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Pase y llore

¿Cuánto por ver tu horrenda cara?

Para qué sirve la publicidad oficial en México. (Spoiler: a nosotros, para nada).

Imagen vía.

La jerga con la que se nombra a las dependencias gubernamentales es un banquete de eufemismos para las lenguas más malcogidas: la secretaría desde la que se maquilla la corrupción del mismo gobierno federal es la de "función pública"; las decisiones con las que se distorsionan las leyes ambientales para despedorrar a la Madre Naturaleza se toman en los organismos de "protección al ambiente"; los funcionarios encargados de regalar tacos una vez al año y hacer los baños más chuecos del país trabajan en "desarrollo social"; a las instancias encargadas, sobre todo, de vigilar y reprimir, se les ponen las palabras "seguridad" o "protección civil" en su nombre.

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Pero mi favorita a últimas fechas es la etiqueta de "comunicación social" para nombrar la tarea de propaganda. No se trata de propiciar canales de comunicación al interior de la sociedad civil. Tampoco, de comunicarse con la sociedad, porque el asunto es unidireccional (quien sea que le lleve la cuenta de Twitter a Peña Nieto no acostumbra contestar tuits, por decir lo menos). No es tampoco comunicación en el sentido más amplio de transmisión de mensajes, ni es siquiera la divulgación de información útil (útil, jaja) para distintos sectores de la población. Esta "comunicación" tiene por lo común un solo objetivo: persuadirnos del esplendor perrón que rodea a la dependencia o candidato que paga el anuncio. Es decir, voten por mí; y si ya votaron (o no, pero igual me dieron la chamba), no quiero saber nada de sus quejas por lo que hice o tenga pensado hacer.

Las dos áreas presupuestales que, en promedio, crecen más rápidamente son las de "seguridad" (¿no estaría padre rebautizarla como "compensación de la inseguridad psíquica de la clase gobernante"?) y la de propaganda (a partir de aquí, presento mi renuncia irrevocable a llamarle "comunicación social").

El esquema es una belleza: cada vez se gasta más en spots y desplegados. Si éstos no logran hipnotizarte y decides ejercer tu derecho a la protesta ante las medidas gubernamentales, no hay problema, porque ahora se dispone de más y mejores toletes para, ahora sí, convencerte. Y hay que ver cómo se pulen cuando se trata de someter al razonamiento crítico antes de llegar a los madrazos. Para muestra, deléitense de nuevo con este bonito spot, en el que se aprecia claramente que le echan harta imaginación a su discurso gráfico (¡niños, adquieran el superpoder de pisotear el pizarrón gracias a las reformas de Peña Nieto!) y, sobre todo, cualquier cantidad de dinero que haga falta.

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En los últimos meses hemos visto a varios gobernadores con tanta seguridad respecto a su apariencia, que parecen considerar necesario exponerla lo más posible, dentro y fuera de su estado. Están los que esperan contener así las críticas por su ineptitud (como Javier Duarte, el mismo que ha visto caer muertos a diez periodistas desde que sentó su gorda humanidad en la silla del gobierno veracruzano) y los que asumen que la propaganda es el camino más seguro para llegar a la presidencia (como Rafael Moreno Valle, el de Puebla), después del edificante ejemplo de nuestro querido Enrique. El caso más patético es el de Manuel Velasco, en Chiapas, quien no parece tener noción de su absoluta inmamabilidad, y ha gastado en publicitar su imagen (sus "acciones de gobierno", si quieren que nos hagamos mensos) más de lo que ha ejercido su secretaría para atender pueblos indígenas (repito: Secretaría de Pueblos y Culturas Indígenas. EN CHIAPAS. No. Mamen).

Pero me permito caminar en espiral para volver a los comerciales de las "reformas" (así les llaman; el entrecomillado es mío). El caso de la energética es como para pensar en él cuando necesitemos hablar al trabajo fingiendo una depresión por la muerte de un pariente: en poco más de un mes se gastaron 353 millones de pesos para persuadirnos de subastar Pemex. (La Comisión Federal de Competencia tendrá un presupuesto de 270 millones durante todo 2014, para darnos una idea). En otras palabras, el Estado gastó eso para permitir que firmas particulares se embolsen lo que prometen ser cantidades asquerosas de billetes con las reservas que hasta ahora ha explotado, con exclusividad, el mismo Estado.

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Nada más para quitarnos el pendiente de que algo quede suelto, hay que traer al tema una obviedad: el dinero que se ejerce en las dependencias estatales, lo cual incluye el gasto en publicidad oficial, no brota de un pozo por generación espontánea, sino de nuestra cartera. Hemos estado destinando una (muy alta) cuota por medio de impuestos para que nos quieran hacer creer -sin éxito en el caso de muchos de nosotros- que el mismo dinero que empeñamos se ha utilizado de forma inteligente. O si quieren, hemos estado pagando a nuestros gobernantes por escucharlos hablar bien de sí mismos. Imaginen estar sentados en un café, frente a una persona profundamente desagradable, que no deja de referirse a sí misma con los elogios más excesivos (los cuales estamos obligados a escuchar, por las razones que quieran), y que pide lo más caro que hay en la carta sabiendo que vamos a pagarle la cuenta.

Cierto, en cualquier Estado moderno se ha apartado un buen lote de lana pública para que sus gobernantes obliguen al pueblo a contemplar sus autocebollazos con mansedumbre. Cierto, también, que ese gasto es cada vez mayor en muchos países. Pero el caso de México está salpicado por sopes de caca particularmente espesa. Por un lado, se trata de una parte estúpidamente grande del erario: es, proporcionalmente, el doble que en Francia y Argentina, y cinco veces más que en Canadá, países en los que, por cierto, el salario mínimo sale mucho mejor parado frente a los artículos básicos. Por el otro, en México la mayoría de los grandes beneficiarios de la política económica son los que menos pagan por escuchar los autoelogios de las bellas personas que tanto las favorecen. En vista de que el entorno laboral y la legislación fiscal no van a mejorar a corto plazo para la franja de la población que mantiene el mayor porcentaje del presupuesto, y de que a los señores abrazados a su hueso les parece útil aumentar el gasto en propaganda año con año, parece que tendremos que acostumbrarnos a ver su inmunda sonrisa con mayor frecuencia, y a que eso nos salga cada vez más caro.

Por cierto, tal vez alguien esperaba que fuera a hablar de la "captura" del "Chapo" (las comillas, otra vez, son mías), pero sucede que no me gusta escribir sobre cosas que no importan.

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