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VICE Sports

Corriendo con kenianos en Monterrey

¿Por qué rechazaría una ciudad moderna a unos deportistas exitosos?

El Barrio Antiguo es un periódico semanal que se fundó en mayo de 2013 para servir al Barrio Antiguo y sus alrededores en Monterrey, Nuevo Leon. Fundado por el periodista y colaborador de VICE México, Diego Enrique Osorno, El Barrio Antiguo se une como una publicación colaboradora de esta página. Cada martes compartimos con nuestros lectores una nota publicada originalmente en El Barrio Antiguo.

I

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Sus ingresos dependen de cruzar la meta antes que nadie y romper el listón con sus cuerpos. Por eso ellos corren más rápido que los demás, sin importar de cuánto sea el monto del premio, dónde sea la carrera o la cantidad de participantes. En maratones y medios maratones, 5k y 10k, siempre que una carrera tenga un premio en efectivo, ellos seguramente correrán. Viven a las carreras, pero también viven de ellas. Desde Zacatecas viajan por el país a bordo de autobuses —preferentemente Omnibus— y semana a semana buscan competencias en las cuales participar y ganar. Destacan por una delgadez marcada, su negra piel y un entrecortado español de acento africano.

La comunidad deportiva de Monterrey reconoce a los corredores kenianos ya que cada que vienen es casi un hecho que estarán parados en el podio de ganadores. Por esta misma razón muchos organizadores de eventos han ido relegándolos, poniendo trabas en los reglamentos y bajando el monto de los premios. Aun así, a base de ganar carreras, los kenianos siguen cosechando amigos en la comunidad regia.

II

Una pequeña casa de dos pisos, color gris y techo de lámina. Ahí está, como perdida entre las demás. Rodeada de hoteles y muy cerca de la central de autobuses, la puerta de este hogar parece escondida, ajena al movimiento de los grandes camiones y autos que pasan segundo a segundo frente a ella. Un perro triste descansa bajo un Grand Marquis blanco de los años 80. Ahí, en la esquina, se encuentra Luis Lozano, enfundado en su fluorescente camisa deportiva mientras espera paciente la llegada de alguien. Este corredor regiomontano proporciona un lugar en dónde dormir a los kenianos que vienen a Monterrey a ganar carreras.

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Luis vive con su mamá, una ancianita que disfruta pasar el tiempo en una mecedora sobre la banqueta, platicando con los vecinos o simplemente “tomando el fresco” del insano clima regio. Su casa es la posada gratuita de todo aquél que viene a Monterrey a competir en carreras de alto nivel, un espacio ideal para los corredores que llegan de paso y no quieren gastar mucho.

El pasillo de entrada luce abarrotado de lavadoras, abanicos, bicicletas, estéreos y un montón de objetos que parece que hace mucho tiempo dejaron de servir. Un olor característico impregna y enrarece el aire a medida que se avanza por este pequeño túnel que da hacia la casa. Decenas de cotorros y periquitos de amor pululan en sus jaulas. Se podría decir que algunas de estas aves se divierten molestando al pequeño perro chihuahua que los vigila nerviosamente; graznan al unísono mientras el can corre, se pone como loco y les ladra una y otra vez. Luis pasa de largo, acostumbrado, y entra a una pequeña sala.

A Luis Lozano también se le conoce en el mundillo de los corredores como “Pinos”. Así lo llaman por haber nacido en la ciudad de Pinos, Zacatecas. Dice que cumplió 52 años en marzo, pero aparenta muchos menos. Delgado, de piel morena y bigote fino, Pinos muestra orgulloso una camiseta llena de firmas que cuelga al centro de su pequeña sala de estar. Habla tan rápido que a veces las palabras se le atascan en la boca. Su acento zacatecano característico dista mucho del casi grito sistemático del regio. Repite las cosas y a veces se va por las ramas; platica de muchos temas a la vez: describe las carreras, su relación con los corredores, y así, uno a uno, con aparente dificultad para recordar o pronunciar los nombres, comienza a enumerar a los kenianos y kenianas que se han quedado a descansar en su casa.

Saca una pequeña libreta en la que guarda celosamente los nombres y números de teléfono de los corredores que conoce. La usa porque todavía no le sabe bien a eso de apuntar los números en su agenda del celular. Ahí tiene anotados a todos los importantes, sus amistades de las carreras y los foráneos que vienen a correr a Monterrey. Los recita. Tiene una pequeña historia de cada uno. Cuenta sus costumbres y lo que le dijeron. Así se enteró de que las mujeres en Kenia pueden ser cambiadas por unos pocos animales de granja y de los más de 10 kilómetros diarios que tienen que recorrer miles de niños para llegar a sus escuelas. Con algunos kenianos batallaba para comunicarse, ya que no hablan español y el inglés de Pinos, según lo admite él mismo, es bastante rudimentario. Aun así, siempre había formas de hacerse entender, de traspasar la barrera lingüística y hablar de lo que tienen en común: el deporte.

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