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Así de jodido fue dirigir un garito en Kabul en plena guerra

Llevar un local nocturno ya es bastante estresante, pero si encima el lugar se encuentra en medio de una zona de guerra en la que el alcohol está prohibido, la cosa se complica todavía más.

Marc (derecha) frente a L'Atmosphere. Todas las fotos cortesía de Marc Victor.

Llevar un local nocturno ya es bastante estresante, pero si encima el lugar se encuentra en medio de una zona de guerra en la que el alcohol está prohibido, la cosa se complica todavía más. Entre 2004 y 2008, Marc Victor regentó L'Atmosphere, el local más infame de Kabul, un bar-restaurante con piscina en el techo que cada noche se llenaba de periodistas, cooperantes, diplomáticos, voluntarios, espías, contratantes y mercenarios. Un periodista de VICE una vez lo describió como el equivalente en la vida real a una de las tabernas que aparecen en Star Wars.

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Marc se vio obligado a cerrar sus puertas en 2008, porque los locales de occidentales empezaron a convertirse en objetivo de ataques terroristas. Regresó a París y decidió relatar sus experiencias. El resultado es Kaboul Kitchen, una comedia basada en su etapa al timón de L'Atmosphere.


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Me encuentro con Marc en un patio empedrado cerca de su piso en París. Es un lugar tranquilo —persianas verde pálido y jardineras con plantas en las ventanas—, como de postal. Me invita a pasar; el interior de su vivienda es totalmente austero: una habitación con una cama y una sala con un sofá. Ni una foto decorando las paredes, ni un adorno… Nada. Me ofrece agua en una taza. "Cuesta encontrar un sitio tranquilo en París", dice. Mientras hablamos de su extraordinaria vida, cada vez entiendo más por qué Marc busca un poco de paz.

El club L'Atmosphere.

VICE: En primer lugar, ¿cómo se te ocurrió montar un local en Kabul?
Marc Victor: No era mi intención. Yo era periodista. Empecé como crítico de teatro y luego estuve seis años en Camboya, trabajando para la emisora francesa RFI. Cuando volví a París, me aburría mucho. Así que en 2002, cuando cayeron los talibanes, decidí irme a Afganistán a trabajar para una ONG que se dedicaba a formar a otros periodistas para hacer resurgir los medios de comunicación de allí. Cuando el proyecto acabó, al cabo de dos años, decidí quedarme. Mis amigos no paraban de quejarse de que no había sitios buenos para salir en Kabul, y ahí tuve la idea.

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¿En aquella época había algo remotamente parecido a una vida nocturna en Kabul?
La comunidad de expatriados era joven: la mayoría de entre 20 y 30 años y solteros. Era como un campus universitario. Eran jóvenes que trabajaban mucho y con mucho estrés. Antes de que abriera mi local, solían celebrar fiestas en la sede de alguna ONG como la UNICEF, y la Embajada de EUA de vez en cuando también celebraba alguna fiesta a lo grande, sobre todo cuando había algún contratista importante en la ciudad. Pero cuando abrí L'Atmosphere, empezaron a venir todos a mi bar. La noche fuerte era la del jueves, porque nadie trabajaba los viernes.


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Supongo que, viviendo en un sitio tan peligroso, la gente necesitaba poder liberar la tensión en algún lugar.
Exacto. Por eso construimos una piscina. La verdad es que costó bastante hacerla, porque ninguno de los albañiles de Kabul había visto nunca una piscina. Cuando les pedí que la hicieran, se limitaron a excavar un hoyo y a echarle agua dentro. Pero yo lo que quería era crear un oasis.

En Kaboul Kitchen, todo el mundo sale bebiendo, cogiendo y metiéndose droga a todas horas, como si no hubiera un mañana. ¿Realmente era así?
Cuando llegaba una pareja nueva a Kabul, siempre hacíamos apuestas sobre cuánto tardarían en terminar, porque el 99 por ciento acababan separándose. Cuando vives en una zona de guerra, siempre hay cierta tensión subyacente y constante. Nunca sabes qué será de ti de un día para otro. Eso desgasta las relaciones. Todos los trabajadores de las ONG dormían juntos en habitaciones compartidas. Lo difícil era encontrar a alguien con quien acostarse. Trabajaban juntos, vivían juntos, salían de fiesta juntos y dormían juntos. Era muy intenso y necesitaban soltar tensión.

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¿Cómo se lleva un bar en un lugar en el que el alcohol está prohibido?
Mi vida se convirtió en una lucha constante por conseguir alcohol. En Afganistán es más fácil encontrar drogas que alcohol. Al principio, cuando llegué, había tiendas que vendían alcohol a los expatriados, pero cerraron, así que tenía que ir a las bases militares a comprárselo a los del ejército. Cuando se les acababa, lo compraba en el mercado negro; pagaba una fortuna sin saber bien qué estaba comprando. Luego tenía que conseguir llevarlo hasta el restaurante sin que me parara la policía afgana. Si me descubrían, me llevaban a comisaría y tenía que sobornarlos con dinero o alcohol. Era una lucha constante. Nadie podía salir borracho de mi club porque los arrestaban, y si se colaba algún afgano en el local y lo cachaban, me lo cerraban.


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¿Cómo evitas que una persona salga de un bar borracha?
Con mucha dificultad. El tipo al que le vendí el restaurante cuando me marché en 2008 acabó en la cárcel. A veces había épocas en las que las autoridades afganas se ponían más estrictas sólo para demostrar su fuerza. Irrumpieron en el restaurante, confiscaron el alcohol y lo metieron en la cárcel varios días. Karzai quería enseñar músculo.

¿Fue esa la razón por la que dejaste el restaurante?
Seis años en Kabul me desgastaron mucho. Hasta 2006, la situación en Kabul no era muy mala para los civiles y los extranjeros, porque los conflictos eran entre los militares y los talibanes. Pero después empezaron los secuestros y los bombardeos. En 2008 se produjo el ataque al hotel Serena: un terrorista entró en la recepción con un chaleco bomba y mató a seis personas. Aquello fue claramente un ataque a los extranjeros. Decidí cerrar el restaurante un mes y al final me marché.

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Debió de ser difícil proteger a tus clientes.
Al principio no había problema, pero con los años, a medida que aumentaba la tensión entre afganos y extranjeros, cada vez necesitaba más seguridad. Al final teníamos seis guardias de seguridad armados, sacos de arena, varias puertas blindadas y detectores de metal. Llegó un punto en que no había forma de mantener la seguridad. El punto de inflexión para mí fue un incidente en 2006. Un grupo de soldados estadounidenses, al parecer borrachos, se pasearon con un vehículo del ejército por en medio de un atasco y provocaron un accidente muy grave. Un grupo de afganos los rodeó y empezaron a tirarles piedras. La reacción de los soldados fue disparar. Hubo una gran revuelta cuyo objetivo era acabar con todos los extranjeros que había en Kabul. A mí me tocó fuera, comprando alcohol para el restaurante. Me paró la policía con la furgoneta llena de alcohol ilegal. Llamé al restaurante y me dijeron que todos los extranjeros de la ciudad se habían marchado. Era un caos y estábamos en peligro. Nuestros vecinos salvaron la vida de los clientes ocultándolos en sus casas.


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¿Cómo veían el restaurante los de allí? Tenías un bar con piscina y mujeres en bikini en un país estrictamente musulmán.
Como cualquiera que tiene un bar o un restaurante, tenía que llevarme bien con los vecinos. Contraté a la mayoría de ellos y a sus familias. Puse una valla en torno a la piscina para que nadie pudiera ver lo que pasaba dentro, aunque los hijos de los vecinos hacían agujeros para curiosear y ver a las mujeres.

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¿Alguna vez tuviste problemas morales por el hecho de estar lucrando a partir de una guerra?
Cuando llegué, en 2002, el país no estaba en guerra. Los talibanes habían sido derrotados y Bin Laden estaba desaparecido. Después de un conflicto, un país tiene que seguir adelante. El 90 por ciento de la riqueza que yo generaba se quedaba en el país. Algunos miembros de ONG me decían que no estaba bien abrir un restaurante. "Estamos aquí para ayudar a esta gente, no para beber, comer y salir de fiesta". Cuando llegaban siempre juraban que nunca vendrían a L'Atmosphere, pero la gran mayoría acababa viniendo.

¿Sigue abierto, el local?
No. Estuvo abierto un tiempo, pero era imposible mantener el negocio. Al final convirtieron el lugar en estacionamiento.

¿Estás a gusto en París?
Bueno, con todo el rollo de los atentados, me siento como en casa, en Kabul… No, en serio, estoy bien, por ahora.

A mí me da la sensación de que estás aburrido.
Un poco, pero bueno, no pasa nada.

Ya puedes comprar la primera temporada de Kaboul Kitchen.

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