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Viajes

El Callejón Pirata en el barco galleta

After a week of lingering around in Aden, I secured a spot on a ship bound for Somaliland, transporting a quarter-million pounds of cookies.

La compañía Bamadhaf Shipping en Aden es supuestamente la única agencia que puede autorizar el viaje de pasajeros en los barcos de carga que salen de Yemen. Sus oficinas están en un edificio decrépito cubierto de graffittis en una pequeña calle en el apocalíptico vecindario de Mu’alla. Cuando llegué, miles de ladrillos grises decoraban el frente del edificio, restos de una protesta antigubernamental que el gobierno no se había molestado en limpiar. Un enorme letrero rojo en un poste decía: “Calle del Martir Ha’il Walid Ha’il, el mártir más joven del sur".

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Dos mujeres en abayas negras manejaban la oficina de Bamadhaf. Me dijeron que sus nombres eran Salma y Naima. Salma traía lentes de contacto azul zafiro y hablaba un inglés precioso. Me dijo que los barcos de carga no salían todo los días. Tras una semana en Aden, finalmente conseguí un lugar en un barco que partía rumbo a la región separatista de Somalilandia, con un cargamento de 113 mil kilos de galletas.

Berbera, el puerto al que me dirigía, es tan parecido a Mogadishu como Erbil lo es a Bagdad. Es la ciudad costeña más grande de la región secesionista de Somalilandia, un país no reconocido pero completamente independiente de Somalia: distinta moneda, distinto gobierno, distintas visas y un respeto completamente distinto de la ley.

El barco se llamaba el Al Medina y estaba cargado con 30 mil dólares de galletitas Abu Walid. Para subir necesitaba el permiso del general del puerto de Aden. "No puede decir que no", me dijo Naima. "No tiene ningún derecho".

El general del puerto me recibió en una habitación con ventanas y bien iluminada en el último piso de un edificio que parecía una goleta inglesa. Tenía un uniforme completamente naval, con todo y los botones dorados. Había un oficial parado a su lado. Después de plantearle mi situación, lo meditó por un momento.

“No”, me dijo, indiferente.

Seis semanas antes, un barco somalí sobrecargado se había hundido justo después de salir del puerto. El gobierno yemení valoraba su alianza con Estados Unidos y la ayuda que recibía, y no quería tomar el riesgo de que yo me ahogara en el mar. No pude más que aceptar su respuesta y seguir adelante.

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En una habitación caliente por los muelles, conocí a un hombre que se parecía a Harvey Weinstein y que hablaba con un silbidito asmático a la Jabba the Hut. Me dijo que trabajaba para una agencia que me podía conseguir el permiso, y me hizo firmar un afidávit que lo exentaba de toda responsabilidad en caso de mi muerte. Aunque me aseguró que transmitiría mi suplica, mis posibilidades no pintaban bien.

Entonces tuve una idea. Si todo este asunto era ilegal para empezar, porque no empezaba a sobornar a algunas personas. Una hora después Naima tenía la solución: 100 dólares por un boleto, 100 dólares por la mordida.

Cambié un billete de 100 dólares nuevecito por billetes yemenís. Toda persona que me encontré entre el auto y barco, recibió una parte. En la entrada del puerto, mi contacto en Bamadhaf le presentó mi pasaporte a un hombre con uniforme, quien hizo la cara universal de ¿Qué carajos?

Mi contacto le entregó mil reales (4.50 dólares): ¿Qué carajos es qué?

Después de todo esto, el barco nunca llegó. Había un problema con el motor. Esperamos toda la noche masticando khat, y matando el tiempo. Al siguiente día llegó el barco. Al Medina era un navío color caoba, de unos 35 metros de largo con una lona que se extendía sobre él. Una bandera yemení ondeaba en la popa. Podía recorrer el perímetro de la cubierta en 20 segundos.

No detuvimos unos minutos después de dejar la costa, mientras un enorme sol naranja se escondía tras el puerto de Aden. "Problema", dijo Hari, el ingeniero keniano.

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Al final del día, el barco finalmente pudo zarpar hacia el mar púrpura y flotamos hacia el Golfo que algunos marineros llaman el Callejón Pirata. Vomité en exceso durante tres horas. Era mi cumpleaños.

A finales de enero, en el Golfo de Aden, la noche se sumerge en un aire delicioso, un clima perfecto para dormir. Abordo, tenemos cargadores de teléfono y conexiones para bocinas de iPod. Cagamos en el océano a través de una cubeta del tamaño de un hombre, cuyo fondo había sido recortado y colgaba sobre un costado del barco. Al principio, el rugir del mar debajo de uno, hacía que la experiencia fuera aterradora. Cuando los hombres hicieron cambio de guardia en la oscuridad, alguien desenrolló un colchón sobre una banca y me dijo que me fuera a dormir. Antes del amanecer, la bandera yemení fue intercambiada por la bandera de Somalilandia: roja, blanca y verde, con una estrella negra y el credo islámico, 'No hay dios sino Alá y Mahoma es su profeta'. Al amanecer, desperté en aguas africanas.

***

El aumento en el número de buques de guerra ha ayudado a garantizar la seguridad del Golfo de Aiden, lo que ha reducido el riesgo de ataques contra bagalas como el Al Medina. Los piratas atacan a los buques petroleros en el angosto estrecho entre Yemen y Djibouti, pero los únicos tres secuestros exitosos en 2012 ocurrieron a 320 kilómetros de nuestra ruta.

La mayor parte de nuestra tripulación de diez provenía de Kenia, Tanzanía, Somalilandia y Somalia. Uno de ellos, un hombre llamado Jirani, me dejó manejar el timón del barco. Nadie pareció ponerse nervioso. Algunos se acercaron para verme navegar. Fue más difícil de lo que imaginaba; girar el timón dos centímetros podía tener un fuerte efecto, o ninguno, y las olas empujaban gentil pero irregularmente hacia Djibouti.

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Sentado en la banca verde limón del capitán, con los pies sobre el timón, sentí la necesidad de acelerar las cosas. Estábamos avanzando a siete nudos. Yo puedo correr más rápido.

Hari notó el incremento en la velocidad y la regresó a la normalidad. El mar no estaba cristalino, me dijo. Si avanzábamos más rápido, el barco podría chocar contra la olas y partirse en dos.

Ahora que recuerdo mi viaje por el Callejón Pirata, creo que eso fue lo más cerca que estuve del peligro.

Llegamos a Somalilandia en menos de 22 horas. Las montañas se perdían en la costa, un amarillo oscuro bajo la niebla de invierno. En el extremo este del puerto de Berbera se veían navíos destrozados y barcos oxidados cual deshuesadero en Camden, Nueva Jersey.

“¡Bienvenido!” gritó Hari.