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Gracias por su preferencia sexual

Amor y crimen en La Habana II: Comprarse un marido

En Cuba la realidad y la irrealidad se mezclan y te dan una bofetada.

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Escuché sobre las míticas fiestas gays en casas de cubanos desde la prehistoria de mi homosexualidad, si es que eso existe. Tenía un maestro, una loca vieja que decía escribir y que cada año se iba a La Habana -según ella- a comprar libros. "Me he codeado con los grandes pájaros caribeños", decía mientras yo imaginaba a unas urracas tremendas, musculosas, tecleando furiosas cuentos y poemas sobre una máquina de escribir sin unas cuantas teclas. Un pájaro es joto en cubano: maricón, queer, loca. Y seguramente ella también se refería a la acepción mexicana de pájaro: pito, verga, pilinga. Dijo: "Cuando vayas, antes de irte con un pelado, busca quien te lleve a una fiesta de diez dólares, ahí verás lo real maravilloso". Evidentemente era un maestro de literatura. Así que desde que planeaba este viaje ya estaba siendo teledirigido por aquella voz de ultratumba. Pensaba en eso que dicen de la primera vez de los cubanos: bajo el agua. Como todos viven rodeados de personas, en cuartos y camas comunales, la primera alternativa de privacidad es el mar.

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Durante mi estancia la búsqueda de esas fiestas devino otras cosas: el pasillo de un edificio y el festejo de un compromiso. Cuba está cambiando aceleradamente, lo dice el visitante asiduo. Los cubanos "somos consumidores potenciales de cualquier cosa", me dijo Jairo inteligentemente. Reí de forma sonora porque creí un chiste cualquiera esa frase digna de análisis. Y él insistió: "Créeme, asere, lo somos, ya que nunca hemos consumido nada". Jairo es uno de los tantos chicos que "está en la lucha", dicho casi a modo revolucionario. Apenas hace tres años, me cuenta, hay construcción de edificios o el surgimiento de un restaurante particular o una discoteca cuyo dueño es un cubano prestanombres. La apertura del turismo también ha impulsado el cambio en el trámite de visas. "Ahora cualquier cubano puede salir", dice observándome detenidamente mi reacción. Porque antes era sumamente complicado: "Ahora sólo con dinero, tienes dinero, sales, compras tu pasaporte o te lo compran y dale".

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"No intentes comprender la realidad cubana", me advirtió uno de los escritores que conocí durante mi viaje. Jairo quedó de llevarme a una fiesta de diez dólares al siguiente día. Ese noche tenía planes con un extranjero. En mi búsqueda por esas fiestas me subí a dos taxis. Según las historias de mi vieja loca maestra, los taxistas eran los que dominaban y mantenían viva esa escena. Ambos taxistas negaron conocer lugares así. Sinceramente yo esperaba que repentinamente ocurriera la aparición de una fiesta travesti dentro del taxi. Incluso llegué a fantasear con un rapto en el que terminara pagando la fiesta entera por días y días. Era evidente que los turistas armaban la fiesta. Pagándola. Se juntaban todas las tocas y hacían su show. Los jineteros bailaban. Porque los cubanos no tienen para armar la fiesta, pero tienen la fiesta en los pies, manos, boca. No sólo sexual, sino que traen el Caribe integrado. Antes de irse Jairo me contó que las fiestas de diez dólares se fueron extinguiendo con la invasión de locales. Básicamente de centros nocturnos y restaurantes. ¿Quiénes estaban ahí? Los turistas. Y los enamorados cubanos. Claro, también los había no jineteros. Cubanos que contaban con diversas entradas de dinero extra y que podían permitirse esos lujos de vez en cuando: artesanos, con parientes en el extranjero, o con un cuarto de alquiler en casa, por ejemplo. Por eso no daba con las mentadas fiestas. O también era que mi presencia los ponía alerta. El cubano vive protegiendo ciertas informaciones. Cada uno tiene su asunto que proteger y lo hace fielmente.

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En plena zona gay era muy fácil encontrar el amor pasajero o el amor que prometiera estar conmigo toda la vida. ¿Por qué? Por la única razón: yo era un extranjero, un yuma. Incluso uno pobre es una alcancía ante los ojos del cubano que sabe cazar y pescar. Pero también es un tubo de escape, un túnel para cruzar el Caribe hasta una vivienda en Canadá, Italia o México. Así como hay cubanos que enamoran para irse de la isla, hay cubanos que pagan para salir casados. Días después del acordado, Jairo apareció y me dijo que tenía la historia ideal para mí. El festejo era porque el largo trámite de matrimonio entre un ciudadano cubano y un extranjero había por fin llegado a su fin. Después de un año de licencias, cartas, documentos de residencia y posesiones de la parte extranjera habían sido admitidas.

La celebración fue en La Habana Vieja. En uno de esos edificios a punto de caerse no sólo por viejo y húmedo, sino por la matraca y el baile de cuanta persona se trepa. Yo aporté dos botellas de ron Havana Club. El pequeño departamento se comunicaba con los vecinos por las ventanas interiores. La sensación de estar por primera vez en una reunión cubana era plena. Me recordó tantas cantinas apretujadas y en las cuales siempre termino en las ciudades que visito.

La fiesta era enorme. No por la opulencia o porque hubieran echado la casa por la ventana, sino porque la felicidad en Cuba es una maraca: hay que comunicarle a todos que se está feliz. La mamá del chico me sacó a bailar salsa. Yoel, el chico comprometido, me enseñó unos pasitos. Luego de dos, cuatro, seis rones con refresco Tu Kola, la marca nacional, se me ocurrió preguntar por el futuro esposo del que sólo había escuchado que era peruano. El Peruano. Así lo llamaban. Era como un ente: estaba y no estaba. En realidad no estaba. El Peruano estaba en Perú y nunca había visto a Yoel. ¿Por qué? Porque era un marido comprado. Me enteré que hay cubanos que compran maridos. Hay intermediarios que viajan, que comparten información, que asesoran a quien tenga dinero para pagarse un marido, al que después abandonarán. Supongo que es un caso entre mil. Algo que me parecía completamente de locos: ¿Cómo hace un cubano para pagarse un marido? Es decir, ¿cómo hacen para conseguir tanto dinero para pagar visa, vuelos, el marido, si los salarios oficiales son de 20-25 dólares? ¿Comprarse un marido? Depende de dónde lo quieras. ¿México? Unos cinco mil dólares. ¿De Costa Rica? Barato. ¿Peruano? Baratísimo. Antes se hacía a través de intermediarios, ahora existe el internet. Y aunque sea carísimo. Si es verdad que los cubanos tienen el deseo de ser consumidores, en este acto lo vemos materializado. Curiosamente su primer artículo de consumo es la "libertad" vía el matrimonio.

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"Nunca", "nada": sonaban en mi cabeza las palabras de Jairo para describir la situación cubana respecto al consumo. A mi regreso en México un amigo me contó de su relación con un cubano. Me dijo que el isleño iba al supermercado a comprar champú y se quedaba de pie, frente a las hileras de envases de todos los colores y sabores y marcas que nunca había visto y que creía que era imposible elegir una sin probarla. Esta misma escena me la han contado varios cubanos cuando me cuentan su visita a México. Los mercados, los supermercados, los grandes almacenes. Y sí, les digo: "La ciudad de México sigue siendo esencialmente un lugar de venta como en la época prehispánica". Otra anécdota respecto al consumo me ocurrió con la señora que me alquiló un cuarto en su casa durante mi viaje a Cuba. Cuando hicimos el acuerdo vía correo electrónico, de repente me preguntó si todavía vendían un champú para cabello liso y no graso, marca Herbals Essences. Mis amigos dijeron: "Se enteró que no eres escritor, sino peluquera". Fui a buscarlos y se los llevé de regalo. Allá la cuestión del consumo es una novedad. No hay anuncios de marcas privadas. Pero los cubanos se enteran de todo. No importa que el gobierno castrista los castre. Siempre hay vías. El hiperconsumo es como esas filtraciones de humedad de las casas: acaba por apoderarse del mundo interior de todas las personas.

Pienso en los homosexuales que hacen turismo sexual en Cuba. Van por jóvenes que venden su hipermasculinidad, esa idea del macho caribeño, el cual es posible tenerlo en la cama. ¿Esto quiere decir que los homosexuales que vivimos en el capitalismo, independientemente de nuestro rol sexual, vivimos afeminados por la cultura pop, la cultura de masas y la globalización en tecnología y gustos varios? A veces veo a mi alrededor en un antro y esa pregunta sería una afirmación. Luego veo los latinos que se venden en Estados Unidos y venden eso mismo que los cubanos: el macho. Una idea, un disfraz, porque quizá son del rol sexual pasivo. Respecto a la compra de maridos uno podría decir que es un contrasentido que un sujeto que reunió dinero vía la prostitución o los regalos por compañía erótica, amistosa o sexual, termina pagando por un marido. Por un lado: a él le pagaron o lo ayudaron económicamente por su belleza. Por el otro: alguno de ellos (son muy pocos, incluso hay mujeres, etcétera) regresa ese dinero por un favor para su libertad. Digo libertad porque al final buscan salir de la isla. "¿Qué representa para ti una isla?", pregunté. "El estancamiento", me dijo el recién comprometido.

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Luego de varios días exclusivos para la actividad literaria decidí probar el amor habanero. En Cuba el tiempo pasa más lento, pero uno se ve envuelto en situaciones que quince minutos antes no sospechaba. Hay giros inesperados. Si alguna noche había pensado levantarme a un jinetero, por lo regular terminaba entrevistando chicos mientras los hacía creer que me tendrían como cliente. O quizá yo me engañaba diciéndome que sólo era una entrevista y evaluaba si ese cubano era el indicado. La mayoría de los jineteros o chicos del malecón, dedicados a la compañía, son blancos. Aunque se venda la idea del macho cubano como el mulato o el negro, sobresale la población de tez blanca. Me ligué a uno luego de platicar por un rato. Tampoco sabía de una fiesta cercana. Aunque ahora que lo pienso, las fiestas las hace el dinero de extranjero, el que pone el dinero para el alcohol y el show de travestis, y poca cosa más; quizá hasta por menos dinero que para una hora de internet, podría conseguir una fiesta inolvidable.

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Me interesaba el ritual del jinetero abiertamente jinetero. No del que te enamora y se quiere casar. Creo que el prostituto vende una idea de pasión efímera, aventurera, quizá incapaz de ser suplantada con drogas o alcohol para los extranjeros. Era un tipo blanco, de mi estatura, y delgado pero muy fibroso. Sus músculos se veían debajo de la ropa como si fueran de piedra lisa y clara. Me sugirió que yo caminara adelante, unos cuantos metros, que así la policía que estaba en una esquina no nos molestaría. Obedecí. Había dejado mis cosas de valor en una pequeña caja fuerte en el departamento. Me sentía seguro por mis precauciones, aunque como me daría cuenta después (ya que me sufriría un asalto una noche después, y de lo cual hablaré en una tercera entrega), en Cuba la realidad y la irrealidad se mezclan y te dan una bofetada. Nada tiene sentido. Al tratar de explicar la situación hago que pierda su belleza, locura y vitalidad. Cuando llegamos al edificio, subimos por las escaleras, y me dijo que no tenía el carnet de identidad. En ese momento dudé si en realidad quería abrir al puerta a un sujeto al que no podría presentar con la dueña de la casa, esto para que ella anotara sus datos como lo tienen establecido los renteros cubanos.

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Nos quedamos un rato en la escalera. Me dijo que podríamos ir a un parque frente a un centro médico muy cercano. "En verdad me gustas, chico", dijo. Ese parque estaba oscuro e incluso podría pescar a otro más para que formáramos un trío. Estuve a punto de decir que sí, pero como ya estaba enrolado en la entrevista y francamente Yoel me parecía alguien con una vida interesantísima me reusé. Yoel había salido varias veces de Cuba. Con 30 años aquello era un récord. La primera vez fue a Londres, con uno de sus clientes, pero la cosa no funcionó y terminó regresando: con un montón de ropa para que su mamá y hermana montaran un negocio. La segunda vez fue con un canadiense, estaba enamorado pero el tipo era alcohólico. Yoel me contó el trauma etílico que vivió con su padre. La tercera vez era una serie: según él, estaba casado, en ese mismo momento, con un colombiano, pero la onda no funcionaba ya en el diario. El colombiano fue novio suyo por un año. Viajó varias veces a visitarlo antes de comenzar el proceso de casamiento. "Aún puedo salir de Cuba, tengo la visa vigente", dijo. ¿Y por qué no irse? ¿Si ha probado lo que hay afuera y le gusta, por qué no irse? Él respondió: "¿Pero salir pa' qué, a dónde? Con esos chicos no funcionó. ¿Para estar solo allá afuera?" Después de un rato, remató: "Aquí tengo a mi familia, no necesito irme".

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Cuando se enteró de que estaba en Cuba por actividades literarias, presentar uno de mis libros y una revista mexicana, Yoel me recitó la primera parte de "La isla en peso" de Virgilio Piñera. Hay una teoría, muy efectista para mí gusto, sobre por qué los cubanos siguen en Cuba: porque allá no podrán tener nada, pero cuentan con su familia, con la posibilidad de tener una familia, aunque sea rodeados de agua. Justo como el poema de Piñera. Quedamos en vernos otro día. Que nos encontraríamos en el malecón. Así, bien pinche poético. Incluso risible para mí. Pero así era. La realidad cubana se confunde con la irrealidad. ¿Cuándo un prostituto te va a recitar un poema en México? Acá se saben la lírica popular: Juan Gabriel y Gloria Trevi. Quizá habría que reivindicar a la labor de las geishas: el arte de hacer sentir amado al otro. "Toda cubanidad es un travestismo", parafraseando a Giuseppe Campuzano que lo dijo esto sobre la peruanidad. Total, el ente latinoamericano: todas las capas imperceptibles para los visitantes, para los yamas, para los extranjeros de taxis caros y hoteles de cinco estrellas. Fotografías aquí y allá, nada de profundidad.

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Como la realidad y la irrealidad se mezclan, también el crimen y el amor. Hay montones de historias de señoras o de homosexuales que fueron a comprarse un habanero y sólo recibieron el humo. Hay una tendencia del cubano a desaparecer. Eso dicen los abandonados. Historias de cubanos o cubanas que se fueron del lecho matrimonial apenas al pisar la entrada de la casa. Huyeron. Nadie los vio. Nadie los encuentra. ¿A dónde se mandan esas demandas de divorcio? Ahora desde este lado del Pacífico veo su realidad con tantos matices que se me escapan. Así como se me escapaban las ideas al tratar de explicar la austeridad económica de latitudes mexicanas. Era una tarea casi imposible. Un extranjero siempre resulta teniendo "algo" que un cubano no. Y entonces resuena en mi cabeza la imagen de una isla dibujada en un poema de Virgilio Piñera, escrito en 1943:

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La isla en peso

La maldita circunstancia del agua por todas partes

me obliga a sentarme en la mesa del café.

Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer

hubiera podido dormir a pierna suelta.

Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar

doce personas morían en un cuarto por compresión.

Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua

en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,

me acostumbro al hedor del puerto,

me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,

noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.

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Una taza de café no puede alejar mi idea fija,

en otro tiempo yo vivía adánicamente.

¿Qué trajo la metamorfosis?

Sigue a Óscar David:

@OscarDavidLopez

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Amor y crimen en La Habana: jineteros, chicos del malecón