Pero a qué costo? Los doctores Kimberly Urban y Wen-Jun Gao temen que a largo plazo, y en personas saludables menores de 30, el Modafinilo pueda joder una cosa que se llama la plasticidad cerebral. Por plasticidad cerebral se refieren a la capacidad que tiene el cerebro de adaptarse a distintas situaciones en diferentes contextos y a lo largo del tiempo.

Lo que les preocupa a los doctores es que al aumentar la cantidad de dopamina en el cerebro durante un periodo en el que el cerebro sigue en desarrollo (sí, su cerebro no termina de desarrollarse hasta los 30), el Modafinilo y otros nootrópicos pueden afectar los receptores cerebrales responsables de consolidar la memoria a corto plazo y de regular la flexibilidad del cerebro a la hora de responder a estímulos diversos: lo que sucede, por ejemplo, en situaciones sociales.

Los investigadores sospechan que, a largo plazo, los jóvenes que toman Modafinil y medicamentos similares resulten teniendo una capacidad mejorada para mantener la concentración durante periodos prolongados a costa de una reducción de la memoria a corto plazo, una cierta desventaja en situaciones sociales o a la hora de hacer otras tareas que requieren de flexibilidad cognitiva, como ser periodistas o conducir un auto. Sin embargo, la investigación de Urban y Gao está llena de supuestos, hipótesis aún no comprobadas y, al igual que casi todos los estudios acerca del Modafinilo, advierte acerca de la carencia de estudios a largo plazo.

Terminé mis tablas, casi al tiempo que el partido de la selección. Guardé el archivo, envié una copia a mi correo y me dije: "¿Ya? ¿Eso era todo? Que se vengan todas las tablas del mundo, que se vengan ya". Minutos después, una vigilante me pidió que saliera de la biblioteca. Ya era hora de cerrar. Pero no para mí. Esa noche fui a jugar Play Station a la casa de un amigo hasta que me cogió el sueño, poco después de las 12:00. Pude ver como mi rendimiento en FIFA bajaba a medida que los efectos de Modafinil desaparecían.

Dudé antes de tomar la pastilla a la mañana siguiente. ¿Cuál es el punto de tomar una pastilla que le quita toda la diversión a lo divertido y se la regala al camello? Igual la tomé. ¿Cómo más iba a investigar todo lo que investigué acerca del Modafinilo en menos de 3 horas si no era tomando Modafinilo?

El día dos transcurrió de manera muy similar al primero. Placer y bienestar en la biblioteca. Afuera, más sudor y menos cigarrillos de lo normal. Desistí de comprar una botella de agua en la cafetería porque simplemente no pude esperar en la fila. Otro percance en la bicicleta: esta vez tuve que dejarla y caminar hasta la universidad. Al menos para mí, no hay nada más agradable que caminar drogado por Chapinero. Pero esta vez y por culpa de esta droga la caminata me pareció un desperdicio de tiempo. De nuevo, al final de la jornada, la vigilante tuvo que recordarme que era hora de cerrar. Llegar a casa después de una larga y productiva jornada, apagar las luces, fumar marihuana y ver una comedia no me produjo ni la mitad de la satisfacción que producía saber que al día siguiente volvería a ser el mismo tipo desconcentrado, procrastinador y habla mierda de siempre.

Puede que el Modafinil sea la droga menos divertida que existe (al menos lo es entre las que he probado) pero en la era del oficinista también parece ser la única que tiene sentido. Es raro, ¿no? La misma generación que se ha volcado con entusiasmo hacía drogas que, como el MDMA y el LSD, prometen 'abrir a conciencia' (lo que sea que eso signifique), ahora empieza a inclinarse por drogas que, como el Modafinil, parecen hacer exactamente lo contrario. Una pastilla para avivar el amor por el prójimo en la noche y otra para recordar que debemos temer a Dios a la mañana siguiente.