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Cultură

Uy, qué duro: crónica de un toquín por El Santuario

‘…por aquí no hay novedad, aquí todo sigue igual …’

Aquel anochecer había sido marcado por el ir y venir constante de ambulancias por varios rumbos de la ciudad. En ocasiones es divertido sólo salir de juerga y darse un poco de todo. En un lugar tan aburrido, ir de party resulta ser una actividad con sentimiento a fiestas patrias, siempre. Una noche de julio eso cambió de tono, esa noche asistí a una tocada en el centro de la ciudad de Guadalajara.

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Es común la organización de eventos en las azoteas del centro de la ciudad, acceder a ellas es cuestión de alternar con la banda indicada y tener desocupado un sábado por la noche para ir a cotorrearle. Para llegar ahí tuvimos que cruzar el barrio del Santuario, zona del mercado negro de medicinas y drogas de farmacia; no hallamos nada interesante.

Noté que el lugar no tenía sino una puerta para ingresar y salir. Dentro, en un patio bastante amplio se encontraba instalado un escenario decorado con imágenes de Nuestro Sagrado Corazón de Jesús, en él, dj’s tocaban sus mezclas de tropisalsa y ritmos electrocumbiancheros.

Cruzamos el reven y nos internamos en el caserón vacío de dos pisos, donde cientos de personas se habían reunido a escuchar a una banda. En el lugar no cabía un puto alfiler. Como sea, nos abrimos paso hasta llegar a la azotea. El sitio estaba atestado de raza de todo tipo. Por alguna razón fuera de cualquier lógica, en la azotea de al lado una cúpula de plástico cambiaba de color; era un efecto mágico y de pésimo gusto, una marca para extraterrestres perdidos, quizá. El ambiente se tornó lento.

Cúmulos de bandita se movían por toda el área. Al fondo del lado derecho viendo a la calle, en la división entre los edificios, un grupo de morros con look hairmetaleroiba y venía.

PONCE+BTKS+FUZOO.

Alguien me comentó que Los Rucos de la Terraza, la banda que iba a tocar, era muy cochina. Siempre tenían pedos para concluir sus presentaciones, pues los bajaban o en el peor de los casos, les impedían subir. Respiré hondo luego de darle un jalón a algo que me pasaron. El humo de esa mierda me noqueó. Por un instante el vértigo tomó el control.

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Andábamos en grupo. Nos acercamos a la fachada del edificio por arriba. Ésta estaba limitada por una pequeña barda ancha, en la cual es posible subirse de un brinco y sentarse. Me recargué en mis hombros sobre la barda. Alejandra se acomodó sobre ella. Esaú estaba a mi lado. Me abstraje.

Alejandra se burló de mí por un rato, alegando que por momentos siempre me pierdo viendo a la nada. Esaú le hizo segundas. Luego por alguna intuición macabra le solicité que se bajara de donde estaba. Ella se negó, quería sólo estar echada viendo hacia la calle.

En el límite entre ésta y la casa de junto, la bandita hairmetalerale metió el acelerador al alcohol. Los recuerdo bien porque una punk de cabello rubio báltico robó mi atención y se encontraba a su lado.

Seguí observando tejados y azoteas adyacentes, las iglesias, las luces de neón. Le solicité a Alejandra de nuevo que se bajara de la barda. Accedió.

Por esa parte del verano, yo vibraba algo en particular que no me quedaba claro sobre la exposición a fuerzas oscuras, caóticas, situaciones y entidades que promueven la posibilidad de que todo valga verga porque así es. En aquellos días había quedado bajo el poder de un graffiti obsceno, que en letras negras sobre fondo naranja, gritaba: ZATANAS TE PROTEGE PUTO. (PENTAGRAMA).

El mini-mega-reven subía como la espuma en una copa. La banda seguía trepada en la barda, sentada, chupando, quemando. Varios bailaban en el límite del voladero. Me dolían los pies y ya me quería ir, entonces:

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Los cables de luz frente a nosotros se sacudieron estrepitosamente, seguido de un tronar de ramas que me recordó al sonido de los coches al chocar contra postes, pero no fue eso. Al final, un golpe seco como de sandía arrojada al vacío coronaba la secuencia sonora de un absoluto desastre. ¡Uy, qué duro!

Alejandra inmediatamente me dice:

—Alguien se cayó, parece morra.

Casi inmediatamente apareció una patrulla. Se empezó a correr la voz. Muchos se asomaron. Alejandra se bajó de la barda por fin. Esaú regresó preguntando qué había pasado.

Sentí pánico, que en poco tiempo caería un operativo y seríamos detenidos todos. Esas cosas han pasado en esta ciudad. Bajé corriendo para conocer detalles de lo que ocurría pero no llegué muy lejos. El grupo estaba a punto de salir a tocar. La movilidad se hizo imposible. Subí de regreso.

Me fue difícil volver, cuando lo logré, llegué a una azotea semi vacía. Me confirmaron que era un chico, no una chica. Me aproximé al spot donde ocurrió todo. Algún ebrio de la pandilla hairmetalera retro. Me asomé con precaución.

Allá abajo, personal de emergencias estaba acomodando a un morro que no rebasaba los 23 años. Botas vaqueras, jeans, playera sin mangas, holgada con estampado en colores chillantes, tez blanca, cabello largo y bien cuidado. Salvo la opinión de profesionales, cualquiera podría haber visto su rostro totalmente desdibujado. Él estaba completo, parecía un ángel pero algo le faltaba ya en la mirada. Respiraba con dificultad y la mandíbula dibujaba un arco que al intentar abrirse evidenciaba una fractura. Algo no estaba bien. El gaznate se asomaba cada vez más en la superficie de su cuello.

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Me alejé cuidadosamente del punto del que esa persona cayó, que para empezar no estaba en la casa del reven, sino en la de al lado, la de la cúpula intergaláctica.

Luego, observé bien. Las ramas, los cables, la distancia. En mi opinión, no había manera de que el sujeto se cayera así nomás, parecía haber tomado impulso y voló hasta que chocó con las ramas y los cables y giró en el aire y se dio ese putazo. A mi lado, un tipo mascullaba algo sobre la depresión y la vida.

PONCE+BTKS+FUZOO.

Alguien en el escenario le avisaba a la banda que el toquín iba a demorar un poco.

¡Ejem! Hay que ver las cosas con mucho humor negro para no ponerse a chillar.

La ambulancia levantó al chico, quien hasta ese momento jadeaba. Luego de arremolinarse alrededor de la escena como hormiguitas que beben morbo, la totalidad del personal regresó al concierto. Todo fue claro desde la azotea. Ver que los cuicos no hacían más que voltear hacia arriba y ya. No los volvimos a ver.

Luego del shock, el dolor de pies me hizo regresar de algún modo. Bajé de nuevo para poder salir pero la puerta estaba bloqueada, sea quien sea que tocaba esa noche, sostenía al público lo suficiente como para pasar de largo la caída de un borracho.

La banda de rock arrancó su show lleno de escatologías y degradaciones de todo aquello que se considere tapatío. El vocalista era todo un Conan el Bárbaro enfundado en una minifalda y unas tetas de plástico que colgaban en su pecho. Recuerdo nítidamente el brillo de su barba rasurada y su quijada dura como de animal.

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Energéticos como una onda eléctrica de cantina. Parte de su fanaticada estaba disfrazada o llevaba puestas máscaras de gatos o cerdos. El slam se desbordó inmediatamente. Culitos bien parados patean y sueltan codazos a diestra y siniestra, rorras, gandules y  punks se arremolinaban ante el bestial espectáculo. Un tubo teibolero miniatura en el escenario, a donde la banda se podía subir a darle con todo, bendiciones con pitos de hule que arrojaban líquidos pegajosos.

Las rolas me prendieron y a pesar de seguir tripeando con la caída de ese güey, no pude evitar dejarme llevar por el éxtasis demoníaco, ya para entonces todo se sentía sórdido y caliente. Un chico se acerca y me dice:

—Suenan a Carcass mezclado con tropical.

El desvergue continuó. Sus letras son fálicas, alcohólicas, anales, impúdicas y viscerales; lo dan todo en el escenario. El frontman sacó sabe de dónde unas hostias y las arrojó como si fueran estrellas ninja.

Luego tomó un crucifijo con un pollo clavado en él, lo destazó con su boca hasta llegar al corazón, cosa que arrancó y exhibió chorreando de su hocico. Sus ojos vidriosos y el contundente beat me transportaron a algo similar al final de El fantasma en el paraíso de Brian de Palma. No lo había querido aceptar por andar viendo a tanta chica tan sabrosa darle al slam muy recio, pero el rostro de la muerte seguía girando en mi mente y la policía no había hecho nada.

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Al tocar su famoso himno “¡Ay, qué rico!”, la lírica le pegó a los siniestros eventos que se encadenaron hasta llegar a un accidente mortal, pues en su parte final la canción dice:

Esto es una grabación, esto es una grabación (2),
una mala grabación, esto no está sucediendo,
esto no está sucediendo, por aquí no hay novedad,
por aquí no hay novedad, aquí todo sigue igual (2),
aquí no hay nada.

(Alarido)

Todo terminó en un aquelarre en el que todo valió pito, la cosa era sólo seguir brincando cayera quien cayera. La banda terminó de echar el resto, cabezas de cerdos, trozos de animales muertos y huesos y gruñidos invocaron al maligno. Sin buscarlo, fui a dar a una especie de misa negra, era una cosa de kinder, sí, pero con un muertito. Con su aparición se había consumado un sacrificio en nombre de la pachanga. Drogas, muerte, alcohol, histeria colectiva, miseria humana, girls and fun. Todos ahí fuimos legión, pues estuvimos en el mismo evento. Belcebú zumbaba sus alas de mosca mientras un alfiler nos ensartaba a todos. Nos veremos fabulosos en su colección de recuerdos.

Por fin la gente comenzó a largarse y eso destapó las puertas del averno. El grupo se despidió con una rola de Rigo Tovar. Yo me deslicé a examinar la sangre del occiso en el asfalto.

Al día siguiente busqué la nota pero no aparecía nada. Noticias sobre mordidas de arañas que provocan necrosis y cómo un par de individuos cayeron en sus garras, pero del chico, nada. Supuse entonces que todo quedaría en un santo vergazo y nada más.

No fue así, a través de un amigo que renta con uno de los organizadores del evento, supe semana y media después, que aquel chico había llegado al más allá.

Y nadie lo pudo evitar, como tampoco nadie detuvo la fiesta ni se investigó nada. ¿Es así la vida en los trópicos? Or what’s the pedo mae frend?

Finalmente, lo que me motivó a contar esta historia es eso que no me deja tranquilo desde el decadente e hipnótico slam: en otras regiones de México están pasando cosas muy ojetes y cabronas igual que en Jalisco y uno ve reacciones, eventos que hacen evidente el estado de las cosas por triste y amargo que esté el asunto. Sin embargo, si algo cala hondo en este rinconcito de occidente es que aquí pasa todo y no pasa nada.