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Cultură

Confesiones de un feminista: meo sentado

Si las mujeres me vieran hacerlo, verían a un hombre de verdad.

No es fácil ser un hombre que anhela tener un mundo para la mujer. Por eso, cuando Vice me ofreció esta columna, decidí que la tendría que escribir de forma anónima. Espero que eso no haga que me tomes con menor seriedad.

Mis mejores deseos,

Logan Stuart

No hay nada peor que levantarte en la mañana y saber que serás un patriarca por el resto del día. Es inevitable: nuestra sociedad está construida de tal forma que las mujeres siempre están en desventaja. Pero yo juego un papel en el asunto. Lo triste es que compro periódicos de hombres (aunque contraten a una que otra señorona). Manejo autos diseñados por hombres. Pago mi comida en un cajero automático instalado por hombres, con ayuda de una asistente que estas máquinas pronto reemplazarán. Los hombres están conscientes de esta injusticia inherente, pero a la mayoría simplemente no les importa. ¿Y por qué habría de importarles? Durante milenios, una desagradable amalgama de capitalismo y lógica darwiniana los ha mantenido al volante de carruajes, aviones de guerra y autos de Fórmula 1. Y no hace falta ser un analista de seguros para saber que los hombres siempre han manejado peor que las mujeres. La gente siempre me pregunta sobre mi conversión al feminismo radical. Les digo que fue una de las decisiones más fáciles de mi vida. Miren a su alrededor, el mundo está repleto de glandes rosas que se embarran sobre todas las superficies. La verdad es que la testosterona es tan peligrosa que debería ser una sustancia controlada. Le devoran la cara a algunas personas por las sales de baño y nos movilizamos con un grito de pánico moral. Sin embargo, millones de personas mueren todos los días porque la testosterona ha nublado su buen juicio y nadie hace nada. ¿Por qué?

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Y por eso siempre me siento cuando voy a mear, porque soy un hombre y no a pesar de eso. Por ser hombre, tengo mi pie sobre la garganta de las mujeres todos los días, sin importar mis intenciones. Siempre he pensado que debería pintar el rostro de una mujer sofocándose en mis zapatos, para nunca olvidar lo que estoy haciendo. Pero no lo hago. En lugar de eso, me escondo en la oscuridad de un cubículo, y me siento sobre un escusado para mostrar mi solidaridad con su lucha.

No hay de qué avergonzarse por mear sentado. Sólo alguien débil y egoísta podría pensar lo contrario. Y creo con todo mi ser que si las mujeres me vieran vaciar mi vejiga sentado, verían a un hombre fuerte. Un hombre de verdad. Mientras mi miembro vacía su contenido a centímetros de la porcelana blanca, verían que no todos los hombres somos unos bastardos. Que hay algunos de nosotros con la capacidad para reprogramarnos. Que los únicos bastardos de verdad son aquellos que prefieren importunar a las mujeres simple y sencillamente porque no quiere tener su pito flácido colgando dentro de la taza. Yo hago esto como un acto de respeto hacia mi esposa. Hacia mis hijas que aun no nacen e, incluso, hacia mi nietas y toda la matrioska de vientres de mi familia.

Para aquellos que dicen que toma demasiado tiempo, quiero que sepan que sentarse es un método mucho más conveniente. Permite una completa evacuación de la vejiga, lo que reduce los riesgos del cáncer de próstata. Es una forma segura de evitar salpicar por todos lados, lo que te ahorra todo ese papel de baño, además de mejorar la higiene general del espacio, y el único precio que tienes que pagar es salpicarte el miembro un poco (lo que realmente no me importa porque es un cosquilleo agradable). Además, puedo ver el mundo desde el punto de vista de una mujer (sentado en una taza). Desde ahí, puedo decir que se vuelve más fácil especular sobre lo que implicaría tener mi propia vulva. Una idea escalofriante pero chistosa, sobre la que más hombres deberían reflexionar.

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