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Sexo

¿Arte o porno?

¿Tú qué dices?

No puedes decir a ciencia cierta qué es lo que te atrajo de ese libro. En la portada tal vez tenía la imagen de un tigre que vomitaba a otro tigre que vomitaba una bayoneta sobre una mujer desnuda, o la de un rostro gigantesco y deforme sostenido a mitad del desierto por media docena de diminutas muletas. El tipo de cosas que le llaman la atención a cierto tipo de niños. Lo hojeas tan discretamente como te es posible, para evitar que el dependiente (un viejo de tal vez unos veinte años) te llame la atención. De repente y sin previo aviso, una descarga eléctrica proveniente del libro te sacude de pies a cabeza. Tus manos quieren soltarlo y tus pies alejarse a toda velocidad pero no pueden hacerlo; tu corazón late con fuerza, tu cabeza da vueltas, tus ojos se abren sin mesura, tu ano palpita emocionado… bastó posar la mirada en ese rostro que roza anhelante una entrepierna en El gran masturbador para despedirte para siempre de tu inocencia. Fuiste corrompido por el arte, y no podrías estar más contento de que así haya sido.

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Desde tiempos inmemoriales, la palabra “arte” ha sido la mejor aliada de los amantes de la putería y malamaña, en especial de aquellos que aspiran a conservar un estatus respetable en la sociedad sin privarse de, bueno, el gozo de ver a otras personas desnudas y/o cogiendo.

“Oh, me conmueve la pureza del estado de vida idílico que captura Gauguin en su pintura. No es porque me encante verle las tetas a las nativas”, habrá dicho en más de una ocasión uno de esos generosos señores que terminan enviando a sus jóvenes empleadas domésticas a pasar en su pueblo nueve meses de vacaciones con todos los gastos pagados. Podemos dar un sinnúmero de ejemplos de este tipo, en los que el arte permite a sus conocedores escapar de todo género de situaciones mortificantes, sin importar la poca verosimilitud de sus explicaciones:

“¡Puñetero incorregible! ¡Ya vi que tienes fotos de viejas en pelotas en todas las poses concebible!“ “¿Te refieres a las imágenes de Julian Mandel? Si estuvieras familiarizada con su obra, te darías cuenta de que es uno de los artistas más subestimados de principios del siglo XX. ¿No estás de acuerdo en que el cuerpo de la mujer es la obra de arte más perfecta que existe?”

“¡Ya te caché, eres puto! ¡Estás viendo una película donde dos hombres hacen pesas desnudos uno sobre otro, y un viejito le reza a una verga como si fuera la Virgen de Guadalupe!” “Para nada, ignorante. Es un cortometraje lírico del cineasta experimental americano James Broughton, que además (eres demasiado palurdo para saberlo) es un poeta laureado.”

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“Muestra un poco de respeto; en El origen del mundo, Courbet habla de la belleza, el misterio y el poder sublime que posee la mujer como dadora de vida. No es una panocha setentera a punto de ser taladrada por John Holmes”.

Estos ejemplos pueden parecer absurdos, pero creo que el último en particular (la peluda estrella de El origen del mundo de Courbet bien podría pasar por una panocha setentera a la espera del penesaurio de Holmes) nos obliga a preguntarnos si lo único que determina la diferencia entre una obra artística y una pornográfica es el contexto en el cual se les presenta. A medio día en un museo, es arte. A media noche en el Golden Choice, es porno. Si la revista en la que la publican se llama Artforum, Art in America, Modern Painters o algo por el estilo, es arte. Si la revista en la que la publican viene en una bolsa cerrada y con una calcomanía que dice “Para su venta a mayores de 18 años”, es porno. Si el libro en el que la publican lo edita Hatje Cantz, es arte. Si lo edita Bruno Gmünder, lo más probable es que sea porno. Si lo edita Taschen, no hay forma de saberlo.

Tomó medio siglo, pero los artistas lograron desdibujar la línea que separaba al arte de la pornografía a tal punto que es necesario recurrir a pequeñas y estúpidas reglas como la anterior (las cuales se aplican sin importar las características de la obra de arte/porno que se pondera) para tratar de identificarlos.

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En Crímenes y pecados, Woody Allen (en voz de Alan Alda) plantea que la comedia es el resultado de la suma de tragedia más tiempo. En el medio artístico se ha observado una ecuación similar, en la que pornografía más tiempo se convierten en arte. Tal vez el mejor ejemplo de esta tendencia lo encontremos en Richard Prince, quien en más de una ocasión ha tomado como base de su obra materiales pornográficos, apropiándose de ellos y dotándolos de un nuevo contexto, haciéndolos renacer como piezas de arte.

Además del contexto, es importante considerar el nombre del creador de la obra en cuestión. Si un hombre caga en la boca de otro hombre ante la cámara de Christopher Rage, son dos maricas coprófagos filmando una porno. Si los mismos hombres realizan el mismo acto ante la cámara de Kurt Kren, seguramente se trata de un performance accionista que se está inmortalizando en un film avant garde.

Andy Warhol, Robert Mapplethorpe, Richard Kern y Bruce LaBruce… en mayor o menor medida, todos los artistas dedicados a explorar las posibilidades de la expresión sexual humana (y a obliterar la apabullante cantidad de restricciones que el transcurso de la historia acumuló para la misma) pavimentaron el camino hacia un mundo en el que Terry Richardson es una celebrada figura del mainstream y no un degenerado al que hay que encerrar en la celda más oscura de Charenton.