Un viaje beatnik a California

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Un viaje beatnik a California

Este es un viaje por aquella tierra que inspiró un verso como este: "He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura". Una tierra llamada California.

Fotos de Samir Marun. Mapa de Nicolás Helo.Todo se trata de esperar la siguiente curva en la carretera.

Cuando la das ¡BUM! Un paisaje te hará creer en Dios.

Se trata de sentir que la felicidad te quiere reventar el tórax mientras ruedas.
Se trata de olvidarlo todo. De pasar una tarde en una playa cualquiera mirando cómo se comporta el viento para poder jugar con un frisbee. De terminar pateando la inmundicia de la opulencia de Las Vegas, mientras disfrutas ser víctima de todo su juego.

Se trata de sentarse en un anden a tomar unas cervezas con un dealer de ascendencia coreana, que te dirá que se llama Jeff y mostrará su carnet de excombatiente en Irak. Se trata de que luego de ver su larga chivera, su sombrero, sus grandes expansiones en las orejas, sus anillos y los tatuajes en sus nudillos, se remangue el pantalón y exhiba sus piernas llenas de cicatrices mientras explica que era experto en explosivos.

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Se trata de ver qué te trae la siguiente curva.

Primero: la ciudad San Francisco…

Mirábamos con cuatro amigos la vitrina de una tabaquería cuando oímos un grito que venía de la siguiente puerta: "Ahí no van a encontrar ninguna vagina", dijo el bouncer de un strip club. Era poco más de medio día y caminábamos por las calles de San Francisco. La noche anterior había sido mi primera en este viaje a EEUU. Luego de pasar frente al bouncer cruzamos la calle y ahí estaba: sobre la pared frontal había un esténcil blanco y negro de dos personas abrazadas: Jack Keoruac y Neal Cassady. En la parte de abajo resaltaba con un color rojo intenso: "The Beat Museum". La tabaquería, la tienda de licores, el strip club, no podían ser otros sus vecinos. Compré "Howl y otros poemas" de Allen Ginsberg y me fui.

"Punk rock eres mi gran llorón. Le contaré a mi madre sorda sobre ti. ¡Tírate al suelo y cómete los pañales de tu abuela! Tambores. Qué ruido, ¿Acaso quieres una revolución? ¿Acaso quieres el Apocalipsis? ¿Explotar entre sonidos de dinamita?" Así habla Allen Ginsberg sobre el punk y es el punk, su sonido crudo y estridente, lo único que corre por las venas de José Gutiérrez, el cantante de Ruleta Rusa y una de las cabezas del sello disquero Mierda Mierda Mierda. Es el punk, el ritmo del bombo y un poco de El Salvador, aquella tierra de la que emigraron sus padres, aquellos acordes que más fuerte retumban en el cuerpo, la piel y la lengua de Gutiérrez. Él, junto al bajista de su banda serían nuestros guías turísticos por las empinadas y estrechas calles de la ciudad.

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San Francisco a través de "riffs" de guitarra distorsionados y gritos ensordecedores.
A la mierda Lonely Planet.

Arranca el tour.

Cervezas en los morrales, THC en la cabeza.

Próxima parada: Dolores Park. Nos sentamos en una especie de media torta. Un pastizal con palmeras y unos juegos en el centro donde los niños se divertían. Gente asoleándose en tanga o sin ella. Gente tomando cerveza. Tomando vino. Fumando porro. Hippies destrozados haciendo fotosíntesis. La libertad: así llamó al parque José Gutiérrez. Así lo viven los habitantes de Castro, el famoso barrio que queda a cinco minutos y que se volvió la expresión más potente del movimiento homosexual en el mundo. Que además ha vuelto este parque algo icónico porque cada junio, en el marco del San Francisco Pride Week, es el punto de partida de la marcha de las lesbianas de SF: la Dyke March. Una manifestación más que suele ocurrir durante las últimas semanas de junio. Ha ido creciendo y ya lo acompañan bisexuales, intersexuales y transgéneros. San Francisco, y en cierta medida California en general, se ufanan de ser ambientalmente amigables y mentalmente muy liberales. Por eso no es gratis que tenga uno de los barrios gay más grandes del mundo, que prohibieran las bolsas de plástico en los supermercados y que estén en la pelea por legalizar la marihuana. ¿De dónde viene tanta "consciencia"? Rebobinemos la película. Corren los años cincuenta. Una década de agotamiento social por la Gran Depresión y por la Segunda Guerra Mundial. De comodidad por una economía que iba en crecimiento. La Escuela de Bellas Artes de San Francisco tenía una administración goda. Sin embargo, un combo de jóvenes de clase media, tanto negros como blancos, poco común en la Norteamérica de esos días, querían una vida más radical y libre en su forma. "Una raza joven y hosca (…) llegaría a llenar el hueco de la rebeldía" – como dice el escritor norteamericano Ken Goffman- y recibiría el nombre de la Generación Beat. Las entrañas de San Francisco, y de California en general, quedaron impregnadas de este olor libertino. Su tufillo llegó hasta nosotros, quienes, con las neuronas entrecruzadas, nos pusimos de pie y subimos al Bernal Heights Park. Un parque en una montaña desde el cual se puede ver toda la ciudad. Una vista privilegiada: barrio tras barrio. Sobre cada uno, historia tras historia narrada por nuestro guía punk. No sé si porque trabajaba en una librería o por una suerte de tradición oral, pero tenía tantas anécdotas sobre la ciudad como tatuajes en sus brazos. De repente, un sonido irritante empieza a sonar desde un poste: "¿oyen eso? -pregunta José- hay que salir, ya viene la policía". Llegó la noche… "-Tenemos que dormir ahora mismo. Vamos a parar la máquina.
-¡La máquina no se puede parar! –gritó Carlo a viva voz. Cantaban los primeros pájaros.
-En cuanto levante la mano –dijo Dean-, dejaremos de hablar, los dos aceptaremos simplemente y sin discusiones que tenemos que dejar de hablar y nos iremos a dormir.
-No se puede parar la máquina así…". (En el Camino, Jack Kerouac). Andamos por las calles. La cabeza se volvió una suma de cortos videoclips de nuestras propias vidas. Tomamos los buses siempre por la puerta de atrás. Comimos el burrito más grande que jamás haya visto. Comimos pupusa, plato típico de El Salvador. Cantamos Nirvana y Soda Estéreo en Karaoke. Terminamos en un concierto en The Knockout de Crimson Scarlet, una banda anarquista de post punk que se fundó en Santa Bárbara y ahora vive en Oakland. Chaquetas de cuero, botas, crestas, greñas, ganchos de nodriza, taches. La contracultura de finales de los 70 que se niega a morir. Y es que los gringos han tenido casi una contracultura por década. Antes del punk, historia que en su momento compartieron o compitieron con los ingleses, estaban los hippies. Y antes la Generación Beat. Entre los beatniks y los hippies hubo una lógica transición y la encarnó Neal Cassady: el ícono. El personaje abrazado de Kerouac a la entrada del museo. La enfermiza obsesión de la Generación Beat. Se volvió el protagonista de "En el Camino" de Kerouac, libro donde el escritor volvió novela su deambular por EEUU. También, según palabras del propio Ginsberg, Cassady fue el héroe secreto de "Howl", el poema que estaría en los estrados acusado de querer corromper a la sociedad estadounidense. Sería el mismo Neal Cassady quien, luego de salir de la cárcel por posesión de marihuana, se sumaría a los hippies y manejaría el bus con el combo de los Merry Pranksters, con quienes recorrería EEUU promoviendo los viajes con drogas psicodélicas. El relato lo inmortalizó el periodista Tom Wolf en su libro "Ponche de ácido lisérgico". "Todo el mundo, todo el mundo en todas partes, tiene su propia película, su propio escenario, y todo el mundo está actuando su película como un loco, solo que la mayoría de la gente no sabe que están atrapados en su pequeño guión". (Ponche de ácido Lisérgico, Tom Wolf).

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Segundo: Los Ángeles y alrededores Ahí estábamos, inmersos en nuestro pequeño guión. Después… Un tren que buscaba las colinas de Los Ángeles. Hollywood, El paseo de la fama, Marilyn Monroe, California en su imaginario, Estados Unidos en su máxima expresión. Un sueño americano que todavía huele a palmera, bloqueador, playa y LSD. Agarramos un carro casa y empezó la vida en cuatro ruedas. Era nuestra primera noche en él, apenas lo estrenábamos. Salíamos del apartamento de una amiga de tomar vino de tres dólares y cuando llegamos al parqueadero público en que habíamos dejado el carro… la policía -¿Ese es su carro? -Sí. -Cúbranse- El policía sacó su arma. Uno levanta las manos, el resto corremos hacia el carro. -¡EY! QUE SE CUBRAN- repitió. Lo hicimos. Nos escondimos detrás de una pared. Los policías con linternas y con todo el protocolo van hacia el carro casa. Uno se sube al techo y mira a través de las escotillas. El otro va a la cabina. Vienen hacia nosotros. -No es seguro que se queden. Vuelvan en veinte minutos. -Nadie está en condiciones de manejar. -No me importa ¡Se tienen que ir! Entramos al carro… ¿a dónde vamos? -¡EY! QUE SE VAYAN YA Empezamos a dar vueltas. Unos minutos después, en un andén, como siempre pasó en "Cops", hay un hombre negro sin camiseta esposado. "El smog era espeso, los ojos me lloraban, el sol calentaba, el aire apestaba, Los Ángeles es un infierno"
(Los vagabundos del dharma, Jack Kerouac).

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Las estrellas en el suelo ni el letrero sobre la montaña tienen mucha gracia. Y Hollywood no tiene mucho más, o no lo vimos, además de uno que otro bar, tiendas de vinilos o a "crazy David": un judío regañón dueño de una tienda de instrumentos que amenazaba con golpearnos si no hacíamos lo que decía y a quien terminamos comprándole una guitarra. Estuvimos en Malibú oyendo la mejor época de los Red Hot Chili Peppers. Luego en Venice Beach para comprobar que el cliché de la playa californiana sí existe. Aquí solía vivir James Lipton, un escritor, compositor y actor que recibía a los beat en su casa y que no se sabe hasta qué punto fue un promotor o un aprovechado de los jóvenes escritores. También en Venice nació The Gas House: una casa que respiraba jazz y donde la Generación Beat hizo de las suyas. Era la época de Charlie Parker, del bepop. La prosa espontánea, improvisada y acelerada de los beat era el equivalente al momento del jazz en la música. O al revés. Cuando le preguntaban a Jack Keorouac sobre sus escritos respondía: "quiero que se me considere un poeta del jazz soplando un largo blues en una jam session un domingo a la tarde".

Ya desde la época de los beats dos números se incrustarían en la historia Venice. Con el tiempo aparecerían pintados en la piel de algunos latinos: el número uno en el puño de una mano. El tres en el otro. El uno debajo de un ojo. El tres debajo del otro. El trece en la frente. El trece en la espalda, en el pecho, en el brazo: "Venice 13" (V-13), la mafia que nació en la década del cincuenta y que seguro saciaba las necesidades de los desaforados escritores. Venice-13 fue –y es- el eterno rival de los Culver City Boyz, otros mexicano-americanos con los que se dieron bala por el control de las calles. La guerra tuvo una tregua en la década del noventa cuando se unieron para luchar contra las mafias afroamericanas. Sobre todo contra la pandilla de los Shoreline Crips. El resultado: un sangriento enfrentamiento por el control territorial para vender coca y crack. Alrededor de cincuenta personas murieron y otras tantas desaparecieron. Todo terminó mediante una negociación. La policía y la gentrificación fueron reduciendo las mafias con el tiempo, aunque siguen activas. Salimos de Venice. Las llantas tenían que seguir rodando… "Nada detrás de mí, todo por delante mío, como si siempre estuviera en el camino"
(En el Camino, Jack Kerouac).

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Tercero: San Diego Gran ciudad: tranquila, con mucha música y barrios de variadas personalidades. Lo que tiene de agradable también lo tiene de paradójica. Intenta mostrar una fuerte identidad mexicana, pues hace parte de ese inmenso territorio que se tumbó EEUU. Sin embargo, es como si al mismo tiempo le quisieran restregar a Tijuana lo lindo que es Norteamérica. El narcotráfico, la violencia o los inmigrantes en busca de una vida no se ven por sus cuadras. Son problemas que se presentan en otras grandes ciudades de EEUU –San Diego es la octava más grande- pero que curiosamente en la ciudad fronteriza se silencian. El plato más famoso de este lugar es el fish tacos, un híbrido mexicano-americano de pescado apanado dentro de unas tortillas. Pasamos una noche en el Casbah donde oímos tres grupos de post-punk: The Fresh and The Onlys, The Wild Wild Wets y Amerikan Bear. La siguiente noche un poco de Soul/funk/jazz improvisado nos dio la despedida. En San Diego, cada festejo terminaba en el carro casa, y cada mañana nos despertábamos frente a la bahía, mirando el mar. Gratis. Cocinando. De fiesta. Anclados en la bahía podíamos ver como sobresalían algunas embarcaciones de guerra gigantescas: un barco, un buque, un submarino. Museos flotantes de viejas glorias militares. San Diego es hogar de la mayor flota naval del mundo. La ciudad nos cautivó pero había que partir…

"- Sal, nos tenemos que ir y nunca dejar de seguir yendo hasta que lleguemos.

- ¿A dónde vamos, Dean?
- No se, pero nos tenemos que ir".
(En el Camino, Jack Kerouac) Cuarto: Las Vegas

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Agarramos carretera hacia Las Vegas: ciudad inmensa, desproporcionada. En medio del déjà vu que se vive en sus inmensos casinos, en la marea de gente, el juego, el trago, los ofrecimientos… todo se fue a la mierda. Ahí conocimos a Jeff, el dealer. También a Vincent, otro dealer. Los conectamos sin querer y ambos se compartieron su número. También se juntó a la charla una prostituta que caminaba por la calle, nos ofreció doritos e intentó robar a un amigo. Tomamos hasta no saber sumar los números de las cartas y hasta que el sol volvió a calentar este desierto. Era obvio que al poner a un desgraciado como Hunter Thompson aquí tendría como resultado su texto más famoso: "Miedo y asco en Las Vegas". El estilo "Gonzo", como se le llamó a este periodismo, nació en 1970 con "El Derby de Kentucky es decadente y depravado": una historia donde Thompson va a cubrir una carrera de caballos, llega tarde, se emborracha, le miente a los habitantes del lugar. Roba carnets de periodista y realmente nunca ve la carrera como tal. Un periodismo heredero de la prosa de los beat que nació del estupor alcohólico y alucinógeno de un hombre y su incapacidad para cubrir una historia a la manera tradicional, pero si para contar porqué era que nunca conseguía hacerlo. En sus líneas golpea los límites con la literatura. Inventa cosas. La subjetividad se descara e incluso el periodista deja de ser observador para ser el actor de todo. Su desespero era el mismo del de los beat por buscar "un orgasmo más apocalíptico que el que lo precedió", como escribió Norman Mailer en el texto "El Negro Blanco". Porque se puede decir que unos eran la respuesta a la bomba atómica, a la Guerra Fría, a la histeria anticomunista; y que Thompson reaccionaba contra la guerra de Vietnam, contra el vigente mundo bipolar, en favor de las libertades individuales. Pero lo que los enlazaba de fondo era el desespero. Uno que se transformó en una declaración de principios para vivir una vida sin restricciones, alejada de la burocracia cuidadosamente planeada de la oficinas de los hombres de organización. Querían probar cuáles eran los verdaderos límites de la libertad de la que tanto se habla en EEUU.

"Y ahora todo estaba en tinieblas mientras nosotros, unos americanos borrachos y locos en la poderosa tierra, nos agitábamos y hacíamos ruido. Estábamos en el techo de América y lo único que hacíamos era gritar; supongo que no sabíamos hacer otra cosa…

(En el Camino, Jack Kerouac). Llegó el final…
Volvimos a San Francisco. En esta ocasión sí entré al museo: una colección de objetos, fotografías y papeles impresos en una impresora cualquiera. Supongo que así había de ser. Igualmente el museo, o buena parte de él, ya lo había recorrido.