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Cultură

El Derby de Kentucky... ¡en ácido!

Árboles mutantes y canela triste.

Ésta es mi buena amiga Caitlin (cuyo verdadero nombre no es realmente Caitlin). Eso que tiene en la lengua es un ácido. Se ha metido ácido una sola vez, hace cuatro años, y ahora lo hace de nuevo, justo antes de entrar al Derby de Kentucky, porque la única manera de asistir a la carrera de caballos más famosa del mundo (un evento repleto de gente borracha apostando) es con la cabeza en otro lado.

Una hora más tarde, llegamos a Churchill Downs, un lugar bastante miserable bajo la lluvia. Igual que en cualquier evento público de esta magnitud, había un sinnúmero de policías y guardias de seguridad en la entrada para dirigir el tráfico y recordarnos que vivimos en una estado de seguridad post-11 de septiembre. Supe que el ácido empezaba a hacer efecto cuando comparó el punto de revisión con ser un judío en la Alemania nazi: “Juraría que estamos en un campo de concentración. Mira cómo arrean a las personas”. ¿Así nacen los fans de Alex Jones?

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Teníamos boletos dentro del campo, junto a la pista, una zona que se convierte en un lodazal durante el evento; una especie de festival de música pero sin música y mucho peor. Esta área está diseñada para aquellos que no quieren pagar cientos o miles de dólares por su boleto, borrachos imprudentes y gente divorciada en sus cuarentas que quiere una aventura. Los boletos cuestan menos porque realmente no sabes qué está pasando en la carrera.

Pero para llegar al campo, primero tuvimos que abrirnos paso por un túnel que olía a culo podrido; el aire estaba repleto de humo de cigarros y puros, vómito y whisky. Caitlin me preguntó si estábamos en el infierno.

Como era de esperarse, la gente comenzó a gritar “¡EU! ¡EU! ¡EU!” en el túnel, lo que realmente la sacó de quicio. “Odio este comunismo extraño [Nota del Ed.: ¿?]. ¿Por qué hacen esto? ¿Se sienten poderosos cuando escuchan su propia voz? ¿Hacen esto en automático? ¿Qué tiene que ver ‘¡EU! ¡EU!’ con todo?” Me dijo todo esto con un micrófono imaginario en la mano.

El primer viaje llegó de lleno durante una de las carreras vespertinas, poco antes del Derby. Como pueden ver, no teníamos la mejor vista de la pista desde donde estábamos, y apenas alcanzábamos a ver a los caballos mientras galopaban sobre la tierra mojada. Ella tenía esta mirada de terror en el rostro, y más tarde le pregunté qué creyó que había pasado. “El piso temblaba bajo mis pies”, me respondió, “y este pequeño jardín se convirtió en un océano, y yo flotaba en él”.

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La lluvia comenzó a caer con más fuerza y Caitlin me dijo que necesitaba refugiarse de inmediato. Nos metimos bajo una carpa junto a un cajero y Caitlin quedó cautivada por las paredes: se paraba junto a ellas y se columpiaba hacia atrás y hacia delante. Me dijo que las paredes respiraban y me hizo saber que le preocupaba que los fuertes vientos la tiraran. (No corría aire en ese momento).

Uno de estos güeyes con “clase” y cara de pendejo intentó iniciar una conversación con ella, contándole sobre la vagina reseca de su novia y sus patrones de masturbación. Después le preguntó si le gustaba el sexo anal. Ahí fue cuando ella se alejó sin decir nada. Cuando la alcancé, me dijo: “Su cara se puso muy, muy fea”.

Después caminamos hasta el baño para refugiarnos. La gente se turnaba para usar los espejos; los sombreros y trajes extravagantes estaban húmedos y asquerosos, y las chicas, ansiosas por verse bien, parecían chihuahuas mojados.
Caitlin dijo que le daba tristeza ver cómo le llovía a estas chicas que intentaban verse bien. Entonces la perdí de vista por un minuto y me sentí como debe sentirse una madre cuando pierde a su hijo. Una mierda.

La encontré en una esquina mirando hacia la pared, pretendiendo usar su teléfono. “Sentí que si me paraba aquí el tiempo suficiente, alguien vendría a ayudarme”. Me dijo que las paredes se movían, y volvió a mencionar el campo de concentración. “Por favor, mira esas paredes. Estamos en un maldito campo de concentración”.

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Fuimos al baño porque Caitlin quería meterse medio ácido más, y descubrimos que alguien había dejado su tejido en el escusado. Su rostro se iluminó como el de una niña, y no dejó de hablar al respecto durante varios minutos después de salir del baño. Más tarde, me explicó que ese fue el único “momento real de realidad” para ella porque entendió que un tejido en un escusado no era algo normal.

Afuera todo estaba oscuro y horrible. Los basureros repletos de latas de cerveza light. Caitlin me señaló un árbol y me dijo que era la primera cosa bonita que había visto en el Derby. Corrió desesperada hasta él.

Le pregunté qué pasaba con el árbol porque no dejaba de mirarlo ni de alejarse de él, como si estuviera demasiado caliente o brillante para ella. “No puedo mirarlo. Todas las fibras se mueven. Todo vibra y se agita”. Más tarde me dijo que no podía verlo mucho tiempo porque era demasiado bonito para ella.

Después de pasar un par de horas caminando por el campo bajo la lluvia, necesitábamos un descanso de toda esa locura antes de la gran carrera. Tuvimos que atravesar el túnel una vez más, donde había todavía más basura y la gente se escondía de la lluvia. Caitlin se quedó mirando los restos de basura largo tiempo, haciendo sonidos como “oooohh” y “aaahhh”, y riendo. Después me dijo: “La carne está viva”, y tomó una foto.

Caminamos hasta una estación de gasolina para comprar algo de tomar. La obligué a oler la especialidad del día: capuchino de canela. Al principio, oler el capuchino la hizo reír y después los ojos se le pusieron un poco rojos y empezó a llorar porque “huele tan delicioso”.

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La llevé a un McDonald's, y nos sentamos en el estacionamiento durante 15 minutos. Esta foto la tomé durante su crisis nerviosa, luego de que un tipo en el auto de al lado le pidiera un encendedor y un cargador de celular. Ella le respondió: “No puedo lidiar contigo en este momento”, y subió su ventana.

Ésta es Caitlin con el capuchino que la hizo llorar, en un carrito de golf camino a la entrada de Churchill Downs. La pasó muy bien en el carrito de golf, en especial cuando pasamos por algunos baches; le pareció “un poco peligroso”.

Regresar a la pista fue bastante deprimente para Caitlin. No dejaba de mirar la basura en el piso y decir: “Churchill Downs no debería verse así”. Pero este tipo la consoló. “Esta es la cosa más bonita que he visto desde que estamos aquí”, me dijo. Le pregunté qué lo hacía hermoso, y me dijo que era el contraste de su calcetines blancos con sus tenis rojos y su manera de feroz de masticar.

Esta foto de Caitlin la tomé segundos antes de que la carrera empezara. Durante su viaje no dejó de repetir: “Lo chistoso es que todos se mueven desesperadamente, pero no van a ningún lado… todos intentan llegar a algún lado, pero no hay a dónde ir. No entiendo”. Aunque se ve perdida, este fue un momento de lucidez para ella, rodeada de un mar de lo que sólo puedo describir como humanidad. “¡Ah, por fin sucede!” gritó. “¡¡¡Esto es!!!” Al final no vimos la carrera, pero creo que ella la pasó bien.

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@amiraasad

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