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Música

A ver, chilangos, esto es NRMAL

Culos, papalotes y música chingona.

Nunca supe si dejaban entrar con perros, supongo que sí porque había varios. Yo no llevaría a mi perro a un festival. Tengo suficiente con mi sed y mi hambre, pero cada quién hace de su culo un papalote. También había papalotes y también había culos, unos mejores que otros.

Como la mayoría de los chilangos que tenemos la costumbre de que nos traigan todo hasta el sillón, nunca había ido a un NRMAL. No sabía qué esperar ni qué hacer. Pero supongo que nadie sabía. Los que no llevaron a sus perros, se disfrazaron. Otros iban con polo, gel y fajaditos. También había uno que otro foreverbahidoriano con coronas de flores marchitas. Mis amigos cool iban vestidos como cualquier otro día. Yo no.

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Llegué sin perro y con sombrero al Deportivo Lomas Altas, administrado por el Estado Mayor Presidencia. En la primera puerta le dije a los militares que iba al festival; en la segunda sólo los saludé. Dejé mi coche y la posibilidad de comprarme una chela en el valet de cien pesos. Después pasé a la tercer puerta, donde me pidieron el boleto y me basculearon. A lo largo de mi vida, he metido litros y litros de alcohol a festivales. Es algo que se aprende y sale natural. Pero no era la seguridad acostumbrada. Era como jugar un partido de visitante. Estos güeyes traían traje, corbata y determinación. Sudé un poquito y sonreí muchito. Igual se la pelaron.

Ya adentro me aventé el putirol. Quería encontrarme a alguien, quería ser parte de los chavos del NRMAL, pero más que nada quería entender de qué iba el festival. Recurrí a mi experiencia e intenté comparar: no era como el Vive ni el Antes ni el Mutek ni el Bahidorá. Era algo nuevo y desconocido en la ciudad, y yo sin mi perro.

El lugar no era muy grande. Había dos escenarios y medio; todos bien locotes. El principal estaba en el pasto. Había gente sentada, había columpios, globos y muchas instalaciones para tomarte tu nueva foto de perfil.

El escenario de NOISEY estaba en un llano terregoso. Tenía banderas, palos y una rampa con skaters. No había gente sentada, sólo bailando. Cambiar de escenario era cambiar de mundo. Uno era el bien y otro era el mal. Aunque los dos terminaron llenos de zombis malvados.

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El otro estaba en medio de los camioncitos de comida.

La gente paseaba de un escenario a otro: del de pasto al de tierra y al revés. Sólo se paraban al escenario literario a la hora de comer. Cuando a mí me tocó, había un tipo recitado poemas perrones (al menos eso decía el programa), con un contrabajo que le hacía segunda.

No había mucha gente; éramos como dos mil. Nunca tuve que decir compermiso-gracias, ni empujar a nadie. Podías separarte de tus cuates y encontrarlos en un ratito. Cambiabas dinero por boletitos y boletitos por alcohol. Si los camioncitos hubieran vendido espiropapas, habría jurado que estaba en una kermés: una kermés de chavos bien, atascados, y chavos bien atascados.

Más noche comenzó el atasque musical y la gente dejó de pasear. Se formaron dos bandos: los atascados que escuchaban rock y sonidos experimentales en el pasto del escenario principal, y los atascados que bailaban con las luces epilépticas en la tierra del escenario NOISEY. Cada quién podía escoger su terreno y su catatonia. Yo sí seguí en el rol.

Ya me quería ir pero seguía sin saber de qué iba el NRMAL. Era un festival con perros, culos y papalotes. Me la pasé pisteando con mis cuates, escuchando música hipnotizante que no conocía, y hasta hablé con dos o tres morritas. ¿Qué más quería entender? Eso era y ya. No en todo tiene que haber millones de personas y tres Radioheads para funcionar. Tenía que aceptar la idea de que hayan traído algo nuevo y chingón al Distrito.

Así que ya más tranquilo me fui por mi coche. El cabrón que me lo trajo quería propina, pero yo ya había cambiado todos mis boletitos. Saludé a los militares de la segunda puerta y luego a los de la primera. Afuera todavía se escuchaba la música y se veían las luces. Entonces pensé en la gente alterada que seguía bailando en los escenarios del complejo militar y sonreí. Ahora se sentía como ganar en un partido de visitante.