​Retratos de loritos tristes

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La tierra murió gritando

​Retratos de loritos tristes

Hay sentimientos que un ave en cautiverio no expresa con sonidos.

Amazona autumnalis (Lora frentirroja). Fotos por Natalia Hoyos.

Loros que son capaces de repetir todas las partes de un motor, la lista de precios de una tienda o el inventario de un puesto de mercado en una plaza; pericos que comen ponqué con leche o guacamayas que olvidaron cómo estirar sus alas… estas son las aves que llegan al Centro de Recepción y Rehabilitación de Fauna y Flora Silvestre de Engativá en Bogotá.

"Algunos son recuperados en las terminales de transporte, en las plazas de mercado, donde son vendidos de manera ilegal, y a otros los traen sus dueños porque se van a mudar o se cansaron de su mascota", dice la veterinaria Luz Maria Cuadros, empleada del Centro de Recepción y Rehabilitación.

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Aquí han llegado tortugas hicoteas, monos tití, boas constrictor y hasta un tigrillo. "Buscamos que todos estos animales sean liberados en su hábitat original, pero antes debemos asegurarnos de que estén en las condiciones necesarias para sobrevivir en la naturaleza, y ese es un proceso largo y muy difícil", afirma Judith Cárdenas, bióloga y directora del centro.

Entre todos los animales que aquí se encuentran, es a los psitacidos —familia de aves compuesta por pericos, loras, cotorras, cacatúas y guacamayas— a quienes más se les nota el sufrimiento. "La mayoría presentan movimientos estereotipados, esos movimientos repetitivos sin ningún propósito que se observan a veces en animales en cautiverio, como los tigres enjaulados que caminan de lado a lado", nos dijo la zootecnista Carolina Rangel mientras observábamos a un loro ansioso que se balanceaba sobre su percha. "Otros cuantos llegan a arrancarse su propias plumas, y eso es lo que llamamos 'autopicaje'".

Amazona autumnalis (Lora frentirroja).

El autopicaje se presenta cuando estas aves son sometidas a condiciones estresantes como estar en cautiverio, convivir con aves desconocidas o ser separadas de su pareja (todos los psitacidos son monógamos). Es muy poco lo que se sabe con certeza acerca de las causas del autopicaje y aún menos lo que se sabe acerca de cómo tratarlo. "Es difícil porque es un comportamiento con causas psicológicas que no responde a medicamentos", explica Rangel.

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Una vez estas aves ingresan al Centro de Recepción de Fauna y superan un periodo de cuarentena, son divididas en dos grupos: las que hablan y las que no. La capacidad de imitar palabras y frases completas es el don y la maldición de los loros. Esta curiosa habilidad les ha ganado la atención y la simpatía de los humanos, pero también es la cruz que impide que muchos sean devueltos a sus lugares de procedencia. "Un loro que habla sería el raro de la manada y sería rechazado porque su comportamiento podría delatarlos ante los depredadores".

Los loros que hablan son llevados a la jaula de rehabilitación número 5. El ambiente que se respira allí es el de un manicomio para loros: unas 70 aves conviven en un espacio de unos diez por cuatro metros y emiten todo tipo de cacareos desesperados; en ocasiones se alcanza a distinguir alguna sílaba, algún fonema medianamente humano, pero nunca una palabra completa. A veces un loro cae de su percha al suelo y es la zootecnista quien debe ayudarlo a volver a su lugar en las alturas, ya que la mayoría de ellos no pueden volar. En algunas aves las manchas grises de las primeras etapas del autopicaje han desaparecido, dejando en su lugar la piel expuesta. Cuando el autopicaje llega a ser muy severo, el loro termina por dañar el folículo de la pluma. En estos casos, la pérdida del plumaje es irreversible.

Ara severa (guacamayita).

Frente a la jaula número 5, y separado únicamente por un corredor de un metro y medio de ancho, se encuentra la jaula del único tigrillo del Centro de Recepción. "Usualmente un depredador no se ubica tan cerca de su presa, pero esta es una nueva estrategia que estamos probando. Tal vez sentir la presencia del depredador inhiba en los loros el deseo de hablar", nos explicó más tarde Judith Cárdenas.

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En los últimos años la cantidad de animales albergados por este Centro ha disminuido notablemente. En 2011 fueron recibidos 5.318 animales, mientras que en 2014 llegaron 2.783. Según el teniente Miguel Puerto, del Laboratorio de Identificación Genética de Especies Silvestres de la Dijin, esta disminución puede deberse a la ley 1453 de 2011, la cual endureció las penas contra el tráfico de fauna.

Amazona ochrocephala (Lora real).

No obstante, las redes dedicadas al tráfico de especies siguen siendo una amenaza para la fauna colombiana: "En Colombia hasta hace muy poco era muy fácil conseguir especies exóticas en plazas de mercado, pero ahora se está empezando a comercializar los animales a través de catálogos publicados en internet". Para Puerto, el hecho de que los loros y guacamayas sean animales tan codiciados por coleccionistas extranjeros hace que el tráfico de fauna sea un negocio rentable y difícil de combatir.

"En Colombia, los traficantes le pagan a un campesino 100.000 pesos por una jaula de diez guacamayas. Cada una de esas aves puede llegar a costar 50.000 dólares en el exterior". Puerto afirma que muchas son enviadas a Europa, Estados Unidos y los Emiratos Árabes Unidos. "Hemos encontrado hasta tubos de PVC con decenas de guacamayas sedadas por dentro", nos explica el teniente.

El hecho de que cada vez menos animales sean llevados al Centro de Recuperación y Rehabilitación de Flora y Fauna Silvestre es una buena noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos nunca llegan a ser liberados en su hábitat natural. Judith Cárdenas calcula que sólo un 30% de todos los animales que ingresan al centro llegan a ser liberados. En el caso de los psitacidos, la probabilidad parece ser aún más baja. Mientras que el día que visitamos el centro la jaula de rehabilitación número 5 (el primer estadio en el proceso de recuperación de los psitacidos) albergaba unas 70 aves, en la jaula de recuperación (el lugar al que pasan las aves que ya están en condiciones para ser liberadas) apenas había ocho. Según Cárdenas, esto se debe a que el habla y el autopicaje son comportamientos que rara vez tienen marcha atrás.

Eso es el autopicaje: la única forma que tienen estas aves para decir que están tristes.