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Fotos

Al estilo inglés

Me encontré con el libro 'Watching the English: The Hidden Rules of English Behaviour', de Kate Fox. Ahí estaban todas las observaciones que yo ya había hecho sobre mis compatriotas ingleses pero articuladas con una prosa certera e inteligente.

No leo muchos libros. Prefiero que mi inspiración venga en forma de películas, arte y fotografía. Pero me encontré con un libro que leí de principio a fin en unos cuantos días, Watching the English: The Hidden Rules of English Behaviour, de Kate Fox. Ahí estaban todas las observaciones que yo ya había hecho sobre mis compatriotas ingleses, construidas a lo largo de muchos años, pero articuladas con una prosa certera e inteligente. Es muy divertido, ¡ese humor que te hace reír fuerte y tendido tú solo!

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Contacté a Kate, y me dijo que su editor pensaba sacar una nueva edición de su libro con fotografías, y que estaban considerando algunas de las mías. Lamentablemente, este proyecto nunca se concretó, así que cuando VICE me pidió que propusiera a una persona con la cual colaborar para la Edición de Fotografía, de inmediato pensé en Kate y le envié una selección de imágenes desvergonzadamente inglesas que había tomado en los últimos años. Ella eligió algunos temas explícitamente ingleses y escribió sobre ellos; eso es lo que ves aquí.—MARTIN PARR

UN PAÍS DE PATRIOTAS DE CLÓSET

Al ver estas imagines tan patrióticas, lo que más me sorprende es lo inusuales que son. Para capturarlas, Martin debe haber esperado pacientemente —como un fotógrafo de vida silvestre esperando que salga una tímida criatura de la noche— pues muestras de patriotismo como éstas son cosa rara entre los ingleses. Sólo una pequeña minoría de nosotros se entrega a estos actos de orgullo nacional, e incluso esta minoría sólo lo hace en ocasiones muy especiales.

De hecho, con frecuencia escuchamos que los ingleses surgen de una falta de sentimiento patriótico. Y existe evidencia para respaldar esto: los ingleses, en promedio, colocan su nivel de patriotismo en un 5.8 de 10, de acuerdo con una encuesta europea, muy por debajo de los escoceses, galeses e irlandeses, y el nivel más bajo de los países europeos. Nuestro día nacional, el día de San Jorge, es el 23 de abril, pero las encuestas reflejan que al menos dos terceras partes de nosotros no estamos al tanto de la ocasión. ¿Te imaginas un número similar de estadunidenses que no sepan qué se celebra del 4 de julio, o irlandeses que desconozcan el día de San Patricio?

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Sin embargo, de acuerdo con mi investigación etnográfica, tenía el presentimiento de que nuestra renuencia a participar en muestras públicas de patriotismo podría estar relacionada con lo que llamo “reglas escondidas de inglesismo”, y no con una falta de orgullo nacional. Así que realicé mi propia encuesta nacional, justo antes del día de San Jorge, con preguntas más sutiles sobre los sentimientos patrióticos. Los resultados confirmaron mi impresión de que éramos un país de “patriotas de clóset”.

Mis descubrimientos demuestran que la gran mayoría (83 por ciento) de los ingleses, sienten al menos cierto grado de orgullo patriótico: 22 por ciento “siempre”, 23 por ciento “frecuentemente”, 38 por ciento “a veces”.

Tres cuartas partes de mis entrevistados consideran que se debe hacer más para celebrar nuestro día nacional, y de esos, al 63 por ciento le gustaría “reconocer” el día de San Jorge como los irlandeses reconocen el día de San Patricio. Casi la mitad quiere ver a más personas con banderas inglesas el día de San Jorge. Pero sólo 11 por ciento ondearían la bandera, y 72 por ciento dijo no tener planes ni intenciones de celebrar, a pesar de que el día de San Jorge cayó en sábado el año que realicé mi investigación. Incluso aquellos que admitieron tener planes para “celebrar” dijeron que su celebración consistiría en una o dos cervezas en el pub de su preferencia; nada comparable con las extravagancias del 4 de julio o el día de San Patricio.

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¿Pero por qué? Si tantos de nosotros estamos orgullosos de ser ingleses y sentimos que se debería hacer más para celebrar nuestro día nacional y nuestra bandera, ¿por qué no celebrar activamente u ondear la bandera nosotros mismos?

Uno, existe una pista en la calidad inglesa de la que estamos muy orgullosos: un elemento clave de nuestro enorme fuente de orgullo, el aclamado humor inglés es algo que yo llamo: The Importance of Not Being Earnest.*Una de las reglas no escritas del inglesismo es el no poder ser sincero ni mostrar un fanatismo excesivo; ese patriotismo sentimental, con mano en el corazón y bandera en el cielo de otros países es mal visto y nos hace retorcernos de pena ajena. Nos sentimos orgullosos de ser ingleses, pero estamos demasiado inhibidos, y quizá somos demasiado cínicos, para hacer todo un alboroto patriótico al respecto. Irónicamente, la característica inglesa que más nos enorgullece, nuestro sentido del humor, nos impide mostrar nuestro orgullo patriótico.

Dos, al ver los descubrimientos de mi encuesta, encontramos que un alto porcentaje de ingleses que consideran obligado celebrar con más elocuencia el día de San Jorge (75 por ciento) es casi el mismo porcentaje de personas que dicen no tener intención alguna de celebrar nuestro día nacional (72 por ciento). Esta contradicción es típicamente inglesa. Refleja dos de las “características que definen el inglesismo” que identifiqué previamente en Watching the English: The Hidden Rules of English Behaviour: moderación y “igorismo” (como el personaje de Winne-The-Pooh).

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Nuestro sentido de moderación nos vuelve apáticos; evitamos extremos, excesos e intensidad. Se dice que los ingleses tienen sátiras en lugar de revoluciones, y siento que una manifestación verdaderamente inglesa involucraría el siguiente canto: “¿Qué queremos? ¡CAMBIO GRADUAL! ¿Cuándo lo queremos? ¡A SU DEBIDO TIEMPO!” Nuestro igorismo nos lleva a una serie de quejas terapéuticas sobre un problema, en lugar de abordarlo y hacer algo al respecto. Lloramos y nos quejamos de que “se debe hacer más” para celebrar nuestro día nacional, pero no organizamos ninguna celebración, ni levantamos la bandera.

Para ser justos, las razones por las cuales no ondeamos banderas inglesas están en parte arraigadas en estas cualidades. Aunque ya ha sido “reclamada”, al menos hasta cierto punto, la bandera ha sido un símbolo de la extrema derecha política y el racismo, y sigue contaminada por estas asociaciones. En años recientes se ha ido asociando gradualmente con los hooligans, pero esto a su vez aleja a aquellos que consideran que la bandera está ahora manchada por una imagen de clase baja.

Algunos de nosotros salimos de nuestro clóset patriótico de vez en cuando, como lo muestran las imágenes de Martin, para grandes ocasiones reales, como el Jubileo de Diamante de la Reina en 2012 y la boda real en 2011. Para esta minoría, los eventos reales son episodios breves de lo que los antropólogos llaman “remisión cultural” o “inversión festiva”, como carnavales o festivales tribales, en los que las normas sociales establecidas y las reglas implícitas quedan temporalmente suspendidas y hacemos cosas que por lo general no haríamos: ondear banderas, echar porras y bailar en las calles; incluso hablar con extraños.

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Pero aquellos involucrados en las celebraciones que Martin ha capturado representan un pequeño porcentaje de la población (seis por ciento a lo mucho); y las encuestas muestran que los estadunidenses estaban significativamente más emocionados sobre la boda real que los ingleses, la gran mayoría poco impresionados, a pesar de todo el alboroto mediático. Al menos a dos terceras partes de nosotros no podría “importarnos menos” o nos sentimos “sumamente indiferentes” sobre el evento, y sólo diez por ciento admitiría estar “muy emocionado”.

Escribo “admitiría” porque sé que incluso con encuestas anónimas debemos estar conscientes de eso que los investigadores llaman sesgo por deseabilidad social; se define como el error estándar en medidas autorreportadas debido al intento de los entrevistados por presentarse de manera socialmente más aceptable y deseable (mejor conocido como “mentir”). Pero las respuestas socialmente deseables de este tipo pueden ser sumamente relevantes: el hecho de que tan pocos ingleses admitan estar emocionados sobre una boda real podrá no decirnos cómo se sienten realmente, pero es un indicador de que las normales sociales que prohíben la exaltación por cosas así deben ser muy poderosas.

Las imágenes de Martin han capturado un sentimiento de patriotismo que muchos ingleses sienten, al menos en secreto, pero que sólo unos cuantos están dispuestos a mostrar en público, y sólo durante episodios breves de remisión cultural. Para mí, estas imágenes son como un eclipse solar total, o un cometa, o una extraña planta que sólo florece una vez cada tantos años.

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HACER FILA

¿Qué ves cuando miras estas imágenes de ingleses haciendo fila? Para el ojo desnudo o poco entrenado, estas filas podrán parecer aburridas o poco interesantes: hileras de personas que esperan pacientemente su turno. Muchos comentaristas han bromeado sobre el talento de los ingleses para formarse, dando a entender que sólo un país de borregos predecibles y explotados sería bueno para soportar largos periodos de tiempo en un fila bien ordenada.

Pero eso es porque no han visto las filas inglesas de cerca. Cuando se examina este comportamiento ordenado bajo el microscopio de un antropólogo, uno encuentra que cada fila es un minidrama microscópico; no sólo una divertida “comedia de modales”, sino una vívida historia de intereses humanos, repleta de manipulaciones e intriga, dilemas morales, vergüenza, salvación de apariencias, cambio de alianzas, odio y reconciliación.

Como parte de la investigación de campo para Watching the English: The Hidden Rules of English Behaviour, pasé cientos de horas observando filas inglesas. Y para poner a prueba las reglas de la etiqueta enfilada, me obligué a realizar experimentos que involucraban un pecado mortal: saltarme la fila. Soy muy inglesa, así que esto fue un suplicio para mí; quizá lo más difícil que haya tenido que hacer en nombre de la investigación. Sin embargo, hay veces que para poner a prueba las normas sociales de una nación uno tiene que romperlas. Mi método preferido en estos casos es pedir a un inocente asistente que rompa la sagrada regla social mientras yo observo desde la distancia. Pero esta vez decidí que tenía que actuar como mi propio conejillo de indias. Como esos científicos y doctores que en un acto de valentía prueban sus drogas o virus en sus cuerpos; aunque en esta ocasión yo no corrí un gran riesgo. Y ese fue el extraño descubrimiento que hice: la ironía de las filas inglesas es que es más fácil colarse en la fila en este país que en cualquier lugar del mundo. Aunque meterse en la fila es un gran tabú en Inglaterra, tenemos otras normas sociales que entran en juego, tales como no hacer un escándalo, no llamar la atención en público, no confrontar a un extraño, y siempre quejarse de un problema en lugar de lidiar con la fuente del problema.

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Esto implica que lo peor que te puede pasar si te metes en una fila inglesa es una lluvia violenta de lenguaje corporal: miradas de desaprobación, cejas arqueadas, suspiros, tos dirigida, resoplidos de rencor y susurros. Los ingleses que se enfrentan a un colado incluso pueden llegar a romper la regla de no hablar con extraños para poder susurrar indignados entre ellos. Pero rara vez los verás confrontar al agresor. Esto puede llegar a suceder, cuando el acto es excesivamente descarado, pero es poco usual.

Es más fácil meterse en la fila en Inglaterra, donde colarse es un pecado mortal, que en otros países donde es considerado una falta menor. Pero sólo si puedes lidiar con la humillación de todas esas cejas levantadas y susurros; en otras palabras, sólo si no eres inglés. ¡Creo que tienes que ser inglés para entender lo hiriente que puede ser una ceja levantada!

Y sólo porque las personas en estas imágenes parecen tener paciencia y no tener de qué quejarse, no asumas, como muchos han hecho, que los ingleses disfrutan hacer fila. No es cierto. Lo odiamos, igual que todos. Nos molesta, nos irrita y lo resentimos, quizá más que en otros países, porque nos tomamos las reglas y los principios de hacer fila más en serio; y toda nuestra vigilancia y disuasión de potenciales colados con nuestras cejas y miradas y el resto de nuestro repertorio “inglés corporal” es mucha chamba.

Quizá no nos quejemos en voz alta sobre tener que esperar en línea, o al menos es poco probable que llevemos nuestras quejas al cajero o el recolector de boletos o quien sea que nos esté haciendo esperar, pero no confundan nuestro silencio con felicidad o paciencia. Mira de cerca, y podrás ver que dejamos salir nuestro intenso descontento y frustración a través de más microseñales no verbales: fuertes suspiros, movimiento exasperado de los ojos, labios apretados, movimientos nerviosos, tosidos, golpes con los dedos y vistazos constantes al reloj. Nos susurramos, e incluso rompemos nuestras reglas de evitar cualquier tipo contacto para intercambiar miradas de desesperación con nuestros acompañantes en sufrimiento (y quizá, si estamos realmente molestos, hablemos entre nosotros).

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Como sucede con muchas de las imágenes de Martin, no puedo evitar pensar lo que la gente en estas filas podría decir. Y una vez más, esto es predecible. La palabra que más escucharíamos, la palabra que probablemente susurran mientras esperan, es “¡Típico!”

Con esta esencial palabra, casi siempre acompañada de un movimiento de los ojos, logramos sonar simultáneamente molestos, estoicamente resignados y omniscientes. Y eso en sí resume la actitud inglesa hacia las filas, la lluvia, la comida mediocre, el mal servicio y la gran mayoría de las frustraciones y decepciones nacionales.

Cuando decimos “¡Típico!” expresamos nuestro enojo y resentimiento, pero también una especie de indulgencia humorística y a regañadientes; incluso existe un elemento de perversa satisfacción: quizá nos sintamos contrariados por la lluvia o las colas infinitas, pero no nos agarran desprevenidos. Sabíamos que esto pasaría, te “podríamos haber dicho” que llovería (siempre llueve los fines de semana, días feriados y en ocasiones especiales), y que habría una larga y tediosa fila para entrar a la exhibición, la tienda de té, el comedor, el bar, el baño. Pues en nuestra infinita sabiduría sabemos que así son las cosas: siempre hay filas, siempre eliges la más lenta, siempre esperas años a que llegue el camión, y cuando al fin llega, llegan tres juntos. Nada funciona como debe, algo siempre sale mal, y para acabarla de joder, siempre parece que va a llover. Empezamos a aprender estos mantras desde la cuna, así que para cuando llegamos a la vida adulta, esta forma tan “igorista” de ver el mundo es parte de nuestra naturaleza.

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En cierta forma extraña, la gente que hace fila en estas imágenes sí se están divirtiendo. Están experimentando uno de los placeres peculiarmente ingleses: el de ver sus sombrías predicciones volverse realidad.

PERROS

Estas imágenes capturan una relación muy especial y complicada. Claro, otros países tienen mascotas, en especial perros, pero ese excesivo amor por los animales que muestran los ingleses sigue siendo una de las características que nos definen, y algo que sorprende a muchos extranjeros.

La gente dice que los ingleses tratan a sus perros como personas, pero esto no es verdad. ¿Acaso han visto cómo tratamos a las personas? Uno nunca soñaría con ser tan frío y poco amable con un perro. Claro, estoy exagerando, pero sólo un poco. Es un hecho que los ingleses son mucho más abiertos, comunicativos y demostrativos con los animales que con otros humanos.

Sufrimos de un problema llamado Enfermedad Social Inglesa; mi manera de resumir todas nuestras inhibiciones sociales crónicas, nuestra insularidad, nuestra constipación emocional, nuestra incapacidad para relacionarnos con otros seres humanos de una manera normal y directa. Tanto la “reserva inglesa” como el infame “hooliganismo inglés” son síntomas de la enfermedad: cuando nos sentimos incómodos en una situación social (es decir, la mayor parte del tiempo), nos volvemos excesivamente corteses, apretados y restringidos, o empezamos a gritar y a comportarnos de forma violenta e irritante.

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Parece que somos incapaces de esa socialización amistosa y espontánea que se le da de forma tan natural a personas de otros países. Muchos ingleses evitan asiduamente toda interacción social con extraños; incluso hacer contacto visual de más de un segundo es interpretado como un coqueteo o una agresión. Sin embargo, no tenemos ningún problema para entablar una conversación amigable con perros. Incluso perros desconocidos con quienes no hemos sido presentados.

Los ingleses son en realidad capaces de transmitir esa calidez, entusiasmo y sociabilidad latinomediteráneos; podemos ser tan directos, asequibles, emotivos y sutiles como cualquiera de las llamadas culturas del contacto. Pero estas cualidades sólo las expresamos en nuestras interacciones con animales. Y a diferencia de los humanos ingleses, nuestros perros no le temen a estas muestras de afecto tan antiinglesas. No es de sorprender que los perros sean tan importantes para los ingleses: para muchos de nosotros representan nuestra única experiencia emocional abierta y sin tapujos con otro ser consciente.

El hogar de un inglés podrá ser su castillo, pero su perro es el verdadero rey. En otros países la gente compra camas caninas de cinco estrellas, pero los ingleses los dejan apropiarse de la casa entera. Dejamos que nuestros perros duerman en el sillón, las sillas y las camas, y reciben más atención, afecto, aprecio y “tiempo de calidad” que nuestros hijos. (Quizá por eso fue que la Real Sociedad para Prevención de la Crueldad contra los Animales se fundó medio siglo antes que la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños, la cual parece haber sido fundada como una acción derivativa).

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Un típico hogar inglés suele estar gobernado por un perro ruidoso y crónicamente desobediente, cuyos dueños cumplen cada deseo y se ríen amorosamente de sus travesuras. Y hay una regla implícita que prohíbe cualquier crítica del perro de alguien. No importa lo mal que se comporte, y lo mucho que te disguste que te salten encima, te rasguñen, te huelan la entrepierna o se bombeen tu pierna, no debes hablar mal de la bestia: esto sería una falta más atroz que criticar a los niños de esta persona.

Por supuesto, criticamos a nuestros propios perros, pero esto lo hacemos con un tono tierno e indulgente: “Qué travieso, ese es el tercer par de zapatos que destruye este mes, vaya”. Estos “¿Acaso no es incontrolable?” van siempre acompañados de un toque de orgullo, como si estuviéramos fascinados con los defectos y las fallas de nuestros perros. Imagino que los ingleses realmente gozan las travesuras de sus cachorros. Les damos todo tipo de libertades que nos negamos a nosotros mismos: las personas más tímidas del planeta tienen las mascotas más desinhibidas.

Nuestros perros son nuestro álter ego, quizá incluso la personificación simbólica de lo que un psicoterapeuta llamaría nuestro “niño interior” (ese con el que “debes estar en contacto” y abrazar, o sanar o algo). Sólo que nuestros perros representan a un mocoso malcriado, exigente y mimado. Nuestros perros son nuestro lado salvaje: a través de ellos, podemos expresar nuestros sentimientos y deseos menos ingleses; podemos romper las reglas, aunque sea por asociación.

Este factor también puede tener efectos secundarios positivos en nuestras relaciones con otros humanos. Por ejemplo, un inglés puede entablar una conversación con un extraño si uno de ellos está acompañado de un perro. (Aunque ambas partes están predispuestas a hablar con el chaperón canino, y no entre ellas). Se intercambian señales verbales y no verbales a través del perro, quien está feliz de absorber todo ese contacto visual y cariños que serían considerados excesivos entre ingleses desconocidos. Siempre explico a extranjeros e inmigrantes que si quieren hacer amigos con los nativos, necesitan conseguir un perro que sirva de pasaporte para una conversación y facilitador de la interacción social.

Pero, aunque los perros son universalmente populares, el tipo de perro que elijas será un indicador de clase; y eso a lo que George Orwell correctamente se refiriera como “el país más clasista bajo el sol”, éste no es un asunto trivial. Las clases sociales más altas suelen preferir a los labradores, golden retrievers, King Charles spaniels y springer spaniels, mientras que las clases bajas optan por razas como rottweilers, alsatians, poodles, sabuesos afganos, chihuahuas, pit bulls y cocker spaniels.

Los ingleses propietarios de un perro nunca admitirán que su elección de mascota tiene relación alguna con su clase. Siempre insisten que prefieren los labradores (o springer spaniels, o lo que sea) por el buen temperamento de la raza. Y probablemente sea cierto, pues el elemento de clase detrás de su elección podría ser en gran parte un acto inconsciente. Pero las clases altas seguro verán a los perros y sus dueños en las imágenes de Martin con ligera condescendencia.

También juzgarán la clase social de los dueños por los accesorios de sus perros. Los perros de clase media alta y alta usan collares de cuero sencillos, mientras que los de clase media y baja visten a sus perros con collares de colores, moños y demás accesorios. Sólo algunos chicos medio inseguros de clase trabajadora optan por perros de ataque grandes con collares negros de púas.

En general, a la gente de clase media y baja le gusta presumir a sus perros en festivales; y son las únicas clases que pegan una estampa en su auto para declarar su pasión por una raza particular, o para informar a otros conductores que llevan un cachorro a bordo. Las clases altas consideran que mostrar a sus perros y gatos en eventos públicos es un poco vulgar; aunque les encanta presumir sus caballos y ponis. No existe ninguna lógica a todo esto, pero una vez más, las clases más altas serán quienes arqueen las cejas ante las imágenes de “shows de perros” de Martin.

Sin embargo, los dueños de los perros nunca notarían estas microseñales de arrogancia. Igual que cualquier inglés con un perro, les encanta estar en contacto con su mocoso interior.

Anteriormente:

Botánico maniático

Ve más en nuestra Edición de Fotografía 2013: Colaboraciones.