El Salón Los Ángeles: ocho décadas de baile y estilo

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Más que fiesta

El Salón Los Ángeles: ocho décadas de baile y estilo

Desde Rigo a La Maldita Vecindad y Celso Piña.

Fotos por Ernesto Álvarez.

María del Carmen dejó el bolso con unas amigas e interrumpió la charla cuando la mirada se le fue a la mano que apareció por un costado. Aceptó la oferta y se dejó guiar a un punto de la pista de madera, donde la luz es tenue y cada quien se mueve con la cadencia que le conviene.

El danzón suena en todo los rincones del Salón Los Ángeles, un lugar con tradición, de los más antiguos en la Ciudad de México. "Mítico",dice María del Carmen antes de irse a la pista con la mano anónima. Ella empezó a bailar en otro, en el Fórum, a los 40 años, una vez que sus cuatro hijas ya estaban grandes y su marido falleció. Dice que se dio cuenta que traía el baile en las venas porque llegaba a la pista y el cuerpo le brindaba la energía suficiente para moverse cinco horas seguidas. "Estaba retenida, reprimida, pero encontré que esto es lo mío". Ahora tiene 70 años, edad que ronda la mayoría de los que cada martes y domingo pagan los 40 pesos que cuesta la entrada y vuelven a encontrar la agilidad que en la cotidiana se les hace esquiva.

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La dulcería del salón Los Ángeles se refleja en un espejo del lugar.

"Soy un bailarín empírico, aprendí viendo bailar. El danzón es muy elegante, tiene su técnica, tiene su chiste", Rubén, 67 años, acomoda la solapa del traje impecable que carga desde Melchor Ocampo, en el Estado de México. "Muchos lo vemos como un deporte", agrega. A su lado, Toña, su compañera remata: "te diviertes, convives y si vienes cada ocho días; es como ir a una escuela".

No tienen prejuicio estas mujeres mayores en llegar solas y hallar una pareja que las invite. Son muchas las que vienen solas en realidad. "En la pista siempre se platica y no falta la invitación para salir a otra parte. Depende de ti", dice Elena mientras se abanica porque acaba de bailar y el ánimo se le nota en unos ojos grandes y llamativos a pesar de las arrugas que los enmarcan.

"Claro que se conquista, aunque sea para pelear nunca va a ser tarde", carcajea María del Carmen al terminar la canción. Ella, en un Salón, encontró a "otro señor" con el que se emparejó hace 20 años. "Pero me sigo viniendo al baile, nomás que me escapo. ¡El mundo es de los vivos! Aquí no caben los pendejos". No tiene problema en ser ella la que saque a bailar a alguno de los presentes, porque "quedarse esperando ya pasó a la historia, sólo esperan las que son muy tímidas. Hay que aventarse, sino no bailas. Siempre pueden encontrar al que te lleve bonito por la pista", alecciona mientras acomoda el pelo canoso y largo que trae recogido. Es manifiesto: el baile inyecta vitalidad a quien lo practica.

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Los porteros se reflejan en el vidrio de una vitrina al fondo de la entrada.

El Los Ángeles, en la Colonia Guerrero y el California Dancing Club, en el sur de la ciudad, son los dos salones más antiguos que han sobrevivido modas y embates económicos. Pero el danzonero por excelencia es el primero.

Armida Applebaum de Nieto observa el movimiento desde un rincón junto a la entrada del salón, recostada sobre la vitrina donde se ofrecen en alquiler los típicos zapatos de baile de dos colores, con puntera. Su hijo, Miguel Nieto Applebaum —que se llama como su padre (Nieto Hernández) y su abuelo (Nieto Alcántara), fundador del lugar— fue el encargado de continuar el negocio, como si fuera parte del clan Buendía de Cien Años de Soledad, llamados a repetir los designios de los que antes llevaron su mismo nombre.

Los Ángeles es un negocio familiar y muchos apuntan a que esa ha sido la clave para que no se haya convertido en un estacionamiento o en un edificio de cientos de apartamentos, como el que le crece a menos de media cuadra.

La señora Applebaum, madre de Miguel Nieto, socio y encargado del lugar.

Y sí, el salón fue en un momento el epicentro para la gente de la Guerrero y de la vecina Colonia Morelos, de Tepito y la Lagunilla. Se fundó en 1937, cuando la Ciudad de México llegaba nomás hasta Tlatelolco. El Monumento a la Revolución todavía no terminaba de construirse. El California es de 1954.

Al abuelo le picó el bichito y olfateó el auge que tendría el baile en un salón ya extinto, que en la década de 1930 estaba ubicado sobre la calle Brasil, en el centro histórico. O tal vez, fue sobre la calle Argentina: era el Salón "La Playa".

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La cosa es que el abuelo Nieto también tenía algún compadre en la Compañía de los Ferrocarriles de México, que le pasó el dato que uno de los terrenos que se usaba para almacenar carbón para la estación de carga, que estaba a espaldas de la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, iba a quedar vacante.

"Tenía a mano un espacio de 2,400 metros cuadrados —dónde ahora entran tres mil personas— y accedió a la madera para hacer la pista. Logró una muy buena acústica, algo clave, porque no había amplificación para las orquestas cuando abrió el Salón". Así, el abuelo Nieto vino a montar el divertimento en el límite de la urbanidad: el tranvía que venía del Zócalo sería el encargado de depositarle a la gente a las puertas del local, antes de terminar la línea y pegar la vuelta en la calle Madero para reiniciar el recorrido.

Un ferrocarril grabado en reloj de José de la Rosa como tributo a los trabajadores migrantes en los años 50.

"En 1937 no existía mucho entretenimiento además de la radio, por eso los salones de baile se constituyeron como el espacio urbano por naturaleza, dónde se vivía con más liberalidad", asegura Armida. "Piensen que en México la mujer tuvo derecho al voto recién en 1954, pero desde 15 años antes podía ir sola a bailar a un salón sin que fuera considerada una prostituta."

No le erró el abuelo, porque tres años más tarde surgió desde Cuba como una tromba el Mambo, y ahí Los Ángeles empezó a tallar su vocación latinoamericanista. El nieto, actual encargado, se deleita con la diadema de músicos que se hicieron mundialmente conocidos gracias a los ritmos emergentes: Dámaso Pérez Prado, el "Rey del Mambo", mexicano; Miguel Faílde y Pérez, el cubano que creó el danzón y que se convirtió en el baile nacional de su país; las orquestas de Agustín Lara y Luis Arcaraz, ambos mexicanos; el rosario de Sonoras: la Santanera, la Dinamita, la Matancera. Cuando en los sesenta llega la salsa desde Nueva York, también la incluyen.

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"El Salón iba cambiando con los nuevos ritmos, desde Rigo Tovar a los primeros conjuntos gruperos. En Los Ángeles tocó Café Tacuba y la Maldita Vecindad en sus inicios", agrega Armida. "Ha sido cíclico, pero remontó con la aparición de la cumbia electrónica, con gente como Celso Piña, Los Ángeles Azules o el Instituto Mexicano del Sonido".

Una pareja descansa después de una pieza, mientras dos hombres esperan la oportunidad para bailar.

Cuando los salones pululaban, los dueños decidieron repartirse los días para las fiestas para asegurarse el público; el domingo abrían todos. Ahora es martes y el salón está repleto porque es su fiesta de cumpleaños. El día elegido para su apertura, 2 de agosto, fue el mismo en que se celebra el Santo de la iglesia vecina de la que tomó el nombre. Aunque el vínculo con la ciudad estadounidense es manifiesto, no fue por ella su bautismo. ¿Cuál es el vínculo entre la ciudad y el salón? Los pachucos.

Jesús Juárez, "pero si me dices así nadie sabe quién soy, ponme nomás El Cebos", lleva 35 años organizando el baile de los Pachucos. Una manifestación que se popularizó en la ciudad del norte con el fin de la segunda guerra mundial y en México, de la mano del archi-icónico Tintan.

"Un pachuco siempre anda guapo y bien vestido porque en el fondo es un vividor de una buena mujer, a la que tiene que halagar. Por eso el baile y la elegancia. Es una forma de conquista y también una forma de sobrevivir".

José de la Rosa o el Pachuco Nereida, baila en el aniversario 79 del Salón Los Ángeles.

José de la Rosa trae el atuendo completo, al que se conoce con el nombre de Zoot Suit. Hay desde una película de Luis Valdés de 1981 hasta una "riot" que se dio en las calles de Los Ángeles en 1943 cuando marines y soldados retornados de la guerra se aliaron con la policía local para atacar a los que lo vestían y, de paso, darle también a todo migrante que se cruzara en su camino. Cinco personas murieron ese día a raíz del ataque a los Zoot Suit. Eso no está tan lejos para De la Rosa, que es hijo de uno de esos mexicanos que cruzaron la frontera y al regresar, se trajeron el estilo.

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"Siempre sufrieron la discriminación racial en Estados Unidos, pero ellos respondieron creando una indumentaria y una cultura que gritaba 'aca estoy'. Yo lo empecé a replicar de niño, sin darme cuenta. Ahora es un gusto portarlo, porque creo que es el resultado de la fuerza trabajadora en Estados Unidos".

Jesús Ernesto José Vargas García Cruz, tal como se presenta, tiene 83 años y el traje que lo identifica. "Se vuelve adicción, el baile entra en los huesos". Toma de la cintura a su compañera Paquita Sevilla —casi de la misma juventud que Jesús, 43 años bailando en salones— para explicar el paso básico: "para el danzón se forma un cuadrado en el piso de once pasos. Primero un pie y luego el otro. No importa dónde estés cuando llega el once, tienes que volver a formarte para el remate". Que el danzón no es tema de giros y saltos, es un baile pegadito, de corazón a corazón, afrodisíaco. "Es el baile lo que nos ha sostenido".

La familia Nieto también está buscando una fórmula que sostenga a Los Ángeles una vez que los actuales responsables ya no estén. "Mi madre tiene 88 años y yo 66. Ni mis hijos ni mis sobrinos tienen interés en dedicarse al Salón como proyecto de vida. En términos financieros tiene toda la estructura para cerrar porque la inversión inmobiliaria es muy alta pero, ¿por qué no mejor seguirlo? Ofrecemos entretenimiento de calidad a bajo precio, sin patrocinio del Estado ni de privados. Me gusta decir que es una lucha masiva en contra del Pokemon Go, apostar a que hay felicidad en el encuentro y el diálogo. No se puede bailar enojado, bailando la gente se entiende".

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Te invitamos a festejar el ochenta aniversario del Salón Los Ángeles, mira toda la información aquí abajo:

Una mujer bebe refresco y observa a las parejas en la pista, la música en vivo suena por todo el lugar.

Un hombre pasa frente a la banca en donde personas esperan para poder bailar o descansan después de una canción.

La reverencia de un hombre al terminar de bailar.

El tatuaje de "ZOOT SUIT" en el pecho de José de la Rosa.