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Mal del puerco

Comer como un chilango coreano

Cenar barbeque coreano es como compartir un banquete real.

Una día iba caminando por la calle de Florencia, en la Zona Rosa del DF. Venía hacia mí por la banqueta una chava coreana que tenía mucha onda. Estaba vestida con un tracksuit de poliéster color rosita, lentes de sol que casi le cubrían la cara entera, y caminaba con un perrito bien cuidado, como de accesorio.

Se me ocurrió parar y preguntarle dónde le gustaba comer comida coreana. Mala idea.

De entrada me vio como si me estuviera comunicando en una lengua extraterrestre, imposible descifrar en miles de años. De repente, de un local frente a donde estábamos, salió corriendo una señora mayor coreana, muy agitada pero con nada de miedo. No parecía que conocía a la chava, pero aún así me preguntó en español qué necesitaba.

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Le dije amablemente que sólo le preguntaba a la señorita sobre su restaurante de comida coreana favorito en la ciudad. La señora, sin decir más palabras de las que yo podía entender, apuntó a tres lugares con un gesto molesto: los tres restaurantes coreanos más cerca de donde estábamos.

“Ahí, ahí, ahí”, dijo.

Y con eso, la chava en el tracksuit rosita siguió su camino. Su rostro indicaba que nuestro encuentro le había hecho algo de gracia. Me imaginé que se fue pensando, ‘Qué loco ese mexicano’ y que nunca volvería a recordarlo.

Ni con la comida se abren los coreanos en México, resumí.

Es cierto que la cultura de los coreanos en nuestro país es cerrada. Se conoce poco sobre esta población y su rol entero en México. Por lo tanto, la población ha crecido aceleradamente en la última década, y como al mexicano históricamente le encanta demonizar a lo asiático, corren rumores sobre los coreanos que viven cerraditos entre ellos (como los rumores que dicen que una mafia coreana controla el barrio bravo de Tepito).

En realidad, muchas de estas familias viven aquí por la gran presencia de la compañía cien por ciento coreana de Samsung en la industria maquiladora en México. Lo sé porque pasé la mayoría del 2009 dándole clases de inglés a dos niños coreanos nacidos en México, en una torre de departamentos lujosos por la zona de Ferrocariles. Fueron Eun-sung, un niño como de nueve años, y Daen, su hermanita como de cuatro. Su mamá los cuidaba y su papá trabajaba en el corporativo de Samsung. Los niños fueron una maravilla.

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Todo ese tiempo deseaba con todo mi corazón que la señora algún día me invitara a una comida casera en ese hogar, pero nunca ocurrió. Me satisfacía entonces cuando en varias ocasiones pasaba a las sesiones con dulcecitos coreanos de sabores que me parecían totalmente ajenos a los que conozco.

Mi restaurante favorito en toda la ciudad.

El censo de 2010 contó 3,960 ciudadanos de Corea del Sur viviendo en el país, a diferencia de sólo 327 contados en el año 2000. Lo esencial de este gran crecimiento de coreanos en México es que con ellos se vino la gastronomía de la Península Coreana. En la zona central de la Ciudad de México ahora se encuentra un pequeño barrio coreano, probablemente el primero en México. Esto implica que ahí, en la Colonia Juárez, al lado de la Zona Rosa, tenga que existir un Korean BBQ.

Y así es. Por todos lados en esas calles se ven anuncios en coreano y entradas de restaurantes coreanos, todos ofreciendo la experiencia del gran rito de la gastronomía coreana, el gogigui o barbeque. Este rito se concentra en un asadero que se ubica en el centro de una mesa, donde se asa bistek marinado o sin marinar, costillas, lomo, tocino grueso, y otras carnes. Todos sentados en la mesa se encargan del asunto de voltear los trozos de carne y de cortarlos con tijeras de mano.

El kimchee nunca faltará.

Al lado viene una variedad de botanas coreanas llamadas banchan, que son excelentes. Hay ensaladitas de pepino y espinaca, papa agridulce, germinado, a veces una ensalada de manzana, o una tortita de camarón, y siempre, claro, el kimchee, la botana deliciosamente aromatizada por la fermentación de col chino en una salsa roja.

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Si es viernes por la noche y puedes juntar un grupo de amigos, no hay nada mejor que ir al barrio coreano a armar una mesa grande para el barbeque. Es un desmadre de como 200 o 250 pesos por persona, que me parece una buena inversión para ocasiones especiales, ya que te dan un chingo de carne.

Cenar barbeque coreano es como compartir un banquete real. Todos los platitos llegan al mismo tiempo. La carne —ya asada, jugosa— se condimenta con aceite, pimiento y ajo fresco. Se puede hasta hacer un taquito con las hojas de lechuga enormes que llegan entre las banchan. Noy hay que olvidar el arroz blanco. Ves tu mesa y se siente abundante.

Makkoli: El vino de arroz coreano, que se parece un poco al pulque.

Con tanta comida tiene que haber chupe.

En este aspecto los coreanos y mexicanos somos parientes. Las dos culturas aman la buena borrachera. Cuando vivía cerca del centro de Los Ángeles, no tan lejos de Koreatown, mi mayor placer para tener una rica cena era ir a los grandes comedores de Korean BBQ, en el mero corazón de Koreatown, para pedir, conforme la cantidad de carne que comíamos, botella tras botella de lager coreana, como la Hite y la OB.

Hay un lugar en particular donde el asado coreano siempre se prepara con carbón fresco, te lo traen con pinzas a tu mesa de un horno enorme, brillando con fuego. A diferencia de otros restaurantes coreanos en el DF, en este lugar nunca te conectan un asadero eléctrico para el barbeque.

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Los clientes de Na De Fo.

El lugar se llama Na De Fo. Está en Liverpool 184, muy cerca de Avenida Chapultepec, y me atrevo a decir que es mi restaurante favorito en la ciudad.

El bim bim bap se cuece en el plato donde es servido.

Los viernes y sábados se llena Na De Fo de bandas de señores coreanos chilangos. Se nota que se la pasan bien. Piden órdenes de carne sin cesar, y chupan soju y makkoli, y chismean y alegan cosas. En las paredes del lugar hay anuncios en coreano, como la que muestra al dude de Gangnam Style, promocionando una marca de soju, y fotos de clientes regulares.

Tienen también el platillo llamado bim bim bap, una mezcla de arroz blanco, verduras, y un huevo tierno, que es todo una experiencia aparte. Los ingredientes crudos se cocinan adentro del plato hondo de piedra, que viene hirviendo desde la cocina.

Vía demomilton.

En Na De Fo, de hecho, me siento que estoy en Los Ángeles —pues muchos de los meseros son oaxaqueños como allá también lo son en los restaurantes de Koreatown—. En las mesas, señores de traje y corbata, y grupos de amigos coreanos jóvenes se ponen una buen peda. Hay veces que suben la voz, hay veces que alguno de ellos prende un cigarro, de esa manera que nadie les diría que no, y hay veces que hasta a alguien se lo ocurre tirar una silla.

Todo en buena onda. Échale la culpa al barbeque.

@longdrivesouth