Drogadicto, sacerdote y luchador: la sorprendente vida de Fray Tormenta
Fotos por Erin Lee.

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Drogadicto, sacerdote y luchador: la sorprendente vida de Fray Tormenta

'El amarillo es por la energía que Fray Tormenta debe mostrar en el ring. El rojo es por la sangre que Fray Tormenta debe derramar en nombre de su orfanato'.

Este texto fue publicado originalmente en marzo de 2015.

I

El Padre Fray Tormenta se relaja en el patio frente a su iglesia en una fría mañana de un domingo decembrino. La primera misa del día acaba de terminar y él hace tiempo hasta que sea hora de la segunda: toma el sol y saluda a los miembros de su congregación mientras entran a la iglesia.

Este es un vecindario humilde y nadie está particularmente bien vestido. Ni siquiera los miembros de la iglesia: un pequeño edificio del siglo diecisiete escondido en una calle principal. Su fachada amarilla se está descascarando lentamente y las altas paredes interiores son de un blanco impecable sin adornos. El Padre se mueve en una manera deliberadamente sacerdotal, meciéndose con su sotana púrpura de un grupo a otro, sonriéndoles a las ancianitas y dando autógrafos a los niños.

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"Él es bastante compasivo", dice una mujer de mediana edad llamada Sofía, quien acaba de salir de la misa de la mañana. "Ayuda mucho a toda la gente. La verdad es que nos ha dado la mano y es por eso que todos lo amamos".

Cuando la multitud comienza a deshacerse, él se va a su oficina y reaparece unos momentos después usando una máscara de lucha libre amarilla y roja sumada a sus vestimentas de clérigo. Seguido de dos monaguillos que visten sotanas andrajosas encima de sus jeans, toma su camino de vuelta atravesando las enormes puertas de la iglesia y se dirige al atril frente al altar.

Tiene la actitud de toda una celebridad y bien podría estar caminando con sus asistentes al ring de la Arena México, la Catedral de la Luche Libre con 15,000 asientos en la Ciudad de México. Pero esta no es la Arena México. Esta es la Parroquia San José en Texcoco, una ciudad mediana a unos 25 kilómetros al norte de la capital mexicana.

En teoría, un sacerdote con una máscara de lucha libre sonaría bastante extraño, pero el caso del Padre Fray Tormenta se ve y se siente como algo completamente normal. Tal vez se debe a que él mismo diseñó la máscara. "El amarillo", dice, "es por la energía que Fray Tormenta debe mostrar en el ring. El rojo es por la sangre que Fray Tormenta debe derramar en nombre de su orfanato".

De pie frente a las bancas y a una multitud que llega hasta el patio, el Padre hace un show en el que se quita la máscara y la dobla de manera ceremonial. Suspira profundamente y empieza la liturgia con voz tranquila.

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II

Al día siguiente, sentado en su oficina vacía dentro de la parroquia, con el cuerpo aparentemente manteniéndose unido sólo por terquedad, el Padre Fray Tormenta recuerda ese momento hace 40 años en el que al fin decidió tomar el hábito y ordenarse. Apenas le habían pedido que regresara a México después de haber estado en el seminario en España y en Italia. Aún no había abierto su orfanato y tampoco se había convertido en una estrella de la lucha libre. Aún no era conocido en todo México como una leyenda viva y tampoco era conocido mundialmente como la historia verdadera detrás de dos películas: el sacerdote que literalmente lucha por los huérfanos a su cuidado.

En ese entonces simplemente era Sergio Gutiérrez, un seminarista con dudas de permanecer en el clero. Trabajaba como ministro laico en Veracruz y se le había asignado rezar el rosario en una parroquia en un deteriorado barrio cerca de la playa. La parroquia estaba llena de "drogadictos, prostitutas y delincuentes". Cuando terminó el rosario y salió de la parroquia, algunos de esos drogadictos, trabajadoras sexuales y delincuentes juveniles habían llenado el interior de su coche con arena.

"¿Quién hizo esto?", preguntó al grupo.

"No queremos al clero aquí", dijo uno de los párrocos. "Lárguese de aquí".

Luego el párroco le hizo una oferta inesperada: luchar por su respecto. Si Sergio estaba dispuesto a luchar contra uno de ellos, entonces ellos lo aceptarían en la comunidad. Pero si no, él debería largarse para nunca regresar. "Si peleo, ¿qué pensará la gente de mí?", recuerda preguntarse a sí mismo. "Pero si no lo hago…"

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En este punto de la narración, el Padre Fray Tormenta se reclina en su silla, como si estuviera saboreando el momento. Toda su vida, al menos como la recuerda, se había llevado a cabo como si fuera una novela de realismo mágico. Todo eran metáforas, y los detalles precisos de su autobiografía eran tan fluidos como los recuerdos de un anciano. Su escritorio se ha convertido en una especie de monumento accidental de aquellos recuerdos, de una vida que, aún en progreso y empantanada por lo que implica llevar una parroquia y un orfanato, se ha convertido en un mito. Entre el techo de vidrio y las superficies de madera, se encuentra un collage de fotos, de calendarios, de registros financieros, tarjetas de negocios y números telefónicos escritos a mano.

Recientemente, la sensación de realidad exaltada que ha rodeado al padre sólo se ha seguido ampliando, pues sus problemas de salud han hecho que el anciano sacerdote y aquellos que lo rodean estén bastante conscientes de un inminente fin. A sus casi 70 años es diabético, tiene quistes en ambos riñones y está perdiendo la vista. En noviembre, cuando tuvo una cirugía para que le quitaran un tumor de 6 kilogramos del estómago, los doctores también tuvieron que cortarle una sección del intestino delgado.

Cuando la pausa dramática termina, el Padre Tormenta se persigna a sí mismo en la misma manera que se persignó ese día en la iglesia de Veracruz. "Perdóname, señor", dice. "Perdóname, padre. Pero voy a hacerlo". Recibió una golpiza, pero también dio algunos golpes. Después de la pelea, miró a los demás adictos y preguntó: "¿Quién sigue?"

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Este fue el momento que definió su vida, pero no fue el momento en el que el Padre Sergio decidió hacer sus últimos votos.

III

Veracruz fue en donde Hernán Cortés comenzó su camino de destrucción de civilizaciones hacia Tenochtitlán en 1519. Este camino sumergiría a México en un catolicismo irrevocable. Más de tres siglos después, Veracruz fue en donde desembarcaron las topas estadounidenses para seguir los pasos de Cortés en una nueva conquista de la Ciudad de México, la cual fue erigida encima de las ruinas de Tenochtitlán. Comenzaron este camino en una guerra que empezó con la cuestión de Texas, el estado en donde Salvador Lutteroth —el padre de la lucha libre y fundador de la Arena México— incursionó en la lucha profesional en los años treinta.

Es bastante fácil pensar en el catolicismo y en la lucha como simples herencias coloniales. No obstante, ambas instituciones han sido esculpidas en México a su propia imagen y semejanza.

Una década después de que las tropas de Cortés mataran a Moctezuma y conquistaran Tenochtitlán, un campesino llamado Juan Diego alegó haber visto la aparición de una mujer en una colina en el norte de la ciudad. La mujer le habló en su nativo idioma, náhuatl, y se identificó como la Virgen María. Unos días después, su imagen apareció en su manto. El catolicismo puede ser una importación, pero este fue un milagro indígena que resultó en un icono indígena. La Virgen de Guadalupe definitivamente era una versión del Nuevo Mundo de la conocida María.

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Hoy en día, su imagen en México es omnipresente: en calcomanías de coches, en gorras de béisbol, en paredes de iglesias, en espectaculares, y es siempre reinterpretada en un millón de maneras diferentes por artistas de todo el país. La veneración de la Virgen de Guadalupe es una parte fundamental del catolicismo mexicano. La Basílica de Guadalupe, construida en la base de la colina en donde Juan Diego tuvo la visión, se ha convertido en uno de los sitios sagrados más visitados de todo el mundo.

En su libro El mundo de la lucha libre: secretos, revelaciones e identidad nacional mexicana, la socióloga Heather Levi recuerda otro momento en el que la Virgen de Guadalupe apareció en alguna tela. Fue en julio de 1962, cuando El Santo —el héroe más grande de la lucha libre— dejó de ser rudo y se volvió técnico. La lucha libre, en esencia, es una reinterpretación de la historia moral: el bien contra el mal. La diferencia entre rudos y técnicos no es sólo una metáfora conveniente, es también el concepto principal de este deporte y uno de los aspectos que la distingue de la lucha profesional estadunidense, en donde las reglas no son tan estrictas.

Según Levi, quien re-narra la historia, "El Santo pudo llevar a cabo esta transición al aparecer en la Arena con una imagen de la Virgen de Guadalupe en su capa plateada". Unos 15 años después, cuando Fray Tormenta comenzó su carrera, el catolicismo ya estaba bastante arraigado en el mundo ritual de la lucha libre.

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IV

Sergio Gutiérrez nació el 5 de febrero de 1945 en un pueblo remoto en el estado de Hidalgo llamado Cieneguillas y era el decimoséptimo de dieciocho hermanos y hermanas. La vida ahí era bastante pobre y triste. El padre de Sergio era carbonero. Hacía carbón proveniente de madera quemada, luego lo cargaba en el lomo de un burro o mula y viajaba diez u once horas hacia Pachuca, la ciudad más cercana, para venderlo.

Cuando Sergio era un niño, su familia tuvo varios problemas. Sus tíos fueron asesinados en una especie de ajuste de cuentas, así que la familia empacó sus cosas y se fue de ahí. Después llegaron a la Ciudad de México y se asentaron en un barrio bravo en el norte llamado Tres Estrellas, a la sombra de la Basílica de Guadalupe. A los nueve años Sergio ya había aprendido a luchar, se había unido a una pandilla y había comenzado a meterse drogas, comenzando con la mariguana.

"Al principio la fumabas para ver qué se sentía, de repente te echabas pastillas por aquí y por allá, luego cocaína y de ahí a todo lo demás…"

Sergio asistía a la escuela. Tuvo algunos trabajos temporales para poder sobrevivir: elaborar lápices en una fábrica de lápices, vender paletas en un circo. Pero lo que más hacía era drogarse y pelear. Dice tener casi setenta cicatrices de todas las golpizas de su juventud. Ha sido apuñalado y le han disparado. Una vez, un borracho lo golpeó en el ojo con una botella. Su párpado aún está caído debido al incidente.

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Durante esos años, la Ciudad de México crecía rápidamente. La población, que ahora es de más de 20 millones, en ese entonces era sólo de unas 5 millones de personas, aunque había familias como la de Sergio que estaban llegando en hordas. Éstas llenaron barrios como Tres Estrellas, pues buscaban trabajo en la creiente economía industrial. Sergio pudo haber sido un personaje en Los Olvidados, la película de Luis Buñuel que habla de un grupo de niños de la calle que están condenados por sus circunstancias a vivir una vida de violencia y tragedia. Filmada en un barrio justo como Tres Estrellas sólo unos años antes de la llegada de la familia a la capital, la película bien pudo haber predicado el destino de Sergio.

V

Cuando Sergio tenía unos veinte años, uno de sus amigos de la pandilla fue asesinado y la policía lo señaló a él como sospechoso principal. Él no lo había matado: se estaba emborrachando en una cantina cuando ocurrió el asesinato. Sergio tuvo que probárselo a la policía, por lo que regresó a la cantina y buscó a algunos amigos borrachos que pudieran recordar que él efectivamente había estado ahí. No fue una tarea fácil para un adicto que se la pasaba drogado.

Por estos tiempos Sergio entró a una iglesia de su barrio y fue a confesarse. Le dijo al sacerdote que era un drogadicto y que necesitaba ayuda. El sacerdote le dijo: "Este no es un centro de rehabilitación". El sacerdote salió del confesionario, tomó a Sergio de la oreja y lo lanzó a la calle.

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Afuera de la iglesia Sergio se dio cuenta de algo. "Si hubiera sacerdotes buena onda, muchos de nosotros cambiaríamos". Así que decidió convertirse en un sacerdote buena onda. Un sacerdote chido.

Se fue a Tlalpan, una delegación al sur de la ciudad, lejos de Tres Estrellas, y entró a una clínica de rehabilitación. Ahí lo amarraron a una cama y le inyectaron una especie de suero. Le dijeron: "Aquí no te curamos; te desintoxicamos. Para curarte tienes que hacerlo por ti mismo". Sergio pasó casi una semana solo, en un pequeño cuarto, alucinando y gritando en agonía mientras sudaba todos los venenos; además, tenía un miedo constante de que el foco que colgaba encima de su cabeza se lo fuera a tragar por completo.

Salió de la clínica determinado no sólo a desintoxicarse, sino también a curarse. Para hacerlo, sabía que tenía que irse de Tres Estrellas. "Como drogadicto, sabes dónde están las drogas. Sabes quién las tiene. Es como la caca. Simplemente la hueles".

Sergio entró a un seminario en Toluca, la capital del Estado de México, pero aún no había abandonado todos sus hábitos viejos. A sólo una semana de haber ingresado, golpeó a un compañero en la cara. Los Padres lo corrieron.

"¿Cómo vas a cambiar a un potranco de la noche a la mañana?", dice ahora el Padre Tormenta. En estos días él parece bastante manso: compacto y frágil y con un corte de cabello impecable. Cuando recuerda algo, sus pequeños ojos casi se desvanecen por completo dentro de su cara. Cuando necesita ver los contactos en su celular tiene que usar una lupa que guarda en el cajón. No obstante, su aguardientosa voz desmiente que un potranco nunca pueda ser cambiado. Él no maldice en el sentido completo y vulgar de la palabra, pero su discurso es bastante animoso y está lleno de una jerga callejera que no esperarías escuchar de un sacerdote de sesenta y nueve años.

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Sergio volvió a intentarlo en un seminario diferente. Esta vez funcionó. Ahí lo enviaron a estudiar a Europa: a Barcelona, luego a Navarra y finalmente a Roma, "un mundo completamente diferente". Aprendió filosofía, teología, medicina y la psicología de la delincuencia juvenil. Regresó a México y la Iglesia lo mandó a Veracruz.

VI

Ésa es la historia que Fray Tormenta me contó, pero no es la única forma en que la ha contado. En algunas versiones, él jugó fútbol profesional durante todo un año. O el sacerdote no lo corrió, sino que lo alentó a que fuera al seminario. O, mejor aún, el joven Sergio deambuló dentro de una iglesia cuando estaba drogado y tuvo una visión de sí mismo como sacerdote y sólo fue hasta entonces que quiso desintoxicarse y unirse al clero.

Una leyenda popular acerca de Fray Tormenta es que recibió un permiso específico por parte del Vaticano para ser luchador. Esto es algo que él niega. Sin embargo, en otras entrevistas ha mencionado que recibió la bendición del Papa Juan Pablo II.

"Fue una de las veces que el Papa Juan Pablo II vino de visita", dijo al periodista mexicano Antonio Esquivel Bernal. "Nos invitaron a comer y durante esa visita nos la pasamos saludando a todos. Cuando llegó hasta mí, yo me presenté: 'Soy el Padre Sergio y también 'Fray Tormenta'. Él sonrió y dijo que deseaba que hubiera muchos Fray Tormentas en el mundo. Yo le contesté sonriendo: 'No, señor, porque entonces todas las iglesias dejarían de existir'". Él acercó su mano a mí y me dio su bendición.

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Fray Tormenta ha contado su vida tantas veces que es difícil culparlo por cambiar cosas y por ajustar los hechos a cada ocasión; él es una estrella, después de todo, y sabe cómo contar su propia historia para que siempre complazca a una audiencia diferente. Su vida se ha vuelto tan alegórica como una de las historias bíblicas que podría contar en uno de sus sermones. Fray Tormenta es el personaje que el Padre Sergio interpreta, pero también es exactamente lo que el Padre Sergio es.

Cuando suena el teléfono de la iglesia, por ejemplo, él siempre contesta: "Estás hablando con el Padre Fray Tormenta". Él hace esto aún cuando claramente es número equivocado.

"Lo que pasó es que incluso sin que fuera mi intención, Fray Tormenta se ha convertido en un símbolo", dice. "El sacerdote luchador".

Pero claro que era su intención.

VII

Esta es la historia del momento en el que el joven Sergio Gutiérrez decidió tomar sus últimos votos para convertirse en un sacerdote, la cual es también el inicio de la historia de cómo se convirtió en luchador:

En Veracruz, Sergio encontró su hogar en la parroquia llena de drogadictos, prostitutas y delincuentes. Él tenía un poco de experiencia musical y ayudó a algunos de los párrocos a que formaran una banda que pudiera tocar en las iglesias y en las fiestas. La banda tuvo un poco de éxito, aunque un sacerdote alguna vez hizo que dejaran de tocar en las misas porque uno de los músicos, un adolescente a quien llamaban Pingüino, apestaba a mariguana. No obstante, todo estuvo bien. La mariguana no era tan mala. Al menos Sergio los estaba proveyendo con una estructura.

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Las cosas estaban yendo bien hasta que un día Pingüino se metió demasiadas cosas. Sergio lo encontró en mal estado y lo subió a su coche para llevarlo al hospital. Seguro de que era el fin, Pingüino le pidió a Sergio que se estacionara y lo confesara. Sergio le dijo que no podía hacer eso. Él no estaba ordenado, por lo que no tenía permitido escuchar confesiones o dar los santos óleos.

"Oye mi confesión", dijo Pingüino. "No lo voy a lograr".

"No puedo. Pide perdón a Dios", dijo Sergio.

"Dios te perdonará por escucharla".

Sergio detuvo el auto. Sostuvo la cabeza de Pingüino. Y ahora, mientras cuenta su historia en su pequeña oficina en la iglesia, el Padre Tormenta vacila. Hay un largo silencio. Su máscara roja con amarillo descansa doblada en una mesita. Él está a 40 años del día del que habla, pero aún se le hace un nudo en la garganta. El chico murió en sus brazos.

Tres días después del funeral, Sergio decidió que tomaría sus votos formales. El sacerdote le preguntó si quería ordenarse en la catedral de Veracruz, pero Sergio dijo que no. Él quería ordenarse en la iglesia del barrio.

"Y el obispo me ordenó como sacerdote la tarde del 26 de mayo de 1973, entre prostitutas, drogadictos y delincuentes".

Poco tiempo después, Sergio comenzó a hacerse cargo de niños huérfanos. Primero llegó uno, luego otro, y luego otro. En solo un año ya estaba alojando a decenas de niños en la parroquia y en donde sea que pudiera, y luchaba para poder alimentarlos. Les enseñaba música y formó dos bandas diferentes, pero de repente le dijeron que lo habían transferido a otra iglesia en Puebla, a 240 kilómetros de ahí. Cuando se fue a Puebla, los niños lo siguieron.

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El Padre Sergio continuó haciéndose cargo de los niños en Puebla hasta que los altos mandos le pidieron que dejara el orfanato. Él aceptó el consejo de un compañero sacerdote: dejó Puebla por una diócesis que aceptara sus trabajos. Tal lugar lo encontró en Texcoco, la tranquila ciudad en el Estado de México en donde reside actualmente. Él y los niños fueron bienvenidos ahí, pero la diócesis no quiso pagar los costos del orfanato. El Padre Sergio tendría que arreglárselas por sí mismo.

"Y ahí", dice, "surge Fray Tormenta".

VIII

Dicen que no hay nada nuevo bajo el Sol; que hemos estado repitiendo las mismas historias una y otra vez. Incluso la historia de Fray Tormenta, el sacerdote luchador —una historia que inspiró la película de Jack Black Nacho Libre y, antes de ésta, la menos conocida película El hombre de la máscara de oro, protagonizada por Jean Reno—, es prestada. Resulta ser que está prestada de otra película: un filme mexicano de bajo presupuesto de 1963 llamado El Señor Tormenta que trata, como imaginarás, de un sacerdote que comienza una carrera secreta en la lucha libre para poder recaudar dinero para los niños hambrientos bajo su protección.

La película fue parte de una ola de filmes sobre luchadores que arrasó en México desde los años cincuenta hasta los setenta. Los luchadores más icónicos del país, El Santo y Blue Demon, obtuvieron mucha más fama como estrellas de cine al luchar contra zombies, aliens y vampiros. El Señor Tormenta fue una película de luchadores menor. Ésta sí incluía a algunos grandes nombres, Black Shadow y el Cavernario Galindo, pero sólo como personajes de reparto. Lo que hace especial a la película es que se volvió realidad.

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"Me dije a mí mismo", recuerda el Padre Tormenta, "voy a volverlo realidad". Esto fue al final de la era en la que las estrellas de la lucha libre en México eran también celebridades importantes e íconos de cultura al mismo nivel que actores y músicos. Huracán Ramírez y Mil Máscaras. Tinieblas y Rayo de Jalisco. El Padre Sergio tomó su nombre y su imagen de la película. Tenía en mente ganar mucho dinero, pero no para sí. "Pensé que iba a ganar como Muhammad Ali o como Oscar de la Hoya", dice. Su visión era hacer crecer —o al menos mantener— el orfanato.

Durante todo un año el Padre Sergio se despertó cada mañana a las 4:30 y viajó una hora de ida y una de vuelta de Texcoco a un gimnasio en la Ciudad de México, en donde aprendió el arte de la lucha libre. Tenía que estar de vuelta a las 8 de la noche para celebrar la misa. Las ganancias de su primera pelea fueron de 200 pesos. Y así siguió: no estaba ganando exactamente lo mismo que Muhammad Ali o que El Santo, pero tampoco estaba listo para darse por vencido. Peleó en pequeños lugares en Texcoco y gradualmente se hizo de un nombre.

Al mismo tiempo estaba entrando de nuevo en el mundo del vicio que había dejado hace tiempo. La lucha libre puede ser una moralidad doble cara en el ring, pero, detrás de escena, el deporte es tierra fértil para cualquier tipo de hábito: drogas, alcohol y todo eso. Los vestidores no son como los de una escuela en domingo. "Los vestidores de los luchadores son un caos", dice el veterano luchador Atlantis. "Todos dicen muchas groserías". Pero él se acostumbró a eso.

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En poco tiempo Fray Tormenta fue aceptado en el Consejo Mundial de Lucha Libre, la organización más importante de este deporte y la cual fue fundada por Salvador Lutteroth, el hombre que trajo la lucha libre a México.

IX

Aún así, el obispo de Texcoco no estaba impresionado y pidió al Padre que abandonara la lucha libre, pues consideraba que era impropia. Los argumentos del Padre Tormenta fueron ignorados hasta que finalmente decidió hacer uso de la teatralidad que había aprendido en el ring: decidió engañar. Le dijo al obispo que con gusto dejaría la lucha libre a cambio de que la diócesis le diera a su orfanato el dinero que ganaba en el ring. El obispo, bajo la impresión de que Fray Tormenta estaba ganando una fortuna, cedió. "Con cuidado", le dijo.

Es fácil entender por qué el obispo se habría opuesto a la lucha libre, especialmente cuando tomamos en cuenta la facilidad con la que Fray Tormenta incorporó rituales y simbolismos religiosos en sus peleas. Una cosa sería que un laico interpretara el personaje de un sacerdote luchador, pero otra cosa totalmente diferente es cuando el hombre detrás de la máscara y del spandex rojo con amarillo es un verdadero sacerdote. Después de todo, El Santo no era un Santo en el sentido religioso de la palabra. Fray Tormenta tenía una movida final llamada La Confesora: una llave que termina con el oponente boca abajo, con sus brazos y piernas detrás de él, y pidiendo piedad a gritos y en agonía. Regularmente tenía encuentros con oponentes con nombres como El Satánico, El Hijo del Diablo y Judas.

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Así como llevó la religión a la lucha libre de una manera tan sencilla, Fray Tormenta también llevó la lucha libre a su trabajo como sacerdote. Comenzó a ayudar a algunos compañeros luchadores. Algunas veces la realidad y la ficción se mezclaban, como cuando celebraba misas en la Arena México o cuando le dio su bendición sacerdotal a Místico, una estrella de la lucha libre contemporánea que el Padre Tormenta ayudó a entrenar. Pero, sobre todo, la clerecía del Padre Tormenta era bastante directa.

"Son dos cosas diferentes", dice refiriéndose a su personaje y a sus deberes clericales en la vida real. "¿Acaso jugaría con mi clerecía? No, no y no".

El Padre Tormenta ha bautizado a los hijos de algunos luchadores, ha predicado en los funerales de algunos de sus compañeros fallecidos, bendecido sus casas, rezado por ellos antes de que entren al ring, e incluso ofició la boda de Blue Demon Junior. Tal vez lo que es más importante es que ha sido confesor de todos ellos.

"Fray Tormenta es nuestro Padre", dice Brazo de Plata, uno de sus compañeros de equipo. "Es nuestro sacerdote de la lucha libre. Considerando su edad, para mí es un honor haber luchado a su lado".

X

Con una notoriedad cada vez mayor llegaron algunas ganancias financieras. Fray Tormenta comenzó a ganar un poco de dinero al aparecer en Estados Unidos y Japón. En Japón, dice, creó todo un culto de seguidores debido a que se parecía a Tiger Mask, un personaje de manga de los sesenta que luchaba para poder recaudar dinero para un orfanato. El personaje también había sido adoptado por varios luchadores japoneses a lo largo de los años y después se convertiría en la historia de fondo del videojuego Tekken. "Pensaron que Tiger Mask había reencarnado en Fray Tormenta, y por esa razón muchos me siguieron", dice al recordar las masas de japoneses llenos de sake y cerveza que pedían La Confesora a gritos.

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El padre Sergio fue desapareciendo mientras más y más párrocos lo comenzaban a llamar Padre Tormenta o simplemente El Fray. Si su identidad como luchador alguna vez fue secreta, el secreto no se mantuvo por mucho tiempo. Con sus ganancias como luchador fue capaz de comprar un edificio para alojar a algunos de los chicos, los cuales llama de cariño sus "cachorros".

Pasó los años ochenta invirtiendo todo lo que tenía en el orfanato y siguió viviendo en pobreza aun cuando su perfil iba creciendo más y más. El amarillo en la máscara era por la energía dentro del ring, pero ahora también por la energía fuera de él. El rojo por la sangre derramada. Los chicos recibían entrenamientos de lucha libre y tres comidas al día.

En 1991 fue el estreno de El hombre de la máscara de oro y Fray Tormenta recibió bastantes regalías por los derechos de que usaran su historia. Él usó este dinero para construir un orfanato en su estado natal de Hidalgo, el cual se incendió accidentalmente por un fuego causado por uno de los niños. Cuando se estrenó Nacho Libre en 2006, El Fray hizo lo mismo, pero ahora en Texcoco.

XI

"Todo el tiempo que he sido sacerdote, unos 42 años, siempre he usado una liga", dice el Padre Tormenta recargándose en su escritorio. "Porque las leyes de la iglesia deberían ser como una liga".

Se arremanga la camisa —viste pantalones de vestir a rayas y una sudadera roja de la Universidad de Oklahoma— y tira de la liga que cuelga en su muñeca.

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"Pero si la jalas demasiado, se rompe".

Por supuesto que al sacerdote luchador le gusta estirar las reglas. Es algo que le queda a un sacerdote chido, el tipo de sacerdote que comenzó a ser hace 50 años cuando aún era un criminal callejero drogadicto. La mayoría de las reglas que el Padre Tormenta rompe son las más simples. Algunos sacerdotes lo han criticado por, por ejemplo, cantar canciones de mariachi en la iglesia. Pero él sólo lo hace después de la liturgia, además, esto hace feliz a la gente.

"Si Jesucristo viniera, cantaría como yo", dice.

La actuación es, después de todo, parte esencial de la identidad del Padre Tormenta. El sacerdocio. La carrera en la lucha libre. La música. Ahora que la salud lo ha abandonado y ya no puede ganar dinero para sus muchachos dentro del ring, el Padre tendrá que aprovechar al máximo estas habilidades, junto con su fama, para recaudar todo el dinero que pueda. El año pasado sacó un disco: Fray Tormenta canta para todo el mundo con mariachi.

Una vez que se asegura de que entiendo lo físicamente dolorosa que es la lucha libre aun para una persona a quien le han disparado, apuñalado, golpeado en la cabeza con una botella de cerveza y que ha dejado las drogas, habla más de la teatralidad: "Es un circo. Es tanto teatro como deporte".

Después se levanta de su escritorio para enseñarme. Me hace que le tuerza el brazo detrás de la espalda y se voltea y tuerce el mío detrás de mi espalda, así como yo lo había hecho con él; después me hace que yo haga lo mismo y regresamos a la posición original. Hacemos este ciclo varias veces, creando el ritmo que dos luchadores tendrían al inicio de una pelea cuando apenas se están tanteando. Finalmente, cuando ya me siento seguro de mi técnica y tuerzo su brazo y me preparo para dar el siguiente paso, el anciano sacerdote comienza a gritar agonizante, se empieza a convulsionar y golpea su pierna con el brazo que tiene libre. Horrorizado, me alejo de él con un sobresalto.

El anciano se ríe. Estaba fingiendo.

XII

A la mitad de la entrevista, Fray Tormenta me pregunta si quiero un tour de la iglesia. Primero caminamos por un cuarto sin ventanas al lado de su oficina, en donde una mujer que ayuda en la iglesia y dos de los cachorros están viendo una versión doblada del programa Cheaters en una vieja televisión. En el segundo piso me muestra dos habitaciones, cada una de ellas llena de literas en donde algunos de sus niños duermen. Más de 2,000 han pasado por aquí a lo largo de cuarenta años, dice, incluyendo a tres doctores, dieciséis maestros, nueve abogados, dos contadores, veinte técnicos en computación y un sacerdote.

Al lado de una de las habitaciones está una cocina infestada de moscas. El refrigerador está casi vacío y hay bolsas de arroz apiladas en un estante en el rincón. Una enorme pintura enmarcada de la Virgen de Guadalupe está recargada en la mesa del comedor y descansa en la pared. Se había caído de la pared el día anterior, según dijo uno de los chicos al Padre Tormenta. Alguien tendría que repararla pronto. Del otro lado del cuarto hay otra pintura casi idéntica colgada en la pared.

"Quiero que sepas que nunca busqué la fama", dijo un momento antes en su oficina. "Buscaba dinero, que nunca llegó. Pero de lo poco que me dio Dios, a través de la gente, mucho ha podido dar beneficios".

El trabajo, los chicos, los cachorros; todo venía antes de la fama.

"Siempre tuvieron pan en la boca. Siempre había algo. ¿Y yo? Mira los lujos que tengo. No tengo un solo lujo. Yo nací en la pobreza".

La escena me recuerda a algo que me dijo el viernes anterior el rudo Rey Bucanero cuando nos encontrábamos en el vestíbulo de la Arena México, detrás de un mural que conmemora el reciente aniversario ochenta de la lucha libre en el país.

"Ya sea que vaya a misa o que vaya a luchar, él siempre lleva la misma maleta. Sólo cambia lo que trae dentro".