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La pura puntita

Buda, drogas y pop

“¿Por qué ser el centro del universo no resultó ser tan satisfactorio como esperabas?”

No te pierdas la presentación de Buda, drogas y pop, este jueves 17 de abril, a las 19:30 en el Museo del Chopo.

Seguramente recuerdan a Fausto Alzati por sus poemas perrones. Ahora regresa con un libro sobre filosofía donde, además te mueve el tapete bien gacho con ejercicios y situaciones hipotéticas como “Imagina —en medida de lo posible— el efecto que tendría sobre tu psique despertar por la mañana, mirarte al espejo y ver a Michael Jackson”. ¿Inquietante? Aquí te dejamos un fragmento de Buda, drogas y pop, publicado recientemente por Textofilia.

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Pero hablando de narices [léase con tono de comediante en bar de chistes]: ¿Qué tal Michael Jackson, eh? Y hablando del Yo, ¿habrá jamás un Yo tan masivamente proyectado como el del Rey del Pop? Es decir: ¿Volverá alguien a ser tan famoso como Michael lo ha sido? Pero qué tremendo efecto tuvo en su vida ser Michael Jackson —brillar más que el Sol—. En el caso de Michael aquel decreto megalómano de Luís XIV (el Rey Sol), L’etat c’est moi [El Estado soy yo] no sería mera jactancia provincial. Sería, más bien, consecuencia de haber sido tocado por la atención global. Aunque habría que invertir este decreto y llevarlo un paso más lejos, para declarar: Yo soy el estado del mundo; es decir, Yo soy un guiño, un reflejo sintomático, del estado de las cosas. Porque sin este mínimo sesgo de ironía encontramos al tirano, convencido no solo de ser quien le dicen que es, pero además convencido de que se le ocurrió a él solito. Imagina —en la medida de lo posible— el efecto que tendría sobre tu psique despertar por la mañana, mirarte al espejo y ver a Michael Jackson. Y, por si eso no bastase, suma que además todo el mundo se dedique a recordarte que tú no te llamas Michael Jackson, tú no representas Michael Jackson: tú eres Michael Jackson.[1] Esa sí es impostura. Cosa que sin el debido cuidado se paga con el síndrome de la bruja de blanca nieves, revisando constantemente tu lugar frente al espejo: “¿quién es la más bella de todas?” Basta mirar la mutación de la nariz de Michael para verificarlo.

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        Mientras considero la nariz de Michael, en el 7-eleven la fila se acorta cuando una mujer con un arete en la nariz [sic] termina de abonar crédito a su celular. Con ello regreso a Belinda, pero ahora me ocupa otra línea de preguntas sobre su enigmática afirmación “Sé quién soy… y me quiero”. Si ella sabe quién es (ella), ¿puede, acaso, ser al mismo tiempo la que sabe y el objeto de (su) saber? Suena complicado; tendría que poderse ver en su totalidad, por fuera y por dentro, todo mientras se mira, claro. Esto requeriría una suerte de desdoblamiento astral. Tendría que ser muchas a la vez, viajando de un lado a otro a una velocidad alucinante.

        Además, ¿cómo sabe que sabe; cómo llega a esa certeza? Me parece algo así como intentar probar tu propia lengua; cosa que solo resulta en un trabalenguas.[2] Y sucede algo similar con la segunda afirmación, aquella referente al afecto que se ofrece a sí misma. Dice quererse, pero no queda claro si ella es, entonces, la querida o la querendona. En otras palabras, cuando es la que quiere, ¿a quién quiere, si en ese momento ella se encuentra queriendo? Y, cuando es la querida, ¿dónde queda la querendona?[3] Por momentos considero la posibilidad de que la joven cantante sea más de una persona, pero ¿no habría entonces de referirse a sí misma en plural, con un “nosotras”, por ejemplo?[4] O, y esto es más bizarro aún, quizás no sea ni una ni la otra, con lo cual habría de hablar de sí misma en tercera persona (desde una borrosidad trascendental), al estilo Maradona[5].

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        Es como ahora que escribo “Yo”, ¿soy el que lo escribe o a quien alude la palabra escrita? Suponiendo que soy ambos (como un dueto coral), entonces somos Yo Yo; mientras que de ser exclusivamente uno o el otro, sería por ende, Yo Yo, (como gemelos siameses donde solo puede vivir uno si el otro muere). En cambio, si por alguna irrupción freak en el espacio-tiempo, ambos de estos escenarios sucedieran a la vez, sería Yo y/o Yo (como un tag team de lucha libre donde en cualquier momento uno puede desmayarse por sobredosis de anabólicos). Aunque al contemplarlo, parece que en dado caso tendría que ser una diagonal invisible que divide la “y” de la “o”: yo.[6] Esa diagonal marca de posibilidad entre la conjunción y la escisión. Pero, por más entretenido (o molesto) que llegue a sonar este juego lingüístico, lo más probable es que Yo sea meramente una figura gramatical, un modismo.

        En el 7-Elevenpor fin se ha disipado la fila, es mi turno para pagar (y pocas cosas generan tanta convicción en un Yo como pagar o cobrar[7]). La cajera, en su uniforme verde, me doy cuenta, es relativamente bajita. Por un instante intercambiamos miradas; observo el brillo negro en el centro de su iris y me pregunto ¿por qué yo soy yo y no ella?, y ¿porqué ninguno de los dos somos la mosca que pasa volando entre nosotros?[8] Lo peculiar es que ella es ella siempre y cuando ella no sea yo; y yo, a su vez, solo soy yo gracias a que ella es ella. Pero si para ser yo dependo de que ella sea ella, ¿quién diablos soy entonces? Es decir: ¿si soy yo gracias a que los demás son ellos, qué tan yo puedo ser si dependo de ellos para ser el que soy?[9]< Y dale con el trabalenguas.

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        Mientras pago, dejando mi dinero en sus manos, noto debajo de las tantas marcas de cajetillas de cigarros, la pequeña pantalla de seguridad. En el monitor observo, en blanco y negro, a un tipo esperando su cambio. Aunque el tipo de la pantalla no soy yo (tanto como la imagen de una mujer en una revista no es una mujer), igual se mueve cómo y cuándo yo lo hago. Por un momento —algo así como un déjà vu— creo que entiendo a Belinda: observando cómo me observo en la pantallita observándome en la pantallita… etc.

        No, qué va, he sido un ingenuo; no entiendo a Belinda, y es más: no entiendo un carajo. Tomo mi cambio y tiro mi recibo en el basurero a un lado de la puerta antes de salir a la calle.


[1] Y bien lo decía el psicoanalista Jacques Lacan, en lo que sus adeptos bien podrían llamar ‘la parábola de Lacan’: “el loco no es solo un mendigo que cree ser un rey, también es un rey que cree ser un rey”.

[2] ¿Cómo sabes a qué sabe lo sabes si no sabes a qué sabe lo que sabes que sabes (ad infinitum)? Esto es como intentar mirar tu propia pupila con esa misma pupila (y no el reflejo de tu pupila en un espejo, reflejada den tu pupila en el espejo…).

[3] Es posible que esto se resuelva torno a las diferencias categóricas entre amar y querer que entona el príncipe de la canción,  José José, en su clásico ‘Amar y querer’ (Manuel Alejandro/Ana Magdalena, 1977). Discurriendo un poco, lo que nos dice José José es: querer es un afecto que deviene de una fragmentación subjetiva donde se tiene siempre una imagen de sí mismo en la mira como referencia; mientras que amar implica la disolución de esa relación especular consigo mismo, a cambio de una inmanente plenitud desbordante. En el amar no hay una noción de existencia porque no hay una postura trascendental, no hay intentos por validar(se) la existencia, porque lo infinito es infinito —así la persona amada, por ende, está presente como tal.

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[4] Como cuando Belinda interpretó simultáneamente dos personajes (Mariana Cantú y Silvana Del Valle) en la telenovela Cómplices al rescate, 2002.

[5] Aquí una nota extraída de Noticias de Argentina y el Mundo: “’[…] Maradona es Maradona. Maradona sale a aclarar esto porque a Maradona le encanta decir Maradona’. Sus dichos tuvieron amplia repercusión en distintos medios, que llegaron a calificar su declaración como autorreferencial. Indignado, Maradona ha respondido que ‘si fuera tan egocéntrico como dicen por ahí, todo el tiempo diría ‘yo, yo, yo’, y sin embargo siempre hablo en tercera persona’. Después de este testimonio, Maradona se retiró intempestivamente de la sala de prensa. No obstante, a los veinte segundos regresó a la sala y, mirando a los atónitos periodistas, anunció en el micrófono: ‘Soy Maradona’.”(http://noticias-rb.blogspot.com/2010/08/maradona-maradona-no-es-kirchner.html)

[7] Ser insultado, adulado, inculpado o indultado también generan mucha convicción en Yo.

[8] En base a este acertijo de la diferencia (entre un ser viviente y otro), se han erigido muchas ideas peculiares sobre  la vida, teorías sobre el karma o alguna suerte de orden cósmico. ¿Será que la diferencia es insoportable? Estas explicaciones “karmico-teleológicas” eluden la infinita complejidad de la causalidad y la casualidad. Tales intentos por explicar la vida misma, acaban sirviendo solo para justificar, por medio de una supuesta ley divina (o algo por el estilo), los sucesos que ocurren día a día en este mundo. Con ello, cualquier injusticia o abuso termina se percibe como ocultamente merecidos.

[9] Según entiendo, el filósofo Jacques Derrida alude a este fenómeno con el término Différance, un combo entre diferir (posponer) y diferenciar (distinguir). Como en el diccionario, por ejemplo, donde cada palabra  relega indefinidamente su definición a otras palabras que se definen en base a otras palabras que a su vez… Quizás a esto apuntaba el grupo pop ochentero Timbiriche cuando cantaban que “tú y yo somos uno mismo”. O puede que no.

Anteriormente:

Tianguis

Lee más adelantos en nuestra columna La pura puntita.