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Disfruto como no tienen idea, mi hamaca, mi baraja y mis cigarros. Puedo pasar horas en ese cómodo columpio practicando trucos con mis cartas españolas. Me fascina encender cigarros y luego lanzar volutas de humo al aire. En mi casa ya lo saben, he declarado la hamaca como territorio autónomo. Libre de molestias, de leyes de cualquier tipo y por supuesto, de invasiones extranjeras.Por eso me purga que a media siesta vespertina toquen a mi puerta para ofrecerme cacerolas libres de metales tóxicos, brebajes curatodo, guitarras de Paracho hechas en China y tamales de elote transgénico. En un principio, salía a ver quién era el responsable de tan urgente llamado a mi casa, pensando en un aviso importante, y al darme cuenta que eran vendedores les cerraba la puerta en sus pestañas. Ahora es distinto; no le abro la puerta ni aunque llegara Conaculta a ofrecerme una beca para estudiar la calidad de la mota en Uruguay.Luego de varios años de inactividad, las consecuencias llegaron, como vendedores a la puerta de mi casa: indeseables y molestas. Hace poco, el médico me tuvo noticias: debo caminar, mínimo, 40 minutos al día. Debo hacerlo ahora para alejar a doña diabetes y a don infarto, cuyas visitas a cualquier casa casi siempre terminan en funeral. Y yo amo mucho a mi hamaca, pero amo todavía más ese rosario de congojas que llamamos vida.
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Total que allí iba. A la zaga de aquellas doñitas. Cuando el dolor en mis pantorrillas comenzó a agudizarse. Mis pulmones se llenaban cada vez de menos aire. Las señoras me fueron dejando atrás. Cuando sentí que me llevaban un buen trecho, decidí correr, pero mis pies se fueron haciendo más y más pesados. Veinte segundos después detuve mi loca carrera. Sentía que me asfixiaba. Ahí me quedé hasta que me tranquilicé. Entonces recordé de una frase de Kilian Jornet en su libro Correr o morir: "No es más feliz quien llega primero, sino quien disfruta más de una carrera". No dudo que las señoras hayan disfrutado la carrera, aunque sospecho que siquiera se percataron del estupendo contrincante que fui. De nueva cuenta volví a casa y me trepé a la hamaca. Pero ahora, además de ninguneado, también iba con una lesión.
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