Cómo es drogarte a los 40

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Cómo es drogarte a los 40

Platicamos con drogadictos productivos de cuarenta y tantos sobre sus vicios y cómo éstos afectan su vida.

Ilustraciones por Darija Basta.

Cumplir 40 es un shock para muchos porque se dan cuenta de que, aunque el cerebro está en su mejor momento, el cuerpo no. Para algunos, la única forma de conservar la ilusión de juventud es engañar al cuerpo para que crea que puede funcionar por medio de sustancias ilícitas que lo único que hacen son dañarlo a largo plazo. Y así comienza el círculo vicioso.

Es difícil saber cuándo parar la fiesta pero, a veces, es todavía más difícil encontrar el camino a casa. Platicamos con drogadictos productivos de cuarenta y tantos sobre sus vicios y cómo éstos afectan su vida.

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Misha, 42

"Empecé a consumir cocaína después de los 30. No fue por presión social ni porque disfrutara ese sentido de identidad que te ofrece; tenía la confianza de asistir a las fiestas y cenas de la oficina sin necesidad de drogarme pero no tenía la energía. Tenía que sobrevivir a esas desveladas con una sonrisa falsa en el rostro cuando lo único que quería era estar acostada en mi cama. Para mí, la coca era un ayudante, no una droga.

El alcohol me entorpecía y me daba sueño, y las bebidas energéticas me provocaban gases, así que la coca era la mejor opción.

Y por un tiempo funcionó: una línea en la mañana y una antes de la fiesta eran suficientes para que aguantara el resto del día —que consistía en llevar a mis hijos a la escuela, hacer los mandados e ir a trabajar—. Cada que mi energía bajaba, me daba otra línea. Y luego otra para evitar el bajón. Podía pagarlo y como sentía que me ayudaba en el trabajo, asumí que la cocaína me servía para ganar más dinero. Por eso nunca se dieron cuenta de mi hábito. Aunque mi familia sí sufrió un poco —en especial mi esposa porque siempre buscaba hacer tiempo y tener energía para mis hijos pero nunca para ella—. ¿Cómo lo hacía? Con una línea.

No me arrepiento del precio financiero, me arrepiento de lo que le hizo a mi salud.

Por fuera era un profesionista exitoso y por dentro era una bomba de tiempo. Un día, cuando me acababa de despertar, sentí que no podía respirar. Me dolía el corazón y sentí que se me durmió un brazo. Creí que me estaba dando un infarto. Entré en pánico y me tomé un Xanax. Cuando fui al doctor, me recetó unas pastillas y me dio instrucciones estrictas de bajar el ritmo de mi estilo de vida. En otras palabras: dejar la coca.

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Fue muy difícil. Para ese entonces ya me había separado y la mayoría de mis días eran una apatía mortal. Seguía yendo al trabajo pero ya no era tan productivo. A veces me doy un poco nada más para superar mis crisis depresivas.


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Mis hijos ya casi son adultos y nunca he tenido el valor de hablar con ellos sobre drogas. Probablemente sea porque no he podido dejar ese hábito. A veces todavía me dan ganas de darme una línea sin importar las consecuencias. Pero casi siempre me las aguanto. Si fuera un hombre honesto, le diría a mis hijos que la coca es una droga adictiva, sobre todo por lo que te hace sentir cuando la consumes sin necesidad de hacer un gran esfuerzo. Y a pesar del precio que pagué, lo volvería a hacer. No me arrepiento del precio financiero, me arrepiento de lo que le hizo a mi salud".

Vesna, 45

"Como hija único, crecí como la princesa de mamá y papá. Cuando eran vacaciones, siempre íbamos a esquiar o algún lugar exótico. Me compraban todos los juguetes y la ropa que quería. Lo tenía todo. Además de que mis papás me consentían, también era muy buena estudiante y en realidad nunca me porté mal. Confiaban plenamente en mí y me daban libertad total, de la cual nunca abusé.

Las personas con las que salía eran hermosas, se vestían bien y siempre estaban ebrios. A pesar de lo mucho que me aburrían, nunca busqué un grupo diferente de amigos. No pertenecía a ese grupo y sabía que tampoco pertenecía a otros. Todo cambió la noche en que conocí al amor de mi vida, en una de esas fiestas aburridas. Él era arrogante y muy abierto en lo que respecta a su deprecio por los demás pero, no sé por qué, me perdonó y me encantó. Era inteligente e intrépido. Unas horas más tarde, me ofreció una línea de polvo blanco amarillento, envuelto en papel aluminio. Me enseñó cómo inhalarlo, lo hice e inmediatamente me dieron ganas de vomitar. Logré controlarme porque las señoritas no vomitan.

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Yo quería seguir divirtiéndome pero la fiesta se acabó cuando mi esposo tuvo una sobredosis y falleció.

Me preguntó si me había gustado y tuve que admitir que sí. "Es heroína", dijo. La volví a probar, una y otra vez. Pero el amor verdadero solo nace una vez que te la inyectas —lo cual hice unos meses después—. En los años que siguieron, viajamos por el mundo, nos quedamos en hoteles lujosos y nos inyectamos cada que se nos antojaba. Nos amábamos mucho y nunca peleábamos. La única diferencia entre nosotros era que yo sabía cuándo parar y él no.

Después nació nuestra hija. No estábamos seguros de si queríamos tenerla o no pero mis padres intervinieron y nos convencieron de tenerla. Yo quería seguir divirtiéndome pero la fiesta se acabó cuando mi esposo tuvo una sobredosis y falleció. Ahí me di cuenta que debía asumir la responsabilidad por nuestra hija y abrí mi propio despacho de contaduría. La heroína me ayudó a administrarlo bien por un tiempo. Pero entré en razón porque tenía que cuidar a mi hija y mi salud. Me inscribí a un programa de rehabilitación basado en metadona, así que sigo consumiendo drogas, solo que son drogas legales.

Nunca he hablado sobre mi pasado con mi hija. Ella parece que está en un mundo totalmente diferente al mundo en el que viví la mayor parte de mi vida. Ella no toma, no fuma y evita a las personas que fuman mariguana con fines recreativos. Seguro se sacaría de onda si le dijera lo de mi adicción. O probablemente no lo creería.

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Ahora hago ejercicio. Mi salud es mi prioridad por el bien de mi hija. No me arrepiento de nada pero me moriría si mi hija decidiera vivir su vida en la misma forma que yo lo hice".

Maja, 46

"Siempre he sido alcohólico pero, aparte del toque ocasional, odiaba las drogas. Pero todo cambió hace cinco años, a los 35, en la fiesta de un amigo. Todos los invitados tenían más de 35, la mayoría eran de 40 para arriba. Teníamos hijos, éramos divorciados, nos acabábamos de separar o estábamos tratando de salvar nuestro matrimonio.

Me ofrecieron una línea de coca sobre la portada de un CD de canciones infantiles. Había visto demasiada tele que prácticamente pude ver la película de mi muerte —donde me daba un ataque de pánico, lo perdía todo, incluyendo a mis seres queridos, me daba una sobredosis sobre un colchón sucio y moría en un fumadero de crack—. De todas formas la probé. Y poco después pedí un poco más.

La volví a probar dos años más tarde y ahí fue donde empezaron todos mis problemas. Seguía bebiendo mucho y la cocaína me ayudaba a no perder la concentración. Ya no tenía sentido tomar sin coca. Lo que antes era una resaca increíble se convirtió en un bajón con taquicardias, falta de aire, paranoia, depresión y otros pensamientos negativos. Traté de evitar los bajones con más coca y terminé dándome un sinfín de líneas todos los días.


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Como no me sentía bien y me costaba mucho trabajo pararme en ciertos días, empecé a faltar a la oficina. Me excedí con mis tarjetas de crédito, pedí un préstamo para comprar coca y sigo pagándolo hasta el día de hoy. La consumía en casa, solo, que es prácticamente como tirarla a la basura. Pero creo que haber empezado tarde me salvó. Estaba rodeado de adultos relativamente responsables que se dieron cuenta de que algo andaba mal. Mis amigos y mis compañeros de trabajo insistían en que buscara ayuda profesional. Y drogarte ya no es divertido cuando tienes a tanta gente preocupada por ti. Además, estaba en quiebra y mi piel se estaba poniendo verde.

Ya no consumo cocaína. Ahora que lo analizo, me da miedo lo poco que me tomó volverme adicta. Es tan fácil quedar enganchado que prefiero nunca asumir que ya superé mi adicción".

Dejan, 50

"Con el paso de los años, he consumido cocaína y anfetaminas de forma esporádica —siempre con fines recreativos, en fiestas y en antros—. Dejé de hacerlo cuando me di cuenta de que nunca me pasaban cosas buenas cuando estaba drogado. Es una euforia falsa y carece de propósito. Una vez que la pruebas, quieres más y más. Y después quieres probar otro tipo de drogas. El problema no era el bajón en la mañana, es lo mal que me sentía por haber gastado tanto en una experiencia tan vacía.

Pero si me dieran la opción de regresar el tiempo y borrar mi experiencia con las drogas, probablemente las volvería a probar. Soy muy curioso. Quizá probaría menos drogas y con menos frecuente. O empezaría a una edad más avanzada y no me tardaría tanto en dejarlas.

Soy muy abierto en el tema de mi consumo de drogas con mis hijos. Mi consejo es que nunca es tarde para probarlas. Pero lo más importante es hacerlo con sensatez y moderación. Si no, tu vida se torna vulgar".

Si tienes problemas relacionados con el consumo de alguna droga, puedes llamar al 01 800 911 2000 para contactar al Centro de Orientación Telefónica en Adicciones. También puedes entrar a esta página.