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La pura puntita

Chinga tu madre, papá

Una entrevista con Iván Sierra sobre su primer libro y la muerte de su padre.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades.

Presentación del libro en El Plaza Condesa con la banda Lo Único Que No.

Iván Sierra escribe para entenderse a sí mismo. Para mentarse la madre y calmarse la locura. Actualmente es editor de portada del Reforma, pero en algún momento de su juventud fue corrector de estilo para VICE y el alma de nuestra primera fiesta de aniversario en México.

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Una parte de Chinga tu madre, papá, fue publicada originalmente como notas y estatus de Facebook justo después de la muerte del su padre, pero no fue sino que hasta que Errr Magazine conoció a Iván, que realmente la idea dejó de ser un montón de recuerdos y likes para convertirse en el primer libro del autor.

VICE: ¿Cómo fue que por fin decidiste a publicar tu primer libro?
Iván Sierra: Este libro lo escribí sin pretender escribir un libro. El libro, básicamente, son dos momentos. Un momento es cuando me anuncian que mi papá tiene cáncer y va a valer verga. Y, como mi papá y yo teníamos tres, cuatro años sin hablarnos, yo ya había decidido sacarlo de mi vida. Cuando me dieron la noticia de que tenía cáncer terminal, pensé que era muy artificioso, por ese acontecimiento, acercarme a él y tomé la decisión de no buscarlo pese a saber que se iba a morir. Pero no me resultó fácil. Entonces, empecé a escribir este texto que en realidad no tenía intenciones de ser un libro, ni siquiera de tener un lector; tenía intenciones de expresar cosas que yo necesitaba expresar en ese momento y que no supe cómo hacerlo más que a través de las palabras. Era una especie de luto literario.

¿Y por qué decides publicarlo?
Para mí, el libro es una forma de liberarme de ese pasado. Mi relación con mi papá fue muy fuerte para mí porque era un tipo al que yo amaba y, a la vez, temía terriblemente. Y eso formó mi personalidad para siempre. Ahora sufro un trastorno de la personalidad, soy borderline, y todo eso se lo debo a la formación que tuve. Entonces, el libro es una forma de decir: “Todo lo que hayas pensado de mí me vale verga”. Y no solamente a mi papá porque él, a fin de cuentas, ya está muerto. Más bien es decírmelo a mí.

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¿Y la segunda parte? Porque la primera es este dilema con la enfermedad terminal de tu padre.
La segunda parte la escribí en Facebook.

¿De qué manera?
Me habló una tía para decirme que la vida es así y que tenemos que ser fuertes y toda esta retórica que se utiliza cuando quieren darte una noticia fulminante. Así que, cuando llegó al punto de decirme que mi papá se había muerto, yo sentí un alivió porque, hasta ese momento, creí que iba a decirme que era mi mamá la que se había valido verga. Y entonces pasó rato. Estaba en la oficina y fui a escribir a Facebook un estatus solemne para despedirme de mi papá. Y cuando leí el estatus desde el punto de vista del lector, ya no como quien lo escribió, fue que me di cuenta que mi papá se había muerto. A partir de ese punto, sufrí tres días seguidos la muerte de mi papá sin poder dormir y sólo escribiendo. Y ese texto es la segunda parte, que en realidad aparece al principio en el libro.

Tiempo después me reencontré con esos textos y decidí compartirlos en redes sociales. Y, cuando lo hice, me di cuenta de que había un chingo de gente a la que movían un putero esas palabras. Me hablaban y me decían: “No mames, me reconcilié con mi papá después de que leer tu texto”.

No mames, ¿neta?
Neta, güé. O sea, un día yo llego a la oficina y me abraza una reportera llorando y me dice: “Güey, te quiero llevar a mi casa, te quiero mimar y te quiero decir que todo va a estar bien y que siento mucho que se haya muerto tu papa”. Y eso, porque leyó el texto.

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Fue ahí que dije: “Este texto tiene valor”; pero a la vez lo releí y pensé: “Está dando un mensaje que no quería dar del todo”. Cuando escribí todo eso, estaba vulnerable porque acaba de morir mi padre, y yo lo había querido un chingo. Pero mi papá también había sido un hijo de puta que hizo unas hijueputeces que merecían un juicio más equilibrado. No siempre vale la pena reconciliarse con los papás. Yo no me reconcilié con mi papá jamás. Yo no creo en el perdón fortuito.

Por eso, cuando me reencontré con una vieja carta entre papeles, que fue la carta que escribí cuando me dieron la noticia de que mi padre tenía cáncer, me di cuenta de que eran una serie de momentos, de flashbacks, que alcanzan a configurar mejor nuestra relación. El porqué decidí alejarme de él y no acercarme ni aunque estuviera enfermo de muerte. Ahí fue que me di cuenta que tenía que compartir el texto íntegro, esas dos visiones: la del lamento ante la pérdida de un ser querido y la del reclamo ante la mierda que ese güey hizo con mi niñez.

Ya que no crees en el perdón fortuito, ¿cuál es tu concepto de perdón?
El perdón a huevo es una pendejada. Y aparte, todo mundo (budismo, tu terapeuta, en el templo), todo mundo te dice que tienes que perdonar para crecer como persona. Y en verdad a mí se me hace una pendejada que perdonar al agresor incluso cuando éste, la mayoría de las veces, ni siquiera te ha pedido perdón. Así el perdón no tiene sentido. Uno perdona cuando quiere, pero no es una instancia ineludible para llegar a ser una persona más funcional.

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En 2009, Iván Sierra se vistió como Gloria Trevi para una edición conmemorativa de VICE.

A continuación ponemos algunos fragmentos del libro.

***

No, no puedo. Si alguna vez pude, ya no. No puedo hacer como que puedo y no poder. O hacerme el que no puede para, aunque pueda, no poder. O hacer que puedo y poder, e incluso desearlo, pero al final, invariablemente, no poder. O hacerme, una vez más, el que no puede y, por consiguiente, como siempre, no poder. Siempre no poder. Nunca poder. ¿O es que, aunque puedo, no puedo dejar de ser el que no puede? O tal vez, en efecto, no puedo y sólo me entretengo en fingir que puedo y decido no poder. ¿O es tan grande la abulia que, aunque pudiera poder, o llegar a poder, ella me lo impide? Años en este sinsaber sabiendo. Años sin saber aun sabiéndolo. Años sin poder confesarme —¿sin poder o sin querer?— qué putas madres.

***

He sido el bueno, el malo, el tierno, el ingrato, un imbécil, víctima y victimario, ese lleno de sueños, ese lleno de trampas, las mentiras, el amor, la necesidad imperiosa de irme de manos sobre una entrepierna. Fui el niño aquel que, en medio de la noche, buscaba a tientas un consuelo en el pito de aquel primo, de aquel otro, de un tío, del amigo de papá. Pero también fui aquel que, con la sangre convertida en escarcha, no dudó en cobrar venganza en quienes tuvo a la mano. En ti, mamá, y en mi hermano, y acaso también en aquel Iván que fui o que pude ser. Mudé mis pensamientos infantiles por un deseo infecto que me embelesaba día y noche, cada vez más intenso, cada vez más urgente: su muerte. La muerte como la única escapatoria a aquel fuego que relucía en sus ojos. Sonaba el teléfono y en mi corazón sólo latía una esperanza: la noticia de la muerte de papá.

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***

Papá me da una lección a los cuatro años. Me dice que todo lo hace por mi bien, porque me quiere, y no deja de golpearme hasta que termino cagándome en los calzones.

***

Le confío a mamá que sólo estoy esperando a que ella se muera para matarme.

***

Ahora le vas a agarrar gusto al ejercicio, me alienta papá, y me persigue en su pick-up hasta que, cansado de correr, me tiro a un lado de aquel camino de terracería.

***

A lo mejor, en vez de verte como un padre, te convertí en un personaje. Un personaje plano, unidimensional. Un villano simplón cuya única pulsión era el deseo de agredirme. Te vi así, papá. Y a lo mejor nunca supe si tú también amaste, si tú también alguna vez tuviste miedo, si tú de vez en cuando tenías alguna ilusión.

***

A veces, ¿sabes?, se me acaban las palabras. Me aturdo. Me abismo. Me compadezco de mí. De verme perdido por ahí, como un mendigo sin más oficio que buscarte. Mi búsqueda es miedo. Es necesidad. Es un algo irreparable. Mi búsqueda es destino. Mi búsqueda no conoce renuncias ni treguas ni consuelos. Mi búsqueda lo único que espera es encontrarte. Encontrarte para que me valides. Para que me restituyas. Para que hagas casar lo que soy con lo que quiero ser. Las dos partes de un Iván dividido. La mitad que se dispone a volar con la que se aferra al suelo. La que quiere crecer, madurar, con la que permanece quieta. La que anhela hacer, construir, con la que espera… te espera.

Busca a Iván Sierra en TwitterFacebook, y Tumblrencuentra aquí la versión completa de Chinga tu madre, papá.