Víctima de trata: "Él me enamoró y me enganchó”

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Víctima de trata: "Él me enamoró y me enganchó”

Durante tres meses, Nayeli fue violentada y explotada sexualmente. Ella asegura: "Fui víctima de trata. Conocí a un tratante que me enamoró y me enganchó".

Existe evidencia de que en México 70 mil niños y niñas son explotados sexualmente y el total de víctimas podría ascender hasta 500 mil casos, dice el último informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

"El perfil de las víctimas tanto en México y otros países confirma que las mujeres, particularmente niñas y adolescentes, son las más susceptibles a ser víctimas de este delito", indicó el año pasado el presidente de la comisión, Luis Raúl González Pérez.

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La ONU afirma que la trata de personas en México es un delito equiparable al narcotráfico y el crimen organizado.

En un estudio sobre el tema menciona que el modus operandi de los tratantes es, en la mayoría de los casos, el enganche por engaño o por enamoramiento, con fines de explotación laboral o sexual.

El incumplimiento de protocolos internacionales en la materia permiten que las redes de tratantes operen con facilidad, señala el documento.

Durante tres meses, Nayeli fue explotada sexualmente y violentada una y otra vez. Ella dice en la entrevista: "Fui víctima de trata. Conocí a un tratante que me enamoró y me enganchó".

Nayeli. Fotos por Carlos Álvarez Montero.

Caminó en dirección a los hoteles, hacia las sexoservidoras —jóvenes y maduras— que hacían fila sobre la calle Galeana, en el Centro Histórico de Oaxaca. Se detuvo frente a uno de los cinco letras porque la saludó una de las mujeres, de no más de 35 años. Titubeando, obligada por el miedo, preguntó:

—¿Cómo le hago para trabajar aquí?

—Te paras y ya. Entras con el cliente y pides cuarto.

Levantó la vista, observó el hotel y sus costados. La mujer de cabello rojo, Ana, estaba ahí, al otro lado de la calle.

—¿Quién te trajo?—, le preguntó la sexoservidora treintañera.

Tenía prohibido decir la verdad. Diego le dijo que si le hacían esa pregunta debía afirmar que estaba ahí por su voluntad.

—Una amiga.

Segundos después se le acercó un hombre de 23 años.

—¿Cuánto cobras?

—No—, dijo temblando— no puede ser.

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Volteó a ver a Diego. Ahí estaba él en la esquina.

—¿Qué? ¿Te están vigilando?

—No, ¿qué decías?

—Que cuánto cobras.

—Si es de la cintura para abajo (sólo penetración vaginal), $200. Si es completo (tocar senos y penetración anal y vaginal), $1,500 y lo menos son $1,200.

—Vamos, lo quiero completo.

Las lágrimas escurrieron por sus cachetes. Solicitó un cuarto a la mujer de la recepción. "Sí, son $50", respondió y le entregó un condón. El hombre pagó e ingresaron.

—Empieza a desvestirte—, le ordenó. Ella no quería desnudarse. —Quítate la ropa—, insistió el hombre.

Comenzó lento.

—Qué bonito cuerpo, mamacita.

La voz morbosa, el rostro asqueroso la observaba.

—Estás bien buena.

Le lanzó una sonrisa falsa. De haber podido, lo habría matado. Cuando por fin se desnudó, él comenzó a tocarla e inmediatamente la penetró.

—¿Cuánto cobras por otra posición?

Recordó lo que le instruyó Diego: "Cobra $50 extra".

—Ponte de perrito.

Lloraba. Se sentía humillada, sucia. Cuando el tipo terminó y se fue, se vistió. Salió del hotel y segundos después otro hombre solicitó el servicio. Entró de nuevo. Minutos más tarde, un tercer sujeto preguntó el precio. Al salir, alguien más ya la esperaba.

Y luego otro, y otro, y otro, y otro. Nueve. Diez. Once. Doce. Entraba y salía. Las horas pasaban. Entraba y salía del cuarto de hotel.

Carne fresca. Eso era para ellos y eso significarían las mujeres que llegaron después.

Ese día los clientes se formaron para comprarla. No les importaba si lloraba, o su edad. Iban a lo que iban.

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La pintura de los ojos se le regó por la cara, intentaba limpiarse. Las personas pasaban a su lado y cubrían el rostro de sus hijos.


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"No levantes la cara nunca", le advirtió Diego. "Alguien te vigila, si haces algo extraño me van a avisar". Estaba aterrada.

Perdió la cuenta después del cliente número 15. Ya no le importó si Diego, quien ese día se convirtió en su padrote, la observaba.

Llegó a la calle Galeana el viernes a las ocho y media de la mañana y se retiró a las 11 de la noche, hora en que él dijo que la vería en la esquina.

Guardó el dinero en una mochila pequeña. En ningún momento cruzó por su cabeza contar los billetes que le entregaron los más de 30 hombres con quienes fue forzada a sostener relaciones sexuales.

***

Cuando yo era un bebé, mis papás se separaron y mi mamá se juntó con mi padrastro. Él no me quería. Decía que yo era adoptada. Me hacía sentir mal.

Soy del Estado de México, de Santa Cruz Tlalpizáhuac, en Ixtapaluca. Fuimos siete hermanos y mi mamá nos descuidó, sobre todo a mí y a mi hermana, quien se embarazó a los 14 años, cuando yo tenía 12. Yo me fui de mi casa un año antes, a los 11. Para salirme de ahí, me junté con un chavo que tenía 17. Pensaba que mi refugio sería un hombre.

Ya no iba a la escuela. Trabajaba con mi mamá, vendíamos vestidos de novia en Garibaldi y La Lagunilla.

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Jorge y yo nos conocimos en un camión, me pidió mi número y al otro día me envió un mensaje. Me citó en Zaragoza. Nos hicimos buenos amigos. A los pocos días ya éramos novios.

Como ya no aguantaba a mi mamá, un mes después me fui con él, a casa de sus papás. Me embaracé cuando tenía 14 años. En esa época comenzaron los golpes y los insultos. Jorge me dejaba sin comer. Su familia estaba de acuerdo con que me pegara.

En ese ambiente de violencia cotidiana nació mi bebé, una niña.

A los pocos días de aliviarme, él me golpeó hasta sangrar. Estaba borracho, le exigí que ya no bebiera y me castigó. No podía levantarme. Hubo golpizas peores.

Me regresé a vivir con mi mamá. Ella me regañaba todo el tiempo, decía que había cometido un grave error al tener un bebé.

Me harté de la situación y regresé con Jorge cuando me buscó, unos días después. Los golpes continuaron.

Cuando decidí separarme de él de manera definitiva, me llevé a mi hija. Un día, él me pidió verla. "Claro, ella no tiene la culpa de lo que pasó entre nosotros", le dije. Al día siguiente, en la noche, fui a buscarlos y ya no estaban ahí. La familia me dijo: "Jorge no está, se llevó a la niña". Él ya estaba con otra persona.

Llamé varias veces, pero no lo localicé. Intenté demandarlo pero me dijeron que no había pruebas y que yo era menor de edad. No pedí ayuda a mi mamá porque ya sabía qué me iba a decir: "Es tu pedo, Nayeli, a mí no me digas nada".

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Busqué en las calles. Después me rendí.

Regresé a vender vestidos de novia. Hice amigos en Tlalpizáhuac, Estado de México, en una zona que se llama La Paletería. Vi en ellos un nuevo refugio. Me sentía mal por no estar con mi hija, por lo que me había pasado. Comencé a fumar y a beber. Después comencé a drogarme todos los días.

Me volví muy dura. Pensaba que cualquier hombre me iba a golpear.

***

A los 16 años, Nayeli conoció a la persona que se convertiría en su proxeneta.

Meses antes, no tenía dónde vivir, pero decidió no buscar a su mamá. Se quedaba en casa de sus amigos o a veces en la calle.

Dejó el trabajo. Una noche dormía en la banca de un parque en Ixtapaluca. Había bebido. Llegaron tres hombres y uno de ellos la levantó de los cabellos. "¡Danos lo que traigas!", le ordenó. Intentó defenderse pero ellos respondieron con puñetazos en el rostro. La tiraron al suelo y la patearon. "¡Eres una puta!", gritaban. Nayeli se cubría el rostro. Entregó su teléfono.

Esperó en ese lugar hasta el amanecer y después fue a un restaurante donde trabajaba un señor que a veces le regalaba algo de comer o dinero para hospedarse en un hotel.

Tres meses después, la joven decidió mejorar su situación tras charlar con un amigo psicólogo que conoció en La Paletería. Regresó al negocio de los vestidos de novia. Dormía en El Chabacano, un hotel en Ixtapaluca cuyo dueño le cobraba 50 pesos la noche.

Se estableció, pero eso duró poco.

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En diciembre antepasado acompañó a una amiga a la Central de Autobuses del Norte. Nayeli se despidió. Caminó al lado de un sitio de taxis y cuatro conductores la acosaron: "Adiós, mamacita", "Mi amor, sí me caso". Se puso nerviosa, pensó que la golpearían. Caminó rápido. Se detuvo en una esquina, donde había un puesto de periódicos.

Un hombre joven se acercó a ella y le preguntó la hora. "Son las tres y media". "Gracias". Nayeli subió a un camión y él la siguió. "Yo pago el pasaje", dijo él. Ella se sentó atrás y el intruso se sentó a su lado.

—Mucho gusto, me llamo Diego Iván.

—¿Qué haces por aquí?—, preguntó Nayeli.

—Vine a recoger a un amigo pero no llegó. Ya me voy a mi casa. ¿Tú, qué haces aquí?

—Acompañé a una amiga a comprar un boleto.

—¿Qué edad tienes?

—Voy a cumplir 17.

—Yo tengo 26 años y soy en Puebla, allá están mis papás, pero vivo en el DF porque estudio para ser piloto.

Nayeli observó su piel morena, sus ojos medianos, las cejas pobladas, la nariz recta. Era más chaparrito que ella, medía como un metro sesenta, de complexión media. Iba vestido con un pantalón de mezclilla, camisa de tela delgada, tenis deportivos y gorra.

Diego le pareció un chavo amable, buena onda, cariñoso. Le dieron ganas de tratarlo más.

—¿Tú de dónde eres?—, preguntó él.

—Soy de Veracruz, por Orizaba.

Mintió.

—¿Tienes un número para llamarte después?

—Sí.

"La charla chida va a seguir", pensó ella. Bajó del camión y veinte minutos después llegaron mensajes por Whatsapp. "Estás muy bonita, me gustaste, te quiero volver a ver". Ella respondió: "Tú dime cuándo". No estaba acostumbrada a que le hablaran así.

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Un mes más tarde se volverían a ver. Mientras tanto, se enviaban mensajes cariñosos. Él escribía: "¿Ya despertó la reina hermosa?" o "¿Cómo estás, princesa?" Las imágenes de flores decían: "Esto es para ti con mucho amor", "Te quiero", "Te amo", "Eres mi todo", "Contigo voy a ser feliz".

***

Unas semanas después me envió una canción de banda. Se llama "Contigo", de Calibre 50. "No me imagino el futuro si no es de tu mano…", dice, más o menos.

Le llamé de inmediato.

—¿Apoco sí me dedicas esa canción? ¿Es cierto?

—Sí, ¿tú no? ¿No piensas en un futuro conmigo?

Estaba confundida y emocionada. "Él sí quiere algo chido", me dije. Yo no le había contado nada sobre mí, creo que por pena. Le dije que vivía en Tepito. No le hablé de mi hija, pensé que me iba a rechazar.

Al poco tiempo envió un mensaje. "¿Con quién estás?". Le dije que estaba sola, platicando con una amiga. "Mándame foto a ver si es cierto". Esos celos me hicieron pensar que me cuidaba. Me sentí querida y le envié la foto.

Al siguiente día, en la mañana, me llamó. Me dijo que estaba viviendo en Nezahualcóyotl. "Oye, necesito verte. Quiero hablar contigo", me indicó. "Está bien, ¿dónde?" Yo sí quería verlo.

Nos vimos en Bosques de Aragón a las cuatro. Cuando llegué, me abrazó fuerte. Era la segunda vez que nos veíamos. Ya habían pasado cuatro semanas.

—¿Cómo has estado? ¿Qué has hecho?

—Trabajar.

—¿En qué trabajas?

No quise responder esa pregunta.

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—¿Para qué quieres saber?

—¿Trabajas en un bar?

—No, cómo crees, estás loco.

—No tiene nada de malo, lo haces por necesidad.

—No trabajaría en un bar. Nunca lo haría. Ya dime qué quieres decirme.

—La verdad, me gustas. Quiero tener un hijo contigo, que laves mi ropa, que me hagas de comer. Como debe ser una señora de casa. Quiero algo bien. ¿Aceptas juntarte conmigo?

"Sí", respondí de inmediato. "Sí", repetí. Diego me aseguró que tenía una casa y un automóvil en Puebla, que nos iríamos para allá. Me pidió esperar dos semanas. Yo no lo creía. "Por fin", pensaba. Fue en el mes de febrero del año pasado, apenas unos días antes había cumplido 17 años.

A partir de ese momento, los mensajes interrogatorios incrementaron. Yo enviaba pruebas: una, dos, tres fotos.

Por ese tiempo veía a mi mamá en el trabajo pero no hablábamos. Ni un saludo.

Un día, Diego me escribió: "Estás segura de que te quieres ir conmigo?". "Sí". "¿Segurísima?". "Sí, sí".

Yo también mostraba mis celos. "¿Con quién estás, qué estás haciendo? ¿Estás con una puta?". "Estás loca, no les llames así. Ellas lo hacen por necesidad. El día de mañana puedes estar parada ahí y entenderás por qué lo hacen". "Estás loco, yo no voy a estar ahí, ni que fuera tonta".


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Dos semanas y media después de nuestro segundo encuentro, me preguntó: "¿Cuándo te toca cobrar?". "Cobro los martes". "¿Cuánto vas a cobrar?". "No sé, depende de las ventas de un trabajo". Mi sueldo era de $1,500, más comisión. "¿En qué trabajas?". "Voy a cobrar y ya, ¿para qué quieres saber?". "Para que te vengas conmigo, ya no aguanto estar sin ti".

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Al siguiente martes, me llamó.

—¿Cuánto cobraste?

—$3,800.

—Te alcanza para comprar tu boleto.

—¿A dónde? ¿No estás aquí?

—No. Voy rumbo a Puebla, tengo que hacer unas cosas. Mañana me alcanzas, los camiones salen cada 15 minutos.

Yo quería irme ya. Le di las gracias a mi patrón, dejé todo. En la noche llegué al hotel y preparé mi maleta. Estaba emocionada. Pronto estaríamos juntos. Al otro día me llamó de nuevo.

—Buenos días, nena, ¿cómo estás? Ya estoy en Puebla. Compra tu boleto y me mandas un mensaje cuando lo hayas hecho.

—Sí, sí.

Me recuerdo con un pantalón de mezclilla, una blusa holgada blanca y unos botines negros. Vestida así, ese día de finales de febrero tomé el transporte rumbo a San Lázaro. "¿Ya compraste el boleto? Mándame foto". Envié la imagen. Al llegar a Puebla le llamé. "Sal al estacionamiento, ahí hay una farmacia, estoy al lado". Caminé. Un instante después lo vi. Me abrazó, cargó mi maleta y dijo:

—No sabes cuánto gusto me da que estés conmigo. Me vas a salvar de mucho, mi vida.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nada, olvídalo, lo que importa es que estás aquí. Pensé que no ibas a venir.

—Cómo crees, si sí te quiero.

—Yo también te quiero, te estoy empezando a amar.

Me dio más alas.

Subimos a un camión. Empecé a temblar. En ese momento me quise regresar, pero me quedé callada. "Si se enoja, me va a pegar como Jorge", pensé. Diego susurró en mi oído: "No te vas a arrepentir de haberte venido conmigo".

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***

Cuando llegaron al hotel, Diego le pidió dinero para pagar el cuarto. Nayeli le entregó todo su efectivo. "¿No íbamos a llegar a casa de tus papás?". "Sí, pero ¿qué crees? Se fueron de viaje a Oaxaca. No hay nadie en mi casa". "¿No tienes llave? ¿Y tu carro?". "Está en la casa de mis papás, pero no me puedo meter así". Ella pensó que tenía razón, que había que hacer las cosas bien.

En el cuarto, él dijo: "Voy con un amigo a ver si me presta dinero". "¿No tienes dinero?". "No, es que el carro se me descompuso". Para ella, él era un estudiante que sus papás mantenían. Antes de irse, le ordenó no hablar por teléfono. En ese instante, el celular de Nayeli timbró. La joven iba a contestar, pero él le arrebató el aparato.

—¡No contestes!

—¿Por qué no? Dámelo, es un amigo.

—No. Si vas a estar conmigo, no puedes estar con nadie.

Diego tomó el otro celular que ella cargaba. Nayeli accedió por miedo al abandono o a los golpes.

Cuando él regresó, fueron a cenar. "¿Qué crees? No tenemos dinero, mañana nos vamos a Oaxaca. Vamos con mis papás para que me presten". Nayeli se emocionó, nunca había viajado tan lejos.

Esa noche no tuvieron relaciones. Él lo intentó, ella dijo que estaba cansada. No quería que pensara que era una mujer fácil.

Despertaron al amanecer. Era jueves. Diego dijo que iría a ver a un amigo y le dejó a Nayeli un teléfono viejo. "Al regresar llamo para avisar que puedes salir". Ella intentó hablar con una amiga, avisarle dónde estaba, pero el teléfono no tenía crédito. "¿Qué voy a hacer?", pensó, mientras borraba el número para que Diego no se diera cuenta.

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Veinte minutos después llamó. "Sal del hotel, no voltees a ningún lado". Cuando lo vio, caminó hacia él. Lo siguió y abordaron un camión. Diego se sentó en un lugar alejado al de ella. Llegaron a la carretera y tomaron el autobús con dirección a la ciudad de Oaxaca. Diego pagó con el dinero de Nayeli. Los dos teléfonos vibraban. "Déjame contestar, no les voy a decir nada". Él se lo prohibió. Los apagó y se durmió.

Cuando llegaron a Oaxaca, Diego dijo que iría a ver a un amigo. "¿Otro?". "Voy a vender los teléfonos porque no tenemos dinero". "Bueno, pero dame mis memorias". Ahí estaban los fotos que se habían tomado juntos. Se las regresó y rompió los dos chips. "Ya no los necesitas. No vas a necesitar a nadie". Nayeli no dijo nada otra vez.

Media hora después regresó. "Vámonos". "¿Ya hablaste con tus papás?". "No, ¿qué crees? Salieron de emergencia y vamos para un hotel". "¿Otro hotel?", dijo ella, ya molesta. "Mejor dime que vamos a vivir en un hotel y ya no te andas con mamadas". "No te enojes, después vemos a mis papás".

Llegaron al hotel Compadre. Ella entró a bañarse y él salió de nuevo a la calle a ver, dijo, otra vez a su amigo. A su regreso, dijo algo que Nayeli no entendió, que jamás esperó

—¿Cómo ves? Tengo un amigo, él y su esposa trabajan en la calle. Se llevan chido, tienen una vida bien, un bebé.

—¿En la calle?

—Sí, ella brinda servicio, se acuesta con los hombres, se vende por un rato. Les va bien. Ya tienen carro, casa. Su hijo está bien.

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—¿Y él?

—También da servicio. Se acuesta con mujeres.

—¿Y?

—¿Le entramos o no?

—No entiendo.

—Tú vas a trabajar ahí. Vas a cobrar $200 de la cintura para abajo, $1,500 si es completo, lo menos son $1,200.

***

"¿Qué? Si me trajiste para eso, estás pendejo", le grité. Me molesté mucho. Quería golpearlo. Ya le había entregado mi dinero. No tenía nada.

—Sí, le vamos a entrar. Si no lo haces, ¿cómo compramos una casa y carro?

—Pero… ¡tú ya tienes casa y carro!

—No te pongas en ese plan. Vamos a ser una pareja, a levantarnos desde cero.

—¡Me hubieras dicho desde el inicio tu plan!—, grité indignada, —Si quisiera ser sexoservidora, lo habría hecho sin ti.

—Pero vamos a ganar dinero, vamos a estar bien.

—¡Me quiero ir!

—¿No dices que me quieres?

—Sí te quiero, pero no voy a hacer eso.

—Si me quieres, lo vas a hacer. Si quieres estar conmigo y formar una familia, lo vas a hacer.

—¡No! ¡Yo me voy, ya no quiero estar contigo!

Me aventó un billete de $500. "Lárgate, entonces". Levanté el dinero, agarré mi maleta y me salí. Caminé rápido. Llegué a la central. Diego me alcanzó. "No te vayas, vamos a pensar las cosas. Cálmate, ya no vas a trabajar de eso. Yo veré la forma para sobrevivir los dos, pero no te vayas, por favor".

Me convenció. Regresé.

Al otro día, él salió a las seis de la mañana. Hora y media después regresó y me despertó:

—¿Te gusta este vestido?

Nunca me había puesto un vestido y menos uno así: entallado, escotado de todas partes, exageradamente corto, de colores morado y negro.

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—También te traje unas zapatillas.

Eran color rosa, altísimas, del número 15.

—¿Para qué quieres que me ponga eso?—, pregunté casi llorando. Ya sabía de qué se trataba.

—Es que vamos a ir a donde te dije.

—¿A dónde? Estás loco. No me lo voy a poner. Yo nunca he hecho eso.

—No me interesa si lo has hecho o no. Lo vas a hacer.

—No, no me vas a obligar—, dije y me acosté.

Mejor no lo hubiera hecho. Diego me levantó del cabello. Dos cachetadas.

—Lo vas a hacer porque lo vas a hacer.

Tres puñetazos en la cara.

—¿Entiendes? Vas a hacerlo.

Jalones de cabello.

—¿Por qué me pegas?

Me arrodilló. Un patadón en la cara. Me aventó al suelo. Siete patadas. Sangre.

—¡Ya te dije! Si me quieres, lo vas a hacer. Y cuidado con hablar con alguien. Báñate, vístete. Te voy a llevar a la calle.

"¿Qué hago? ¿A quién llamo?", pensaba asustadísima, mientras me ponía el diminuto vestido.

"Vámonos", me ordenó. "Salimos y me sigues. No te desvíes, si alguien te habla, ignóralo. No intentes correr, porque te alcanzo y te parto la madre".

En la calle la gente me chiflaba. Caminaba con la cabeza agachada. Diego se burlaba de mí.

Llegamos a la esquina de la calle Galeana. "Vas a llegar al hotel Juquila, de puerta blanca. Vas a ver a una chica alta, de pelo rojo. Es la esposa de mi amigo. Llegas y vas a cobrar como te dije, mamacita". Me negué a ir. "Vas a ir, y cuidado con hablar con alguien, te voy a estar vigilando".

Me tiró al suelo. En ese instante vi a las mujeres que ahí estaban paradas: señoras, chavas, vestidas como yo iba vestida. Y todas ellas se me quedaron viendo. Caminé en dirección a los hoteles, hacia las sexoservidoras que hacían fila sobre la calle Galeana.

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***

A las 11 de la noche del viernes, tras haber sido obligada a tener relaciones sexuales con más de 30 hombres, Nayeli caminó a la esquina. Diego estaba ahí. "Sígueme". Llegaron al hotel. "Siéntate", ordenó él. "Quiero bañarme", dijo ella llorando. "¿Estás bien?". "¡Cómo voy a estar bien!". "¿Te pegaron, te hicieron algo?". "¿Qué?". "Dame el dinero".

"Buena rutina", comentó él un minuto después, "ganaste muy bien". Le pidió la bolsa, no fuera a ser que estuviera guardando dinero. "Que no se te ocurra hacerlo, tengo contado cuántos entran contigo, cuánto tardas. No pueden ser más de 10 minutos con el cliente. Si pide una hora, cobra más de dos mil pesos. No des información a nadie". Nayeli no habló.


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Cuando Diego bajó a pagar el servicio de hotel, ella entró al baño. El agua de la regadera comenzó a caer. La joven talló su cuerpo y se sentó en el suelo. Frente al espejo, se preguntó: "¿Cómo es posible que esté aquí, haciendo esto?". Continuó llorando. Él regresó.

—¿Por qué te cambias en el baño?

—Me da pena cambiarme frente a ti.

—¿Qué tienes que no pueda ver?—, se burló.

—¡Déjame en paz! Ya te entregué el maldito dinero, ¿qué más quieres?

—Ya se te pasará.

Más tarde fueron a cenar. Diego le cubrió la cara con una sudadera y le ordenó ponerse un pants. Ella no comió, no bebió agua, sólo suplicó: "Sácame de ahí. Yo te propongo regresar al DF, me pongo a trabajar, te ayudo a construir una casa, pero sácame de ahí". "¿Qué? Estás loca, cómo crees que te vas a ir".

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La tomó de la mano:

"Mira, nena, no te preocupes, te vas a acostumbrar. Así pasa con muchas".

En ese momento, Nayeli creyó que se quedaría parada en esa calle toda su vida. Y así parecía al principio. A partir de ese día, Diego iba a dejarla a las ocho de la mañana y a las 11 de la noche regresaba por ella. Esa era la rutina diaria.

Un mes después, ella le dijo: "Me voy a escapar un día, cuando no lo esperes". Él le contestó: "Si haces eso, aunque pasen dos años, te busco, te encuentro y te mato". Nayeli sabía que Diego no mentía.

***

No descansaba, trabajaba de lunes a domingo. Cuando tenía la regla, Diego iba a la farmacia. "Acuéstate y ábrete", ordenó la primera vez y me introdujo una esponja. Me lastimó. "Con esto es suficiente, sólo vas al baño, la enjuagas y te la pones de nuevo. Así no manchas a los clientes".

Sentía mucho dolor al tener relaciones.

—Nomás juntamos para la casa y seremos una familia normal—, decía Diego.

Ya no creía en sus palabras. Un mes y medio más tarde, él fue a Guadalajara. "Voy a entregar un dinero", dijo. Yo pensé: "Es mi chance para escapar".

Pero dejó instrucciones en el hotel sobre mi hora de entrada y salida. Me ordenó que entregara el dinero a un hombre que llegaría en las noches. No comentó cuándo regresaba. "No intentes incoherencias".

Uno de esos días guardé $500 pesos. El hombre se dio cuenta. "No te quieras hacer pendeja, dámelos". "No te voy a dar nada porque no tengo nada". Azoté la puerta.

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Tenía una maleta preparada debajo de la cama. Mi plan era irme a la seis de la mañana, pero Diego regresó en la madrugada. No contaba con eso. Llegó a jalarme los cabellos.

—Levántate, hija de la chingada. ¿Ya empezaste con tus jaladas, puta?

Me llovieron puñetazos, cachetadas y patadas. Me arrastró por todo el cuarto. Me golpeaba como si yo fuera cualquier cosa.

—Me faltan $500. Entrégamelos ahorita, porque si no te mato.

Le entregué el dinero.

—¡Perdóname! No lo volveré a hacer.

A partir de entonces me golpeaba cuando quería. Siempre.

A veces sólo cenaba, y en ocasiones ni eso porque no sentía hambre. Estaba flaquísima. Diego me compró una botella de agua y como no hubo otra, usaba la llave del hotel para rellenarla. Cuando le decía que tenía hambre, me respondía: "Te aguantas a la noche, no gastes dinero, sé cuánto llevas". Sentía asco por mí misma. "No merezco comer, mira de dónde vienes", me recriminaba.

En la calle donde me prostituía había bares. Muchos hombres llegaban ahí. Una de las chicas, Fabiola, me dijo un día: "Vamos a ganar dinero por beber". Le hice caso. En el bar comenzó a hablarme: "Yo conozco a tu padrote. La chava de cabello rojo, Ana, es quien te vigila, es su mera vieja, lleva años aquí". Me quedé paniqueada. No sabía esa historia. ¿Cómo eran capaces de hacer esto? Esa noche me emborraché.

Diego me esperó en la esquina. Llegué con un cigarro. "Estabas bebiendo. Apúrale, camina".

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Cuando llegamos al hotel, me dio una paliza. Me arrebató el cigarro y lo apagó en mi brazo. Me desvanecí de dolor. Jamás imaginé lo que seguía. Sacó una vela y un encendedor.

—No quiero que bebas o que fumes. Estira lo brazos hacia el frente.

Encendió la vela y comenzó a pasarla por debajo de mis brazos. Grité y supliqué para que se detuviera.

—¡Basta, por favor, basta!

—Vas a aprender.

La carne se me arrugó y comenzó a levantarse. Se me hicieron ampollas.

Cuando Diego se fue corrí a echarme agua. Sentía la lumbre en mi cuerpo. Él regresó, me untó pomada de árnica y me vendó.

—Se te va a pasar. Esto es para que aprendas a no jugar a la chingona.

Vendada y con una blusa de manga larga, fui a trabajar.

Al día siguiente se enojó porque no gané el dinero que él quería. Rompió un espejo y con uno de los pedazos me abrió la piel. Raspó y raspó y trazó una D. Le valían mis gritos de súplica. Al terminar me puso alcohol y tomó una foto de la herida. "Para que nunca te olvides de mí", dijo.

No siempre eran más de 30 clientes. A veces eran seis, sacaba menos. Diego se encabronaba si le entregaba menos de dos mil pesos. Me agarraba a golpes si juntaba 800 o mil. Me decía que no servía. Los sábados y domingos eran los días buenos. Hasta siete mil pesos le entregaba a ese maldito.

Algunos clientes me jalaban el cabello. Uno me amenazó con una navaja. "Te mato si no haces lo que te digo". Cuando llegaba golpeada, Diego decía: "No te preocupes, te vas a curar". Si llegaba chupeteada, se burlaba de mí: "Se ve que te gusta, se nota que eres una puta".

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***

A principios de mayo de 2015, un hombre de 19 años la contrató. "Quiero uno completo, pero vas a hacer lo que diga", advirtió Omar.

Nayeli se iba a quitar la ropa y él dijo: "No, no te desvistas. Siéntate". Ella se sentó en la esquina de la cama, Omar en medio. "Vengo solo a hablar contigo. Varias veces te he visto llorar". "¿Eres policía?". "No, estudio. No me gusta que estés aquí, ¿por qué lo haces?" Ella no confió en él: "Es igual a Diego, me va a ir peor si le cuento", pensó. No dijo nada.

Omar comenzó a buscarla todos los días. Le pagaba por platicar. A veces le llevaba algo de comer. A Nayeli le agradaba. Pese al miedo a confiar en él, le contó lo que le había pasado. "Te obligan, no debes estar aquí. Si me lo permites, te voy a ayudar. Ayúdame a que él no sospeche".

Diego se dio cuenta de la presencia diaria. "¿Quién es ese güey? ¿Por qué entra tantas veces?". "Mientras te entregue dinero, qué más te da lo demás". "Ya no quiero que le des servicio", ordenó.

Nayeli le contó a Omar, quien ya tenía un plan b: "No te preocupes, tengo un primo, ya le platiqué de ti. El vendrá ahora en mi lugar".

A finales de mayo, ese primo le comunicó que Omar realizaría una llamada anónima: "Informará que eres menor de edad y dará tu ubicación. Te van a llevar a un lugar seguro". Nayeli sintió miedo de nuevo: "Ya la cagué. Me van a llevar a un lugar peor".

***

Más tarde estaba en la calle. Pasó un buen rato y me desanimé. De repente dos personas me sujetaron. "¿Cuánto cobras? Queremos hacer un trío contigo". Me quise zafar. "Somos de la procuraduría de Oaxaca, estás detenida".

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Me subieron a una camioneta a la fuerza. Estaba segura de que me encerrarían en la cárcel y comencé a llorar. Ellos dijeron: "Sabemos que eres menor de edad, que tú padrote te golpea, que tienes una niña. Un chavo nos llamó de manera anónima".

En una oficina me interrogaron. Dije que estaba ahí por voluntad propia. Me esposaron: "Si no nos dices la verdad, eres cómplice. Si hablas, eres víctima, pues alguien te explota". No sabía qué significa esa palabra. "Te vamos a llevar al titular de menores". Estaba en shock, no sabía qué decir. Me tomaron fotos de lado, de frente. Pese al miedo a empeorar las cosas, conté todo.

Durante un mes estuve en un refugio donde no podía dormir y todos los días lloraba. Días más tarde me trasladaron a la Ciudad de México, a Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia Contra las Mujeres y Trata de Personas (FEVIMTRA).

Recibí atención médica. En una clínica de la Condesa dijeron que era VIH positiva. Estuve deprimida dos meses. No comía. No tomaba terapia. Las chicas me preguntaban qué tenía. Yo no quería verlas, las odiaba, las alejaba de mí. Después, un doctor afirmó que no era positiva. En la clínica dijeron que como no regresé, no pudieron informarme que confundieron mis datos con los de otra persona.

Más animada, comencé las terapias con una psicóloga. Intenté desahogarme, cosa que antes no podía. Cuando nombraba a Diego o alguna palabra relacionada con lo que viví, se me hacía un nudo en la garganta. A la fecha, es difícil.

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Por medio de FEVIMTRA preguntaba a las autoridades de Oaxaca qué pasaba con la investigación. No buscaron a Diego. Decían: "Va bien, va bien". Me enojaba mucho.


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Una vez intenté suicidarme, ahorcarme con las agujetas, pero en ese momento llegó la psicóloga. No había opciones. Pensaba que cualquier persona me iba a juzgar: "Ahí va la puta". No quería que me señalaran o insultaran.

Me estoy recuperando, pero me cuesta trabajo tratar a alguien a quien acabo de conocer. Aún corro cuando un desconocido se me acerca.

Me despedí de FEVIMTRA hace unos cuatro meses. No recibí el apoyo que quería. Ni siquiera la psicóloga me ayudaba. Preguntaba siempre lo mismo. Fue tiempo perdido.

En 2015 fui parte de la Fundación Camino a Casa, para continuar el tratamiento y recuperar a mi hija. Ahí me dieron techo, alimento, vestimenta y atención médica. Un mayor apoyo.

Mi caso se cerró en diciembre. Los de fundación me ayudaron a insistir a las autoridades. Lo único que han hecho es traer fotos de esa calle, de Ana, de Fabiola. De Diego… no, de él no.

***

Nayeli proporcionó su número de teléfono, uno nuevo, a las autoridades de Oaxaca pero éstas no se comunicaron jamás.

La joven, que durante tres meses fue víctima de trata, tiene hoy un objetivo claro: renovarse para recuperar a su hija, a quien no ve desde hace tres años. También quiere estudiar Derecho.

Las recaídas son una constante. Apenas hace unas tres semanas pensó de nuevo en quitarse la vida. Después se arrepintió.

Desconoce en cuánto tiempo se recuperará, sólo sabe que debe aguantar.

***

Todo el tiempo soñaba con Diego: me lo encontraba en la calle y me llevaba con él. Despertaba con miedo. Pensaba que me iba a encontrar. Lloraba.

Apenas hace algunas semanas, esa preocupación ha disminuido. Pero cuando veo a alguien parecido a él en la calle me acuerdo de todo. Tengo su mirada fija. Conservo el vestido de colores morado y negro. La policía rescató la ropa del hotel. No lo he tirado. No tengo el valor.

Me he vuelto muy sensible, dura y grosera. Sé que nunca se me va a olvidar que él me enamoró y me enganchó, pero confío en que la terapia me ayudará a sanarme, a recordar que valgo, porque mucha veces pensé que no tenía ningún valor.

A principios del año, llegó un mensaje a mi nuevo teléfono. "Yo te conozco", escribió la persona. "Un amigo también te conoce y me dio tu número". "Tu número es de Oaxaca", le dije. "Sí, tú tienes un amigo acá". "No, yo no tengo amigos allá". Ya no sé si me escribió de nuevo porque en la fundación no tenía permitido tener teléfono. ¿Quién es? No sé. Sólo la policía de allá tiene mi número.

Esa persona, sea quien sea, me envió una foto donde aparezco. Esa imagen la tomó Diego el día que nos vimos en Bosques de Aragón. "Quiero ser tu amigo", escribió la última vez que leí. "¿Quién eres?", insistí. No respondió. "Dime quién eres, por favor". Nada. ¿Quién es? Yo creo que es él.

@riveravazg