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Adiós, Gabriel García Márquez

Lo extrañaremos y nos hará falta, pero nos deja sus letras, sus historias de amor.

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Gabriel García Márquez falleció esta tarde a los 87 años de edad. La primera vez que lo leí, tenía yo 15 años. En mis largos traslados a la vocacional 11 me deslumbré con las andanzas de la familia Buendía y me enternecí con sus cien años de soledad. Y descubrí que ese colombiano era un amigo improbable, desconocido, pero entrañable.

Por eso duele la pérdida de García Márquez, porque no es perfecto, como Borges; ni totémico, como Paz; ni solemne, como Rulfo; ni presuntuosamente culto, como Fuentes; ni modestamente conocedor, como Cortázar. Es un amigo que nos escribe lo que ve maravillado con las posibilidades de un lenguaje festivo que supo usar para comunicarnos íntimamente las emociones que vivió.

La obra de García Márquez está basada en grandes historias de amor. El amor visto como destino, como esperanza, como condena, como obstinación, como modo de vida, por el amor mismo, por el deseo más simple de ser feliz. Lo extrañaremos y nos hará falta, pero nos deja sus letras, sus historias de amor que nos hacen abrigar la esperanza de que por fin, por ese sentimiento, los seres y las estirpes condenadas a cien años de soledad tendrán, tendremos, por fin, una oportunidad de ser felices sobre la faz de la tierra.