Grizzly Bear

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Música

Grizzly Bear

Fayuca y corazones robados.

El pasado jueves nos lanzamos al concierto de Grizzly Bear en la Ciudad de México. Llegamos a la esquina del foro, la cual se llena de revendedores y fayuca cada que el Auditorio BlackBerry ofrece un toquín, y lo primero que vimos fue a Chris Taylor (bajo y coros) cagándose de risa con todo el desmadre ilegal y chusco que desesperadamente querían venderle. A veces los proveedores detrás de los marchantes toman en cuenta la imagen y música de la banda. Otras, les vale queso. En otras ocasiones los objetos a la venta alcanzan una complejidad abrumadora, como se puede apreciar en esta imagen que postearon los chavos de Grizzly Bear:

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“They made necklaces and keychains out if the Diebenkorn spade! Sorry Diebenkorn estate, but it's kind of amazing.”
[¡Hicieron collares y llaveros de la espada de Diebenkorn! Lo sentimos Diebenkorn estate, pero están maomeno cabronas].

Está de huevos, porque alguien se molestó en hacer el molde de un collar basado en la portada de Shields, el disco que el grupo neoyorkino vino a promocionar. Para mi pesar (y estoy seguro de que también para el pesar de Grizzly Bear) debajo del collar, hay una playera con una carita feliz usando penacho, un ying yang y mota. A los güeyes que hicieron esta prenda, la esencia de Grizzly Bear les valió ultra pito.

La música en capas que este cuarteto genera podrá ser muchas cosas: quizá son texturas barrocas sobre sustratos etéreos, pue’ que sea pop haciéndose pasar por música de conservatorio. En una de esas son arreglos melancólicos sobre una estructura que va en crescendo, generando con sus notas tristonas una atmósfera positiva. Chance. Pero ni madre son un una carita feliz usando un penacho, un ying yang y una planta de mota.

Una vez adentro del lugar se respiraba fiesta. La gente se atiborraba en las barras, cotorreando, empedando y ligando. Como de un tiempo pa’cá, las morras se treparon en sus mejores garras, como si enseñar su culo de pilates fuera un indicio de lo melómanas que son. Pero no me malinterpreten, chicas, síganlo haciendo: nos encantan los culos, sobre todo descontextualizados.

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Por suerte el desmadre y el ruido se diluyeron una vez que abrieron las puertas a la sala. Esta vez (a diferencia de, por ejemplo, James Blake) la gente se mostró más respetuosa, tanto a la banda como a los demás asistentes. Atribuyo esto, en parte, al precio de los boletos: 700 bolas para general. También creo que la energía y dinamismo de la banda atrapó a los que estábamos ahí. Al menos a mí me hipnotizó, como si me hubiera pegado unos fumes de opio: somnoliento pero increíblemente feliz.

El concierto duró casi dos horas. Los güeyes de Grizzly Bear (Daniel Rossen, Chris Bear, Ed Droste y Chris Taylor) intercambiaron instrumentos, gritaron, bailaron y brincaron. Se la estaban pasando como morros. Corría demasiada energía ahí arriba, en el escenario. Así que para mí era como estar bajo el agua, o en medio de un bosque inundado. Pero sin la claustrofobia que esa imagen pueda generar: me sentía a salvo.

Después de su entrega (y la nuestra) nos ofrecieron un íntimo encore. Una amiga sintió que fue sólo para nosotros y que no lo hacen en ninguna otra presentación. Yo también lo sentí así. Cuando se terminó el concierto, Grizzly Bear tuiteó: “México nos arrebató el corazón, al mismo tiempo que nosotros a ustedes!”

Adios Mexico City! We won't forget your awesome spirit! We had so much fun! Xxxx Gracias

— Grizzly Bear (@grizzlybear) 1 de febrero de 2013

Quisiera agregar que nuestro fotógrafo es un tipo tatuado y barbón. A ese güey le cagó Grizzly Bear. Dice que el vocalista se masturba escuchando Radiohead.

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@pixelemputado

Lee más de nuestro fotógrafo: 

Hice que unos hippies desnudos me echaran de mis propias vacaciones