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Cultură

Diplomado de albures finos

La campeonísima Verdolaga nos enseña la mejor forma de salirnos del huacal.

 Yo tengo pa’ no chambear y ps mi papá ya trabaja…” Es lo que la campeona mundial del albur, Lourdes Ruiz (mejor conocida como la Verdolaga Enmascarada) hace en tiempos de crisis, además de vender ropa interior de niños y mamelucos en el barrio de Tepito, en la Ciudad de México. Aunque uno podría pensar que alguien como Lourdes, que celebró sus 15 años en España, vestida con una réplica de uno de los vestidos de la Emperatriz Carlota, sería más o menos derechista y apretada, la Verdolaga es el equivalente a la toma de La Bastilla en lo que al habla se refiere. Se trata de una revolucionaria que aboga por las libertades del lenguaje y que prende fuego a todos, todos los pelos de la lengua.

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Además de romper el asqueroso cliché de “los ojos son el espejo del alma” (porque Lourdes tiene unos enormes ojos y sin embargo, su alma no para de ensartarte por el culo con el lenguaje oral, y su risa suena como un parizón que está explotando en las cavernosas entrañas de la Tierra y es, inevitablemente, contagiosa), la Verdolaga busca compartir esta experiencia con los demás. Por esta razón abrió el “Diplomado de albures finos” dentro del Centro de Estudios Tepiteños y Observatorio Barrial, donde básicamente ayuda a las personas a mandar a la chingada todos esos tapujos de “las malas palabras vs. las buenas, oh, las buenitas palabras”, y enseña que el lenguaje puede ser la mejor pareja para perrear a gusto y disfrutar de la vida. Y claro, que también es el mejor dispositivo para abrir el corral donde guardamos todas esas estertóreas risas que siempre traen hordas de endorfinas a las mejores fiestas.

Así como la mejor manera de aprender otro idioma es por inmersión, los albureros van a tomar este curso al barrio de Tepito. El puesto en el que Lourdes despacha (su negocio y sus albures) está ahí, en la calle Aztecas esquina con Bartolomeo. Pero varias veces al mes, Lourdes visita el centro de estudios donde sus pupilos van a desempolvarse la lengua, que se encuentra en la calle Granaditas, muy cerca del Eje 1 (que es una de las vías con más afluencia del Centro Histórico de la Ciudad de México). El diplomado se compone de dos sesiones de cuatro horas.

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Cuando llegué al lugar vi una placa de madera con el nombre de la institución y, justo debajo, una placa verde que dice: “Rue Tepito”. Si hubiera un concurso de “Encuentra el elemento que no pertenece a la serie”, habría ganado en un nanosegundo. Me parecía ridículo que uno de los barrios más peligrosos de la ciudad tuviera algo que ver con la dulce Francia, pero después pensé que si ese barrio se sustenta de piratear todo lo que se produce en el mundo, ¿por qué diablos no podía tener su propia placa en la palabra “calle” en francés? Si Tepito no va a París, Tepito se hace su propio París pirata.

La dinámica de las sesiones es muy sencilla. Lourdes habla un poco sobre el albur en general, qué es y cómo se hace, mientras se va cabuleando a sus alumnos. Una vez que ha arrancado las primeras carcajadas de los asistentes, Alfonso Hernández, cronista, “hojalatero social”, y director del Centro de Estudios Tepiteños (según dice su tarjeta de presentación), explica un poco los elementos distintivos de la lengua que se habla en Tepito. Después, los asistentes van interviniendo a cuentagotas con sus primeras elaboraciones lingüísticas y una hora después de haber empezado la sesión, aquello parece un tiroteo en un hospital de la risa. Se supone que al final, se hará una curaduría de los mejores albures que produzcan los asistentes a cada diplomado y se publicarán en un libro.

La Verdolaga se hizo campeona de albures en 1997, durante un torneo organizado en el Museo de la Ciudad de México, en la exposición Centro extraviado y algunos barrios encontrados. Según Lourdes, la Musa Callejera y la Señora Pobreza, hicieron de Tepito la cuna del albur, y es ahí donde se desarrolla esta conversación que desmenuza, estira y exprime los significados de las palabras, para darles un doble sentido (o triple o hasta de perrito) y explora todas las posibilidades que escapan a los significados de cajón.

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VICE: Buen día, Verdolaga Enmascarada. Empecemos por la pregunta obligada: ¿para ti qué es el albur?

Verdolaga: Puro doble sentido y muchas risas, el remedio para no estar tan encajonados como nos quiere tener el gobierno, la escuela, el marido, el novio… Una manera de salirse tantito del huacal.

¿El albur es tu trabajo o es pura diversión?

El albur es lo que me divierte, me da pila para seguir en la chamba porque también en el trabajo yo la cotorreo. El señor que ya me vio trabajar en el puesto, se da cuenta de que yo grito: “¿Qué talla, qué talla?” [risas] y bueno, quien me contesta, qué bueno y si no ps no talla nada, ni vello púbico ni nada.

Para mí es la cábula de la poesía erótica, me gusta tener la ligereza de los niños; aunque no te creas, las niñas y los niños jugaban antes con las pompas de jabón y ahora juegan con las de a de veras [risas].

También cuando es uno niño le dicen: “lindo pescadito, no quiere salir”, cuando es uno joven le dicen: “tiburón, tiburón”, y ya cuando está uno viejito le dicen: “sombras nada más”. Así es mi forma de ser…

¿Y cómo se le hace para poder alburear sin que le metan un cogidón verbal?

Uno tiene que hacer a un lado los complejos para poder tener más reflejos, hasta en la vida. En alguna ocasión vi que en Twitter alguien decía que era de nacos, de vulgares, de corrientes, de gente sin cultura. Y dejen les digo que se equivocó totalmente, porque para ser un buen alburero necesita uno tener demasiada cultura porque le hablan a uno de cualquier cosa y con albures contesta uno, basado en la plática.

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¿Y como cuántos verbos manejas?

Bastantes. En la primaria de mi hija, por ejemplo… Es una escuela de monjas, imagínense el contraste; un día me mandó llamar la maestra y me dijo: “Hay un problema, los niños están empezando a alburear”. Yo dije: “Chin, es la mía”. Me quise hacer chiquita, la gente que me conoce volteó a verme. La maestra dijo: “Están conjugando ‘meter’, ‘sacar’ y ‘chingar’”, y dije “no, ésa no es la mía porque ella conjuga un montón de verbos” [risas].

¿O sea que tu familia también alburea?

En la casa no hay temas prohibidos. Cuando fui niña había muchos tabúes, no se hablaba de sexo, drogas ni de prostitución. Ahora en mi casa sí se habla de todo, a lo mejor hay lugares en donde no se puede hablar pero en la casa platicamos. Eso lo hago porque ya no le puedo decir a mi hija que los bebés los trae la cigüeña de París, no, ni madres, por eso hay hospitales y hay que tener cuidado porque ahora hay enfermedades nuevas.

¿Y qué, un buen albur se ayuda de una buena grosería?

No mijito, por ejemplo, yo no pagaba un boleto para ir a ver a Polo Polo a que me miente la madre. A él le ha funcionado y qué padre, pero yo no lo pagaba. No se vale chingar a los demás. Hay tantas cosas que se pueden hacer con los albures, no hace falta insultar a los demás.

El momento tenía que llegar. Yo estaba muy nervioso de cantarle un tiro de albures a la campeonísima, pero ni pedo, ya me había puesto de pechito. Así que le pregunté si nos aventábamos una pelea de gallos y me dijo: “No, ps pelado vas a quedar, mejor aviéntate un tiro con la fotógrafa”. Así que me volví hacia Cachito, nuestra super fotógrafa, y este fue el resultado.

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Yo: ¿A qué te dedicas?

[Intervención magistral de la Verdolaga]: Tú dale pene, no pena.

Cachito: Yo soy fotógrafa y me gustan los lentes largos. A ver tómame una foto.

Yo: Este… Mmm…

Cachito: Uy no, reprobado, ¿verdad?

[Intervención magistral de la Verdolaga]: Sí, que te repruebe ella.

Cachito: No pasó ni de panzazo.

Yo: De panzazo vas a quedar.

[Silencio incómodo]

[Intervención magistral de la Verdolaga]: Regla número uno: no se pueden quedar callados.

Luego, la experta continuó con su gran lección: “Yo califico el albur como un orgasmo. Todo mundo quiere llegar a él pero tiene miedo; eso sí, cuando llegan a él no quieren salir de ahí. Es como un trampolín, hemos visto destacar escritores, artistas y profesionistas de la nada”.

¿Como empezó todo?

Cuando fui niña en la casa no se decían groserías o nos lavaban la boca con jabón. Yo me juntaba con unos chavitos cuyos padres vendían helados, eran los neveros de aquí de Tepito. Y empecé a escucharlos, y yo me preguntaba de qué se reían. “Luego te explicamos, estás muy chava”, así empezó la curiosidad. Me empezaron a explicar y dije: así quiero hablar. Me di cuenta que yo en la casa ya los había escuchado sin darme cuenta. Y descubrí que los albures eran todo el tiempo y empecé a ejercitar mi mente.

Ya con práctica me di cuenta de que hay gente que viene con el afán de chingar, pero yo siempre he dicho: aquí el chingón, chingó a su madre. A veces me dicen “A poco sí, mucha reata”, ps sí, ¡claro, mi chavo! Me encuentro gente así y es muy normal porque esto es de hombres, esto es de machines, pero no se han puesto a pensar que “macho” va con eme de mujer. Esto es muy común porque vivimos en un país muy machista porque nosotras como mujeres lo permitimos. En la casa, mi papá lleva los pantalones, pero nomás a la tintorería.

El albur es el juego verbal, es aprender a conjugar las etimologías griegas con las raíces latinas y la gramática con la literatura barrial.

¿Qué es lo que te motiva a no dejar de lado los albures?

A mí lo que me motiva es Tepito. Es el actor principal de todo esto. Y esto me ayuda a quitarle un poco ese estigma, ese etiqueta que le han puesto. Lo que me gustaría a mí como tepiteña es limpiarle el nombre. Pero me conformo con limpiarle la T, lo demás siempre va a estar batido, así que con eso me conformo.