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Mi inocencia juvenil terminó de forma abrupta el día que conocí a Clark Martell.Estaba en la calle de siempre, muy fumado, cuando el rugido del motor de un coche me sacó de mi ensimismamiento. Un Pontiac Firebird negro de 1969 llegó derrapando por el asfalto y se detuvo en seco frente a mí. Bajo la tenue luz amarillenta de la farola, la puerta del pasajero se abrió y apareció un tipo mayor con la cabeza rapada y botas militares negras que se dirigió hacia mí. No era especialmente alto ni tenía un físico imponente, pero su cabeza afeitada y aquellas botas brillantes le daban un aire autoritario. Vestía una camiseta de un blanco inmaculado y unos tirantes rojos que sostenían sus vaqueros desteñidos.
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A continuación, el orador inició una diatriba contra los judíos que escucharía en todas las reuniones a las que acudí desde entonces, aunque nunca pronunciadas con tanto fervor. Las venas de su cuello parecían a punto de reventar y la saliva se acumulaba en la comisura de sus labios. La rabia iluminaba sus ojos. Farisaísmo, Indignación. Verdad.Concluyó su discurso como lo empezó. "¡Catorce palabras, familia! Catorce sagradas palabras".Pronunciamos aquellas catorce palabras una y otra vez a voz en grito, de pie frente a él.La adrenalina me quemaba como fuego, solo aplacada por un sudor nervioso que emanaba de todo mi cuerpo mientras el humo cáustico de la retórica fascista invadía la sala. Me sentía preparado para salvar a mi hermano, a mis padres, abuelos, amigos y a cualquier persona blanca decente en la faz de la Tierra. ¿Cómo podían estar tan ciegos los blancos para no ver la absoluta desgracia a la que se enfrentaban? Todo dependía de mí y de los que eran como yo. Era un cometido colosal, pero yo tenía claro de qué lado estaría mi lealtad.Aquella noche viví la experiencia más enajenante e intensa de mi vida y me enganchó total e inmediatamente. Me sentía muy atraído por esa cultura skinhead de supremacía blanca, pese ser consciente de que no era como el resto de las personas en aquel apartamento. No procedía de una familia abandonada a su suerte ni me habían educado para odiar a quien fuera diferente a mí. Pero notaba que el corazón se me iba a salir del pecho. Quería formar parte de aquello con todas mis fuerzas. Era abrumador.
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