FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Cómo escapé de un intento de secuestro en Mazatlán

En muchos secuestros express, el taxista juega a ser la víctima. El levantón, por así decirlo, lo llevan a cabo personas que vienen en otro coche, las cuales en algunas ocasiones, interpretan con el taxista una persecución.

Fotos por José Luis Martínez.

Se supone que los vergazos de la vida te cambian para siempre, pero en México estamos tan acostumbrados a ellos ya ni nos molestamos en cambiar, dejamos que nos destrocen, sin hacer nada al respecto y muchas veces nos burlamos de quienes intentan esquivarlos, o hacer lo posible para que no sigan sucediendo. Yo no soy así, a mí todavía me cambian, quiero evitarlos pero es imposible en mi país, aquí nadie se salva de recibir su dotación de violencia. Ni siquiera un niño menso de la Ciudad de México, que creció en una colonia violenta de clase baja al norte de la urbe, pero siempre al margen de salir a la calle, encerrado en un departamento, mirando por la ventana a la gente pasar y golpearse y atropellarse y asaltarse y acuchillarse todos los días en el terrible Distrito Federal de los 90. No pasó mucho tiempo antes de que su violencia entrara a mi casa, en forma de llamada telefónica a las dos de la mañana:

Publicidad

Tengo ocho años de edad y de lo poco que recuerdo es que contesto el teléfono con los ojos medio cerrados. Escucho la voz de mi padre pidiéndome que por favor le abra la puerta. Ya arriba me cuenta que salió tarde de su trabajo en un corporativo al sur de la ciudad, y que se subió a un taxi, manejado por un señor que se comportó con normalidad por un rato, hasta que de la nada, a la altura de la torre de Pemex, se les cerró un coche blanco del que descendieron un par de tipos armados que encapucharon a mi padre para cambiarlo de vehículo, llevárselo a sacar de su tarjeta de débito el poco dinero que tenía y darle unos madrazos para aflojarlo. También me cuenta que en algún momento, uno de los secuestradores empezó a llamar "pareja" al otro, lo que sugería que se trataba de dos policías.

Esa anécdota es un vergazo en la vida de mi padre, el cual se encarga de volverlo uno en la mía: desde ese momento me enseña a desconfiar de todo lo que me rodea, a estar alerta en este país hermoso donde vive mucha gente que fue educada con la idea de que lo buena onda viene revuelto con lo pendejo, por lo que hay que estar listo para los culeros, con la cabeza siempre encañonada por tu propio miedo. El miedo es una característica de todos los que vivimos México y que cuando no está pasando nada, inclusive olvidas que tienes. Vives en paz hasta que un día un vergazo estilo realidad mexicana te lo trae de vuelta. Como cáncer que creías ya erradicado.

Publicidad

Son las tres de la mañana cuando pido un taxi desde el hotel en el que me estoy quedando, durante aquel viaje que realicé hace un año a Mazatlán. En ese momento aún lo ignoro, por chilango e idiota, pero un mes antes de esto las autoridades del estado habían anunciado la llegada una Unidad antisecuestros al famoso destino, para garantizar la seguridad de los empresarios. Yo no soy empresario, ni tengo familiares ricos, soy sólo un tipo come-de-lo-que-puede que llegó a la playa con cuatro mil pesos en la bolsa para ver a una persona de la que pensó estar enamorado, así que cuando desde la recepción del hotel me marcan para decirme que ya llegó mi taxi, bajo hacia el lobby con la tranquilidad de que no me va a suceder nada.


Relacionado: El chico que sobrevivió a un secuestro de los Zetas


Recorro el malecón a bordo del taxi a toda velocidad, mientras observo cientos de bares y gente borracha manejando, cantando corridos en camionetas, explotando con una felicidad tan encantadora como atemorizante, en la fiesta mexicana del todo o nada. De pronto, a la mitad del trayecto, un coche blanco sale de una de las calles que topan con el malecón. Casi choca con nosotros, pero el conductor del taxi lo logra esquivar. Le pregunto "¿Qué le pasa a ese güey? ¿Está pedo?" Y el taxista me contesta nervioso que si no fuera por sus reflejos, seguro nos habría pegado. Recibo una llamada de la persona que iba a ver, y me pregunta por dónde voy, no le sé responder porque no tengo ni idea, le pregunto al taxista y me contesta que ya estamos cerca. Cuelgo y checo en google maps que efectivamente estamos a un minuto de llegar. Veo del otro lado del malecón el conocido antro hacia el que me dirijo, sólo nos tenemos que dar vuelta en U para que el chofer me deje en la entrada. El taxi se da la vuelta a gran velocidad y justo en ese momento todo se vuelve más lento. Volteo hacia mi izquierda, y descubro un coche blanco con dos personas a bordo, las cuales me miran fijamente; rápidamente volteo a ver al taxista y descubro que está haciendo contacto visual con los ellos. Cuando llegamos a la altura de la entrada del antro, el taxi no se detiene y acelera por el malecón, le aviso al conductor que se acaba de pasar y escucho que responde "Ya sé, ahí voy" o algo por el estilo antes de tomar otro retorno sobre el mismo malecón y dar de nuevo vuelta a toda velocidad. Volteo otra vez a la izquierda y descubro con horror a los mismos tipos del coche blanco, dando vuelta a la par de nosotros y sin dejar de verme, como en una especie de danza coordinada. Ya con un chingo de miedo le pregunto al taxista "¿por qué no se para?" pero no me contesta, le insisto "¿por qué no se para?" y no me contesta y entonces, recuerdo lo que me enseñó mi padre:

Publicidad

"En muchos secuestros express, el taxista juega a ser la víctima, es decir, no es como que de la nada voltee y te diga 'Hola, esto es un secuestro'. El levantón, por así decirlo, lo llevan a cabo personas que vienen en otro coche, las cuales en algunas ocasiones, interpretan con el taxista una persecución en donde al final le cierran el paso, sacan a la víctima del taxi y se la llevan en otro coche.

"Fíjate bien hijo, si un día te subes a un taxi, y ves que dos tipos medio raros te andan siguiendo en otro coche, haz lo que puedas por bajarte del taxi, porque lo más seguro es que el chofer esté trabajando con ellos".

No pierdo más tiempo en preguntarle una tercera vez. Entiendo que acabamos de dar vuelta, por lo que el taxi aún no ha acelerado lo suficiente como para que me mate si me aviento del coche. Veo que el seguro de la puerta está abierto. No pienso mucho las cosas. Sólo sé que tengo que bajarme de ese pinche taxi a como dé lugar.

Abro la puerta y me lanzo hacia el asfalto. No me duele caer. Ruedo sin control por la calle. El taxi no se para, acelera y se aleja por el malecón con la puerta abierta. Cuando mi cuerpo deja de rodar veo que el coche blanco se para a unos diez metros de donde estoy. Sigo sin pensar las cosas, sólo me paro y cruzo corriendo la avenida del malecón para llegar al antro al que iba. Cuando llego, varias personas afuera me preguntan sorprendidas que qué me pasó. Les digo en shock me acaban de intentar secuestrar. Una chica dice "No mames, qué pinche miedo", mientras volteo hacia la calle y veo que no hay rastro del coche blanco, ni del taxi. La única prueba que queda del hecho son unos raspones en mi brazos, rodillas y cadera, que de pronto empiezan a arder.

Publicidad

No me dejan entrar al antro y le marco a la persona que iba a ver para que salga por mí. Ella sale con vestido, borracha y feliz de que haya llegado. Todavía no entiende bien qué es lo que pasó. Me abraza con entusiasmo, siento como si viviéramos en dos realidades distintas. Le cuento todo lo que pasó y no me cree. Dice que es probable que me haya puesto paranoico. Que eso nunca sucede en esa ciudad. Le digo aterrorizado "¿y por qué no se paró en el antro si sabe perfectamente a dónde voy? ¿y el coche blanco? ¿por qué chingados no me contestaba? ¿por qué se siguió con la puerta abierta?" Ella me mira sin saber qué responder; la verdad es que no pidió nada de esto y la entiendo. Sólo quería estar conmigo, no con mis problemas.

Intentamos entrar al antro juntos, pero es tan tarde que nos niegan el acceso. Lo único que nos queda, es regresar en taxi al hotel. Me da terror la idea, pero ella me jala hacia las unidades afuera del antro repitiendo que no me va a pasar nada. Abordamos el taxi y lo primero que le dice al conductor es "Oiga, por fa, no nos vaya a secuestrar". Siento que el corazón se me hunde. El taxista obviamente hace preguntas. No me queda otra que contarle la historia y esperar a que no se le ocurra hacer lo mismo. Mientras le cuento calculo cómo escapar si intenta secuestrarnos: la única manera es ahorcar al conductor con mis brazos para que ella salte y luego saltar yo. Cuando termino de contar la historia el taxista me responde que es muy raro lo que cuento, que eso no sucede en esa ciudad.

Publicidad

Relacionado: Enganchadas por Facebook y Xbox en Ecatepec


Llegamos al hotel, y en las escaleras al lobby le pido a ella que ya no le cuente a nadie lo que pasó, que por favor sea discreta. No tengo ni idea de hasta dónde llega esto. Subimos al elevador interpretando a una pareja que regresa cansada de la fiesta. Arriba en el cuarto cierro la puerta con llave y la atranco con una silla para después empezar a hacer llamadas: a mi padre, a mis amigos a, a todo el puto mundo para preguntarles qué debo de hacer ¿Era un intento de secuestro? ¿era un robo? ¿iban por el conductor o iban por mí? Le pregunto a ella ¿tienes nexos con el narco? ¿un novio celoso y buchón? ¿tus papás si se dedican al comercio o es una fachada? ¿me van a intentar levantar otra vez? Nada, ella dice que nadie va a hacerme daño, que sólo tuve mala suerte. Otras personas de la misma ciudad me dicen lo mismo. Me recomiendan que me calme, que no mueva un dedo. Que acepte el vergazo. No te cambies de hotel. No cambies tu vuelo. No vayas con la policía. No lo reportes a la base de taxis. No agites el agua. Disfruta del resto de tu viaje. Te salvaste.

Amanece sobre el mar frente a la ciudad que me intentó secuestrar, mientras la chica que fui a ver me abraza y me pide muy borracha que me case con ella, o si no se va a matar. Le digo que sí y nos quedamos dormidos. O eso le hago creer cuando cierro los ojos, y dejo mi cabeza prendida para calcular cómo escapar por el balcón del cuarto si alguien viene a levantarnos. Trago saliva cada que que escucho que se abre el elevador en el piso donde se encuentra mi habitación. Todo mi pinche cuerpo es miedo.

Publicidad

En la tarde vamos a desayunar mariscos. Tengo las heridas limpias y descubiertas, gracias a que desperté con una extraña sensación de orgullo. "Se la pelaron", le digo mientras me como una tostada de ceviche. "Dijeron los putos, 'este güey se ve menso, lo vamos a chingar', pero se la pelaron, me les escapé". Ella me mira sin saber qué decir. Parece que vivimos en dos realidades distintas.

Caminamos por la playa tomados de la mano. Imagino que llegan unos hombres en una camioneta con cuernos de chivo a masacrarnos. Pero no pasa nada. La vida sigue a pesar del miedo. Estoy en la alberca hasta arriba del hotel de donde pedí el taxi que me intentó secuestrar, desde ahí se puede ve el mar y la bella ciudad que me mordió un día antes. Las heridas me arden por el cloro en el agua, pero tengo a una chica preciosa abrazándome mientras veo uno de los mejores atardeceres de mi vida, después de una de las peores noches de mi vida. La beso mientras entiendo que eso eso es México: un paraíso que te cobra su belleza con sangre.

Han pasado varios meses de esto y aún tengo el miedo pegado al cuerpo. Quizá nunca se me quite. Ya no veo el país igual después de este vergazo, he cambiado para siempre. Amo vivir en México pero estuvo a punto de chingarme. O quizás sólo fue el miedo; me choca no poder responder a mis preguntas ¿Qué hubiera pasado si me quedo en taxi? ¿Estaba en realidad exagerando cuando me aventé? Nunca lo sabré, ni ustedes pueden asegurar nada. Muchos a los que les he contado mi historia me han descrito qué hubieran hecho en mi lugar; cuentan soluciones a la situación que se asemejan más a la trama de una película de acción que a la realidad, y sobre todo les parece raro, dicen que tuve muy mala suerte, que eso no pasa en esa ciudad. El problema es que si buscas un poco sobre casos de secuestro en México, te encuentras con cientos situaciones similares a la mía, que extrañamente nunca pasan en el país que tienen muchos mexicanos en su cabeza.

Al parecer ahora vivo en una realidad distinta: la realidad del miedo.