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Cultură

Por qué casarte con alguien que conociste en internet es una mala idea

Él ahora vive con una chica a la que se cogió tanto en el mundo virtual como en el real mientras seguíamos casados.

La autora y su ex.

Nos conocimos en un foro de internet. Era un foro dedicado únicamente a rendirle honor a la existencia de una banda medio oscura. Había seis usuarios, incluyéndonos, que sentían la necesidad de declarar constantemente su amor a Quasi (la banda que mencioné) hacia un vacío digital. Pudo haber sido cualquiera, carajo. Pudo haber sido guidedbyboognish (otro de los usuarios), pero no, fue "mrraymondprice". Mrraymmondprice era el nombre de usuario de mi futuro ex esposo.

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Si supieran su nombre y lo buscaran, no encontrarían nada. Según internet, él no existe. Es como si me hubiera casado con un fantasma. Su desaparición de la red no tiene sentido. Estoy segura de que cuando estábamos casados era muy activo: moderaba un foro de los White Stripes, se masturbaba viendo pornografía y tenía sexo cibernético con sus ex novias cuando yo estaba trabajando.

Odio no poder acosarlo como lo haría cualquier persona ardida con Wi-Fi. Como soy comediante y escritora, no puedo darme el lujo de desaparecer. ¿Por qué desapareció? ¿Qué está ocultando? Llevamos varios años separados, ¿qué podría hacer yo para dañarlo? No sé la respuesta a esas preguntas. ¿Cómo habría de saber? Solamente estuve casada con el tipo.

Me gustaría decir que él fue la primera pareja que conocí por internet, pero estaría mintiendo. Y yo jamás les mentiría a mis queridos lectores. Aunque siempre me he mentido a mí misma. Por eso estuve casada con él.

Cuando nos conocimos en la red, yo vivía con otro hombre a quien también había conocido en internet, nada menos que en Myspace. Era muy infeliz y estaba estancada en Nueva Orleans con un tipo que bien podría describir como sociópata, así que busqué una forma de salir de esa situación. En lugar de resolver mi problema con introspección y esfuerzo, simplemente cambié a mi novio por un australiano peludo con una enfermedad en la piel. Eso de cambiar novios se volvió una costumbre en mi vida adulta.

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Resulta que la introspección es difícil. Y el esfuerzo es peor. ¿Saben qué no requiere esfuerzo? ¡Enamorarse! Al fin y al cabo, si te niegas a aceptar que tienes problemas, ¿por qué intentarías arreglarlos? Así que me mudé a Australia lo más pronto posible.

Vivíamos juntos en un departamento fétido de una sola pieza ubicado en Sydney. Era tan pequeño que podía tocar la estufa mientras estaba sentada en el baño. Al principio todo iba bien, como suele pasar con el amor. Cuando el amor se desvaneció, muy rápidamente, todo se fue a la mierda. Solía ir al parque a llorar mientras escuchaba un álbum de Fiona Apple en un Discman que cruzó los océanos conmigo. Era mi único escape.

Había cometido otro error en mi vida, una vida que, hasta ese entonces, estaba llena de errores. Estaba sola en un país donde le llamaban "brekkie" al desayuno. Las únicas personas con las que hablaba a diario eran mi novio y sus hermanas adolescentes (quienes, por cierto, eran personas maravillosas que tocaban en una banda con el nombre de un disturbio racial). Él no tenía amigos fuera de internet. ¿Por qué no tenía amigos? Yo al menos tenía una excusa; no estaba en mi país de origen. ¿Cuál era su excusa? Siempre traté de no pensar en eso.

Mi madre me envió una carta durante mi odisea de nueve meses en Australia. En esta carta, mi madre me recriminaba todos los errores que había cometido, que dependía mucho de ella a pesar de ser adulta y que, si iba a volver a cometer otra serie de estupideces, ni se me ocurriera regresar a casa para comenzar de nuevo. Estaba harta de contribuir al estancamiento de mi desarrollo. Como era de esperarse, tomé esta carta como motivación para demostrarle que ya no iba a cometer más errores. Decidí ser optimista y quedarme en Australia, con él, hasta que expirara mi visa.

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Cuando me fui, me mudé a Los Ángeles, la ciudad donde siempre había querido vivir y siempre había evitado. Sola, en un departamento rentado en Hollywood, me sentía renacida: como un fénix que se había levantado de las cenizas de mis estupideces. A pesar de sentirme libre, la nota de mi madre seguía molestándome. Como tenía algo que demostrarle a mi familia, fui ingenua e invité a mi próximo ex esposo a venir conmigo a Estados Unidos.

Nos mudamos a otro departamento de una sola pieza, el cual tenía un sofá cama que utilizábamos como sofá y como cama. La oscuridad envolvía nuestra pequeña habitación todo el día, y ahí los dos nos dedicábamos a molestarnos mutuamente. Cuando su visa expirara, se iría a casa. Pero en lugar de eso, me casé con él. Después de todo, no podía darme el lujo de cometer otro error. Además, mi esposo era australiano. Seguramente si una autoridad de inmigración lo veía, se identificaría con su color de piel y lo dejaría vivir en EU sin problemas por el resto de su vida, ¿cierto?

Nos casamos en el registro civil de Ventura, California, porque una de las pocas personas que conocía aceptó ser nuestro testigo. Las personas del registro civil se veían muy ofendidas por la poca seriedad que mostré en la ceremonia: vestía botas vaqueras y mi cabello estaba recogido en dos colitas de caballo mientras chupaba una paleta y leía en voz alta mis votos. Después fuimos a comer a un restaurante mexicano donde comimos una salsa insípida mientras veíamos un episodio de la serie de comedia estadounidense Roseanne. No pedí plato fuerte porque me sentía mal del estómago. Más tarde regresamos a casa y, según recuerdo, peleamos. Tal vez cogimos. No me acuerdo bien. Si lo hicimos, seguro discutimos después. No tuvimos luna de miel.

Aquí viene lo divertido. El papeleo parecía infinito y tiramos miles de dólares a la basura porque el gobierno estadounidense lo exige para reconocerlo como un ciudadano. Resulta que casarte con un extranjero, sin importar de qué país, es un desmadre. Tardamos mucho. Fue estresante. Odié cada minuto del trámite. Como no tenía permiso para trabajar debido a que aún no conseguía la ciudadanía, era mi deber llevar el pan a la mesa. Trabajaba en una tienda de videos mientras mi deuda universitaria seguía aumentando. Después de todo, no podía ver a mi madre o a mi abuela a los ojos y decirles que había vuelto a fracasar.

Cuando por fin le dieron la ciudadanía, yo ya estaba en número rojos y además ya no estábamos seguros de nuestro matrimonio. Seguimos casados por otros tres años, pero vivimos separados la mayor parte de ese tiempo. Él no se molestó en buscarme y tratar de arreglar nuestra relación. Nos separamos y cada quién siguió su camino, aunque él ya me había robado cinco años de mi vida. Estaba sola otra vez. Mi familia no se molestó con la decisión, de hecho, me dijeron que en realidad nunca les cayó bien.

Él ahora vive en algún lugar de Los Ángeles con una chica a la que se cogió tanto en el mundo virtual como en el real mientras seguíamos casados. Yo también sigo en Los Ángeles pero ya no me torturo pensando en qué me equivoqué y me tranquiliza la idea de que jamás cometeré un error tan grave como este.

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